XXV

Una vez terminada la operación, O’Rourke dobló cuidadosamente su pañuelo y se lo metió en el bolsillo. Volvió a sentarse al lado de Mac Cormack. Hubo un silencio.

Dillon se acercó a Callinan y le dijo:

—Pero, hombre, no me digas que aún no ha empezado tu guardia.

Callinan no contestó. Fue a ocupar el puesto de Diñon. Miró por la tronera, vio el Liffey que deslizaba sus escamas de plata entre los muelles presuntamente desiertos, pero infestados de soldados enemigos, y le pareció oír una voz masculina que pronunciaba con decisión la palabra lobster, que, en irlandés, significa bogavante. Entonces se dio cuenta de que tenía hambre. Pero no dijo nada.

Mac Cormack tosió.

—Sigue el interrogatorio —dijo.

Gertie parecía otra vez tranquila. Había recobrado su temple británico. Se sentía fuerte y segura de sí misma. Además, estaba convencida de que ya no le harían más preguntas sobre su estancia en el evacuatorio: las causas de su ida a y de su permanencia en.

Así, pues, abrió los párpados y posó su mirada azul en la fisonomía de Larry O’Rourke, que se sonrojó, por más que el propio Larry O’Rourke permaneció impasible. Se inclinó hacia su jefe y le habló en voz baja. Mac Cormack bajó la cabeza asintiendo. Volviéndose hacia la prisionera, Larry le preguntó:

—Señorita Girdle, ¿qué opina usted sobre la virginidad de la madre de Dios?

Gertie observó a los cinco hombres en una ojeada circular y respondió con frialdad:

—Ya sé que todos son papistas.

—¿Qué? —preguntó Caffrey.

—Católicos —explicó Callinan.

—O sea que nos está insultando —dijo Caffrey.

—¡Silencio! —gritó Mac Cormack.

—Señorita —dijo O’Rourke—, ¿quiere contestar a mi pregunta con un sí o un no?

—Se me ha olvidado —dijo Gertie.

Caffrey se puso nervioso. La sacudió por el brazo.

—Nos está tomando por el pito del sereno.

—¡Caffrey! —vociferó Mac Cormack—. ¡Te he dicho que fueras correcto!

—Pero no vamos a dejar que nos tome el pelo así mucho más rato.

—En este momento la estoy interrogando yo —comentó O’Rourke.

Caffrey se encogió de hombros.

—Que la dejen conmigo una hora —murmuró—, y ya veremos si le quedan ganas de cachondeo.

Gertie alzó la cabeza para examinarlo. Se cruzaron la mirada. Caffrey se puso colorado.

—Señorita —dijo O’Rourke.

Y Gertie se volvió hacia él.

—Le he preguntado si cree usted en la virginidad de la madre de Dios.

—¿En la…? —preguntó Gertie.

—Virginidad de la madre de Dios.

—No entiendo lo que me pregunta.

—Efectivamente, es un misterio —observó Dillon, que sabía bastante bien el catecismo.

—¡No conoce a la madre de Dios! —exclamó Callinan con desprecio.

—Ya se ve que es protestante —dijo Caffrey con tono indiferente.

—No —dijo Gertie—, soy agnóstica.

—¿Qué? ¿Qué?

Caffrey perdía la chaveta.

—Agnóstica —repitió O’Rourke.

—Vaya —dijo Caffrey—, hoy aprendemos palabras nuevas. ¡Se nota que estamos en el país de James Joyce[7]!

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Callinan.

—Que no cree en nada —dijo O’Rourke.

—¿Ni siquiera en Dios?

—Ni siquiera en Dios —dijo O’Rourke.

Se produjo un silencio y todos la miraron con espanto y consternación.

—Eso no es del todo cierto —dijo Gertie con voz suave—, y me parece que simplifica un poco mi modo de pensar.

—Será puta —murmuró Caffrey.

—No niego que pueda existir un Ser supremo.

—Joder —murmuró Caffrey—. Estamos arreglados.

—Hagámosla callar —dijo Callinan.

—Y —prosiguió Gertie— siento el mayor respeto por nuestro digno rey Jorge V.

Otra vez silencio y consternación.

—Pero, en fin —empezó Mac Cormack.

No siguió. Unas ráfagas de ametralladora rechinaron contra la pared y los cristales de las ventanas fortificadas saltaron a la calle. En la planta baja, la ametralladora de Kelleher replicó enseguida. Algunas balas pasaron por las troneras y empezaron a zumbar por el cuarto.

Los hombres se echaron al suelo y fueron a rastras hasta sus armas. Alguien derribó la silla de Gertie: la muchacha se puso a patalear en su incómoda postura. Puso al descubierto unas piernas delgadas, pero sustanciosas y moldeadas en una materia preciosa: la seda. Cuando Larry tuvo su fusil, volvió gateando hasta ella y le bajó las faldas, para taparle las pantorrillas. Entonces Gertie comprendió que uno de esos hombres ya la amaba.