XIV
Ahora que he terminado, ya no puedo quedarme sentada aquí. El cansancio tiene límites. El cansancio tiene límites. Ánimo. Ánimo. Necesito ánimo. Como auténtica inglesa. Súbdita del Imperio británico. ¡Oh, Dios, oh, rey mío, seamos enérgicos! Me levanto. Tiro de la cadena. No. No tiro de la cadena. Hará ruido. Llamará la atención. Energía no es imprudencia. Hay una diferencia indudable entre ellas. Al menos según la lógica de Stuart Mill. Por supuesto. Seguramente. Pero es sucio eso de no tirar de la cadena después de usar el… Sí. No. En efecto. Es sucio. Nada británico. Pero siento que están ahí. Me parece oírlos hablar. Bestias. Insurrectos. ¿Acaso comprenderían el significado del ruido de agua, si lo oyeran? No sabrían qué es. Deben de venir todos de los suburbios, donde no existe la menor higiene. Quizá incluso algunos vienen de Connemara, e incluso algunos vienen de las islas Aran o de las islas Blasket, donde no se habla inglés, donde siguen aferrados a su jerga celta, sin conocer los evacuatorios de nuestra civilización moderna e imperial, e incluso los haya de la isla de Inniskea, donde me han dicho que adoran a una piedra envuelta en pañales de lana, en vez de adorar a San Jorge y al Dios de los Ejércitos. Lo único que saben hacer los hombres es Guinness, y las mujeres, su encaje de punto de Irlanda. Pero ya está pasando de moda. ¿Por qué no me habré ido más bien a Francia, a París, por ejemplo? Aquí no saben vestir. Yo conozco un poco la moda nueva. Pero aquí, las mujeres apenas conocen el punto de Irlanda.