XIX
En medio del tiroteo, Gertrude oyó unos pasos que se acercaban, unos pasos vacilantes de hombre. Tal vez herido. Sintió que se apoyaba en la puerta. Vio girar el pomo a la izquierda, luego a la derecha, luego a la izquierda, luego a la derecha. Notó la presión del cuerpo intentando forzar la entrada. Luego, el silencio. Después, en medio del tiroteo, oyó que se alejaban los pasos. Pero esta vez los pasos eran decididos. El tacón sonaba fuerte.
Durante todo ese rato, no había pensado en nada. Absolutamente en nada.
Luego pensó, de modo fragmentario, en lo que iba a ocurrir. Carecía de elementos con que alimentar su miedo. Por eso no tenía miedo, exactamente. No un miedo preciso. Flotaba sobre un gran vacío. Sabía que el futuro inmediato superaría con creces su imaginación.
Abrió maquinalmente el bolso y sacó el peine. Llevaba el pelo corto, una rareza en Dublín, una moda nueva. Se examinó en el espejo del lavabo y se gustó. Se encontró peligrosamente bella. Se pasaba el peine de manera lenta y pausada. El ligero roce de las púas de concha con el cuero cabelludo, seguido de la suave ondulación de sus rizos, la hacía estremecer muy muy agradablemente. Se miraba a los ojos, como si quisiera hipnotizarse.
No existía el tiempo y el tiroteo había cesado.