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Northtvind

Marca Draconis, Federación de Soles

12 de enero de 3029

El comandante Scott Bradley siseó al sentir que el viento de las montañas atravesaba su mono y le azotaba el cuerpo. Apoyado en un soporte lateral de la pata de un ’Mech, que utilizaba como muleta improvisada, subía por el angosto sendero cubierto de nieve. Rodeó un peñasco y cruzó un arco antes de llegar a un amplio saliente de la pared sur de la montaña.

Scott sonrió, pero rechazó la ayuda que iba a prestarle el otro hombre que se hallaba en el saliente.

—No te preocupes, Tommy. Sobreviviré. —Contempló el aparatoso molde petroquímico que le envolvía el pie derecho—. Este tobillo fracturado sólo me duele cuando me acuerdo de él.

El delgado y rubio comandante del Equipo Banzai sonrió y volvió a mirar a través de sus binoculares. Scott siguió su mirada por las llanuras azotadas por el viento que se extendían al sur. Aun sin la ayuda de los prismáticos, Scott podía distinguir el enorme ejército de ’Mechs que marchaba hacia la cordillera. A lo lejos vio también una gris columna de humo grasiento.

—La tercera compañía de los Blazeres Azules no ha vuelto todavía de la incursión —dijo Tommy con voz monótona—. Habría sido fantástico tomar el cuartel general de la Espada de Luz mientras estaban efectuando maniobras.

Scott se apoyó sin fuerzas en la pared de granito de la montaña.

—Debió de detenerlos la Genyosha. —Se estremeció, mas no a causa del frío—. ¡Dios Todopoderoso! Nos atacaron con saña. No pudimos contenerlos. Lo he echado todo a perder.

Tommy bajó los binoculares y miró por encima del hombro a Scott.

—Oye, Scott, no puedes cargar con la responsabilidad de este ataque. La auténtica guarnición de Northwind la forma el Quinto de Caballería Ligera de Deneb. Un envenenamiento dejó fuera de combate a la mitad; y luego, la Quinta Espada de Luz utilizó al 36º de Regulares de Dieron para atraer al resto de la Caballería Ligera lejos de sus posiciones defensivas. La Espada los hizo pedazos. No fue culpa tuya.

Scott inspiró hondo y exhaló una nube de vapor.

—Ya lo sé, Tommy, pero no puedo olvidar los gritos de los chicos de la Caballería Ligera pidiéndonos ayuda. No dejan de resonar en mi cabeza. —Su mirada se clavó en los claros ojos azules de Tommy—. Quiero decir que un batallón habría podido aplastar a la Genyosha y luego acudir en socorro de la Caballería Ligera. Los Bravos de Bradley resultaron no ser nada más que afamados blancos para una competición de puntería.

Tommy respondió con vehemencia:

—Vi a la Genyosha en acción cuando nuestro Primer Batallón fue a sacaros las castañas del fuego. La Genyosha es una unidad muy buena, muchísimo mejor que la Quinta Espada. —Entornó los ojos—. Me parece recordar que, en un aviso transmitido por el MIIO, se decía que era Yorinaga Kurita quien estaba al frente de esa unidad.

—Así es. —Scott descargó un puñetazo sobre la roca—. Pilotaba un Warhammer. Yo pude haberlo destruido...

—Yo también —dijo Tommy con la mirada perdida—. Yorinaga fue quien hirió al doctor. Lo tenía frente a mí, pero...

—... pero el maldito ordenador no fijaba el punto de mira en el blanco —terminó la fiase Scott, con un susurro envuelto en escarcha.

Tommy asintió y sintió un escalofrío a pesar del calor que le proporcionaba su grueso anorak.

—Nunca he visto nada igual —reconoció.

Scott miró a los ojos a Tommy.

—Yo, sí. Mundo de Mallory, año 3016... Pero aquella vez fue Morgan Kell quien desafió a Yorinaga a que le disparase. Entonces, todo aquello me dejó muy confuso. Ahora, me produce auténtico pavor.

Ambos hombres guardaron silencio durante unos momentos. El viento silbaba con ferocidad y arrojaba nubes de afilados cristales de hielo contra sus rostros. Luego volvieron la cara y contemplaron de nuevo las fuerzas que se aproximaban a la fortaleza montañosa.

Scott fue el primero en romper el silencio.

—¿Cómo está el doctor Banzai?

Tommy intentó replicar con voz calmada, pero Scott percibió enseguida el pesar que se reflejaba en su rostro.

—Los médicos dicen que el estado del doctor se ha estabilizado, aunque sigue muy grave. Me dijeron que había perdido muchísima sangre.

Scott sonrió con cuidado para no partirse los helados labios.

—En las cavernas, había una enorme fila de muchachos que aguardaban para donar sangre. No sólo tus hombres, sino también algunos Bravos y de la Caballería Ligera.

Tommy asintió y volvió a mirar a través de los binoculares para estudiar el ejército draconiano.

—Cuando se nos echen encima, las cosas se pondrán muy feas.

—¿Crees que esperan a la Genyosha?

La risa de Tommy duró una fracción de segundo.

—No. Si la Genyosha viniera también a la fiesta, la Quinta Espada ya habría iniciado el asalto. —Al ver la perplejidad de Scott, Tommy le explicó—: Hemos estado escuchando sus conversaciones por radio. La Quinta Espada y la Genyosha no se tienen mucho cariño que digamos.

»Ya veo que no te lo han contado. La Genyosha vino a Northwind porque las fuentes de las FIS les dijeron que aquí encontrarían a los Demonios de Kell. Por lo que hemos podido averiguar, las FIS se enteraron de que los Demonios de Kell habían atacado la base de la Genyosha mientras ésta estaba zurrándonos a nosotros.

—Eso es una buena noticia, desde luego —contestó Scott, sonriente—. Les está bien empleado a esos cabrones.

¡Bien hecho, Morgan!, pensó. Ojalá hubiera podido estar allí contigo.

Tommy se acercó a Scott. El hielo y la nieve crujían bajo sus botas. Se puso en cuclillas y apoyó una mano de largos dedos en el antebrazo derecho de Scott.

—Mañana, cuando vengan, los rechazaremos. Los Caballeros de Hong Kong, o los Caballeros unidos a los restos de los Blazeres Azules y los Blazeres de Radar, lucharán para ganar tiempo. Así, los Bravos y la Caballería Ligera podrán sacar de aquí al doctor sano y salvo a través de los pasos del norte. En cuanto lleguen a las junglas que se extienden más allá de estas montañas, las «serpientes» no os encontrarán jamás. —Le guiñó el ojo—. El Príncipe enviará más ayuda.

Scott meneó la cabeza.

—No nos engañemos, Tommy. La ayuda era el Equipo Banzai. Lograsteis salvar una de mis compañías y dos batallones muy desorganizados de la Caballería Ligera, pero eso os ha costado las dos terceras partes de vuestro regimiento... Ha llegado la hora de que os devolvamos el favor.

Scott levantó la zurda para acallar cualquier réplica del mercenario. Se peinó con los dedos sus negros cabellos agitados por el viento y agachó la cabeza.

—He hecho algunos tratos con la Caballería Ligera. He reunido a los Bravos en una compañía Omega...

—No puedes...

Scott lo interrumpió con un gesto.

—Ya hemos cargado cohetes tipo infierno en todos nuestros afustes de MCA...

—¡No! Los cohetes infierno son demasiado volátiles. Sólo son bombas incendiarias de gelatina. Si uno de vuestros ’Mechs es alcanzado por el fuego enemigo...

Tommy abrió los brazos para representar una explosión. Scott sonrió débilmente.

—Tommy, estamos muertos de todos modos. Los cohetes infierno cocerán a algunas «serpientes» en sus ’Mechs y asustarán a muchos más. Así tendréis aún más tiempo.

—Esto no me gusta.

—No se trata de que te guste. Las armas están cargadas. Ahora le toca a los Caballeros poner a salvo al doctor. Te agradecería que os llevaseis también a los Bravos heridos. —Scott se miró el tobillo fracturado—. Los Bravos gravemente heridos, quería decir.

Tommy asintió y le dio una palmada en el hombro.

—Dalo por hecho, comandante Bradley.

Otro hombre, de cabellos oscuros y semblante rubicundo, subió corriendo al saliente. Sujetaba en la mano un transmisor-receptor de radio portátil.

—¡Tommy! ¡Tommy! ¡Tienes que oír esto!

—¿Qué pasa, Reno? —preguntó Tommy, incorporándose.

El recién llegado, muy nervioso, sonrió y conectó la radio.

—Escucha.

Restalló la estática en el altavoz. Luego se redujo, pero la transmisión era tan débil que los tres hombres hubieron de apiñarse alrededor del aparato. La primera voz que oyeron sonaba un poco más fuerte que las otras y Scott la identificó como la del miembro del Equipo Banzai llamado Rawhide.

—Base Banzai a las Naves de Descenso que se aproximan, ruego que repitan su identificación.

Como respuesta sonó una voz de mujer que pronunciaba con fuerza las erres y que no hizo caso de la petición.

—Vemos una actividad considerable cerca de los Montes de Espiras. Confirme, por favor, Base Banzai.

—Recibido —se apresuró a contestar Rawhide—.

Dos, repito, dos regimientos kuritanos. Quinta Espada de Luz y 36º de Regulares de Dieron a unos diez kilómetros al sur de las llanuras. Por favor, identifiqúese.

La voz femenina volvió a eludir la pregunta sobre su identidad.

—Copiar: Quinta Espada de Luz y 36º de Regulares de Dieron. ¿Algo más?

Un extraño chillido resonó por debajo de sus palabras, pero la sintonización no permitía que se distinguieran mejor los sonidos.

—¿No tiene bastante? —exclamó Rawhide, sorprendido, y los tres hombres del saliente se echaron a reír.

—Por el momento, sí, encanto —respondió la mujer, riéndose también—. Por el momento, tal vez sí.

Scott miró por encima del hombro de Tommy y vio una docena de luces blancas y brillantes en el cielo azul. Demasiado brillantes para ser estrellas a esta hora del día. De súbito, se le ocurrió qué podían ser. Levantó la muleta hacia ellas y gritó:

—¡Tommy, mira! ¡Son las Naves de Descenso!

Tommy arrebató la radio de las enguantadas manos de Reno. Accionó el interruptor de conexión e intervino en la conversación.

—¡Rawhide, vemos cómo se acercan las Naves de Descenso! —Miró a Scott, que asintió a su muda pregunta—. ¡Vienen hacia aquí!

—Fuerzas desconocidas, por favor, identifiqúense —dijo Rawhide en tono más enérgico—. ¿Son ustedes esas Naves de Descenso?

—Ésos somos, encanto —repuso la voz femenina con un tono más melodioso que nunca. El chillido de fondo sonó un poco más fuerte.

—¡Maldición! ¿Quiénes son ustedes, joder? ¿Y qué es todo ese alboroto? —estalló Rawhide, exasperado.

—Somos la flor y nata, Equipo Banzai. Y eso que oye son gaitas. —La voz de la mujer vibró de orgullo—. Somos los Montañeses de Northwind. Por cortesía del príncipe Hanse Davion, hemos dejado de estar al servicio de Maximilian Liao. En pocas palabras, Base Banzai: después de varios siglos de exilio, los Montañeses de Northwind vuelven a casa.