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Nueva Avalon

Marca Crucis, Federación de Soles

14 de febrero de 3028

Hanse Davion se ajustó las gafas especiales mientras el sudor le goteaba de la punta de la nariz. Miró a Quintus Allard, que estaba en cuclillas junto a un montó de ladrillos rotos y trataba de recuperar el aliento. El Príncipe señaló la silueta de un edificio de tres plantas oculto en la oscuridad. Empuñó con más fuerza la pistola láser y levantó tres dedos de la mano izquierda. Quintus asintió, cerró las manos y echó a correr por la calle.

Una serie de rayos de color escarlata dibujaron una línea de destrucción a la espalda de Quintus, mientras el francotirador apostado en el tejado buscaba en vano el elusivo blanco. El hormigón se fundía al paso de Quintus Allard. Los escombros saltaban por los aires sobre las oleadas de calor que causaba el láser, pero nada impidió a Quintus ponerse a salvo en un pequeño edificio.

Hanse se incorporó sobre una rodilla y descubrió al francotirador gracias al débil resplandor del fuego del fusil láser. ¡Ya te tengo!, pensó exultante. Cargó la pistola y apretó el gatillo dos veces. Los rayos láser volaron hacia el cielo y atravesaron brutalmente la forma humanoide del asesino.

Quintus se revolvió e hizo tres rápidos disparos que silbaron por encima de la cabeza de Hanse. El Príncipe giró, chocó contra el muro bajo que lo había cubierto antes y vio que dos rayos incendiaban el marco inferior de una ventana del edificio situado a sus espaldas. El tercer rayo estalló con un fogonazo y reveló la espantosa imagen de un ser humano destrozado que retrocedía a trompicones al interior de la habitación.

Un insoportable zumbido resonó entre las ruinas. Las luces escondidas en el tejado se encendieron como tres docenas de pequeños soles para despejar la noche artificial. Quintus, con una amplia sonrisa, volvió junto a Hanse y le alargó la mano.

—Excelentes disparos, mi Príncipe —lo felicitó y, con los ojos entornados, contempló la línea de fuego de Hanse en dirección al robot francotirador colocado en el tejado—. Apenas os habéis desviado un centímetro en doscientos metros.

Hanse le estrechó la mano a Quintus y miró por encima de su propio hombro.

—Bueno, Quintus, tu puntería deja en ridículo la mía. ¡Un disparo a través de una ventana a cien metros de distancia y en plena carrera! ¿Por qué no te adiestraste para ser MechWarrior? Con una habilidad como la tuya, podría dejar en tus manos la Marca Capelense y no tendría que volver a preocuparme por ella.

Quintus meneó la cabeza, aunque mantuvo la sonrisa causada por los elogios del Príncipe.

—Me temo que soy más lento que antes, Alteza. En los viejos tiempos, habría hecho tres dianas.

Hanse lanzó una carcajada.

—¡Pero si las has hecho, Quintus! Dos disparos dieron en el edificio y uno en el blanco.

El ministro se sumó a la risotada de Hanse.

—Supongo que deberíamos volver al centro de control y averiguar nuestras puntuaciones —comentó.

—Sólo nos dieron veinte minutos para esta prueba —dijo Hanse, consultando el cronómetro—. Me imagino que habremos obtenido notas altas. ¡Sería terrible que no superáramos la prueba con armas ligeras!

—A mí no me preocupa tanto eso, Alteza. —Señaló con el pulgar en la dirección de la otra pista de pruebas con armas ligeras—. Sólo espero que vuestro sobrino Morgan y Ardan no nos hayan superado.

¡Dios mío! Otros seis meses de burlas de Ardan y Morgan, ¡no!, pensó Hanse.

—Amén, amigo mío —sentenció, y entornó sus ojos de color azul claro—. Por cierto, ¿qué me cuentas de la nueva acompañante de Morgan?

Quintus sacó la batería de la pistola e introdujo ésta en la pistolera de hombro.

—Nada sospechoso. Como sabéis, ya se conocen muy bien. Kym ha visitado a Morgan sin previo aviso y lo ha encontrado casi siempre leyendo y estudiando historia militar.

—¿Algún informe sobre sus contactos con sus padres?

¿Ha alistado Michael a Morgan en sus enloquecidos planes?, prosiguió mentalmente Hanse.

—Nada raro —contestó Quintus—. En cierta ocasión, un mensajero trajo un holodisco del duque Michael a su hijo y Morgan lo vio de inmediato, pese a estar presente Kym. Ella dijo que no había visto nada inusual en el mensaje ni en la reacción de Morgan al verlo. —Sonrió——. En otras ocasiones, Morgan ha recibido discos, los ha dejado sobre una mesa y se ha marchado con Kym.

Una leve sonrisa asomó al rostro del Príncipe. Tal vez descubramos que, en realidad, Morgan Hasek-Davion no tiene nada que ver con las maquinaciones de su padre. Es muy probable que no sepa nada de ellas. Por desgracia, habrá presiones y yo debo averiguar cómo reaccionará.

—Bien, Quintus. Me gusta oír de una fuente independiente la confirmación de mis impresiones sobre Morgan. Sin embargo, quiero que se mantenga la vigilancia.

—Lo entiendo —asintió el jefe del servicio de espionaje. Guardó silencio por unos momentos y miró fijamente al Príncipe—. Ya sé que no me habéis pedido mi opinión, pero os la voy a dar de todas formas.

Como el Príncipe no contestó, Quintus tomó su actitud como un permiso para proseguir.

—Espero, Alteza, que comprendáis que habéis colocado a Morgan en una posición de gran responsabilidad. Otros MechWarriors de su edad (incluidos los que se graduaron con notas casi tan altas como las suyas) están alcanzando ahora el rango de capitán. Sólo pueden dirigir compañías, mientras que Morgan es comandante de la Guardia Pesada de Davion, con un batallón entero bajo su mando. No encontraréis a muchos individuos en las Fuerzas Armadas capaces de soportar todo el trabajo que eso requiere.

—¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Crees que Morgan va a derrumbarse por la tensión?

—No, mi Príncipe, no lo creo. Lo que deseo expresaros es que Morgan trabaja muy duro para hacerse merecedor de los honores con que lo habéis cubierto.

El ministro rodeó un pequeño montón de escombros en el medio de la calzada.

—Recordad el informe de Kym según el cual suele encontrarlo leyendo historia militar. Está aprendiendo los textos que utilizamos en la Facultad de la Guerra y ha conseguido una copia del software de análisis de batallas que utilizan para los exámenes de los oficiales.

Hanse aminoró el paso.

—¿Cómo lo ha logrado? —Miró con admiración a Quintus—. Supongo que tus hombres han podido calcular su rendimiento en esos exámenes.

Quintus aparentó inocencia.

—Hemos obtenido una copia de su trabajo e incluso una copia del software... actualizado a la luz de la actividad de las tropas durante las operaciones Galahad-26 y 27. —Inspiró profundamente y suspiró—. ¿Cómo lo ha hecho? Mostré una copia de los resultados a la mariscal de campo Yvonne Davion...

Una sonrisa ladina torció las comisuras de la boca de Hanse. Teniendo en cuenta el récord que ostenta Yvonne en la invención de tácticas innovadoras, es la más adecuada para juzgar los conocimientos de planificación de Morgan.

—¿Qué dijo Yvonne, Quintus?

—Sé hasta qué extremo odia a la familia Hasek. Por eso no le dije quién había sido el autor. Echó una ojeada a los resultados y quedó visiblemente impresionada. Elogió de manera especial las órdenes escritas para los comandantes en jefe de las compañías y las lanzas. Le parecieron claras, concisas y alentadoras. Las definió como «órdenes que hasta un idiota podría cumplir».

Hanse se cruzó de brazos.

—¿Qué dijo cuando le revelaste que había sido Morgan Hasek-Davion el autor de aquellos planes y órdenes?

Quintus se rió entre dientes.

—Me miró directamente a los ojos y dijo: «¡Con razón lo ha hecho tan bien, Quintus! Es un Davion, ¿no?».

—Así es Yvonne —comentó Hanse, sonriente—. Gracias, Quintus. Me alegra saber su opinión. —Arqueó una ceja—. Y, ¿qué piensas tú de sus conocimientos?

—Sus resultados son los mejores que he visto nunca —suspiró Quintus.

El Príncipe se detuvo.

—¿Mejores incluso que los de Dan cuando se graduó en la Academia Militar de Nueva Avalon?

—Los deja en ridículo. Dadle un regimiento, Alteza, y no habrá, una sola unidad de la Confederación de Capela que pueda resistir.

—Bien. —El Príncipe endureció su semblante—. ¿Hay noticias del duque Michael?

Quintus hizo una mueca como si hubiera tragado chrestra amarga.

—Hemos puesto un micrófono en el collar del perro del embajador, pero el chucho no ha estado presente en ninguna de las reuniones siguientes. Creo que la Maskirovka se dio cuenta de las protestas del animal durante el encuentro de octubre.

—Mala cosa, Quintus. Hemos de poseer pruebas concluyentes de la complicidad de Michael si queremos derribarlo.

Hanse frunció el entrecejo, irritado. Doblaron una esquina y pudieron ver el complejo central. Si Michael es tan estúpido como para estar trabajando para Max Liao, debe de haber cometido algún error. Sé que podemos pillarlo, pero ¿lo haremos a tiempo?

—¿Alguna novedad sobre el supuesto viaje de Michael a Sian? —preguntó el Príncipe.

Caminaban sobre las ruinas calcinadas de un edificio. El ministro de Inteligencia, Información y Operaciones negó con la cabeza.

—Nada sobre lo que podamos actuar, mi Príncipe. —La frustración de Quintus era ahora evidente—. Nuestros agentes en Sian afirman que Michael estuvo allí, pero utilizar esa información para acusarlo, en público o en privado, significaría la muerte para dichos agentes. Sabemos que estuvo allí y que colabora con el enemigo, pero no tenemos las pruebas suficientes para acabar con él.

—¿Siguen moviéndose las tropas de Liao de acuerdo a los erróneos números de tropas que suministramos al duque Michael?

Quintus asintió con entusiasmo.

—Como marionetas —comentó.

—Bien. Quizá la traición de Michael quede al descubierto en los ejercicios de Galahad del próximo verano.

El Príncipe abrió la puerta del salón del complejo. Dejó pasar a Quintus y sintió de inmediato el frío de la habitación en su cuerpo fatigado y bañado en sudor.

Al otro lado de la iluminada estancia, Ardan Sortek y Morgan Hasek-Davion estaban sentados en el suelo, con las espaldas apoyadas en la pared. Ardan, que tenía los brazos apoyados sobre las rodillas, levantó la cabeza.

—¡Miserables! —masculló.

El Príncipe lanzó una carcajada y miró el tablero de puntuaciones. ¡265 de 300 posibles! ¡No está mal! Miró la lista de resultados y vio que tanto Ardan como Morgan, aunque habían quedado en un lugar excelente, ni siquiera se habían aproximado a sus propios resultados.

—¿Qué os ha pasado?

—Un mal día —gruñó Ardan.

Morgan se rió y se echó varios mechones de pelo, largos y empapados, por detrás de las orejas.

—Decidimos que la mejor manera de batir a unos «carrozas» como ustedes era recorrer todo el complejo y acumular puntos a cambio de tiempo.

Ardan señaló con el pulgar a su exhausto compañero.

—Decidió que no era preciso ser cuidadosos.

—Vuestro porcentaje de impactos por disparos efectuados bajó vuestro resultado final —concluyó Quintus, y se volvió hacia el Príncipe—. Supongo que los «carrozas» podríamos darles una lección de puntería.

El Príncipe arrugó la nariz.

—Ya sabes cómo son los jóvenes: nunca escuchan a nadie.

—¿Cuánto tiempo más tendremos que soportar esto? —dijo Ardan a Morgan.

—Seis meses —contestó Morgan, echando la cabeza atrás.

—¡Uf!

Los cuatro rompieron a reír. Hanse y Quintus entregaron las pistolas y las baterías gastadas al oficial encargado de las armas de fuego y, a continuación, se encaminaron hacia la cafetería. Se sentaron con Morgan y Ardan alrededor de una mesa situada en una esquina y aceptaron de buen grado las jarras de espumosa cerveza que los derrotados les sirvieron de un barril.

Morgan se quitó la espuma que le cubría el labio superior y se volvió hacia Quintus.

—He oído rumores sobre un atentado contra Andy Redburn en Kittery. ¿Es cierto?

Quintus lanzó una mirada fugaz a Hanse y asintió despacio.

—Fue el pasado noviembre. ¿Conoces a Redburn?

—Fuimos compañeros de clase en mis dos primeros años en el Salón de los Guerreros de Nueva Sirtis. Fui trasladado a la Academia Militar de Nueva Avalon para estudiar allí mis dos últimos años de carrera. Nos vimos cuando vino a Nueva Avalon para asistir al juicio.

Morgan vio que Quintus se envaraba cuando mencionó el juicio por traición al que fue sometido su hijo Justin.

—Tengo entendido que el «golpe» acabó en un rotundo fracaso.

—La Maskirovka intentó asesinar al capitán Redburn, pero salió sin un rasguño.

—¿Sigue en peligro?

—Parece que se trató de una operación aislada —comentó Quintus—. Las órdenes procedían directamente de Sian, con el visto bueno de las instancias más elevadas de la Maskirovka.

Ardan hizo un dibujo en la espuma de la cerveza.

—Justin es la conexión. ¿Fue él quien envió a aquellos asesinos contra Redburn?

Quintus asintió con tristeza.

—Eso parece, aunque hemos encontrado una información interesante al desarticular la red de Kittery. —Esbozó una débil sonrisa—. Uno de los asesinos llevaba puesto un medallón que hemos relacionado con un antiguo culto a la muerte. Los miembros de ese culto adoran a una diosa hindú llamada Kali y creen que su deber sagrado es matar a otros humanos.

Morgan bajó su jarra.

—Creo recordar que los ingleses tuvieron problemas con una secta semejante hace unos mil años, en la Tierra. Los llamaban thugs, ¿verdad?

—Sí. Aquel culto fue suprimido una docena de veces, o eso pensaban, pero siempre resurgía. En todo caso, parece que hay grupos aislados en diversos planetas, incluida la Tierra. Uno de los enclaves más importantes se halla en el planeta de Highspire.

Hanse se envaró.

—Ese es el mundo principal del territorio de Romano Liao.

Quintus asintió en silencio y Ardan Sortek expresó en palabras los pensamientos del jefe del servicio de espionaje.

—Romano actúa como le place. Si tiene vínculos con un culto de asesinos, es imposible predecir qué problemas podría causar.

Quintus se sirvió más cerveza del barril.

—Es posible que fuese de Romano la idea de matar a Redburn, pero la conexión es débil. No tiene motivos para desear su muerte.

—Si está la mitad de loca que su padre, no necesita motivos —repuso Ardan.

Morgan consultó su cronómetro.

—Me gustaría quedarme con ustedes, ases de la puntería, pero tengo que irme corriendo. —Se sonrojó—. Hoy es el día de San Valentín, por si acaso lo han olvidado. Una dama está esperándome y no quiero que aspire los aromas corporales de mi cansancio.

Hanse sonrió a su sobrino. Vas en serio con Kym, ¿eh? Bien, porque quiero que confíes en ella.

—Que lo paséis bien, Morgan.

Morgan miró a Quintus.

—No sé cómo pedirle esto, ministro —empezó. Titubeó y luego pareció encontrar las palabras adecuadas—. Siento algo especial por Kym Sorenson, pero no me gustaría que la utilizaran en mi contra para poner en una situación incómoda a la Federación de Soles. ¿Podría ordenar una investigación sobre ella? —Levantó las manos—. No quiero leer el archivo. Al fin y al cabo, si ella desea ocultarme algún aspecto de su pasado, es cosa suya. Sólo deseo que me diga si está «limpia», por así decir.

—Dalo por hecho.

Morgan se echó a reír.

—Conociéndolo, sospecho que ya lo hizo. —Se volvió hacia Hanse—. Me gustaría que viniese como invitada a vuestra boda, tío, y no quiero que haya sorpresas.

Hanse asintió con gesto severo.

—Morgan, tu preocupación significa para mí mucho más de lo que podrías imaginar.