25
25
Sede del Primer Circuito de ComStar
Isla de Hilton Head, América del Norte. Tierra
17 de agosto de 3028
El capitán Daniel Allard saludó con una inclinación de cabeza a la oronda y rubia baronesa de Gambier, pero tenía la sensación de que su gélida sonrisa no se desharía nunca. ¡Por la Sangre de Blake! ¿Cómo ha conseguido Felicity una invitación? Mientras ella se aproximaba a él entre el gentío reunido en la amplia antesala del salón de baile, Dan comunicó en silencio su pánico al coronel Morgan Kell.
—Antes de que acudamos a la ceremonia, capitán, quería preguntarle cómo concibe la reorientación de la energía de fusión del motor de un ’Mech para obtener el máximo nivel de refrigeración...
Morgan hablaba lo bastante alto como para que la baronesa desviara su rumbo hacia algún grupo más acogedor. Morgan se echó a reír.
—Volverá. Ya lo sabes, ¿no? —avisó a Dan, que puso los ojos en blanco.
—Nuestros abuelos sirvieron en la misma unidad hace una barbaridad de años. Su hermano Jacques y yo fuimos buenos amigos en la Academia Militar de Nueva Avalon.
Durante un permiso de una operación de adiestramiento de cuadros en Gambier, me llevó a visitar a su familia. —Dan se estiró el cuello de la chaqueta del uniforme de gala—. Gambier está a sólo cuatro saltos de Kestrel; por eso, siempre que iba a Kestrel a ver a mis abuelos, me encontraba a Felicity en casa «por casualidad».
—He visto antes esa expresión en ella, Dan. Por ejemplo, es la misma que tiene ahora, mirando a Morgan Hasek-Davion. No es un buen presagio para tu prolongada libertad.
Dan hizo una mueca.
—Tal vez nuestro próximo contrato nos lleve más allá de la Periferia.
Un extraño brillo asomó a los ojos de Morgan, como si Dan hubiese puesto el dedo en una oscura y dolorosa llaga, pero se desvaneció enseguida.
—Quizá, Dan, quizás...
La sonrisa de Morgan se ensanchó cuando vio a un hombre de complexión fuerte y cabellos negros que se acercaba a él. Alargó la mano y saludó al recién llegado de manera efusiva.
—¡Scott Bradley! —exclamó—. Ha pasado demasiado tiempo.
Bradley le devolvió la sonrisa, pero un tic nervioso en su labio inferior delataba su inquietud.
—Así es, Morgan. Me alegro de verte en tan buena forma. —Soltó la mano de Morgan y la extendió hacia Dan—. Capitán Allard, es un placer volver a verlo.
Bueno, vuelven los hijos pródigos, pensó Dan, que estrechó con fuerza la mano de Bradley y la sacudió.
—¿Cómo está, Scott? —La mirada de Dan se desvió hacia los galones del uniforme verde oscuro de Bradley—. Ya es comandante...
Bradley asintió con cierta timidez.
—Sí, tengo mi propio batallón. —Miró a Morgan y Dan se fijó en su angustiada expresión—. Esperé, Morgan, como tú me pediste. Reuní a mi alrededor a un grupo de MechWarriors: gente espléndida. Me siguieron cuando abandoné a los Degolladores de McGee y formamos nuestro propio grupo mercenario. Después de tantos años de espera, Morgan, ya no sabía qué pensar.
Morgan sonrió y apoyó ambas manos en los hombros de Bradley.
—Scott, hiciste lo que debías hacer. Aceptaste cargar con la responsabilidad de un vasto número de personas y debes estar orgulloso de ello.
—Estoy orgulloso del batallón.
—Y yo lo estoy de ti por lo que hiciste —contestó Morgan, que lo zarandeó suavemente con afecto antes de soltarlo—. Has demostrado que ahora eres, aún más que antes, un líder nato. El hecho de que un grupo de mercenarios te apremie para que formes tu propia unidad indica que tienen en ti una confianza que pocos líderes son capaces de inspirar a su gente.
Bradley relajó el rostro y todo su cuerpo. El tic nervioso de su labio cesó y su voz adquirió una nueva confianza.
—Tengo un contrato de un año con la Federación de Soles. Serviremos como guarnición en Northwind, justo después de la boda, mientras parte de las tropas regulares participan en Galahad-28. Después esperaba que admitieras a los Bravos de Bradley como un batallón más de los Demonios de Kell...
—Los Demonios de Kell estarán orgullosos de admitiros, Scott. —Morgan miró a Dan con un brillo malicioso y añadió—: De hecho, si lo deseas, puedes designar a los Bravos de Bradley como Tercer Batallón de ’Mechs de los Demonios de Kell. Cumpliremos las formalidades cuando haya terminado vuestro contrato con la Federación de Soles.
Bradley dio un paso atrás, saludó y estrechó la diestra de Morgan.
—Consulté a los MechWarriors del batallón y se mostraron a favor de unirse a los Demonios. Con tu permiso, incluiré el emblema de los Demonios de Kell en nuestra insignia y lo colocaré en nuestros ’Mechs.
—De acuerdo, comandante Bradley. Te he echado mucho de menos.
Antes de que ninguno de los dos pudiera decir ni hacer nada más, empezaron a oírse aplausos cerca del umbral de la puerta. La ovación creció a medida que se sumaba el resto de la multitud. Los tres MechWarriors aplaudieron también al ver que Melissa Arthur Steiner, radiante, con un vestido reluciente, sin mangas y dorado como sus cabellos, entraba en la sala flanqueada por Katrina Steiner y Hanse Davion. La heredera del Arcontado inclinó grácilmente la cabeza para agradecer la ovación y dejó que su prometido la ayudara a bajar la escalera. La Arcontesa, llena de orgullo, los seguía.
Dan sintió la mano de Morgan sobre su hombro.
—¿Debemos sumamos a la fila de saludo?
—No, mi coronel. Ve tú con Scott. —Dan miró a las demás personas que cruzaban el umbral—. Mis padres acaban de llegar y debería hablar con ellos. Además —agregó al ver que la baronesa de Gambier le había tendido una emboscada cerca de la fila de saludo—, odio hacer cola.
Mientras se abría paso entre el gentío en dirección a sus padres, Dan se fijó con regocijo en algunos grupos de MechWarriors retirados, sospechosamente próximos a un puñado de aristocráticas viudas. Aunque se sintió tentado de intervenir en una discusión de oficiales kuritanos acerca de la superioridad de las tropas regulares sobre las mercenarias, Dan siguió avanzando entre nocivas nubes de humo de puros e intensos perfumes, hasta que logró llegar junto a los Allard.
Quintus Allard estrechó la mano de su hijo y le dio un cariñoso abrazo.
—¡Maldita sea, Dan! Tienes un aspecto excelente.
—Tú también, padre —contestó Dan, riendo. Dio un paso atrás y examinó con gestos de aprobación su traje gris de doble pechera—. ¿Es nuevo?
Quintus asintió con una amplia sonrisa.
—Lo compré para la boda.
—Parece muy bueno, muy elegante. Debe de haberlo escogido mi madre —dijo Dan, burlón, y se volvió para abrazar a su madre—. Me alegro de verte, madre.
Sonriente, la soltó y admiró su aspecto. Aunque tenía cincuenta años, su esbelta figura y sus brillantes ojos verdes no se correspondían con su edad, al igual que su abundante cabellera rubia. El vestido verde sin mangas que llevaba puesto no era nada apropiado para una madre de familia, pero la corta chaqueta a juego añadía el toque exacto de respetabilidad.
Tamara Kearny Allard acarició el dibujo de la negra cabeza de lobo demoníaco bordada en la chaqueta de Dan y dejó descansar los dedos sobre la cinta de Matador de Dragones del hombro izquierdo. De súbito, apartó la mano y se la llevó a los labios.
—Lo siento, Dan, tu hombro...
—Todo está en orden, madre —dijo. Le guiñó un ojo y la hizo sonreír otra vez—. Estoy muy bien, madre. De verdad. El hombro se curó hace tiempo. —Miró a su hermana—. ¡Hola, Riva! ¿Cómo está mi hermanita?
Riva arrugó su respingona nariz y abrazó a su hermano.
—Tu hermanita acaba de ser admitida en los cursos de doctorado del ICNA.
Dan se echó a reír y la abrazó con más fuerza aún.
—¡Es fantástico, «ratita»! —exclamó.
Riva se separó de Dan y lo señaló con el dedo.
—¡Me prometiste no volver a llamarme así, Daniel!
La cólera brillaba en sus ojos de color azul cielo con tanta intensidad como los reflejos de su vestido de seda azul. Dan se apartó un poco e hizo un esfuerzo por reconocer a la mujer en que se había convertido su hermana. Aunque seguía llevando sus negros cabellos cortados a lo garçon y sus ojos no habían perdido el fuego de su impulsivo carácter, estaba claro que los días en que se comportaba como un chico ya habían quedado atrás. Dan inclinó la cabeza con gran dignidad.
—Perdóname, Riva. —El rostro de la joven se alegró de nuevo y ambos se sonrieron con afecto—. Así pues, ¿en qué vas a especializarte para el doctorado?
Riva titubeó, miró con preocupación a su padre y, por último, bajó la mirada.
—Interfaces neuro-cibernéticas, sobre todo la regeneración ayudada por medios cibernéticos.
Dan trató de sonreír. Por Justin, ¿verdad, Riva? Asintió y procuró alegrar su sonrisa.
—Estoy seguro de que tu trabajo ayudará a muchas personas.
—Nos alegramos mucho al recibir el mensaje de la Mac que decía que estabas a bordo y asistirías a la boda —dijo Quintus a su hijo—, pero el Príncipe creía que el coronel Kell iría acompañado de la comandante Ward.
—Salome enfermó de un virus un par de días antes de la partida y lo utilizó como excusa para quedarse en Arc-Royal. Yo tenía el presentimiento de que no quería venir a la boda, pues está trabajando mucho en el adiestramiento del Primer Batallón de ’Mechs. Conn O’Bannon y ella mantienen una feroz rivalidad. En realidad no importa cuál sea el mejor batallón, si el Primero o el Segundo, porque ambos serán temibles.
Algunos aplausos dispersos volvieron a atraer la atención de Dan hacia la puerta. Eran para Michael Hasek-Davion y Marie, su esposa, dos personas totalmente opuestas. Michael era delgado y caminaba muy erguido; tenía tanto brío que parecía más alto de lo que era, y sus ojos verdes, todavía más penetrantes. Una anilla de plata mantenía sus largos cabellos negros apartados de la cara. Ataviado con un uniforme de gala festoneado, tenía un aspecto impresionante.
A su lado caminaba Marie. Era tan bajita que, por comparación, su marido parecía aún más alto. Llevaba un vestido un poco más oscuro que el de la condesa Allard y un peinado que le recogía los cabellos en el lado izquierdo del rostro con un broche de malaquita y plata. Miró con amor al duque y se dejó llevar por él al bajar la escalera que conducía a la antesala.
Dan se volvió de nuevo hacia sus padres justo a tiempo para ver la sombría expresión de Quintus. ¿Y ahora qué pasa? Sé que el duque Michael y mi padre no sienten precisamente afecto el uno por el otro, pero mi padre no ha sido jamás rencoroso con nadie.
—Parece como si Michael y su esposa hubieran soportado bien el viaje por el sistema —comentó Dan, sonriente—. El capitán de la Mac dijo que viajaban a una velocidad de 1,75 G. La duquesa debe de haberse resentido de ello.
Riva lanzó miradas cautelosas a ambos lados.
—La duquesa ha venido a la Tierra a bordo de la nave del Príncipe —dijo en voz baja.
Dan, pensativo, se humedeció los labios.
—Interesante... —murmuró.
Entre corteses aplausos, el siguiente en aparecer por el umbral de la puerta fue Janos Marik, capitán general de la Liga de Mundos Libres. Aunque había sido un hombre alto, la edad le había encorvado los hombros y blanqueado por completo su larga melena. Unas profundas arrugas le surcaban la frente y las comisuras de los ojos. Todo lo que estaba relacionado con él, incluido el emblema de Casa Marik que llevaba tatuado en la frente en colores negro y púrpura, parecía cansado. En el uniforme llevaba colgadas las medallas y cintas que correspondían a la larga carrera del más anciano de los gobernantes de los cinco Estados Sucesores; sin embargo, Marik parecía agobiado por la responsabilidad que todo aquello representaba.
Su consorte, una mujer de fascinante belleza, con largos cabellos de color castaño y ojos casi hipnóticos, parecía llena de suficiente vitalidad para dirigir tanto a su marido como el Estado. Cuando tomó de la mano a Marik, el anciano pareció rejuvenecer. Sonrió a su compañera y ella le devolvió la sonrisa con una mirada que pareció operar en una legión de niveles diferentes. Cuando Dan vio la forma como su vestido rojo se ceñía a su esbelto cuerpo y su manera de arrimarse sin cesar al capitán general, envidió a aquel anciano.
Riva se inclinó hacia su hermano.
—Janos Marik ya está muy viejo —le susurró al oído.
Dan asintió.
—La guerra civil que ha librado contra su hermano Antón lo ha deteriorado mucho, aunque dicen que está mejor desde que Brownwen Rafsani se convirtió en su amante. —El Demonio de Kell señaló con la cabeza a los demás miembros de la familia Marik, que entraban en la sala detrás déjanos—. A menos que alguno tome ventaja pronto, yo diría que habrá otra guerra civil en cuanto él muera.
La mitad de los herederos de Janos lucharán por el bastón de capitán general; y la otra mitad, por ella, pensó sonriente.
La aparición de los grandes señores del Condominio Draconis interrumpió las especulaciones de Dan sobre la Liga de Mundos Libres. Takashi Kurita se detuvo, con la cabeza muy alta, antes de entrar en la sala. Era un hombre atractivo que rezumaba fuerza por todos sus poros. Aunque sus cortos cabellos se habían teñido de blanco en las sienes y encima de la frente, los demás eran tan negros como en su juventud.
Vestido con un anticuado frac y un pañuelo a rayas grises en el cuello, Takashi reivindicaba la dignidad de la tradición. Saludó a la multitud con una leve inclinación de cabeza y bajó los escalones.
Lo seguía su esposa, Jasmine Kurita, con la mirada respetuosamente baja. Era pequeña y delicada, y llevaba sus negros cabellos recogidos en la nuca según el estilo japonés tradicional. Unos jazmines pintados a mano decoraban su bata de seda verde.
—Tiene un andar tan grácil... —gruñó Riva con envidia.
Su hermano asintió.
—Pero es fácil que se rompa algo tan delicado.
Dan se envaró al ver a los dos invitados draconianos que entraron después en la sala. ¿Qué hace aquí?, se preguntó. Se volvió hacia su padre y le dijo:
—Ese, el más viejo de los dos, es Yorinaga Kurita. —La pechera y las mangas de la hakama de Yorinaga estaban decoradas con la ola que simbolizaba la Genyosha—. ¿La ves, padre? Esa es la insignia que no pudisteis identificar.
Quintus Allard asintió lentamente. Sus espesas cejas canas casi se tocaron en el centro de la frente.
—¿Quién crees que es el otro? —preguntó, y señaló con la barbilla al hombre alto y rubio que bajaba la escalera junto a Yorinaga.
—No lo sé, pero apuesto a que viene de Rasaihague. Lleva la misma insignia, de modo que debe de estar en la unidad de Yorinaga.
—Humm... ¡Qué raro! —murmuró Quintus, y se rascó el cogote—. Recuerdo que Yorinaga tenía un hijo antes de caer en desgracia.
Dan enarcó una ceja.
—¿Qué fue de él?
—La verdad es que no lo sé. La mujer de Yorinaga se suicidó. Suponíamos que el chico también había muerto, pero tal vez no fue así. —La mirada de Quintus seguía el paso del coordinador Takashi Kurita y su esposa—. Sin embargo, Theodore Kurita no aparece. ¡Qué interesante!
—¿Por qué? —inquirió Riva.
El semblante de Quintus se congeló en una expresión que Dan reconoció de inmediato. Aquella mirada decía: «no puedo hablar de eso». Dan se sindó confundido, porque la respuesta a la pregunta de Riva qo podía decirse que fuera información reservada.
—Todos están mostrando a sus herederos —explicó a su hermana—. Si Theodore está perdido por algún lugar del Universo con su unidad de ’Mechs, la gente se pregunta cómo deben de ir las relaciones entre Takashi y su hijo.
Quintus asintió, confirmando el análisis de Dan, y se volvió al ver que era Maximilian Liao la siguiente personalidad que aparecía en el umbral de la puerta. Vestido con un manto negro bordado por todas partes con emblemas de Liao con reluciente hilo de seda blanco, el alto y delgado Canciller capelense no parecía muy alegre. Una fina sonrisa tensó las comisuras de su boca al escudriñar a la multitud, y se estiró sus largos bigotes con la zurda.
En contraste con el Coordinador draconiano, Maximilian Liao se volvió y alargó la mano hacia su esposa. Elizabeth Jordán Liao la aceptó con un elegante gesto. Era casi tan alta como su marido y su belleza era impresionante. Su negra melena, larga hasta la cintura, le cubría el hombro derecho y ocultaba parcialmente su bata de seda blanca. Esta estaba adornada con profusión de dragones y tigres bordados con hilo negro, pero aquellas agresivas representaciones no podían deslucir la feminidad ni el encanto de Elizabeth.
Tras su padre y su madrastra entró Romano Liao, que acaparó la atención con el aire de una guerrera que hubiera conquistado el planeta. Su dorado vestido estaba bordado con seda azul, pero su evidente inseguridad apagaba un tanto su belleza. A su lado, vestido de azul con seda dorada, Tsen Shang escoltaba a Romano con una sonrisa de satisfacción. El analista de la Maskirovka la ayudó a bajar los escalones, aunque la expresión de Romano delataba que no estaba dispuesta todavía a ceder el protagonismo.
A Dan se le cortó la respiración cuando entraron Candace Liao y su acompañante. ¡Dios mío! ¡Es Jusítn! Riva lanzó una fugaz mirada a Dan, y Tamara apretó la mano de su marido.
A diferencia de Maximilian y Romano, Candace había optado por ir vestida con un vestido negro ceñido y con lentejuelas negras, en lugar del atuendo capelense tradicional. Como una concesión a la moda, llevaba el brazo derecho desnudo, pero una manga entera cubría el izquierdo, desde el dorso de la mano hasta la garganta, ocultando así las cicatrices del hombro. Unas lentejuelas se extendían por la manga como hiedra, mientras que otras subían en espiral y se dispersaban por el resto del vestido.
Justin, con una máscara de orgullo en su rostro, permanecía unos centímetros por detrás de Candace, totalmente concentrado en ella. Iba ataviado con una chaqueta negra larga hasta la cintura y unos pantalones negros de raya muy marcada que resaltaban su delgadez. Ningún dibujo ni ninguna insignia adornaban la chaqueta. Como si quisiera imitar el modo como Candace se cubría en parte la mano izquierda con la manga del vestido, Justin llevaba un guante de piel negro.
Candace volvió la cabeza hacia Justin y levantó la mano izquierda. Justin la tomó con la diestra y la ayudó a descender la escalera. Aunque el coronel Pavel Ridzik, el alto y pelirrojo director de Estrategia Militar de la Confederación de Capela, fue el siguiente en cruzar el umbral —seguido con discreción por Alexi Malenkov, vestido de uniforme—, nadie se fijó en él.
Dan se volvió hacia su padre, cuyo rostro había adquirido un tono ceniciento.
—Tengo que hablar con Justin —le dijo.
—No, Dan. No lo hagas, por favor.
—¿Cómo puedes decirme eso? ¡Es mi hermano, maldita sea! Además, hace años que no lo he visto. —Bajó la mirada al recordar un holovídeo en el que había presenciado los combates de Justin en Solaris—. Al menos, no en persona.
La mirada de Quintus se endureció.
—Ha cambiado, Dan. Ya no es el Justin que conocimos.
Dan irguió bruscamente la cabeza y su voz adquirió un tono igualmente tajante.
—Eso lo comprobaré yo mismo. ¿Vienes, Riva?
—Gracias, pero he venido a divertirme.
—Estáis equivocados con respecto a él —dijo Dan.
Tamara le apretó el brazo.
—No estamos equivocados, Daniel. —Tragó saliva para contener las lágrimas—. Todavía lo amamos; por eso estamos tan tristes.
Dan se apartó y empezó a avanzar entre el gentío. Nadie puede cambiar tanto. Sé que sufrió mucho durante el juicio. También sé que las compañías de holovídeo destacaron el odio de Justin a los combatientes de la Federación de Soles. Pero un hombre es quien es y nada podría cambiar tanto a Justin. Recordó a Jeana y lo que ella le había dicho en Tharkad. Pero el Justin junto al que había crecido debía de seguir allí, en alguna parte.
—¡Justin! ¡Justin, espera!
Su hermano se detuvo y Dan sonrió, pensando en su reencuentro. La sonrisa desapareció de su rostro cuando Justin se volvió despacio hacia él.
—Buenas noches, capitán.
La voz de su hermano había sonado tan fría como la expresión de su rostro. Dan notó un sabor amargo en la garganta.
—¿Capitán? Justin, soy tu hermano...
Justin se envaró, pero Candace le impidió replicar. La joven sonrió con expresión cordial, saludó a Dan con una inclinación de cabeza y se volvió hacia Justin.
—Ciudadano Xiang, no me has presentado a este atractivo caballero.
—Perdóneme, duquesa —repuso Justin con una sonrisa apenas esbozada—. Capitán Daniel Allard, le presento a Candace Liao, duquesa de St. Ivés. Duquesa, le presento al hijo del hombre que fue mi padre.
Dan quedó estupefacto por la frialdad y el odio que teñían la voz de Justin, pero tomó la mano derecha de Candace con gesto cortés y se la llevó a los labios.
—Es un placer conocerla, duquesa —dijo, y señaló a Justin—. En otro tiempo me habría presentado como su hermano.
Justin irguió bruscamente la cabeza.
—Hermanastro, pero ya ni eso. Hanse Davion dijo a Quintus Allard que ya no tenía un hijo. Por decreto imperial, suprimió todo lo que yo había sido. Perdí a un padre, a un hermano, a una familia..., una vida entera.
Dan se envaró al percibir la amargura que destilaba la voz de su hermano.
—Justin, espera. —Luchó por controlar su jadeo mientras el corazón le latía desbocado—. Lo que ocurrió entre Hanse Davion y tú no cambia las cosas entre nosotros. Todavía somos hermanos.
—Eso es imposible. Nuestra relación pertenece a un sistema y a una sociedad que ahora me están vedados. Esto no es ningún juego, capitán. Nadie va a gritar que todo era una broma. Los secretos que compartimos, los clubs que formamos y las claves que creamos, ya no existen. Todo ha desaparecido. Todo. —Se acercó a Dan y lo miró fijamente a los ojos—. ¡Justin Allard murió hace año y medio!
Dan miró con incredulidad a Justin por unos segundos que parecieron durar horas. Por fin, una vez que hubo controlado su ira, se irguió cuan alto era y contempló al hombre que había sido su hermano.
—No le creo, ciudadano Xiang. No creo que Justin Allard haya muerto. Por el contrario, prefiero pensar que, como el rey Arturo o el general Kerensky, Justin Allard es un héroe que espera la ocasión propicia para regresar. Y cuando lo haga, ciudadano, dígale que su hermano está esperándolo.