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Sede del Primer Circuito de ComStar

Isla de Hilton Head, América del Norte, Tierra

18 de agosto de 3028

Arrodillado junto a la cama, Akira Brahe sacó su maleta de polybaux de debajo de la cama y la dejó sobre el colchón. La abrió con cuidado y sacó el forro de la bisagra que mantenía unidas las dos mitades de metal plateado de la maleta.

Lanzó una nerviosa mirada hacia la puerta para asegurarse de que estaba bien cerrada con llave y pestillo. Podría meterme en un buen lío por esto, pero sólo un loco viajaría desarmado yendo como invitado de su enemigo. Se estremeció. Hasta esta tarde, no había considerado a ComStar como la principal amenaza...

Akira sacó una navaja multiusos de la bolsa de útiles de afeitar de su mesita de noche y extrajo el destornillador. Deslizó la yema del dedo pulgar por la cuña triangular labrada en la pieza para convenirlo en un tenedor de dos púas. Sonrió y encajó la pieza en cada uno de los tornillos especiales del borde de la bisagra.

Cuando hubo extraído el último tornillo, lo dejó con los demás en el fondo de la maleta y levantó la plancha de la bisagra. Entre la bisagra y el borde de polybaux de la maleta, había un pequeño escondrijo. Akira sacó de su interior un fino fragmento de metal envuelto en papel. Las marcas que tenía en el centro coincidían con las posiciones de los tornillos de la bisagra. Cuando Akira quitó el papel que cubría el fragmento de metal, la luz de la lámpara de la mesita de noche se reflejó en su afilado borde.

Volvió a atornillar todos los tornillos menos dos. Cerró la maleta y volvió a guardarla bajo la cama. Se dirigió a la cómoda y sacó de ella un grueso cinturón de cuero y un cepillo de la ropa. Los arrojó sobre la cama, al lado de la cuchilla. Tras unos instantes de vacilación, se quitó la camisa y cubrió su torso desnudo con un grueso suéter negro.

Akira volvió al lecho y separó la hebilla del cinturón. Era un óvalo oblongo de bronce, con el grabado de una flor de loto en el centro. Aquella hebilla decorativa había sido hecha en el mismo estilo que la guarnición de una espada japonesa del siglo XVI. Akira la encajó en la espiga de la hoja y la fijó con uno de los dos tornillos que no había vuelto a poner en la maleta.

Sacó el mango de madera del cepillo de la ropa y lo ajustó en la guarnición, convirtiéndolo en la empuñadura de la improvisada espada. Cuando quedó convencido de que la había ajustado lo mejor posible a la guarnición, utilizó el último tornillo para fijarla. Por último, Akira usó el cortante filo de la espada para, desde el extremo donde había estado la hebilla, romper el hilo con el que estaban cosidas las dos tiras de cuero que constituían el cinturón. La larga hoja se introdujo en la vaina sin el menor ruido.

Tras sacar los negros cordones de un par de zapatos, Akira examinó el bosquejo de las instalaciones de adiestramiento de ComStar que había pergeñado al llegar a su cuarto. Cuando el grupo había salido del edificio, él había escudriñado los diferentes accesos y elaborado un plan para volver sin ser visto. Empapando en agua su suéter negro de lana y los pantalones, obtendría una leve protección ante los rastreadores de rayos infrarrojos. Frunció el entrecejo al pensar si bastaría con aquel truco.

Siguió con uno de sus delgados dedos la ruta que había dibujado a lápiz. Venir del mar por el lado sur y buscar entradas. Akira recordó la orgullosa expresión del guía al enumerar la docena de proyectos de construcción emprendidos en los dos últimos siglos para ampliar las instalaciones de ComStar. Las diapositivas, realizadas a vista de pájaro, mostraban las ampliaciones y solían incluir imágenes de las playas que rodeaban la isla.

Excepto en el área meridional de las instalaciones de adiestramiento. Allí, la orilla ha retrocedido unos cincuenta metros con el paso de los años; el último gran retroceso se produjo al erigirse el edificio de adiestramiento. Pero se suponía que los riscos no crecerían como si fueran playas.

Akira utilizó los cordones para improvisar una correa de la vaina. ¿Por qué me cuesta tanto creer que ComStar esté adiestrando a MechWarríors? El guía nos recordó que la Tierra se convirtió en territorio neutral y cuartel general de ComStar a raíz del ataque planeado y ejecutado por Jerome Blake para conquistar el planeta. Algunos afirman incluso que pagó con enormes cantidades de piezas sobrantes a los regimientos de ’Mechs que lo habían ayudado. Pero ¿cómo puede averiguarse si lo que les entregó no fue más que una porción ridicula de los materiales de que disponía? Al fin y al cabo, la Tierra era la capital de la Liga Estelar. ¿Quién sabe lo que encontró Blake en realidad?

Akira se puso en el regazo la bolsa de útiles de afeitado, sacó de su interior una pequeña linterna y una tiza gastada y los guardó en el bolsillo delantero izquierdo junto con la navaja que había utilizado con anterioridad. Apagó la lámpara de la mesita de noche y el cuarto quedó sumido en la oscuridad. Tras esperar con los ojos cerrados durante treinta latidos del corazón, abrió de nuevo los párpados y su vista se adaptó de inmediato a la luz que proyectaba la franja blanca de la única luna de la Tierra.

Se colgó la espada a la espalda, con la empuñadura a la altura del hombro izquierdo, y se dirigió a la puerta de arco. Sacó del bolsillo una tela de punto negra con la que se envolvió el rostro y la cabeza, dejando al descubierto sólo los ojos y la piel que los rodeaba. Por último, se puso unos guantes de cuero negros, abrió la puerta y se sumergió en las sombras.

Se convirtió en parte de la noche. Corrió de las zonas de sombra del edificio a unas laderas cubiertas de largas algas azotadas por el viento. El estruendo de las olas al romper en la playa y el rumor de las hojas ahogaron los escasos ruidos que hizo Akira durante su marcha. Allí donde la boca de un canal atravesaba la playa, se zambullía en las aguas y nadaba hasta la otra margen.

Al principio, Akira avanzaba con una cautela exagerada. Necesitó media hora para recorrer quinientos metros de playa desierta; después, cedió a sus instintos nocturnos y se dejó guiar por ellos. Sólo se fijaba de manera consciente en las cosas extraordinarias. Aparte de algunos invitados que llegaban tarde a la recepción de Casa Marik, había pocas cosas que pudieran llamarle la atención.

Orientándose sólo por el tacto, Akira trepó por la pared rocosa que formaba la costa meridional. La ascensión no le resultó difícil, salvo en una ocasión en que hubo de retroceder por no encontrar más asideros. Comparado con los riscos de la hacienda de su abuelo en Rasalhague, aquella pared de diez metros de altura era una bagatela. Por fin, se alzó sobre el borde y se quedó quieto unos momentos para escuchar y reponer sus fuerzas.

Mientras yacía tumbado, se acordó del mapa. Se trate o no de ComStar, tuvieron que construir vías de ventilación cuando se ensanchó esta lengua de tierra y construyeron unas instalaciones subterráneas. De lo contrario, tendré que probar algunos de los trucos que aprendí para obtener suministros no autorizados de los depósitos de la 11ª Legión de Vega. Si funcionan también en la Tierra, mañana estaré en las áreas de acceso restringido del edificio.

Como no oyó nada sospechoso mientras permaneció tumbado en el borde del risco, Akira se adentró entre la espesa maleza. Su deseo de hacer el menor ruido posible le dificultaba en gran manera la marcha, pero no pasó mucho tiempo hasta que encontró un cilindro de cemento coronado por una rejilla, que sobresalía aproximadamente medio metro de una pequeña elevación del terreno.

Encerró entre las manos la linterna para ocultar en parte su haz de luz y examinó los cuatro pernos que sujetaban la rejilla al respiradero. Sonrió y sacó la navaja. El aire salado y el calor ambiental habían aflojado y deteriorado los pernos. Akira sólo tuvo que dar con fuerza unos pocos giros con la hoja dentada de la navaja.

Se echó la espada sobre el vientre y se introdujo con los pies por delante en el tubo, que estaba construido en posición inclinada. Aunque era más angosto que la carlinga de un ’Mech, no causaba el menor pánico a Akira. Es tan estrecho que podré subir por él con facilidad. Volvió a colocar la rejilla en su lugar y se adentró en la oscuridad.

A una profundidad de unos siete metros, el tubo se cruzaba con otro túnel de doble diámetro. Akira se dejó caer en él y se quedó acurrucado. Sacó un trozo de tiza del bolsillo y marcó la pared del túnel con un triángulo que señalaba hacia la superficie. Luego miró en ambas direcciones y optó por seguir hacia el sur, en dirección al océano.

Avanzaba con cuidado por el túnel de ventilación y empleaba la linterna sólo cuando era absolutamente necesario. Cuando lo hacía, mantenía bajo el haz de luz para que no alterase su visión nocturna. Doce metros más adelante, el tubo principal comenzaba a descender en un ángulo más cerrado, mientras que otro se extendía por un lado hacia el oeste.

Akira se detuvo. El aire más húmedo procede de allá abajo. Al parecer, las instalaciones de adiestramiento de ComStar se extienden por debajo del océano. Receló de bajar por aquel tubo, por temor a que llegara a descender en picado o ser demasiado resbaladizo para subir por él. Tomó el túnel del oeste, que parecía correr en paralelo a la pared del risco.

Diez metros más allá, vio una luz procedente de un respiradero. Avanzó muy despacio por el túnel con el corazón palpitante y se esforzó por identificar los soni-dos que oía más abajo. No tardó en distinguir voces. Con resolución, intentó descifrar el significado de las palabras. Luego llegó al respiradero.

Akira sintió un nudo en la garganta. Debo de haber muerto e ido al Valhalla. Contempló estupefacto la escena que aparecía debajo de él. ¡Por la sangre del Dragón! Es el Valhalla, o el infierno del Universo...

Ante Akira se extendían incontables filas de BattleMechs por toda la superficie de la caverna. Estaban agrupados por su peso: los ’Mechs más ligeros se hallaban junto a las paredes, mientras que los titánicos ’Mechs de asalto ocupaban la zona central. Las máquinas de guerra permanecían en perfecta formación como soldados en posición de firmes. Enanos en comparación con aquellos monstruos, numerosos Techs y asTechs vestidos con las túnicas amarillas de los acólitos de ComStar trasladaban diversos equipos de reparaciones y mantenimiento.

Akira intentó humedecerse los labios, pero tenía la boca totalmente seca. Las largas filas de ’Mechs se perdían en las profundidades de la enorme cavidad hasta el punto de que Akira apenas podía distinguir las máquinas más alejadas. Todos los ’Mechs eran relucientes y blancos a excepción del logotipo de ComStar grabado en oro sobre sus pechos.

Akira se frotó los ojos con incredulidad, pero no podía negar la realidad: allí había una auténtica legión de BattleMechs mantenida por ComStar. Se sintió desolado. Tal vez mi padre crea que vio el pájaro amarillo cuando luchó contra Morgan Kell, pero estaba equivocado. Es esto... Es esta horda de 'Mechs la que será mortal para el Dragón. Observó las máquinas más próximas y se fijó en que no estaban construidas con materiales recuperados de los campos de batalla. Si alguno de estos ’Mechs ha estado en una batalla, yo solo podría defender toda la frontera con la Mancomunidad.

Akira, aterrorizado, subió arrastrándose por los túneles de ventilación hasta el respiradero por donde había entrado, borrando las marcas de tiza a medida que se las encontraba en su camino. Apretó las rodillas, los codos y la espalda contra las paredes del túnel y, con la espada colgando sobre el pecho, trepó hasta la superfi-cié. Al llegar a la salida, apartó la rejilla y la dejó en el suelo. Salió del angosto tubo e hizo un ejercicio de estiramiento de sus cansados músculos.

Un alambre rodeó la garganta de Akira y lo lanzó hacia atrás cuando el atacante intentó estrangularlo con él. Gracias a que había rodeado también la empuñadura de la espada, el alambre no logró aplastar la tráquea de Akira y le dio la oportunidad de defenderse. El MechWarrior agarró el alambre con la diestra al tiempo que hundía el codo izquierdo en el pecho del atacante. Le asestó un segundo codazo y oyó cómo se fracturaban algunas costillas. La presión del alambre cedió ligeramente. Akira lo sujetó con ambas manos y tiró de él. De improviso, se agachó, se inclinó hacia adelante y arrojó al atacante por encima de él.

Aun antes de que el asesino cayera al suelo, Akira ya había empuñado la vaina y se la había arrancado. Aunque toda su atención estaba centrada en la persona que yacía ante él, atisbo que algo se movía a su izquierda y empezó a desenvainar la espada. Otro atacante surgió de entre los matorrales y se abalanzó sobre Akira, blandiendo una barra metálica un poco más pequeña que su espada. Akira giró a la izquierda y efectuó un débil intento de parar el golpe con su espada a medio desenvainar, pero fracasó en su propósito.

La barra impactó con fuerza en su pectoral izquierdo y le causó un dolor insoportable que le laceró los nervios de aquella mitad del cuerpo. La descarga eléctrica arrojó por los aires a Akira como un muñeco roto por un niño enfadado. El MechWarrior rodó por el suelo hasta quedarse acurrucado, mientras que la espada desaparecía entre los matojos.

Una porra aturdidora. Me siento como si la mitad de mi cuerpo estuviese ardiendo. Yació de espaldas, jadeante, mientras una tercera persona se unía a las otras dos. Las tres llevaban puesto un casco con una visera oscura que les ocultaba el rostro por completo. Sus oscuros uniformes tenían coderas y rodilleras, pero ningún galón ni insignia que pudiese distinguir Akira. Dado que los tres individuos eran altos y de complexión fuerte, supuso en un primer momento que eran todos hom-bres; pero, como no les veía el rostro ni distinguía ningún otro rasgo característico, llegó a la conclusión de que no había forma de determinar a qué sexo pertenecían.

El primer atacante enrolló el alambre con sus enguantadas manos. Cuando se volvió hacia el recién llegado, su voz sonó como el zumbido de un insecto a causa de una distorsión provocada por un modulador.

—Debe morir por mi mano, mi capitán.

—No —respondió la otra figura, y señaló a Akira con la porra aturdidora—. Yo lo golpeé. Morirá por la mía.

El que llevaba el alambre se cubrió las costillas rotas con el codo izquierdo.

—Pero puso las manos sobre mi persona.

El capitán asintió al hombre del alambre. Cuando Akira vio que éste se adelantaba para rematar el trabajo iniciado antes, le dio una patada con el pie derecho. El pie lo golpeó con violencia en la espinilla. Luego le asestó otro puntapié que lo arrojó sobre los matorrales. El modulador convirtió los gritos del hombre en ásperos graznidos mientras rodaba por el sotobosque. Luego se oyó un fuerte estrépido y cesaron los graznidos.

Akira, medio paralizado, miró con expresión amenazadora a los otros dos guardias.

—No os será fácil matarme —les dijo.

—Como quieras, infiel.

El hombre que blandía la porra aturdidora dio un paso hacia Akira, pero entonces surgió otra figura embozada de la maleza, que sujetó con una mano la barbilla del guardia de ComStar y con otra, la parte posterior del casco. Le aplicó una llave tan brutal que lo levantó en vilo y le rompió el cuello como si fuera una rama seca.

El capitán de ComStar se volvió hacia la oscura y delgada figura, empuñó un látigo neural y proyectó su hoja hasta la longitud máxima. El látigo restalló con un zumbido eléctrico y el otro hombre se agachó. El capitán manejó el látigo como si fuera un florete, haciendo dos fintas a su víctima. Akira notaba que crecía la confianza del hombre de ComStar.

Entonces, otro hombre más bajo apareció a espaldas del capitán.

—Ni hablar, Morgan. Usted ya tuvo al otro. —E recién llegado hizo crujir sus nudillos y lanzó una ri sotada—. Éste es mío... Veamos de qué pasta esta hecho.

El capitán se revolvió con rapidez y asestó un latigazo al tercer hombre. Éste lo esquivó agachándose y pasó sus piernas entre las del capitán, que cayó de espaldas al suelo y levantó las manos para protegerse.

Sin embargo, el hombre más bajo no siguió atacándolo, sino que meneó la cabeza y se sacudió el polvo de las manos.

—Lento, muy lento —dijo. Contempló al capitán y le hizo señas para que se incorporase—. ¡Vamos, levántate El capitán se puso en pie y blandió de nuevo el látigo neural. Avanzó milímetro a milímetro como un espadachin, controlando cada uno de sus gestos, al tiempo que movía la punta de la hoja en pequeños círculos. Cuando creyó que se había reducido lo suficiente la distancia que lo separaba de su contrincante, arremetió contra él El hombre bajo se echó a un lado y se agachó pan esquivar el segundo latigazo. Mientras el capitán retrocedía y trataba de recobrar el equilibrio, el hombre le dio una patada que le lanzó la cabeza hacia atrás y lo derribó al suelo.

—Adelante, Jaime. No tenemos mucho tiempo —le apremió el otro hombre embozado.

Wolf asintió, sacó un guante del cinto y se lo puso en la zurda, El capitán se incorporó, pero, antes de que pudiera atacar de nuevo, Wolf ya estaba demasiado cerca. El capitán le asestó un latigazo, pero Wolf atrapó la hoja con la mano enguantada.

—Un guante de material aislante, amigo mío, convierte tu juguete en un trasto inútil —dijo Wolf.

Tensó los dedos de la diestra y golpeó al capitán en la garganta. El guardia de ComStar se desplomó a lo pies de Wolf.

Yorinaga Kurita salió de entre los matorrales y se arrodilló junto a su hijo.

—¿Puedes moverte? —le preguntó.

Akira asintió con gesto dolorido.

Hai, sosen. La porra aturdidora me tocó en el lado izquierdo. Las zonas que no tengo adormecidas me duelen mucho.

—¿Puede llevarlo usted solo? —preguntó Wolf a Yorinaga.

Hai.

—Bien. Morgan y yo registraremos esta zona. ¿Ha traído algo más, muchacho?

Akira asintió mientras su padre lo ayudaba a ponerse en pie.

—La espada...

Yorinaga se echó el brazo izquierdo de Akira sobre los hombros.

—Cayó entre los matorrales... Entre los otros...

Morgan Kell asintió.

—Se la traeremos. Pero será mejor que se den prisa. Dentro de cinco minutos pasará la próxima patrulla.

Yorinaga llevó a su hijo al interior del bosque. Escogía su camino con gran cuidado, evitando las ramas bajas y las pendientes pronunciadas. Cuando Akira empezó a recuperar la sensibilidad, le resultó más fácil moverse y caminaron más deprisa.

—Padre...

El rostro de Yorinaga estaba sumido en sombras, pero Akira lo vio menear la cabeza.

—No malgastes el aliento.

—¿Cómo supisteis dónde encontrarme? —le preguntó, agarrándolo del hombro.

—El mapa. Lo dejaste sobre la cama. —Yorinaga miró por encima del hombro—. Wolf y Kell me vieron venir, no sé cómo, y se ofrecieron a ayudarme.

Akira logró esbozar una débil sonrisa. ¡Gracias al Dragón! Por una vez, un error no ha resultado fatal. Entonces se acordó de la visión de pesadilla de las legiones de ’Mechs de ComStar y tropezó. Yorinaga lo sujetó antes de que cayera al suelo.

—Akira, ¿qué ocurre? —le susurró con voz ronca.

—Allá abajo eché un vistazo detrás de la fachada de ComStar —comenzó a decir despacio, recordando lo que había visto. Por primera vez, comprendió hasta qué punto se había sentido embargado por el miedo—. La Palabra de Blake está forjada en acero...