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Sian
Comunidad de Sian, Confederación de Capela
20 de diciembre de 3027
Justin cerró la puerta de su despacho y se dejó caer pesadamente de espaldas contra la gruesa puerta de roble. ¿Cómo pudo ser tan estúpida? Hay veces en que se parece demasiado a su padre.
Se incorporó de la puerta con un suspiro de cansancio, aunque se sentía demasiado nervioso para poder dormir. Se dirigió a las puertaventanas de la pared opuesta y las abrió. Daban al jardín que rodeaba el palacio. Cerró las puertaventanas a su espalda y echó a andar por el sendero de grava que serpenteaba entre matorrales y fragantes flores que abrían sus pétalos por la noche, hasta que llegó al centro del jardín.
Allí se encontraba un templo de piedra, cuyo puntiagudo tejado hendía los cielos. Biseles y cuartos crecientes de tres de las cuatro lunas de Sian brillaban alrededor de la estructura, en apagados tonos rojos y azules. El cuarto satélite se alzaba poco a poco, en fase llena y de un color blanco como un hueso. Iluminaba el jardín lo suficiente como para reflejar su brillo en el Buda de oro cobijado en el interior del templo.
Para Justin, incluso la descomunal idiotez de Romano resultaba insignificante en aquel lugar. El acceso al jardín y a la paz que reinaba en él era, probablemente, el único privilegio por el que valía la pena trabajar en el equipo de crisis. Cerró los ojos y giró despacio la cabeza para aliviar la tensión del cuello. Todavía estoy tenso. Quizá podría practicar un poco de t’ai chi...
Se quitó la negra chaqueta y la camiseta sin mangas que llevaba debajo. El claro de luna iluminaba su bronceado torso sin vello, y delineaba sus nervudos músculos en la penumbra. Las casi invisibles suturas de la mano y el antebrazo izquierdos postizos de Justin reflejaban tenuemente la pálida luz. Al principio, la negra prótesis de acero alteraba la belleza natural del jardín, pero en cuanto Justin la sometió a su voluntad, ya no volvió a parecer inanimada.
Con movimientos lentos y deliberados, como todos los que se realizan en el t’ai chi chuan, los dedos metálicos de Justin se curvaron hacia arriba hasta que las puntas de los dos centrales tocaron la del pulgar. Inspiró profundamente y volvió a estirar los dedos, al tiempo que movía la mano a un lado en un perfecto gesto de parada de un ataque de un imaginario enemigo.
Mientras su cuerpo iba realizando la agotadora serie de conocidos movimientos sin una dirección consciente, su mente divagaba sin control. Intentó concentrarse en los perfumes de las flores del jardín, en la suave brisa y en la energía que fluía libremente por su cuerpo, pero sus pensamientos se rebelaban y volvían una y otra vez a una apremiante preocupación.
¿Por qué Andy Redbum? Romano pudo haber enviado su equipo contra cualquier otro oficial de características similares. El Primer Batallón de Adiestramiento de Bell está más próximo a uno de sus planetas, Highspire. Además, no siente ningún afecto por esa unidad después de Galahad-27. ¿Por qué provocar un incidente en un planeta de Davion, casi rodeado por completo por la Comunidad de St. Ivés, regida por su hermana?
Justin cerró los ojos y sonrió satisfecho. No dejes que la paranoia que infecta este lugar se apodere también de ti, Justin, Estuviste a punto de dar por sentado que Romano había intentado matar a Andy porque le molesta tu primacía en el equipo de crisis. Es cierto que le gustaría presenciar el triunfo de Tsen Shang, pero para poder encaminar el trabajo de éste contra Casa Marik. Su odio patológico a la Liga de Mundos Libres es casi tan grande como el desprecio que siente su padre por la Federación de Soles.
Meneó la cabeza para sacudirse las gotas de sudor que amenazaban con meterse en sus ojos cerrados. Si tenía algún plan antes de enviar al equipo de eliminación, es probable que los dirigiese a Kittery porque quisiera tomar represalias contra algunos planetas de las posesiones de Candace en St. Ivés. Si ése era su propósito, está jugando a un juego peligroso. Ordenaré a Alexi que la someta a vigilancia pasiva.
Justin sonrió y dio gracias a Dios porque Andy no había muerto en el atentado. Luego se rió para sus adentros. ¡Cuidado, Justin! Eso es traición...
El sonido de unas pisadas que se acercaban lo hizo cesar en sus ejercicios. Se enjugó la frente con el dorso de la muñeca derecha y abrió los ojos. Vio a una mujer que entraba en el área del templo. Permaneció oculto en la sombra que proyectaba un sauce y guardó silencio.
Candace Liao, vestida con una túnica de seda verde y gris, se dirigía hacia el templo. La túnica, ceñida con fuerza a su delgada cintura por un cinto verde, reflejaba el pálido claro de luna. Cuando llegó al templo, se quedó plantada con los brazos cruzados sobre el pecho, como si intentase controlar la furia que la hacía temblar de manera visible.
Justin entornó los ojos. No quiero quedarme aquí. Caminó con sigilo hacia la izquierda con la intención de pasar por detrás de ella y marcharse sin ser visto. Candace se volvió con los reflejos de un gato y alargó la mano derecha en su dirección. La luz de la luna relució en sus ojos, que estaban clavados en Justin con una intensidad casi sobrenatural.
—¿Por qué merodeas en silencio por aquí, Xiang? ¿Estás espiándome?
La furia que se traslucía en sus palabras sonó como el rugido de un tigre.
Justin reprimió su reacción inicial de replicarle en tono áspero e inclinó la cabeza.
—Perdóneme, duquesa. Estaba aquí, solo, antes de que usted llegara. —Justin señaló el lugar donde había dejado la camiseta y la chaqueta—. Mis ejercicios me habían llevado hasta aquel lugar, entre las sombras, cuando llegó.
Candace bajó el brazo derecho y se lo llevó al hombro izquierdo para frotárselo.
—Realmente parece que dices la verdad. —Examinó la ropa amontonada de forma descuidada—. Muy bien, pues. Ahora te ordeno que me dejes. Deseo meditar.
—Si realmente quisiera meditar, mis ejercicios no la molestarían —gruñó Justin, sin pensar sus palabras. Salió de las sombras con una serie de movimientos circulares y aumentó su velocidad sin sacrificar ningún aspecto de la precisión ni del poder contenido que exigían para su realización. De repente, se quedó inmóvil y la miró con frialdad—. Todavía no he terminado.
Los ojos de Candace relampaguearon de cólera.
—¡¿Cómo te atreves a hablarme de ese modo, ciudadano Xiang?!
Justin desdeñó su protesta con un ademán de su diestra.
—¿Y cómo se atreve usted a ultrajarme con su furia en este remanso de paz? —Cerró los ojos y obligó a la tensión a abandonar su cuerpo en una enérgica espiración—. Vuelca su ira sobre mí, pero yo no deseo soportarla.
Justin, que había bajado la mirada, no podía ver a Candace, pero sí podía notar las oleadas de furia que irradiaba, como el calor que desprendía un ’Mech recalentado. Fusión emocional, comentó para sus adentros. Mientras tanto, procuró no hacerle caso y concentrarse en abrir y cerrar su mano artificial, al tiempo que iniciaba una nueva serie de movimientos de t’ai chi chuan.
La ira de Candace, como una fiebre, estalló de una manera tan repentina que Justin abrió los ojos.
—¡Ciudadano Xiang, yo...! Hay... Por favor, perdóname. —Sonrió de modo conciliador—. No hay excusa para mi comportamiento y, aunque odio tener que admitirlo, tenías razón al reprocharme mi actitud en este lugar.
Justin dejó caer los brazos a los costados.
—Acepto sus disculpas.
Candace se puso en tensión. Luego se contuvo y se esforzó por sonreír.
—Sí, supongo que era una disculpa, ¿no?
—Y expresada de una manera muy hermosa.
—Me he sorprendido a mí misma —dijo, soltando una risita—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que pedí perdón a alguien. —Meneó la cabeza, pero una suave brisa mantenía apartados de la cara sus lisos cabellos negros—. No debí desahogarme contigo. Debí haber ido a estrangular a mi hermana.
Justin se humedeció los labios, pero se contuvo y no respondió.
—¿Sabes lo que ha hecho? —Candace miró fijamente a Justin y se echó a reír—. ¡He preguntado al jefe del equipo de crisis si sabe lo que Romano ha hecho en Kittery! ¡Por supuesto que lo sabes!
Justin asintió y Candace siguió hablando con la voz alterada por la ansiedad.
—Es probable que Davion ataque Taga, St. Loris o Spica en represalia por la estupidez de Romano.
—No lo creo, duquesa. El duque Michael no enviará su Quinto de Fusileros desde Kittery, pero sí exigirá al príncipe Hanse que envíe a su Guardia de Asalto para daros una lección. Por ser él quien lo pedirá, es muy posible que la Guardia no vaya a ninguna parte. El Primero de Kittery no tardará en partir hacia Nueva Aragón, de modo que tampoco irán ellos. Tampoco los Fronterizos de Kittery ni los Dragones Capelenses disponen de las Naves de Salto necesarias para efectuar una incursión. —Justin sonrió con gesto ladino—. Además, la DCE ha desarticulado nuestra red de espías en Kittery, y Davion está mondándose de risa a costa nuestra. No hará nada que pueda salir mal y empañarle este éxito.
Candace apretó con fuerza los labios mientras reflexionaba sobre sus palabras. De improviso, una sonrisa iluminó su rostro.
—¿De modo que viniste aquí en busca de paz?
—Habitualmente obtengo una sensación de paz cuando llevo a cabo un ejercicio de t’ai chi. —-Justin sonrió y dobló el brazo derecho en una combinación de parada y golpe tan hermosa como simple—. Debería probarlo.
Candace volvió a frotarse el hombro izquierdo.
—Me temo que no podría —dijo, esbozando una sonrisa—. Una herida de ’Mech ha quitado toda gracilidad a mis gestos.
Justin se volvió hacia ella y alargó su mano metálica.
—Con su permiso, duquesa, este muñón de acero tampoco es muy grácil.
Los ojos de Candace brillaron con renovada agitación mientras se quitaba la túnica del hombro izquierdo y sacaba el brazo de la manga. Su sujetó la túnica con la mano derecha y se volvió para sacar su hombro de las sombras. Luego, con un gesto brusco de la cabeza, se apartó los cabellos del hombro.
—Al menos, ciudadano, a ti pudieron arreglarte el brazo.
Justin hizo una mueca cuando el claro de luna iluminó con fuego blanco una masa confusa de cicatrices. Parece como si la hubiera malherido una bestia salvaje. Aunque no cabía la menor duda de que la cirugía de reconstitución se había llevado a cabo con las mejores intenciones y meticulosidad, las cicatrices sólo demostraban lo fútiles que habían resultado los esfuerzos de los médicos.
—¿Cuándo ocurrió? —preguntó en voz baja.
La expresión de Candace se endureció.
—Hace once años.
No, no pudo haber sido... Justin tragó saliva.
—No fue en Spica...
Candace asintió despacio.
—Sí, en Spica. Un joven e impetuoso teniente davionés, que hablaba nuestra lengua con soltura, logró convencer a los miembros de mi unidad de que las fuerzas que aliviarían nuestro asedio de la posición del general Sheridan Courtney, en la ciudad de Valencia, venían del norte. Mis superiores trasladaron sus recursos y dejaron la defensa del flanco oriental a mi compañía. El batallón del coronel Dobson nos atacó con brutalidad...
Justin bajó la mirada y cruzó los brazos.
—Usted combatía en aquel Vindicator...
—Y tú, teniente Justin Xiang Allard, luchabas en un Blackjack. —Inclinó la cabeza hasta que la melena le cubrió el rostro—. He tenido pesadillas sobre nuestro combate en la selva. En mis sueños, tú seguías persiguiéndome y destrozabas mi ’Mech con tus cañones automáticos. Nunca me dabas el golpe de gracia. Sólo la lenta e interminable destrucción de mi Vindicator. Allí donde me volvía, allí donde corría, te encontraba, y otra pieza de mi ’Mech acababa desvaneciéndose.
Justin escrutó en silencio a Candace y una sonrisa de respeto apareció en sus labios.
—Puede creerme o no, pero yo también he revivido a menudo aquella batalla. Nunca supe que usted pilotaba el Vindicator, aunque ahora todo encaja. No se rindió en ningún momento. Creía que había dejado su ’Mech para el arrastre. Sabía que se estaba recalentando, pero siempre que me acercaba demasiado, me disparaba con su condenado CPP. En mi pesadilla, yo me encontraba con su Vindicator, ya oxidado y cubierto de zarzas y enredaderas. Yo levantaba los brazos del Blackjack para hacer añicos su máquina, pero ésta disparaba un último rayo de CPP que impactaba en la carlinga. Entonces, me despertaba bañado en sudor.
Justin hizo una mueca y prosiguió:
—Vi cómo su silla salía expulsada cuando quedaron destruidos los giróscopos. Esperaba que hubiese salido indemne, pero luego vi la escotilla. —Justin se acercó a ella y alargó la mano derecha hacia su hombro—. La eyección siempre es peligrosa cuando la escotilla no es expulsada entera. Ese cristal de seguridad puede convertirse en una boca infestada de afilados dientes.
Candace se apartó cuando Justin le tocó el hombro desnudo. Él le acarició la piel con los dedos, como si fuese capaz de borrar aquellas retorcidas cicatrices. Le rozó el hombro e inspiró profundamente, saboreando el calor y la suavidad de su piel. El perfume de la mujer sustituyó el del jardín.
Los dedos de Justin rozaron la túnica de seda y su frío lo sorprendió. Apartó la mano como si fuera a quemarse y dio un paso atrás.
—Perdóneme, duquesa. No pretendía...
Candace le puso la mano izquierda sobre los labios para acallar sus disculpas.
—No me has ofendido, ciudadano. —Sonrió y volvió a meter el brazo izquierdo en la manga—. Los médicos reconstruyeron el deltoideo y el tríceps con fibras de miómero, pero los primeros auxilios se me suministraron en el campo de batalla y no fueron muy buenos. La acupuntura reduce el dolor, pero sólo puedo realizar un número limitado de gestos.
Candace alzó el brazo, pero apenas podía levantarlo por encima de la altura del hombro.
Pasaron algunos momentos hasta que sus palabras hicieran mella en la mente de Justin. Sentía el mismo cosquilleo gélido en las entrañas que la primera vez que la había visto. A pesar de aquellos lúgubres sentimientos, deseaba con locura a la mujer que los provocaba. ¡Maldición, Justin, contrólate!. Estás cansado y es tarde. No piensas con claridad. Tú eres el hombre que le causó esa herida. Eso basta y sobra para que ella te odie. Entornó los ojos.
—Nunca se ha sometido a fisioterapia por esa herida, ¿verdad?
—Ja! —se burló Candace—. Estaba rodeada de enfermeras que querían ayudarme, pero los aduladores no podían soportar verme trabajar. A la primera señal de fatiga o incomodidad, desaparecían por miedo a irritarme...
Justin enarcó una ceja.
—Estoy seguro de que no les facilitaba la tarea. Pero sí debía de tener la autodisciplina necesaria para hacerlo sola.
La luna proyectó reflejos azules en los cabellos de Candace cuando meneó la cabeza.
—Me aburría como una ostra haciendo pesas y mo-viendo el brazo en círculos. Luego se me ordenó regresar a Sian y recibí mi cargo actual de Reguladora del Tesoro.
Justin se rió por lo bajo.
—Con el t'ai chi podría recuperar la movilidad del brazo y no resulta aburrido. Es contemplativo y, al acelerar el ritmo, se convierte en una formidable disciplina de artes marciales.
Candace irguió la cabeza y miró fijamente a los castaños ojos de Justin.
—Vas a enseñarme.
Justin titubeó.
—Duquesa, estoy seguro de que en Sian hay maestros mucho mejores que yo.
Los ojos de Candace relampagueron con un brillo argénteo.
—No deseo tener a mi lado a personas serviles, temerosas de advertirme cuando no me esfuerce lo suficiente. Tú me enseñarás, Justin. De ahora en adelante me llamarás Candace y me tutearás. Ya oigo bastante mis títulos de boca de los hipócritas. No quiero que me trate igual un MechWarrior que es digno de mi respeto.
—Muy bien, Candace —dijo Justin, inclinando ligeramente la cabeza—. ¿Cuándo quieres que empecemos?
Candace sonrió.
—Aquí y ahora.
Justin le devolvió la sonrisa.
—Espléndido. Comenzaremos por la respiración.
Así puedo controlar la mía al tiempo que te enseño cómo controlar la tuya. Sé realista, Justin: sabías que el trabajo era peligroso cuando lo aceptaste, pero ahora ya estás buscando líos y los estás encontrando a montones...