29
29
Sede del Primer Circuito de ComStar
Isla de Hilton Head, América del Norte, Tierra
18 de agosto de 3028
La cálida agua del mar cubría la playa y besaba los pies de Dan y Jeana mientras caminaban a lo largo de las costa cogidos de la mano. El sol poniente alargaba desmesuradamente sus sombras por delante de ellos. Dan se llevó la mano de Jeana a los labios y la besó con ternura.
—Sigues sabiendo escuchar.
—Supongo que se debe a que lo que cuentas es interesante —respondió ella, sonriente.
Dan hizo un gesto dubitativo.
—Hemos pasado todo el día juntos y has escuchado toda la historia de mi vida. —Se plantó ante ella—. Pero tú apenas has dicho nada de ti misma.
Parece como si confiaras en mí, pero no es verdad, pensó Dan. ¿Quién eres?
Jeana fijó la mirada más allá de Dan.
—¡Mira, Dan! ¡Delfines!
Dan dio media vuelta. El sol poniente proyectaba reflejos rojos y dorados sobre los grises delfines cuando salían a respirar antes de sumergirse de nuevo en busca de comida. Eran esbeltos y hermosos. Dan sonrió al ver que tres de ellos seguían la orilla y luego nadaban mar adentro.
—Otra vez has desviado la conversación —dijo, volviéndose hacia Jeana—. Me siento tan próximo a ti que no deberían importarme las pequeñeces, pero ni siquiera sé tu apellido.
Dan suspiró, desanimado, y bajó la mirada. Jeana lo tomó de las manos y lo besó en los labios.
—El sentimiento es mutuo, Dan. —Lo miró con expresión implorante—. Hay muchas cosas que querría compartir contigo, pero no puedo. —Se mordisqueó el labio inferior—. Ni siquiera puedo decirte mi apellido.
Ella intentó soltarlo, pero él le sujetó con fuerza las manos.
—Los nombres sólo son etiquetas. Si puedes, habíame de ti. Cuéntame lo que haces. Dime si eres feliz.
Jeana asintió y guió a Dan hasta una zona de la playa que se encontraba por encima del nivel del mar, pero debajo de las algas arrastradas por las olas. Se arrodilló y le tiró de los brazos para que se sentara frente a ella.
—No hay mucho que pueda contarte..., pero no es porque no confíe en ti.
Dan asintió, confiado.
—Lo sé.
Jeana sonrió y le acarició la mejilla.
—Tengo una relación muy estrecha con Melissa Steiner, pero es difícil describir mis deberes. Hago un poco de todo y, sin embargo, nada es rutinario. —Guardó silencio por unos momentos al recordar algo—. El trabajo no es duro, aunque puede ser muy exigente y requerir muchas horas de dedicación.
—No tendrás problemas por pasar todo el día conmigo, ¿verdad?
—No. Melissa dispone de gente suficiente que la atienda. Durante la boda, puedo ser yo misma. Pero luego tendré que volver al trabajo.
Dan entornó lo ojos. Es un cambio muy drástico pasar de MechWarrior a «canguro» de la heredera del Arcontado. Supongo, sin embargo, que después del incidente de la Silver Eagle, la Arcontesa lo considera necesario.
—¿Te gusta tu trabajo?
Sin titubear ni mostrar reservas, Jeana asintió y sonrió.
—Aunque me parecía inconcebible, ha resultado ser el trabajo más satisfactorio que podía imaginar.
—Bien. —Dan le cogió la mano derecha y le besó la palma. Sonrió y aspiró suavemente el perfume de su muñeca—. ¿Qué aroma es éste? Me recuerda las flores furancia nocturnas de Ciotat, pero no del todo.
La despreocupada risa de Jeana fue el acompañamiento perfecto del ruido de las olas al romper en la playa.
—Es una fragancia creada especialmente para Melissa por una empresa de cosméticos de Eutin. La llaman Nocturne, pero comercializan un perfume similar con otro nombre. —Jeana se inclinó hacia adelante y adoptó un tono confidencial—. Melissa dice que odia tanto su olor que no lo soporta ni un segundo; al final me dio todas las existencias porque a mí sí me gusta.
—Y a mí... —susurró Dan.
Se inclinó sobre Jeana y la besó dulcemente en los labios. Ella le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con mayor intensidad aún, al tiempo que Dan la abrazaba con fuerza.
Permanecieron un rato abrazados sin preocuparse por nada más, hasta que empezó a sonar la alarma del reloj de Dan.
—Es para acordarme de que la Liga de Mundos Libres organiza una recepción esta noche —dijo, y pulsó un botón para desconectar la alarma—. ¿Vamos juntos?
Jeana se apartó de él y respondió:
—No, no lo creo.
Dan, confuso y decepcionado, no pudo evitar que sus sentimientos se reflejasen en el semblante y en la voz.
—Lo siento... Pensé que...
Jeana apoyó la mano sobre los labios de Dan y lo miró directamente a sus ojos azules.
—Hoy, estar contigo ha significado para mí más de lo que puedes imaginar, Daniel Allard. —Le dio un rá-pido beso—. No quiero que acabe este día. Aún no. Esta noche, no.
Lo tomó de la mano y lo guió hacia el sendero de arena que conducía a su bungalow.
—Habrá otras recepciones, Daniel Allard, y estaría orgullosa de poder acompañarte. Pero esta noche, amor mío, te quiero sólo para mí...