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Nashira

Distrito Militar de Dieron, Condominio Draconis

23 de octubre de 3027

El Chu-sa Narimasa Asano y el Sho-sa Tarukito Niiro hicieron una profunda reverencia ante su líder.

Konnichi-wa, Tai-sa Kurita Yorinaga-sama —dijo Narimasa, conduciendo a su subordinado hacia los blancos cojines de satén situados frente al bajo escritorio. Ambos se habían descalzado en la puerta para caminar en silencio sobre el suelo de madera pulida.

Con un ademán, Yorinaga Kurita invitó a sus oficiales a tomar asiento. Dejó a un lado el informe que había estado leyendo e inclinó respetuosamente su canosa cabeza hacia ellos. Entrelazó las manos sobre el regazo y esperó a que Narimasa comenzase su explicación.

Narimasa, que se había incorporado según las normas de buena educación, evitó mirar directamente a Yorinaga.

—La Genyosha se halla en el nivel máximo de potencia que usted exigió, Tai-sa, a excepción de un oficial del Estado Mayor. Hemos sustituido a los hombres y las máquinas perdidos en la batalla contra los demonios de Kell en Styx y la convocatoria adicional de reclutamiento nos ha aportado cuarenta y ocho MechWarriors. Así se satisface el deseo del Coordinador de que fuésemos un batallón reforzado, compuesto de cuatro compañías.

El Sho-sa Tarukito asintió cuando Norimasa se volvió hacia él.

—La compañía de Azami está totalmente operativa, aunque existen algunas fricciones entre ellos y las dos compañías principales. Los Azami se aferran celosamente a sus creencias islámicas, lo que ha conducido a ciertos malentendidos con nuestros conciudadanos. Sin embargo, creo que esta reacción ante los Azami se debe a sus mejores resultados en todos los ejercicios.

Narimasa asintió, mirando a Yorinaga.

—He dado instrucciones a nuestros oficiales de que todos sus MechWarriors sepan que deberíamos esforzarnos por igualar o mejorar los resultados de los Azami. Tal vez fuera esto lo que provocó una notable mejora en las actuaciones de las dos compañías kuritanas e incluso de la compañía de Rasalhague. De todas maneras, el comandante de Azami, el Chu-sa Saladin Bey, cree que la situación se apaciguaría si usted aceptase cenar en el área de su compañía de vez en cuando.

Yorinaga asintió y miró a Tarukito. El Sho-sa carraspeó.

—La compañía de Rasalhague está portándose bien, aunque la falta de liderazgo la afecta de dos formas. Es obvio que no tienen a nadie que los dirija y, por culpa de ello, su adiestramiento deja bastante que desear. Sin embargo, los de graduación de Chu-i están trabajando duro con sus hombres.

Tarukito guardó silencio por unos instantes y observó las paredes de papel y celosía de la habitación. Contempló una cascada que Yorinaga había pintado sólo con algunas brillantes pinceladas. Pareció beber paz y fuerza de aquella cascada. Sonrió, cohibido, lanzó una mirada a Norinaga y prosiguió:

—Peor aún, Tai-sa: los de Rasalhague se sienten un tanto disminuidos, porque no tienen un Chu-sa que los ponga en estado de igualdad con los Azami y las compañías principales.

—Sabemos que usted está tan preocupado por esta situación como nosotros —intervino Narimasa—. Todas nuestras compañías se componen de MechWarriors de elite. Junto a su increíble habilidad, tienen también unos egos muy frágiles. Aunque las medidas disciplinarias han espoleado a los MechWarriors de Rasalhague a realizar mayores esfuerzos, la carencia de un jefe los ha dejado rezagados respecto a las otras tres compañías.

Narimasa se permitió devolver la taimada sonrisa con que lo había honrado Yorinaga. Luego continuó:

—Tarukito y yo hemos entrevistado a un joven que creemos que puede cubrir adecuadamente el hueco abierto en la estructura de mando. Tiene un historial bastante impresionante. A pesar de carecer de entrenamiento ortodoxo y de los entusiastas esfuerzos de las FIS por destruir su carrera, ha obtenido un éxito increíble.

Tarukito asintió con nerviosismo, confirmando el informe de Narimasa sobre el nuevo recluta de la Genyosha.

—Por su sangre mestiza, las FIS lo consideraban indigno de recibir la preparación de un MechWarrior. Sin embargo, pese a sus deseos, él estaba decidido a aprender a pilotar un ’Mech. Encontró trabajo como controlador de ’Mechs en una cadena de montaje de Alshain. —Aquel trabajo le permitió aprender a manejar un ’Mech y, un año después, se convirtió en piloto de pruebas de ritmos de carrera de ’Mechs. Algunos dicen que sus conocimientos de pilotaje de ’Mechs son «intuitivos», porque comprende espiritualmente a las máquinas y puede forzarlas a realizar acciones que sorprenden incluso a sus diseñadores.

Narimasa miró hacia la puerta.

—Está esperando en la entrada.

Yorinaga dio una brusca palmada y una silueta se delineó en la puerta de madera y papel. La enorme figura se arrodilló y, con respetuosa lentitud, abrió la puerta corriéndola a un lado. Aún de rodillas, entró en la habitación y cerró la puerta. Iba ataviado con una túnica de seda verde con una capucha que le cubría la cabeza, sumiendo su rostro en sombras. Hizo una profunda reverencia a Yorinaga, caminó unos pasos y se arrodilló entre Tarukito y Narimasa.

Volvió a inclinarse hasta el suelo y la capucha se le cayó de la cabeza al incorporarse. El rostro del hombre era atractivo, de huesos prominentes. Había un brillo dorado en sus ojos castaños, y los cabellos eran apenas más claros que su bronceada piel. La forma de los ojos era levísimamente almendrada, pero los rasgos anunciaban sin lugar a dudas su ascendencia rasalhaguianaescandinava. El hombre sonrió sin alegría.

Konnichi-wa, Tai-sa Kurita Yorinaga-sama. Ha pasado mucho tiempo, padre.

Yorinaga lanzó una mirada acerada a sus dos oficiales.

—Dejadnos solos.

—No. Por favor, no les ordenes que se marchen —le pidió Akira—. No te lo pido como hijo tuyo, sino como Chu-i Akira Brahe. He rellenado la solicitud formal de entrar a tu servicio y deseo que estos dos oficiales estén presentes durante la entrevista, como lo estarían en cualquier otra. —Akira bajó la mirada y cambió de tono—. No lo pondré en evidencia, sosen.

Yorinaga asintió con expresión severa.

—Le tomo la palabra, Chu-i Brahe —dijo, y convirtió su rostro en una máscara impasible.

Akira Brahe tragó saliva. Has cambiado mucho exteriormente, padre, pero ¿has cambiado también por dentro?

—Soy el Chu-i Akira Brahe, de la 11ª Legión de Vega.

Akira vio que su padre se encogía al oír el nombre de la legión que había aceptado a su hijo. Sí, padre. Pertenezco al peor grupo de entre los malos.

Akira se irguió y levantó con orgullo la cabeza.

—Nací en el Año del Perro de 3001, de Sula Brahe Kurita, en Rasalhague. Dada la habilidad de mi padre como MechWarrior y comandante del ejército, fui destinado para mi admisión en Sun Zhang y enrolado en una escuela preparatoria para asegurar que sería aceptado. Sin embargo, en 3016 fui expulsado como indigno y sin honra.

Akira miró a los ojos a su padre. Luego apartó cortésmente la mirada. Sí, padre, tras tu desgracia en el Mun-

do de Mallory, en 3016, yo también sufrí. Sé que sólo cumpliste con tu deber, y por eso yo he cumplido con el mío: he sobrevivido.

La sonora voz de Akira volvió a resonar en el despacho.

—Fui enviado a Alshain. Allí encontré trabajo en una fábrica de ’Mechs. Evité todo contacto con elementos disidentes y me concentré en aprender cómo pilotar un ’Mech. También aprendí la reparación y el mantenimiento de las máquinas. Por fin, tres años después, se me permitió ser piloto de pruebas y manejar un ’Mech totalmente armado.

»La Yakuza atacó la planta para robar varios ’Mechs. Los bandidos rebeldes estaban en connivencia con varios traidores: obtuvieron los códigos de operación de los ’Mechs para sacarlos de las instalaciones. Por casualidad, yo me encontraba en el complejo de la fábrica y el Grand Dragón que pilotaba acababa de ser armado para prepararlo para la prueba de carrera de la mañana siguiente.

El joven MechWarrior cerró los ojos un momento para recordar.

—No necesito describirle la batalla, Tai-sa. Fue la primera en la que participaba. La Yakuza sólo disponía de pilotos mal adiestrados y confiaba en el sigilo de la operación para poder robar los cuatro Panthers que buscaban. Los oí por radio, pero no di ninguna señal de haberlos descubierto. Esperé a que avanzaran hacia la puerta de la fábrica para enfrentarme a ellos.

»Los ataqué por el flanco en el oscuro callejón que separaba dos edificios de oficinas. Disparé una andanada de MLA al Panther más alejado, que pareció bailar torpemente en medio de las explosiones. Varios fragmentos del blindaje salieron despedidos girando y envueltos en llamas. El 'Mech se tambaleó como un borracho y cayó de rodillas. El piloto gritó algunas palabras inconexas sobre una emboscada y los otros tres Panthers se volvieron para defender a su compañero caído. Creyeron erróneamente que el ataque procedía de su retaguardia y su maniobra defensiva dejó sus espaldas desguarnecidas ante mis armas.

Akira abrió los ojos y bajó la mirada.

—Pagaron el precio de su audacia, pero yo pagué el mío también. Las FIS, molestas por el éxito de alguien a quien consideraban indigno de recibir adiestramiento como MechWarrior, me recompensaron trasladándome directamente a la 11ª Legión de Vega. Incluso se burlaron aún más asignándome un Dragon estropeado y sólo semioperativo.

Yorinaga entornó los ojos.

—El comandante de la 11ª Legión es Theodore Kurita, el hijo del Coordinador.

Hai. Las FIS agrupan a los hijos caídos en desgracia en un solo lugar, para poder vigilarlos con facilidad. Akira asintió despacio.

—Es un buen comandante, a pesar de su desgracia. La unidad está plagada de espías de las FIS y Theodore me tomó por uno de ellos en un principio. Decidió que mi historial era demasiado bueno para ser verdadero, pero no tardó en descubrir que no era ningún «topo» con la misión de espiarlo. Aunque nunca confió por completo en mí, me respetaba por mi habilidad. Si no fuese tan reservado respecto a algunos de sus manejos, creo que podríamos haber sido amigos.

»Empecé en una lanza compuesta de otros rasalhaguianos de sangre mestiza y sustituí al cabo que la dirigía. Establecí un pacto tácito con los demás integrantes de mi lanza para colaborar todos y ellos aceptaron lo razonable de mi propuesta. Sé que pretendían librarse de mí la primera vez que hiciese restallar el látigo; por lo tanto, me esforcé mucho para cerciorarme de que no volverían a tener tentaciones de ese tipo. Pronto, gracias al aprovechamiento de material de desecho, comercio y robos puros y simples, los ’Mechs de nuestra lanza llegaron a ser plenamente operativos.

Akira se encogió de hombros con un gesto cansino.

—Durante mi pertenencia a la 11ª de Vega, manipulé a varios informadores de las FIS y a otros MechWarriors para consolidar mi poder. Nunca rechazaba una orden de destrozar a un rival, pero no vacilaba en ir a rescatar a alguien de una situación peligrosa y luego aprovecharme de su deuda hacia mí.

Akira apretó los dientes. Los músculos de las quijadas le abultaron.

—Durante una incursión en el planeta lirano de Ryde, desobedecí claramente una orden suicida de mi Chu-i, pero lo hice porque la orden no tenía ningún sentido táctico. Por el contrario, mi lanza atacó por el flanco a la compañía enemiga y abrió una vía de retirada para el resto de la compañía. El Chu-i murió durante la retirada y yo fui elegido para reemplazarlo. —Exhaló poco a poco—. Mi carrera no serviría como ejemplo para los cadetes de Sun Zhang, a menos que se quiera resaltar que un oficial debe ir con cuidado con los subordinados ambiciosos. Tal vez mi carrera parecería más espectacular hoy en día, si el Condominio no hubiese hecho caso omiso de las recomendaciones de condecoraciones de la Legión de Vega, o si la Legión hubiese sido capaz de obtener un nivel medianamente aceptable de los suministros necesarios para mantener un regimiento. Todo lo que sé es que soy MechWarrior, ni más ni menos. He venido a servirlo a usted, a Casa Kurita y al Condominio Draconis.

Yorinaga paseó la mirada por su escritorio.

—Como usted ha dicho, su historial no es ningún ejemplo destacado de carrera militar. ¿Qué haría, Chu-i Brahe, si su comandante tuviera que darle una orden que entrase en conflicto con lo que usted creyera que era lo mejor para el Condominio Draconis en una situación determinada?

Akira irguió la cabeza.

—Obedecería al instante, aunque también estaría preparado para obedecer otra orden si mi comandante optase por reconsiderar su decisión.

Yorinaga asintió.

—¿Y si su comandante le ordenara que se hiciese el seppuku, aquí y ahora?

Akira se abrió la túnica, desnudando el torso y el abdomen.

—Sólo pediría que mi padre estuviera a mi lado para aliviar mi dolor y no deshonrarme a mí mismo ni a mi familia.

—Está claro que usted no deshonraría a ninguno de los dos. —Yorinaga sonrió y miró a Narimasa y a Tarukito—. Por favor, preparen un aposento para el Chusa Akira Brahe en el Recinto de Oficiales. Me reuniré con ustedes dentro de poco.

Yorinaga hizo una reverencia cuando sus subordinados salieron del despacho. Luego se volvió hacia su hijo.

—¿Por qué llevas el nombre de tu madre, Akira?

Akira palideció y miró al suelo alfombrado.

—No creo que desees saberlo.

Yorinaga se pasó la diestra por sus grises y cortísimos cabellos.

—No te formularía la pregunta si no deseara oír la respuesta.

Akira tragó saliva.

—Es el nombre de mi padre «legal», Gustav Brahe.

Yorinaga frunció el entrecejo.

—Pero él es tu abuelo...

Akira asintió.

—Cuando caíste en desgracia, tu esposa preguntó si podía hacerse el seppuku para redimir el honor de la familia. Mies Kurita, actuando según instrucciones directas del Coordinador, le denegó la solicitud y ordenó que fuese vendida como esclava. Ella amenazó con suicidarse de todas formas, pero le dijeron que, si una esclava hacía algo así sin el permiso de su amo, estaría cometiendo una falta grave y su hijo (o sea, yo) sufriría las consecuencias. La tasaron en veinte mil billetes ComStar.

—¡Pero es imposible que un ciudadano adopte al hijo de una esclava!

—No, si el hijo es huérfano. —Respondió Akira. Los ojos se le humedecieron y una lágrima resbaló lentamente por su nariz—. Habías sido declarado no-persona y exiliado. Mi madre no pudo vivir pensando en tu desgracia. Su amo le permitió que se quitase la vida.

Yorinaga tragó saliva.

—Hay que ser un hombre extraordinario para conceder semejante liberación a una esclava. Su amo debía de ser alguien muy especial.

—Lo es —asintió Akira—. Y, tras ver morir a su hija, me adoptó y me salvó de seguirla a la muerte.