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Sede del Primer Circuito de ComStar

Isla de Hilton Head, América del Norte, Tierra

18 de agosto de 3028

Myndo Waterly cerró las manos con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas, y un intenso dolor le laceró los brazos. ¡Este fracaso es imperdonable! Miró fijamente al hombre vestido de negro que estaba arrodillado en la estrella grabada en el suelo de la Cámara del Primus, como si el fuego de su mirada pudiera reducirlo a cenizas.

—¿Cómo puedes decirnos que no sabes cómo logró introducir el coronel Wolf esas espadas en nuestra Sede?

El hombre levantó la mirada y dirigió su respuesta a Julián Tiepolo.

—Ilustrísimo Primus, el equipaje del coronel pasó dos veces por pantalla, al igual que el de los demás invitados. —Bajó la mirada—. No se cometió ningún error. En ninguna de ambas ocasiones fueron detectadas las espadas.

Tiepolo contemplaba con benevolencia al hombre.

—Debes comprender, Jarlath, que estamos muy preocupados por este incidente. Hiciste bien al ordenar a tus subordinados que guardaran las hojas en nombre del Coordinador. Me atrevo a decir que quizá no las reclame siquiera cuando se marche. Lo problemático es la forma como fueron introducidas en nuestra isla.

—Es más que «problemático» —intervino la capiscolesa de Dieron, irguiendo la cabeza, y señaló a Jarlath—. Este hombre dirige ROM. Es el jefe de nuestros servicios de seguridad, pero nos dice que no se cometió ningún error. Afirma que Jaime Wolf no pudo introducir las espadas en la isla; sin embargo, todos lo vimos sacarlas de la bolsa. Jarlath ha declarado que nadie pudo introducir armas en la isla. ¿Cómo vamos a creerlo, si ya ha demostrado tan a las claras que se ha equivocado?

—Jarlath, teniendo en cuenta los acontecimientos de anoche, ¿han sido registradas las habitaciones de los invitados? —preguntó Ulthar Everston.

El jefe de ROM asintió.

—Hemos registrado cuidadosamente todas las estancias. No hemos encontrado ninguna arma, pero sí numerosas muestras que hemos enviado a los laboratorios para que sean analizadas.

—¡No trates de eludir la cuestión, Jarlath! —le espetó la capiscolesa de Dieron, y paseó su mirada por el círculo de capiscoles que rodeaban al jefe de ROM—. ¿Consuela a alguno de vosotros saber que vuestro asesino se tiñe el pelo o cuál es la secuencia de su ADN? ¡No! Tu trabajo, Jarlath, es cuidar de nuestra seguridad.

El capiscol de Tharkad abrió las manos.

—Capiscolesa de Dieron, Jarlath y sus agentes de ROM nos protegen. —Sonrió a los demás miembros del Primer Circuito—. Nadie nos ha atacado, ni a nosotros ni a ninguno de nuestros invitados.

¡Ah, el Primus habla por medio de su otra boca!, pensó Myndo, mientras se echaba varios mechones de sus dorados cabellos sobre la oreja derecha, con gesto tranquilo.

—Tú tampoco te ciñes a mi pregunta. ROM está buscando armas que se supone que nunca deberían haber entrado en la isla. ROM falló. La supervisión de ROM de todas las reuniones, secretas o públicas, debía mantenemos informados, y también en eso ha fracasado.

—Estoy seguro, capiscolesa de Dieron, de que no puedes echar la culpa de ello a Jarlath —dijo el Primus—. ¿Cómo puede ser el responsable de la presencia de dispositivos que distorsionan nuestros propios equipos de supervisión?

Myndo miró al Primus sin ocultar su asombro.

—¿Cómo? Conocemos los dispositivos diseñados en el Instituto de Ciencias de Nueva Avalon. Los agentes de ROM de Jarlath tenían órdenes de infiltrarse en dicha institución desde el mismo día en que abrió las puertas, pero todavía no han llegado a nada. Si tuviéramos algún indicio del modo de funcionamiento de esos aparatos, ya podríamos haberlos neutralizado. Ahora, Davion se los ha dado a Katrina Steiner para que sus reuniones también nos estén vedadas.

—Pero, ¿cómo ha comprometido eso nuestra seguridad? —preguntó Ulthar—. Ya sabes, capiscolesa, que nos enteraremos de lo ocurrido en sus consejos secretos cuando envíen mensajes a sus subordinados.

—¿Y si no lo hacen?

Ulthar se frotó las manos.

—Con el paso del tiempo, siempre averiguaremos lo que discutieron. —Miró al jefe de ROM—. Sugiero, Jarlath, que transmitas nuestro malestar a tus hombres.

El Primus sonrió al capiscol de Tharkad y se dirigió a los demás capiscoles.

—Si no hay más... —empezó.

La capiscolesa de Dieron se colocó en el centro del círculo. No te escaparás con tanta facilidad, Primus.

—Quiero plantear otra cuestión —dijo, y lanzó una fiera mirada a Jarlath—. Tú puedes irte.

Jarlath miró a Tiepolo, que asintió con un gesto apenas perceptible. Myndo Waterly se plantó en el lugar que había ocupado el jefe de ROM, en el centro de la estrella, pero se negó a arrodillarse. Con la cabeza erguida y actitud desafiante, esperó a que se cerraran las puertas tras el jefe de ROM.

—Deseo saber, Primus, cuáles son tus intenciones al comunicar anoche un mensaje tan insidioso a los invita-dos. —Levantó las manos para abarcar a todos los miembros del Primer Circuito—. Durante años te hemos oído argumentar que la política de alianzas de diferentes Casas era un pretexto y un engaño. Has mantenido con terquedad que, al enfrentar a una alianza contra otra, íbamos a retener el control sobre el destino de la Humanidad.

«Aunque éste era tu propósito declarado, ayer hablaste a nuestros invitados de unidad y del retorno a la solidaridad entre los seres humanos. les presentaste una visión deslumbrante de lo que había sido el hombre y describiste este maldito matrimonio como el ejemplo por antonomasia de todo ello. ¿Cómo puedes justificar esta acción?

El Primus inspiró lentamente, pero ni el dolor ni la fatiga abandonaron su semblante por completo. Con una voz tan baja que todos tuvieron que esforzarse para oírlo, dijo:

—Una vez más, capiscolesa de Dieron, tu aversión por la diplomacia te impide comprenderlo. —Meneó la cabeza como un padre ante un hijo poco sensato—. ¿Cómo es posible que una persona de tu saber no pueda rasgar el velo que envuelve mi auténtico propósito?

La capiscolesa de Dieron tembló de ira.

—No me trates con superioridad, Primus. ¡No lo permitiré! Sirvo a la Sagrada Palabra de Blake, no a un hombre o a una organización. Sólo sé lo que oí anoche, ¡y no escuché ningún mensaje compatible con nuestra misión! —Se volvió hacia los demás capiscoles y agregó—: Lo que escuché fue que el Primus dejaba el destino de la Humanidad en manos de generales y políticos, al tiempo que ponía a ComStar como ejemplo de en qué podrían acabar por convertirse si lo intentaban.

Myndo se encaró de nuevo con Tiepolo y lo señaló con un dedo.

—Nos muestras como ejemplo a personas que son incapaces de comprender el verdadero servicio que ComStar rinde a la Humanidad. No somos, ni podemos ser, un mero ejemplo. Si la Humanidad ha de reclamar su destino y salir del pozo de conflictos y guerras en que está inmersa, y si la Palabra de Blake ha de cumplirse, entonces la Humanidad necesita un líder, no un ejemplo. ¡Ese líder es ComStar, y eso es lo que debiste dejar muy claro anoche!

El capiscol de Tharkad aplaudió de manera lenta e insultante.

—¡Bravo, Myndo! Como siempre, nos has proporcionado un atisbo de la forma de pensar de las mentes limitadas. El público de anoche oyó el verdadero mensaje implícito en las palabras del Primus.

Myndo se envaró.

—¿Ah, sí? Después de todas las bufonadas que has presenciado con el paso de los años, ¿cómo puedes suponer que algunos fueron lo bastante inteligentes para oír lo que yo no escuché?

La feroz sonrisa de Ulthar asomó fugazmente a sus labios. Myndo sintió que le había tendido una trampa y había empezado a atraparla en ella.

—Tú misma acabas de advertimos del peligro que representan Hanse Davion y Katrina Steiner. ¿Hemos de suponer que es la compasión lo que ha impedido que esos dos gigantes intelectuales aplastasen a sus enemigos? ¿O debemos creer, correctamente, que los contrincantes están demasiado igualados?

»Dado que no tenías oídos para oír las palabras del Primus, permíteme que te traduzca su auténtico significado. Al enfatizar que la ceremonia de la boda simbolizaba el crecimiento, recordó con crudeza a los señores de dominios estancados o decadentes que todo crecimiento se realizaría a costa suya. Al evocar las virtudes de la unidad a todos los allí reunidos, reavivó los fuegos del nacionalismo y las ansias de independencia que arden en sus corazones. Los apremió a bendecir una unión que muchos maldicen en secreto y, al pedirles que se unieran todos, los separó aún más.

—¿Dijo algo que no requiera tantas piruetas mentales para poder entenderlo? —preguntó Myndo con desdén.

—Al presentar a ComStar como ejemplo, diluyó la amenaza que representamos, «¡Miradnos!», les ordenó, y así lo hicieron. Y vieron una organización impotente y decrépita. Si alguien hubiera sugerido que somos siniestros y maquiavélicos, es probable que se hubiesen burlado de él hasta el punto de obligarlo a salir avergonzado de la sala.

El capiscol de Tharkad miró sonriente a todo el Primer Circuito y añadió:

—Cálmate, capiscolesa de Dieron. Aunque fuiste sorda al mensaje de anoche, no debe preocuparte la posibilidad de que otros no comprendieran su verdadero alcance. Lo entendieron, y por ello está más próximo el día en que se cumplirá la Palabra de Blake.