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Nueva Avalon

Marca Crncis, Federación de Soles

25 de septiembre de 3028

El ambiente estaba cargado en el centro de mando subterráneo conocido como «la Guarida del Zorro». Tenía el olor acre del sudor y estaba tan preñado de tensión que resistía todos los esfuerzos del sistema de aire acondicionado, el cual apenas conseguía agitarlo en una pesada brisa.

Casi nadie levantó la mirada cuando apareció el príncipe Hanse Davion en el oscuro umbral. Los que sí lo hicieron se limitaron a saludarlo con un movimiento de cabeza; estaban demasiado cansados para hacer cualquier otra cosa. El Príncipe escrutó aquellos cansados rostros y sonrió para sus adentros. Aquí y ahora, todos somos iguales. En este lugar, me complace esta familiaridad. Aquí necesito a hombres y mujeres que me dirán la verdad, no cortesanos que falseen la realidad para obtener sus propios fines.

Un cabo entregó unos auriculares inalámbricos al Príncipe. Hanse se los encajó en la cabeza y ajustó el micrófono a la altura de la comisura de los labios. Diversas conversaciones transmitidas por radio resonaron en el altavoz pegado a su oreja derecha, pero con sólo rozar la parte posterior de la pieza bajó el volumen hasta reducirlo a un suave murmullo.

El Príncipe cruzó aquel puesto de mando sumido en la penumbra, que había sido construido en el subsuelo de su propio palacio. Se acercó a la mesa en la que estaba dispuesto el plano estratégico holográfico, abriéndose paso entre una multitud de cuerpos. Alrededor de la estancia rectangular, y extendiéndose por el enorme anfiteatro de la izquierda, había unas gigantescas pantallas de ordenador que mostraban inacabables listas de datos o de grabaciones de batallas, recibidas de los ’Mechs que combatían a años luz de distancia.

El Príncipe vio a Quintus Allard, que estaba encorvado sobre el plano estratégico. Los tonos verdes y rojos fosforescentes de la pantalla holográfica iluminaban el rostro de Quintus como si fuese un mapa topográfico, y marcaban oscuros valles en sus arrugas.

Quintus levantó la mirada cuando Hanse llegó al borde de la mesa del plano. Lo saludó con una sonrisa y un movimiento de cabeza y señaló la batalla que se desarrollaba en el descomunal plano.

—Ha funcionado, mi Príncipe. Los Renegados de Redfleld lograron aterrizar en la hacienda familiar liaoita, en el mismo planeta Liao. Se han apostado justo detrás de los Húsares Capelenses. Las últimas noticias que hemos recibido afirman que los Húsares se han retirado del planeta.

—Excelente —repuso Hanse Davion—. Liao nos sorprendió al tener a los Húsares en el planeta de origen de su familia. Ahora le hemos devuelto el favor con el peligroso ataque lanzado por los Renegados. —Tabaleó con dos dedos sobre la barbilla—. Recompensaremos a Redfield y a sus hombres por su esfuerzo. ¿Habéis descubierto cómo es posible que no conociéramos la presencia de los Húsares en el planeta Liao?

Una expresión taciturna alteró la faz de Quintus.

—Parece ser que un empleado de Intendencia había estado contabilizando las pagas de media docena de soldados inexistentes. Retrasó el registro del traslado de los Húsares hasta que hubo arreglado sus archivos. Por eso nuestra gente no descubrió el traslado desde un principio. Nuestros agentes en el planeta Liao sabían que los Húsares realizaban maniobras allí todos los veranos; por eso transmitían sus informes a través de los canales normales. Esperábamos que los Húsares acabasen en Liao, pero creíamos que eso sucedería más tarde. Al no disponer de la confirmación de las pagas, creimos que no estaban en aquel planeta.

Hanse asintió y preguntó:

—¿Ya han partido del planeta?

—Sí, y se han llevado un batallón de la unidad de Casa LuSann y un batallón muy diezmado del Primer Regimiento de Caballería de Reserva de la Confederación. A todos los efectos, esa unidad puede considerarse destruida, pues ha perdido el organigrama de oficiales y la estructura de mando.

El Príncipe tocó un bulto brillante del borde de la mesa del plano. La proyección holográfica pasó de las batallas libradas en Liao a una imagen del planeta Aldebarán.

—¿Ha habido más problemas aquí?

—No. Casa Ijori ha sacado del planeta a una compañía y media. Desde su marcha, los problemas se han reducido al mínimo. El Cuarto Regimiento de Guardias tiene la situación bajo control y, siguiendo vuestras instrucciones, han abierto una serie de centros provisionales para los refugiados. El Cuarto Regimiento de Caballería Ligera de Deneb se ha reagrupado y ya está listo para la próxima oleada de ataques.

Quintus escribió un breve mandato en un teclado de ordenador situado a su derecha.

—Liao ha sacado de Algol un batallón del Primer Regimiento de Fusileros de Ariana; y, de Nueva Hesse, un batallón y medio del Primer Regimiento de Irregulares de la misma Nueva Hesse. —Levantó la mirada y sonrió torvamente—. Liao ha salvado dos regimientos debilitados de las guarniciones de nueve planetas. Nosotros hemos sufrido pérdidas en un par de plazas, pero seguimos siendo fuertes. De hecho, las unidades que está previsto utilizar en la próxima oleada de ataques están prácticamente intactas.

Hanse asintió con expresión pensativa.

—¿Nos hemos apoderado del premio en Algol?

—Medio muerto, pero lo tenemos. Saltó de un ’Mech dañado y voló hacia un bosque. La infección estuvo a punto de costarle una pierna, y un tobillo fracturado no sanará del todo, pero lo tenemos.

Hanse sonrió para sus adentros. ¡Excelente! Un hijo es un arma muy eficaz contra el padre.

—Nadie debe saber su verdadera identidad. Que lo traigan aquí —ordenó Hanse. Aceptó como respuesta el asentimiento de Quintus y cambió de tema—. ¿Se ha efectuado una evaluación de las actividades de la compañía de ataque a corta distancia en St. Andre?

Quintus volvió a teclear un mandato y pulsó un botón del borde de la mesa. La imagen de Aldebarán se desvaneció y fue sustituida por un gráfico de datos. La columna, escrita en intensos colores azul y verde, que indicaba el número de toneladas destruidas por la compañía de Redburn, era mucho más alta que la que representaba las toneladas que habían perdido.

—Es mejor de lo esperado —comentó el Príncipe con una amplia sonrisa.

—Supongo que recordaréis, mi Príncipe, que el ’Mech Goliath es famoso por carecer de armamento de corta distancia. La compañía Delta se enfrentaba a unas fuerzas liaoitas singularmente adecuadas a su configuración. Una vez dicho esto, lo más importante es tener en cuenta lo bien que luchó la compañía Delta cuando todos creyeron que Redburn había muerto.

Quintus cambió el dibujo de la pantalla. Conmutó la imagen de la representación gráfica a la filmación holográfica de la batalla.

—Grabamos esto de uno de los Goliaths. —Señaló un Goliath que giraba lentamente tras ser sacudido por una serie de explosiones de MCA—. Es el ’Mech de la coronel Cochraine.

Unos rayos láser impactaron en el ’Mech y destrozaron los últimos restos del blindaje de la torreta, pero no lograron detener aquella máquina de guerra. Giró despacio la torreta, que apuntó a un Jenner. A su derecha, un Firestarter voló hacia el cielo impulsado por plateadas llamaradas de iones y aterrizó, con los pies por delante, sobre la cabeza del Goliath.

La explosión de motor de fusión resultante llenó la estancia de un cegador brillo blanco. Cuando la luz se apagó, el Príncipe vio que el torso sin piernas del Firestarter giraba y se apartaba del destrozado Goliath. El ’Mech giró en el aire como un juguete roto y chocó contra el hombro de otro Goliath ya dañado con anterioridad. El hombro del ’Mech quedó aplastado y la máquina se desplomó, mientras el Firestarter rebotaba, caía boca arriba y se quedaba inerte.

Quintus detuvo la filmación, dejando los ’Mechs paralizados en plena batalla.

—Redbum sufrió una conmoción cerebral y permaneció inconsciente durante el resto de la batalla. De inmediato, el teniente Craon disparó el armamento de su Valkyrie para impedir que los Goliaths se acercasen al lugar donde yacía el capitán. Luego ordenó a las otras tres lanzas que irrumpieran en la formación de Goliaths. Incluso se puso en contacto por radio con el coronel Stone y le dijo que el resto del Primer Batallón podía, y os citaré sus propias palabras, «sumarse al ataque cuando quisiera».

Aquella anécdota arrancó una suave risa del Príncipe. ¡A Stone debió de encantarle eso!

—Imagínatelo, Quintus. Una unidad formada a partir de uno de mis batallones de adiestramiento, invitando a una unidad de academia a que se unan a su ofensiva. MechWarriors como Craon no habrían tenido nunca la oportunidad de demostrar su valía si no hubiésemos puesto en marcha ese programa. Esperemos que esta clase de acciones nos ayuden a acallar las críticas que el programa despertó al principio.

—Sí, Alteza, esperémoslo. —Quintus volvió a presentar el gráfico de datos en el plano estratégico—. La compañía Delta se mantiene a plena potencia. Redbum se encuentra bien y ha sustituido el Firestarter por un Centurión capturado a las fuerzas liaoitas. Se me ocurrió que podríamos utilizar a la compañía Delta para descensos tácticos similares al efectuado por los Renegados de Redfield en el planeta Liao. Si lo consideráis oportuno, podría asignarles una Nave de Descenso.

El Príncipe asintió.

—Adelante. Parece que todo está bajo control. ¿Los preparativos del segundo ataque siguen el ritmo previsto?

—En algunos casos, incluso podríamos adelantarnos.

—No —repuso el Príncipe—. Nos ceñiremos a los planes. Quiero que cada ataque haga daño..., el suficiente como para que Maximilian Liao sea consciente de cómo se acerca su destino paso a paso.

—¿Y los datos que suministramos a Michael?

El Príncipe le dio una palmada a Quintus en la espalda.

—Resalta nuestros puntos débiles, tal como acordamos. No queremos facilitar el trabajo a la Maskirovka, pero no podemos permitir que pasen por alto las obvias «debilidades» de nuestra estrategia. En tal caso, nuestros planes no se llevarían a efecto en su totalidad.

Quintus asintió con gesto grave.

—Se hará todo como vos ordenáis.

—Bien.

El Príncipe le dio un apretón en el hombro. Luego se quitó los auriculares y los dejó sobre la mesa del plano estratégico. Salió del centro de mando y, tras esperar unos momentos a que sus ojos se acostumbrasen a la luz más brillante del pasillo, echó a andar. Pasó frente a los ascensores y dobló la esquina en la que acababa el corredor. Tras saludar con un movimiento de cabeza a los dos guardias de la División de Contraespionaje (DCE) apostados a la entrada de su ascensor privado, entró en él y se recostó en una de sus paredes, cubiertas de paneles de madera de roble, mientras la máquina lo conducía en silencio a los pisos superiores.

La invasión había ido bien, muy bien. A decir verdad, había superado sus más fantásticas esperanzas. Sus fuerzas no habían sufrido pérdidas graves y, al parecer, sus ataques habían pillado realmente por sorpresa a sus enemigos. Liao había salvado aun menos tropas y materiales que lo calculado por el Príncipe y sus consejeros.

Cuando el ascensor aminoró su marcha, Hanse Davion se separó de la pared, estiró su guerrera de corte militar y puso una sonrisa en su faz. La próxima oleada está preparada y se pondrá en camino en octubre. Confio en que la cosecha sea igual de abundante.

La puerta del ascensor se abrió en los aposentos privados del Príncipe.

—Hola, Melissa... y Morgan. ¿Qué tal estáis?

Melissa sonrió. Sus dorados cabellos le enmarcaban el rostro. Dejó la taza de té y el platillo sobre la mesa de mármol blanco que estaba ante ella y se incorporó para saludar a su marido. Lo cogió de las manos y le dio un leve beso en los labios. Se volvió a la izquierda, señaló los holodiscos que se hallaban sobre la mesa y sonrió a Morgan.

—Tu sobrino me ha traído los discos de los últimos episodios de la serie de holovídeo Nuevas aventuras de Sherlock Holmes. Aún no han sido emitidos por las cadenas de holovisión de la Mancomunidad.

Mientras sostenía la mano de Hanse entre los pliegues de su falda azul cielo, Melissa le dio un apretón un poco más fuerte de lo necesario.

—Ha sido un bonito detalle por tu parte, Morgan —le dijo Hanse, sonriendo.

Morgan se puso en pie y entrelazó las manos a la espalda.

—Tengo que hablar con vos, tío. —Su expresión preocupada era fiel reflejo de su tono de voz—. No he venido a traer estos discos a Melissa y ambos lo sabemos. Vuelvo a pediros que me permitáis reincorporarme a mi unidad.

Hanse se soltó la mano y se dirigió a un pequeño escritorio. Su mujer volvió a tomar asiento junto a Morgan.

—No puedo, Morgan. Ya lo sabes —repuso Hanse. Miró a su sobrino de cabellos rojos como el fuego y añadió—: Tu unidad está comportándose de manera muy satisfactoria, aunque tal vez no tanto como si tú mandases el batallón; sin embargo, te necesito aquí.

—Me habéis dicho que soy demasiado valioso porque soy vuestro heredero —replicó con enojo Morgan—, pero eso, en el pasado, no me impidió jamás participar en combates.

La irritación cubrió el semblante del Príncipe como una nube de tormenta.

—Antes, las cosas eran distintas. Morgan.

—No, tío, no lo eran. Antes, yo era una figura emblemática. Los Guardias Pesados sabían que vos confiabais en ellos al permitirme luchar a su lado. —Morgan señaló al techo con gesto colérico, pero su ademán también abarcaba el cielo y todo el Universo—. Sabían que vos estabais seguro de que vencerían. De lo contrario, no me habríais destinado a su unidad. Nunca correríais el riesgo de llegar a perderme.

—Tengo a Ardan Sortek para liderarlos. Pueden sentir la misma confianza porque les he confiado a mi mejor amigo.

—No, tío, no es lo mismo —gruñó Morgan—. Ardan no es de vuestra misma sangre. Aunque lo aprecio y creo que es un excelente jefe de unidad, no es más que un peón en esta batalla. —Se señaló su propio pecho con el pulgar—. Yo soy el premio, tío, y ambos lo sabemos. Si fuera capturado, Maximilian Liao podría utilizarme contra mi padre. Podría exigir a mi padre que renunciara a su neutralidad a cambio de mi vida.

—¡Eso es! —replicó Hanse, irguiendo la cabeza—. Tú mismo acabas de darme una razón perfecta para que te retenga aquí.

Morgan se inclinó hacia adelante. Había un gran pesar en su semblante.

—No, no es una buena razón. Deberíais mandarme al campo de batalla. Así, todos pensarían que estáis convencido de que nuestra victoria es inevitable.

—¿Y si no lo es? ¿Qué pasaría si murieses en combate? Tu padre me acusaría de haber echado por tierra todos mis planes. Diría que puse en peligro tu vida de manera innecesaria y sólo para perjudicarlo. Terminaría luchando contra él y no contra Liao.

—No, tío, vos no lo conocéis tan bien como yo. Si yo muriera, no vacilaría en ponerse de vuestra parte. Reuniría sus tropas y aplastaría a Liao. —Morgan se permitió una sonrisa astuta—. Vos y yo sabemos que, por muy buenas que sean las tropas que hemos empleado para llevar a cabo la invasión, si queremos triunfar necesitaremos también las fuerzas de la Marca Capelense.

Hanse enarcó una ceja. ¿Tu facilidad para hacer planes se extiende más allá de las cuestiones militares, Morgan ? ¿Eres igual de perspicaz y cauteloso en la política?

—Si las cosas son como tú las describes —dijo Hanse con un murmullo semejante a la brisa que sopla en los cementerios—, tal vez debería encargarme de que un asesino de la Maskirovka te matase aquí, en Nueva Avalon. Eso impulsaría a la Marca Capelense y me libraría de la desmoralización que cundiría en la Guardia Pesada si murieras en combate...

Melissa se quedó sin aliento. Morgan se envaró y se incorporó.

—Lo único que he pedido siempre ha sido serviros como vos consideraseis oportuno, mi Príncipe. Si mi muerte os resulta propicia para vuestras intenciones, sólo necesitaré un poco de tiempo para poner en orden mis asuntos...

Hanse desdeñó con energía la sugerencia.

—¡No, maldición! Yo no soy Takashi Kurita, ni tú eres uno de esos samurais fanáticos. ¡Tu muerte no me sirve de nada! Lo que necesito es tu presencia, tu perspicacia y tu apoyo. Y las necesito aquí, en Nueva Avalon. —Hanse tragó saliva y devolvió impasible la mirada de los ojos de color esmeralda de Morgan—. Aquí, en Nueva Avalon, inalcanzable, tú eres el futuro. Tu presencia, tu vida, irritan hasta extremos insoportable a Maximilian Liao. Sabe que no puede vencer a mis tropas. Y, si por un golpe de suerte consigue matarme, sabe que tú, mi joven león, estás esperando entre bastidores para ocupar mi lugar.

»Además, Morgan —añadió Hanse, sonriendo lleno de confianza—, el hecho de que estés a mi lado indica a nuestro pueblo que esta guerra, aunque es horrible y costosa, la ganaremos. Los acontecimientos no me obligan a enviarte al frente. Te mantengo en reserva para que seas esa figura emblemática que puedo necesitar. En este aspecto, tú eres más valioso de lo que crees.

Morgan apartó la mirada; sin embargo, Hanse sabía que, aunque había ganado aquel combate, su sobrino insistiría una y otra vez. Cada ataque será distinto, pero los lanzarás. Demuestran que tú, Morgan, eres sincero y leal. Sé fuerte como hasta ahora, porque rechazaré tu petición una y otra vez. No puedo mandarte al campo de batalla. Miró de reojo a Melissa. No puedo mandarte, hasta que ella me haya dado un heredero.

Morgan levantó la cabeza y dijo:

—Acepto vuestros argumentos, tío, porque tienen cierta lógica. Si no puedo estar con mi unidad destruyendo ’Mechs de Maximilian Liao, al menos puedo contribuir a agravar sus problemas de insomnio. —Se irguió y adoptó una expresión de serena aceptación—. Estoy preparado, mi Príncipe, para cumplir la tarea que decidáis. Cuando llegue la hora de que me ponga a la cabeza de una unidad militar, tampoco rehuiré mi deber. Sea cual sea la misión que me asignéis, os prometo que la llevaré a cabo con éxito.