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Sede del Primer Circuito de ComStar
Isla de Hilton Head, América de Norte, Tierra
20 de agosto de 3028
Morgan Hasek-Davion se estiró las mangas de su guerrera de color azul marino. El sol de plata que llevaba en el hombro izquierdo proyectaba cuatro rayos hacia la abertura de la chaqueta. Frotó un rayo con la manga para quitar una mancha y se peinó hacia atrás sus largo cabellos pelirrojos, apartándolos de las argénteas charreteras del uniforme con una banda blanca en la base. Desvió la mirada del espejo de cuerpo entero y abrió los brazos.
—¿Qué te parece, cariño?
Kym sonrió, llena de orgullo. Le ajustó el cuello plateado para que estuviera centrado sobre su ancho pecho. Se puso de puntillas y le dio un fugaz beso.
—Creo, tesoro, que estás muy guapo y que voy a sertirme muy celosa en la recepción cuando bailes con la dama de honor.
—No te preocupes, Kym. La otra noche averigüé que; Misha Aubum vivió un apasionado romance con Andrew Redburn el año pasado, durante su visita a la Mancomunidad de Lira. Me imagino que han estado escribiéndose desde entonces. No tengo la menor intención de robar la mujer a un viejo amigo.
—¿Es ésa la única razón por la que no estás interesado por ella? —preguntó Kym, haciendo pucheros.
Morgan estrechó a Kym contra su cuerpo.
—Tú eres la única razón por la que no me interesa ninguna otra mujer.
Ella sonrió y acarició con el dedo la punta de la nariz de Morgan.
—Ésa es la respuesta correcta, Morgan Hasek-Davion. No lo olvides.
Morgan asintió lleno de felicidad.
—Siempre y cuando estés cerca para recordármelo.
La puerta situada a la espalda de Kym se abrió, pero Hanse Davion titubeó en el umbral.
—Perdonadme. Debí haber llamado.
—No, soy yo la que no debería estar aquí —dijo Kym. Dio un rápido beso a Morgan y añadió—: Ya me voy. Enhorabuena, Alteza. Os deseo que seáis muy feliz.
—Gracias, lady Sorenson. Confío en que ya habrá comprobado que Morgan tiene los anillos y no va a dejar en ridículo a la Federación de Soles.
—No temáis. Alteza —respondió Kym, y guiñó el ojo a Morgan. Hizo una reverencia al Príncipe y salió, cerrando la puerta a sus espaldas.
—Tengo los anillos, tío —dijo Morgan, sonriente, al Príncipe.
—Lo sé, Morgan, lo sé —repuso con aire distraído.
Morgan arrugó sus pelirrojas cejas.
—Hanse, no estaréis nervioso, ¿verdad?
Hanse vaciló y se echó a reír.
—¿Se nota?
—Un poco —contestó Morgan con una sonrisa maliciosa—. Supongo que no tendréis ningún problema...
Hanse enarcó una ceja, pero conservó su buen humor.
—¿Qué clase de problema, Morgan?
—Acordaros de vuestras frases —se rió Morgan—Pero si os olvidáis de alguna, yo os la apuntaré.
Hanse se rió también.
—Gracias, Morgan, por ayudarme a aliviar la tensión. Hoy es un gran día.
Morgan asintió con gesto solemne.
—Sí, lo es —confirmó. Se mordisqueó el labio inferior y tragó saliva—. Hanse, sólo quiero que sepáis que significa mucho para mí ser vuestro padrino. ¿Sabéis?, en los orígenes de esta tradición, se escogía al padrino porque su trabajo consistía en rechazar a los que perseguían al novio cuando éste robaba la novia a su familia. —Morgan bajó la mirada hacia sus botas y espuelas—. Eso voy a hacer yo también... Os defenderé a vos, a vuestra novia y a la Casa Davion frente a todo aquel que os amenace.
Hanse apoyó ambas manos sobre los anchos hombros de Morgan.
—Morgan, cuando ordené que te llevaran a Nueva Avalon, hace cuatro años, lo hice para que tu padre pensara dos veces algunas de las acciones que emprendía. Poco después de tu llegada, comprendí que había sido un error, porque acabé castigándote a ti por los problemas que nos distanciaban a tu padre y a mí. —Esbozó una sonrisa—. Sin embargo, también me di cuenta de que quería que te quedases en Nueva Avalon. Es mi hogar y el hecho de tenerte allí hacía que pareciera más la clase de sitio que quiero que sea.
Hanse bajó las manos y se apartó de Morgan.
—Mentiría si dijese que en tu elección como padrino de boda no hay consideraciones políticas. La sugerencia fue de Ardan y yo la acepté porque sabemos que, honrándote a ti, demostramos a los habitantes de la Marca Capelense que sí me preocupo por ellos y por su bienestar. —Se volvió despacio hacia Morgan—. Sin embargo, debes creerme si te digo que no he lamentado esa elección ni por un instante. Algunos me aconsejaron que no confiara en ti. Decían que eres un Hasek y me recordaron que pasaste tu juventud en la Marca Capelense. Es verdad que tú eres quien está más cerca de los tronos de ambas Casas. Si yo muriera sin heredero, recibirías presiones para convertirte en candidato a la sucesión.
Hanse sonrió con sinceridad a su sobrino y prosiguió:
—A pesar de todo, he llegado a comprender algo muy importante sobre ti, Morgan. Gracias a que has vivido en la Marca Capelense y en la Marca Crucis, a tu educación en el Salón de los Guerreros y en la Academia Militar de Nueva Avalon, y a tu linaje, eres consciente de lo que significa pertenecer a la Federación de Soles. Eres un Hasek y un Davion, pero más que cada uno de esos nombres. Ocurra lo que ocurra, nunca dudes de que tienes mi más absoluta confianza.
Morgan mantuvo la cabeza gacha por unos momentos, como si estuviera poniendo en orden sus pensamientos. Estaba emocionado por el fervor con que le había hablado el hombre que era su tío y su príncipe.
—Gracias, Hanse, por esa confianza. No quiero Marcas que gobernar, ni tampoco quiero el poder, ese embriagador e hipnótico poder que domina y corrompe a la gente. No quiero nada de eso que parece implicar el gobierno de una parte de los Estados Sucesores. En cuanto tengáis un heredero, podéis recompensarme con un trozo de tierra en algún planeta y permitirme acabar mis días como un simple hacendado.
—Has hablado demasiado con Ardan Sortek —dijo Hanse, sonriendo.
—Tal vez, pero él tiene razón. La política es para aquellos que saben descifrar los intrincados y sutiles dibujos del tapiz del destino. Sirvo de buena gana a la Federación de Soles, pero si puedo mantener mi vida lejos de todo lío político, me sentiré más que satisfecho.
Hanse miró su cronómetro.
—Bueno, parece que ha llegado el momento de tejer otro punto en el tapiz del destino —comentó.
Morgan asintió y se dirigió hacia la puerta.
—Hacia el futuro, mi Príncipe. Un futuro de total felicidad para vos y vuestra novia.
Hacia un futuro próspero y seguro, mi Príncipe, pensó Morgan. Y yo haré todo lo que esté en mi mano para que se haga realidad.