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Zaniah III
Isla de Skye, Mancomunidad de Lira
22 de octubre de 3027
En silencio, el hermano Giles y Daniel Allard subieron en el ascensor hasta la zona superior de la meseta. Cuando se abrieron sus puertas, se hallaban a medio nivel de distancia de la irregular y erosionada superficie. Oleadas de calor invadieron el ascensor. El hermano Giles señaló una ancha rampa que ascendía en curva hasta la brillante iluminación del exterior.
Dan salió del ascensor y subió despacio la rampa. ¿Cómo se lo diré? Sí, Patrick Kell murió heroicamente, pero ¿puede servir de consuelo? ¿Le importará? Dan se estremeció y apretó los dientes con ira. Dan, todavía te preocupas por tu hermano, Justin, a pesar de que desertó. ¿Cómo puedes esperar menos de Morgan?
Dan dobló la rampa y vio de inmediato a Morgan Kell. El ex MechWarrior, alto y fuerte pero delgado —como un demonio, pensó Dan—, le daba la espalda. Iba vestido sólo con un taparrabos, cuyos extremos eran agitados por la cálida brisa del desierto. La luz del sol marcaba fuertes contrastes de luz y sombra en sus músculos. El intenso bronceado de la piel disimulaba prácticamente todo rastro de las cicatrices que había sufrido a lo largo de su carrera militar.
El viento agitaba los largos cabellos negros de Morgan y los apartó lo suficiente de su rostro como para que Dan pudiese ver que llevaba barba. Dan no le dijo nada, pues Morgan estaba rezando con la cabeza inclinada. De improviso, el viento se calmó y no ahogó por más tiempo su fuerte y firme voz.
—Espíritu de Cristo, santifícame —decía—. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, emborráchame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, fortaléceme. ¡Oh, buen Jesús, escúchame! En Tus heridas, escóndeme. Que nada me separe de Ti. Del enemigo maligno, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame; y llévame a Tu lado, junto a Tus santos, para que pueda alabarte por los siglos de los siglos. Amén.
Cuando Kell irguió la cabeza, Dan le habló en voz baja, aunque un escalofrío de pavor le recorría todo el cuerpo.
—¿Coronel Kell?
Morgan Kell era un hombre corpulento, pero se volvió con un movimiento lleno de elegancia. Pese a la barba, Dan reconoció su apuesto rostro y la misma mirada cautelosa y astuta que había inspirado terror en más de un enemigo a lo largo de los años. También distinguió los cambios sufridos por el hombre que había estado al mando de los Demonios de Kell. Los cambios superficiales —las arrugas en las comisuras de los ojos, los mechones grises que le cruzaban la barba y los cabellos-eran los que esperaba encontrar. Sin embargo, los otros cambios sorprendieron a Dan.
Parece tan lleno de paz, mucho más contenido que antes. El hermano Giles tenía razón. Morgan ha cambiado. Dan miró directamente a los ojos castaños de aquel hombre y sintió una cierta desazón. También parece atormentado...
Morgan Kell esbozó lentamente una sonrisa que animó un poco su rostro.
—Tú eres Dan Allard. —La mirada de Kell se desvió hacia el emblema que cubría la pechera izquierda de su guerrera—. ¿Sigues en los Demonios?
—Sí, señor. —Dan se irguió y saludó—. Me alegro de verlo, coronel.
Morgan imitó el gesto de Dan, pero con una torpeza que demostraba hasta qué punto le resultaba extraño.
—Sé por qué has venido, Dan. Se trata de él, ¿verdad?
A Dan se le secó la boca. ¿Cómo ha podido enterarse? Todo el personal de los Demonios de Kell decidió no enviarle ningún mensaje comunicándole la noticia. Queríamos que se la transmitiera alguna persona que conociese a Patrick, no un acólito de ComStar a quien no le importase aquello.
Morgan dio media vuelta y se agarró las manos a la espalda. Su silueta se delineaba contra el cielo de poniente.
—Sabía que esto sucedería algún día. Sabía que no había acabado hace once años. No obstante, esperaba y rezaba para que no llegase este día.
Dan agachó la cabeza.
—Usted y el resto de los Demonios de Kell, señor.
—Muy bien —dijo Morgan, volviéndose de nuevo hacia Dan—. Cuando regrese a la oficina del abad, dígale que le entregue el paquete de mensajes que yo le di a mi llegada. Luego pídale que lo conduzca a Starboro, para que ComStar pueda transmitirlos en cuanto sea posible. Al día siguiente me reuniré con usted y nos marcharemos de aquí.
¿Qué pasa?, se preguntó Dan. No parece afectado en absoluto por la muerte de su hermano.
—Señor...
—¿Hay algo que no ha entendido? No creerá que yo lo había olvidado, ¿verdad? Yorinaga Kurita ha vuelto. Nuestra tregua ha llegado a su fin. —Miró a Dan—. Dígame... ¿Dónde tiene Patrick estacionados ahora a los Demonios de Kell?
Dan, perplejo, contempló a Morgan Kell.
—¡Coronel, Patrick Kell ha muerto! —Cerró las manos y añadió—: Yorinaga Kurita lo mató. Patrick sacrificó su vida para salvar a Melissa Steiner y al resto de los Demonios de Kell.
—¡NO! —Morgan sacudió con violencia la cabeza y sus largos cabellos se agitaron de un lado a otro—. ¡No! No se suponía que debiera ocurrir eso. ¡No se suponía que debiera pasar de ese modo! —Cayó de rodillas y, a excepción de algunos mechones pegados a sus mejillas por las lágrimas, su larga melena cayó hacia adelante y le cubrió el rostro—. ¡Yo nunca habría permitido que sucediera eso!
La ira que Dan había mantenido sepultada durante once años destrozó los muros que la contenían.
—Usted no habría permitido nunca que sucediera, ¿eh? Usted se descargó de toda responsabilidad hace once años, cuando nos abandonó. —Señaló con furia a Kell—. Hizo algo más que abandonarnos. Usted dividió a los Demonios de Kell y vino a esconderse a este infernal rincón del Universo. Sin dar explicaciones ni ofrecer disculpas. Se largó y dejó que fuésemos nosotros los que recogiéramos los pedazos.
—Hice lo que tenía que hacer —dijo Morgan, con la voz quebrada por el dolor.
Dan se echó a reír.
—¿Ah, sí? Usted dispersó a dos tercios de los Demonios de Kell. A petición suya, dos batallones completos abandonaron el regimiento, pero nunca nos dijo qué les había contado para que se marcharan de improviso. De ser un regimiento, nos redujo a un único batallón. ¿Por qué no nos dijo qué estaba ocurriendo?
—No lo habrían entendido —murmuró Morgan, bajando la mirada.
—¿No? —Dan escupió, asqueado—. Déjeme que le explique qué sucedió tras su marcha, mi coronel. —Pronunció la graduación con desprecio, pero aquello había dejado de preocuparle a Dan—. Usted me reclutó en cuanto salí de la Academia Militar de Nueva Avalon. Yo estaba orgulloso de ser un teniente con mando sobre una Lanza de Reconocimiento. Pero, cuando dispersó a los otros, se derrumbó toda la estructura de los Demonios de Kell. La responsabilidad de la compañía de 'Mechs cayó sobre mis hombros.
Morgan se irguió.
—Usted es un engreído. También estaban Patrick y Salome Ward.
Dan meneó la cabeza con incredulidad.
—Entonces, ¡qué ciego debe de haber estado! Tal vez el tiempo pasado aquí le ha nublado la memoria, pero Salome Ward era algo más para usted, Morgan, que una de las oficiales del estado mayor. ¡Diablos!, quizás ustedes pensaban que su relación amorosa era un secreto, pero todos los miembros del regimiento estaban enterados. Cuando usted desapareció sin decir ni una palabra, Salome se derrumbó. Naturalmente, fue lo bastante fuerte para seguir con su trabajo, pero lo hacía de manera mecánica. Necesitó mucho tiempo para reencontrarse a sí misma.
Dan entornó los ojos y deseó que Morgan se fundiera bajo su feroz mirada.
—Y su hermano... ¡Dios mío! No tiene ni idea de cuánto daño le hizo. Creía que usted había disuelto el regimiento porque no quería confiarle la responsabilidad de tantas vidas...
—Eso no es cierto... —lo interrumpió ásperamente Morgan.
—No me imponan cuáles fueran sus motivos, Morgan. Eso fue lo que pensó su hermano. Aquella idea lo consumía y, durante los tres primeros años transcurridos tras su marcha, siempre estuvo dudando de su propia capacidad. Pero, un día, decidió convertirse en el mejor comandante de batallón posible. Lo logró, Morgan, y sé que esperaba que usted estuviese orgulloso de él.
—Lo estaba. Siempre estuve orgulloso.
—Ahora es demasiado tarde, Morgan —dijo Dan con un bufido—. ¿Sabía lo orgulloso de usted que estaba Patrick? Nunca asumió el grado de coronel. Se conformó con ser teniente coronel, porque decía que el coronel de los Demonios de Kell era usted. Todos nuestros contratos incluyen una cláusula por la que usted está autorizado a romperlos cuando decida volver a la unidad. ¡Maldición! Patrick rechazó incluso ofertas de otros batallones mercenarios que querían unirse a nosotros para que recuperásemos la categoría de regimiento, porque decía que aquella decisión le correspondía a usted. —Meneó la cabeza—. ¿Sabe cómo llamamos a su marcha, Morgan? La llamamos «la Defección». Todos los que ingresan en los Demonios de Kell aprenden enseguida a no hacer preguntas sobre la Defección. Su defección, Morgan, atormentó a Patrick hasta su lecho de muerte.
Dan titubeó. Un nudo se cerró alrededor de su garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Sabe lo que me dijo al morir? Me dijo: «Dan, dile... di a Morgan que lo he comprendido. Dile que, por fin, lo he comprendido». Hasta el último momento, el recuerdo de la Defección lo acució y lo persiguió.
Morgan se encorvó hacia adelante, pero se sostuvo apoyándose en ambos brazos. Dan vio que algunas lágrimas caían sobre la rojiza roca del suelo, pero las oscuras manchas de agua se evaporaban pocos instantes después de haberse formado. Pudo sentir que la tensión abandonaba el cuerpo de Morgan, pero no notó ningún alivio en su ira contenida durante tanto tiempo.
Morgan se incorporó y miró fijamente a los fríos ojos azules de Dan.
—Acepto su valoración del daño que causé a mi hermano y a Salome. Espero que ahora me detalle el daño que le hice a usted, Daniel Allard.
Las palabras de Morgan liberaron la angustia que Dan había reprimido durante la Defección.
—El daño que me hizo a mí... —Agachó la cabeza—. Creía que usted me había aceptado en los Demonios de Kell porque tenía fe en mi valía. Había alabado mis actuaciones en ejercicios y batallas. Yo siempre llevaba mi lanza un paso por delante del enemigo y hacía todo lo que se suponía que debía hacer. Mantuve con vida a mis hombres y pensé que veía un gran potencial en mí.
Dan se rió con voz ronca.
—Cuando la gente comenzó a abandonarnos, empecé a darme cuenta de que había escogido que se marcharan los mejores y los más brillantes. Creía que usted tenía algún plan, y que sólo se lo había confiado a la elite del regimiento. Esperé y esperé a que viniera a confiarme una misión. Cuando se marchó, y me encontré de repente con la tarea de mantener unido un batallón mercenario, lo odié. Me sentí traicionado e indigno. Hizo que dudase de mí mismo. Ese fue el daño que me causó, Morgan, pero no es nada comparado con lo que les hizo a Salome y a Patrick. Me recuperé bastante pronto y conservé unidos a los Demonios de Kell sólo para echárselo en cara.
Morgan se balanceó sobre los talones, vaciló y se incorporó con un gesto lento y grácil.
—Tengo muchas culpas que expiar. Sé que las meras palabras no lograrán absolverme, pero tal vez puedan, en su caso, ayudar a aliviar su dolor. —Tragó saliva—. En parte, tiene razón al decir que aparté a hombres y mujeres válidos y competentes de los Demonios de Kell, durante el período que usted denomina la Defección. Y es cierto que lo tuve a usted muy en cuenta para una parte muy importante de aquel plan...
Dan frunció el entrecejo.
—¿Pero?
—Me pareció demasiado valioso para los Demonios de Kell —suspiró Morgan—. No, no esperaba, ni preveía, ni deseaba que se produjese el efecto que tuvo mi marcha en los Demonios de Kell..., en especial en lo que afectó a Salome y a mi hermano. De haber sospechado lo que acaba de contarme, habría pensado en otro método. Tal vez haya subestimado por completo la importancia del caos, pero sí sabía que los Demonios iban a pasar una mala época. Con su juvenil entusiasmo, energía e inteligencia, creía que usted era la clase de persona capaz de mantener unidos a los Demonios de Kell. Con Patrick, Salome y usted como líderes, sabía que la unidad atraería a los mejores MechWarriors disponibles y los Demonios de Kell volverían a ser poderosos.
Dan contempló a aquel hombre semidesnudo y desaliñado y comprendió que estaba diciendo la verdad, por muy inverosímiles que pareciesen sus palabras. Lo miró con expresión burlona.
—¿Por qué no nos lo dijo?
Morgan abrió las manos en un gesto de impotencia.
—No podía. Por las mismas razones que Patrick, Salome y usted eran los ideales para dirigir a los Demonios de Kell, no podía explicarles por qué huía ni por qué apartaba a los demás. Ninguno de ustedes es estúpido, pero todos tienden a ver la acción como la solución de la mayoría de problemas. En la situación que yo entrevi, actuar habría significado la muerte.
—Sigo sin entender por qué no pudo contárnoslo. Habríamos obedecido todas sus instrucciones.
Morgan sonrió.
—¿Seguro? Si le hubiera dicho que debía irse por culpa de un hombre, ¿habría contenido el impulso de buscarlo y destruirlo? No lo creo. —Suspiró con fuerza—. Peor aún, Dan. Yo mismo sólo he ido comprendiendo gradualmente lo que acabo de decirle. Cuando dejé la unidad, mis emociones, mis esperanzas, sueños y temores, eran un maremágnum en mi mente. Podía discernir lo suficiente las cosas con el intelecto para actuar de acuerdo a algunas de ellas; pero en el aspecto emocional, me sentía como si estuviera hundiéndome. Sentía... sabía... que los condenaría a muerte a todos si decía lo que pensaba.
—¿Y todo esto tiene algo que ver con Yorinaga Kurita y la batalla del Mundo de Mallory?
—Sí. —Morgan se volvió y contempló el desierto—. Mientras he permanecido en el exilio, no ha habido ningún peligro. Ahora, a pesar del daño que causé, parece que mis precauciones han valido la pena.
Morgan calló por unos instantes. Luego se estremeció, a pesar del calor, y se giró hacia Dan.
—¿Recuerda lo que le pedí que dijera al abad?
—Que me dé los mensajes para ComStar y los lleve a Starboro para que los transmitan.
—Sí. Añada algo más —dijo Morgan, sonriendo—. ¿Dónde están ahora los Demonios de Kell?
—En Northwind, Federación de Soles. Tenemos un contrato con la Mancomunidad de Lira, pero estamos en Northwind desde junio porque la Arcontesa nos ha cedido en préstamo a Hanse Davion a petición de éste. Salome es la comandante en jefe provisional.
Morgan asintió.
—Bien. Envíe un mensaje a Salome. Pídale que conduzca a los Demonios de Kell a Thorin. Allí recibirá nuevas instrucciones. Luego, espéreme en Starboro. Nos marcharemos dentro de dos días.
—¿A Thorin?
—A Tharkad. Debo hablar con la Arcontesa. —El rostro de Morgan había cambiado. Su expresión se había vuelto lejana—. Ahora, si me perdona, deseo estar un rato solo.
Dan asintió.
—Morgan...
—¿Sí?
—Aunque lamento profundamente las circunstancias —dijo Dan en voz baja—, me parece fantástico que vuelva con nosotros.