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Tbarkad
Distrito de Donegal, Mancomunidad de Lira
31 de diciembre de 3027
El agente del Cuerpo de Inteligencia Lirano carraspeó suavemente.
—Perdóneme, capitán Allard, pero la Arcontesa y el coronel Kell regresan a la fiesta.
Jeana apretó la mano a Dan.
—Vaya. Yo lo alcanzaré más tarde.
—Cuento con ello. Y gracias por escucharme —le dijo Dan y se volvió hacia el agente del CIL—. Guíeme.
El agente señaló un sendero, pero guardó silencio en el camino de vuelta. Dan dio las gracias al agente con un movimiento de cabeza y buscó a la Arcontesa. La vio, acompañada de Morgan, y avanzó hacia aquel lugar. Sin embargo, cuando llegó, Katrina Steiner se había desvanecido.
Dan vio que Morgan estaba enzarzado en una conversación con tres hombres. Los dos más viejos parecen muy inquietos, pensó Dan, y reprimió una sonrisa. Me imagino que lo consideran un fantasma de un pasado que preferirían que se olvidase.
Morgan sonrió e hizo un hueco a Dan en el pequeño grupo.
—¡Ah, Dan! Me alegro mucho de verte. ¿Conoces a estos dos caballeros?
El tono y la actitud envarada de Morgan desmentían la sonrisa de sus labios. No obstante, Dan contestó al amable comentario como si fuese sincero. Hizo una breve reverencia y alargó la mano hacia el hombre más alto de los tres. El pelo de tono platino del anciano y sus grises ojos lo delataban como miembro del linaje Steiner. La fina cicatriz que ascendía desde el rabillo del ojo derecho hasta la línea del cabello no afeaba sus atractivos y perfectamente modelados rasgos, pero sí privaba a su severa expresión de parte de la fuerza que desprendía el semblante su prima Katrina Steiner.
—Es un honor volver a verlo, duque Frederick.
Frederick ladeó un poco la cabeza.
—Tengo entendido que hay que atribuirle buena pane del mérito en el rescate de la Silver Eagle.
—Sólo cumplí con mi deber, Excelencia —-repuso Dan.
El más bajo de los tres hombres, un aristócrata de vientre abultado, extendió su diestra. Cojeando, se adelantó un poco y sonrió con malicia.
—Habla como un auténtico héroe, capitán. Su modestia lo honra.
Dan entornó los ojos. Y sus palabras, duque Aldo Lestrade, suenan como el anzuelo de una trampa mortal.
—No me considero un héroe, duque Lestrade. —Dan señaló con la cabeza el brazo izquierdo del duque, hecho de plástico y acero—. Haber aprendido a vivir con su nuevo brazo y su cadera postiza es mucho más heroico de todo cuanto yo haya hecho.
Dan se volvió hacia el tercer hombre del grupo. Aunque tenía el característico pelo rubio de los Steiner, además de la nariz y la barbilla perfectamente delineadas, Dan necesitó unos instantes para identificar el elemento que no encajaba en aquel semblante. Eran los ojos, más oscuros que los de ningún otro Steiner conocido por Dan. Le alargó la diestra.
—Daniel Allard.
El tercer hombre le estrujó la mano.
—Me llamo Ryan Steiner, capitán Allard.
Dan sacudió la mano del joven por dos veces y luego la soltó.
—Encantado de conocerlo.
Morgan sonrió como si no se hubiera percatado de nada de lo sucedido entre Dan y Ryan.
—Ryan, o mejor dicho, el duque de Porrima, es el sobrino del duque Frederick. Les decía que yo conocía a la madre de Ryan, Donna Steiner, cuando daba clases en Nagelring. —Morgan se volvió hacia Ryan y entrecerró los ojos—. Su madre se casó en la Academia y tuve el orgullo de ser elegido Guardia de Honor de la ceremonia...
Las palabras de Morgan se difuminaron en un gélido silencio cuando otro hombre se unió al grupo. Frederick Steiner y Aldo Lestrade se encogieron de manera visible al ver que aquel ojeroso hombre de cabellos canos se colocaba entre ellos. Los ojos de Ryan sonrieron y el anciano lo saludó con un levísimo asentimiento de cabeza. Luego, centró toda su atención en Morgan Kell.
—Así que es cierto —dijo con voz cascada—. Los muertos vuelven a caminar entre nosotros.
Morgan clavó su mirada en el recién llegado. Cuando respondió por fin, su tono fue glacial.
—¿Hablas de ti mismo, Alessandro Steiner, o te refieres a mí? —Morgan dejó que una sonrisa cruel le tensara las comisuras de los labios—. ¡Oh, he olvidado mis buenos modales! ¿Cuál es la forma correcta de dirigirse a un arconte depuesto?
Los labios de Alessandro dejaron al descubierto sus dientes en una sonrisa desdeñosa: la respuesta de Morgan había dado en la llaga. Sus grises ojos relampaguearon de cólera, pero lo disimuló con una respetuosa inclinación de cabeza al líder mercenario.
—Siempre tan despierto, Morgan Kell. —El ex Arconte lanzó una velada mirada a Frederick y a LestraGracias a Dios, ninguno de estos dos tiene su ingenio ni su inteligencia. Si tuvieran sólo la mitad, cualquiera de las conspiraciones que han urdido les habría proporcionado el trono.
Expresiones de sorpresa y furia desencajaron los sem-blantes de los dos duques, antes de que pudiesen disimularlas con miradas de fingida inocencia. Morgan miró directamente a los ojos a Alessandro.
—Tu tesis tiene un defecto, Alessandro: junto con el ingenio y la inteligencia, hay una incondicional lealtad al sentido de la justicia, que es la base más firme de la Mancomunidad.
Alessandro se envaró.
—No recuerdo, coronel Kell, haberle dado permiso para hablarme con semejante familiaridad.
Con el rostro deformado por la cólera, Morgan replicó:
—Ese derecho, Alessandro, me lo gané en un año infernal. —Se irguió al máximo. Paseó su mirada de Alessandro a Lestrade, pasando por Frederick, y bajó su tono de voz hasta convertirlo en un ronco gruñido—. Aquel año me gané el derecho a colaborar en tu derrocamiento, y también el de preservar el trono para Katrina Steiner y su descendencia.
Morgan endureció su expresión y entornó los ojos.
—No se equivoquen conmigo, caballeros, pues quiero que esto quede muy claro. Es un derecho muy apreciado para mí y lo ejerceré a cualquier precio.
Los castaños ojos de Aldo Lestrade ardían de ira.
—¡No voy a tolerar una actitud tan presuntuosa en un vulgar mercenario que cree ser alguien! —Señaló al pecho de Morgan y un centelleo reflejado en la condecoración plateada de los Tigres de Tamar cegó por unos instantes al irritado noble—. Ha pasado demasiados años en aquel mundo desértico, coronel. Se le debió de secar el cerebro. Me acusa de deslealtad, pero yo me limito a protestar por la actitud negligente y arrogante de la Arcontesa en todo aquello que hace referencia al bienestar de mi pueblo.
Morgan le mostró una sonrisa lobuna.
—Se olvida, duque Lestrade, de que Zaniah pertenece a la isla de Skye y, por tanto, es territorio suyo. He escuchado sus discursos sobre cómo la Arcontesa deja su pueblo a merced de los saqueos de las fuerzas de Marik y Kurita. Sin embargo, Excelencia, me parece muy curioso que no produjera en Zaniah ni una sola incursión de ’Mechs en todo el tiempo que pasé allí.
Lestrade bufó en actitud desafiante.
—Mientras usted permanecía acurrucado en su capullo de meditación, coronel, hay muchas cosas que no ha visto. Su propia compañía fue atacada por los kuritanos en mi mundo de Chara. Si no recuerdo mal —dijo, como si estuviese reflexionando—, los Demonios de Kell abandonaron el planeta a los atacantes. De la Arcontesa, lo único que recibo son tropas malas, mercenarios incompetentes y promesas incumplidas. —Lestrade entornó sus ojos castaños—. Protestaré por esa actitud mientras tenga fuerzas.
Frederick Steiner sonrió hasta que vio la expresión implacable de Morgan. Dan tragó saliva. Sólo he visto esa expresión una vez: en el Mundo de Mallory, cuando averiguamos que nuestro batallón debía retener a la Segunda Espada de Luz y no podríamos recibir ninguna ayuda.
La mirada de Morgan se desvió hacia Alessandro.
—Estoy seguro, Alessandro, de que tus años de exilio en Furillo te han dado una perspectiva similar a la que yo obtuve durante mi estancia en Zaniah. —Giró la cabeza lo suficiente para atravesar a Lestrade con una mirada feroz—. Con el tiempo, duque Lestrade, uno aprende a comprender las sutiles interconexiones existentes en esta vida. Cada acción crea ecos, como ondas en un estanque. Todo retorna para hostigar o premiar a una persona y, a menudo, la consecuencia de una acción se incrementa varias veces al retornar.
Frederick Steiner tenía las cejas arrugadas a causa de su frustración.
—No soy ningún político y detesto estos juegos de palabras. Hable claro, Kell, pero vaya con cuidado. Tomaré nota de toda amenaza que haga a mi amigo.
Una sonrisa afloró el rostro de Morgan.
—¡Asombroso! —dijo, señalando a Aldo Lestrade con la cabeza—. Ni siquiera he visto cómo se movían sus labios.
La tez de Frederick adquirió un tono amoratado, pero Morgan acalló toda protesta con un ademán.
—Voy a hablar lo bastante claro para que incluso usted lo entienda, duque Frederick. Es una tarea agotadora, pero me adaptaré a sus exigencias. Hace veinte años, cuando Alessandro abandonó su cargo, distintas fuerzas apoyaron al tío de usted, Hermann, como candidato opuesto a Katrina. Hermann se retiró de la vida pública para no ser utilizado de aquella forma y todas las miradas convergieron en usted. Es un líder. Por lo tanto, es una buena elección...
Dan observó cómo la tez de Frederick recobraba su color habitual. Este hombre es tan adicto a las lisonjas que va creciéndose a media que habla Morgan. ¡Increíble!
La mirada de Morgan se endureció, aunque su profunda voz tembló por el esfuerzo de controlar las intensas emociones que lo agitaban.
—Es usted un líder, duque Frederick, pero sólo como militar. El 10.º Regimiento de la Guardia Lirana tiene una reputación excelente y, bajo su mando, se ha convertido en una fuerza militar temida y respetada. Pero lo admitió usted mismo hace unos momentos: no es un político.
Morgan señaló con la cabeza a Lestrade.
—Hombres como Lestrade están más que deseosos de hacerle creer que se merece ser arconte. Debe ser realista y comprender que no es verdad. Si se tomara cierto tiempo para ser honesto consigo mismo, entendería en lo más profundo de su espíritu que sentarse en el trono representaría su destrucción. Y, una vez destituido, los mezquinos nobles de pasado y motivos discutibles sumirían a la Mancomunidad en una salvaje guerra civil Frederick se mordisqueó el labio inferior, pero no contestó. Se tocó la cicatriz con gesto distraído y abrió la boca para decir algo, mas pareció recapacitar y miró a Aldo Lestrade.
Éste, temblándole las mandíbulas de furia, clavó su mirada en Morgan Kell.
—¿Qué insinúa al poner en tela de juicio mi pasado y mis motivos? Pertenezco a una familia mucho más noble y distinguida que la suya, Morgan Kell. ¡Protesto por sus dudas acerca de mi reputación!
Una expresión de sorpresa iluminó el rostro de Morgan.
—¿Sí? —Su tono de voz se elevó una octava y se apoyó la diestra contra el pecho como una doncella ofendida—. No me diga, duque Lestrade, que ha acabado por creerse las mismas historias revisionistas de la historia de su familia que usted pagó para que se escribieran. —Miró al duque con total incredulidad—. ¡Dios mío! Esas fábulas dan una nueva definición de la palabra «absurdo». Es improbable la idea de que sólo usted sobrevivió a la auténtica plaga de accidentes e incursiones que mató al resto de quienes estaban por delante de usted en la línea de sucesión del trono de Summer. La reciente insinuación, que se incluye en la última obra aparecida sobre este tema, de que su buena fortuna fue un signo del favor de Dios, no sólo es una narración fantástica de mala calidad: ¡es blasfema!
Morgan se humedeció ios labios.
—Recuerde, Lestrade, que lo que ha hecho retornará para atormentarlo. Su padre, su hermano... Usted se ahogará en la misma sangre que mancha sus manos.
La aparición de Franklin Hecht impidió replicar a Lestrade.
—Perdónenme, señores —dijo Hecht—, pero la Arcontesa solicita la presencia de estos dos mercenarios.
El ministro de Protocolo los cogió por los codos con suavidad y los apartó de los otros. Dan sonrió.
—Gracias por su oportuna intervención.
El ministro meneó la cabeza como un maestro que estuviera reprendiendo a sus alumnos.
—A nadie le importaba un comino que fuese grosero con el barón Sefnes, Hauptmann Allard, pero no podía permitir que se desarrollara una situación similar entre el coronel y Aldo Lestrade.
Morgan miró a Hecht.
—¿Tan poderoso es?
Hecht vaciló y acabó por asentir con gesto compungido.
—En algunos sitios, sí. Sus opiniones tienen casi valor de ley para los separatistas de Skye. Aquí, en Tharkad, muchos habrían aplaudido su victoria en una discusión acalorada, pero...
—Pero la descripción de la discusión habría sido tergiversada en la isla de Skye —terminó Morgan.
—Exacto —asintió el ministro.
Mientras hablaban, el ministro conducía a Dan y a Morgan a una corta escalera que subía a un estrado donde se hallaba la Arcontesa con su hija. Tras despedir al ministro con un gesto, Katrina dijo:
—Perdóname, Morgan, por haberte apartado de aquella batalla. Aunque Lestrade se merece una fuerte advertencia, no dejaré que empieces el nuevo año de manera tan triste.
Melissa tomó del brazo al coronel, interponiéndose entre él y su madre.
—No, celebrar el Año Nuevo en compañía de esos chacales sería un mal augurio de problemas. —Conquistó a Dan con su sonrisa y añadió—: Quiero recibir el Año Nuevo rodeada de amigos.
Morgan recogió una copa de champán de la bandeja de plata de un criado.
—Estoy totalmente de acuerdo con esa idea, Melissa. Estar aquí contigo, con Dan y con tu madre me hace pensar que es un buen auspicio para el nuevo año. Si añadimos tu próxima boda, no se me ocurre mayor felicidad.
Melissa lanzó una mirada a su madre, que asintió.
—Podrías hacer algo para que fuese aún más feliz para mí, Morgan Kell —dijo Melissa, mirándolo.
—Por ti, Melissa, haría cualquier cosa. ¿De qué se trata?
Melissa bajó la mirada. Sus dorados cabellos relucían sobre sus hombros.
—Tú eras primo y amigo de mi padre. No llegué a conocerlo, o al menos no lo recuerdo, porque murió seis meses después de mi nacimiento. —Alargó la mano y apretó con fuerza el antebrazo de su madre—. Todo lo que tengo de él son los hologramas y algunos vídeos. Pero, para mí, vivirá siempre en las historias que contabais Patrick y tú.
La voz de Melissa se apagó. Morgan entregó a Dan su copa de champán y abrazó a Melissa.
—Habría estado orgulloso de ti, Melissa. —Soltó a la heredera del Arcontado y le sonrió.
—Lo que quiero saber, Morgan, es si podrías conducirme al altar.
Morgan levantó la cabeza como si un ’Mech le hubiese dado un puñetazo. Se volvió hacia Katrina y sonrió al ver la expresión de su rostro.
—Melissa Arthur Steiner, será el mayor honor de mi vida representar a tu padre en tu boda.
En aquel momento, el reloj de la torre del palacio empezó a tocar las doce campanadas del Año Nuevo. La Arcontesa levantó su copa, llena de burbujeante champán, a las tres personas que la acompañaban en el estrado.
—Por un año 3028 lleno de amor, salud, felicidad y...
—Justicia, Arcontesa —terminó Morgan al distinguir a Aldo Lestrade entre el gentío—. Mucha justicia...