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Sede del Primer Circuito de ComStar

Isla de Hilton Head, América del Norte, Tierra

20 de agosto de 3028

Cuando el cardenal Flynn hizo la señal de la cruz, el hábito forjado a lo largo de toda una vida impulsó a Justin a imitar su gesto, pero se detuvo bruscamente. Miró de reojo para ver si Candace se había dado cuenta, pero ella parecía absorta en la callada solemnidad de la ceremonia. No te traiciones, Justin, haciendo lo mismo.

El cardenal Maraschal de Tharkad, que tenía las manos juntas en actitud de plegaria y apoyaba la barbilla en ellas, sonrió al ver que los novios se incorporaban y se separaban para rodear el altar. Hanse ocupó su lugar entre Morgan Hasek-Davion y el cardenal Maraschal, mientras que Melissa se situó entre el cardenal de Nueva Avalon y Misha Auburn.

—Roguemos —anunció el cardenal, abriendo y levantando las manos. Tras unos momentos de silenciosa reflexión, su fuerte voz volvió a resonar en la catedral—. Padre, Tú has hecho del vínculo del matrimonio un sagrado misterio, un símbolo del amor de Cristo hacia Su Iglesia. Escucha nuestras plegarias por Hanse y Melissa. Haz de su matrimonio una verdadera unión de hombre y mujer, corazón y corazón, alma y alma. Bendícelos a ellos y a todos los que los aman, para que puedan servir de testigos de Tu divino amor por el Universo. Te lo pedimos por mediación de nuestro Señor Jesucristo, Tu Hijo, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

—Amén —murmuró Justin. Candace sonrió con expresión tranquilizadora y le dio unas palmadas en la mano derecha. Justin le devolvió la sonrisa y levantó la mirada cuando Flynn se dirigió hacia el pulpito.

El cardenal indicó con un ademán a los invitados que se sentaran. Luego levantó el libro rojo de tapas de piel que tenía en el atril para que todos pudiesen verlo. Relucieron las letras doradas del lomo, pero Justin no logró leerlas.

—Lectura del Libro del Apocalipsis, capítulo diecinueve. —El cardenal se humedeció los labios y leyó con tonante voz—: «Después oí en el cielo como un gran ruido de muchedumbre inmensa, que decía: ¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios».

Justin se irguió de manera involuntaria. No parece el texto apropiado para una boda. Me pregunto si Hanse escogió este pasaje para transmitir algún otro mensaje. Es cierto que la victoria, la gloria y el poder serán suyos si utiliza la fuerza combinada de la Federación de Soles y la Mancomunidad de Lira para aplastar el Condominio Draconis.

—«Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero» —leyó el cardenal, acabando la lectura.

Justin sonrió. Estaba seguro de que muchos de los invitados debían de sentirse bastante incómodos. Rió para sus adentros al imaginarse que más de uno «interpretaría aquellas líneas diciendo: «Dichosos los invitados al funeral del “Zorro”».

El cardenal Flynn regresó a su puesto. A continuación, ambos cardenales invitaron a los novios a adelantarse. Hanse y Melissa se cogieron de la mano, sin poder apartar la mirada el uno del otro. El cardenal Maraschal susurró algo a la pareja que hizo sonreír a ambos.

—¿Quién entrega esta mujer en matrimonio a este hombre? —preguntó el cardenal, mirando a la Arcoctesa.

Katrina Steiner se levantó, orgullosa.

—Yo, la arcontesa Katrina Steiner, en nombre de su padre, de mí misma y de la Mancomunidad de Lira, entrego a esta mujer en matrimonio.

Cuando la Arcontesa tomó asiento de nuevo, la profunda y potente voz de Hanse resonó en la iglesia.

—Yo, Hanse Adriaan Davion, te tomo a ti, Melissa, como esposa. Prometo amarte, honrarte y cuidarte con todo mi corazón y toda mi alma, desde este momento y para siempre. Seré sólo tuyo, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la pobreza, hasta que la muerte nos separe.

Melissa inspiró hondo y respondió a los votos del Príncipe con voz clara y vibrante.

—Yo, Melissa Arthur Steiner, te tomo a ti, Hanse, como esposo. Libre y públicamente, sin la menor reserva, juro fidelidad a ti y afirmo mi amor por ti. Seré sólo tuya en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la pobreza, hasta que la muerte nos separe.

Ambos cardenales pronunciaron las bendiciones al unísono.

—Habéis declarado vuestro consentimiento ante la Iglesia. Que el Señor, en su inmensa bondad, fortalezca vuestro propósito y os provea de la fuerza necesaria para mantener vuestros votos. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Amén.

Morgan Hasek-Davion entregó los anillos al cardenal Maraschal. El clérigo asintió y se sumó a su compañero de la Federación de Soles en la bendición de los aros.

—Que el Señor nuestro Dios bendiga estos anillos que os dais el uno al otro como señal de vuestro amor y fidelidad.

Hanse tomó la mano izquierda de Melissa con la suya. Recogió el anillo del cardenal Maraschal y lo levantó para que todos pudieran ver cómo relucía la luz en el oro.

—Acepta este anillo, Melissa, como señal visible de las promesas que te he hecho.

El Príncipe de la Federación de Soles, sonriente, introdujo el anillo en el dedo de Melissa.

Melissa recogió el otro anillo del cardenal Flynn y lo levantó para que lo viesen todos.

—Acepta este anillo, Hanse, y sabe que los votos que te he hecho permanecerán tan puros e inmutables como el oro.

Melissa deslizó el grueso aro en el dedo de Hanse.

El cardenal Flynn sonrió jovialmente y proclamó:

—Por el poder que me ha otorgado Dios, confirmo y bendigo lo que os habéis prometido el uno al otro. Os declaro marido y mujer. —Titubeó unos instantes y dijo en voz baja a Hanse—: Ya podéis besar a la novia.

Hanse sonrió y levantó poco a poco el velo que cubría el rostro de su esposa. Se miraron con amor por un momento y el Príncipe acercó su rostro al de Melissa. Su primer beso como marido y mujer, breve y delicado, confirmó sin palabras todo lo que se había descrito con tanta elocuencia en aquella ceremonia.

Con expresión radiante, Morgan Hasek-Davion se volvió hacia la multitud. Mientras los asistentes se ponían en pie y aplaudían, señaló con la diestra a la pareja real y anunció con voz tonante de satisfacción:

—¡Tengo el gran honor y el sumo placer de presentarles al príncipe Hanse Davion de la Federación de Soles y a su esposa, la princesa Melissa Arthur Steiner-Davion!