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Nuera Sirtis

Marca Capelense, Federación de Soles

10 de octubre de 3027

—¡Maldito seas, Hanse Davion!

La imprecación del duque Michael Hasek-Davion resonó en las blancas paredes de adobe de su despacho privado. Arrugó con irritación el mensaje que acababa de leer y lo lanzó lejos. La pelota de papel rebotó en la pared. Michael la miraba fijamente, deseando con fervor que se esfumase en el aire o, mejor aún, que no hubiera llegado jamás.

El duque entornó sus inquietos ojos, verdes como el jade, y meneó la cabeza en un gesto que agitó su larga trenza negra como si fuese una serpiente.

—¡Qué afligidas suenan tus palabras, cuñado! Escritas de tu puño y letra. Me honras con esta información. Me demuestras tu confianza con esta información. —Michael escupió hacia la pelota de papel arrugado y falló—. Me vejas con esta información.

Se levantó y fue a recoger el mensaje con la prótesis que era su mano izquierda. Se sentó en el borde del escritorio y alisó la hoja sobre el muslo. Aunque le sentaba como una patada en el estómago, volvió a leer el mensaje con la esperanza de haber pasado por alto algún hecho, algún matiz, que pondría aquel mensaje bajo una luz más benigna y beneficiosa.

—«Mi querido Michael —empezaba... con una mentira—: de haber dependido sólo de mí, te habría hecho partícipe mucho antes de esta información. Como bien sabes, aprecio tu sabiduría y tu dedicado servicio como guardián de la Marca Capelense. Sin embargo, otras fuerzas me han impedido hasta ahora compartir esta jubilosa noticia».

Michael resopló con desprecio. Pretendes echar la culpa de esta incalificable infamia a las medidas de seguridad de tu Quintus Allard o de Simón Johnson, de la Mancomunidad de Lira, pero no me engañas, Hanse. No eres conocido como «el Zorro» por plegarte servilmente a los deseos de tus subordinados. No, Hanse, veo tu sombría mano detrás de esto.

El duque bajó del escritorio y se dirigió al arco de ventana. En cualquier otro momento, la visión que disfrutaba del espaciopuerto de Nueva Sirtis lo habría calmado, pues le recordaba de manera fehaciente todo el poder que tenía en sus manos. Examinó una docena de Naves de Descenso con forma de huevo, que estaban posadas sobre el asfalto. Las escotillas de carga estaban abiertas y el personal de servicio corría de un lado a otro para llenar los vacíos vientres de las naves, antes de que el impredecible tiempo de Nueva Sirtis obligase a alterar el programa de lanzamiento.

Alrededor de las Naves de Descenso, y en su interior, patrullaban diversos ’Mechs de guardia. Aquellas máquinas de guerra, de unos diez metros de altura, de configuración humanoide y profusamente armadas, se movían constantemente por el perímetro del espaciopuerto. Aunque el duque se encontraba demasiado lejos para oír el estruendo de sus pisadas, evocó su recuerdo con toda exactitud. Cada paso levantaba una densa nube de polvo rojo, pero a Michael le parecía una bruma teñida de sangre.

Yo soy el amo de todo esto. Estoy al mando de esas naves. Mis órdenes las envían al encuentro de las Naves de Salto, y son también mis órdenes las que impulsan a éstas en saltos interestelares de treinta años luz para satisfacer mis caprichos. Y estoy al mando de los ’Mechs de una docena de Grupos Regimentales de Combate. Yo debería ser invencible. Miró la nota. ¿Cómo es posible que este trozo de papel sea capaz de destruirme?

Hizo un esfuerzo por seguir leyendo.

—«Aunque la situación está dentro de la normalidad, es toda una sorpresa. Sí, Michael, mis años de soltería llegarán a su fin el próximo agosto. En Melissa Arthur Steiner he encontrado a una mujer que encarna todo lo que he estado buscando.»

Michael arañó con las uñas el marco de la ventana mientras cerraba lentamente la mano derecha. Hablas de tu prometida como si no fuera importante en esta situación. Dices que es una mujer, pero alcanzará la mayoría de edad apenas seis meses antes de vuestra boda. No obstante, debo admitir que dices la verdad al afirmar que ella encama todo lo que has estado buscando: ella es el vínculo que forja la alianza entre tu Federación de Soles y la Mancomunidad de Lira. Te habrías casado con ella aunque fuese un bebé si su madre, Katrina, lo hubiera permitido; o te habrías casado con Katrina si ella fuera capaz de darte un heredero.

Una purpúrea nube de tormenta cubrió el cielo y tapó el suave resplandor dorado de la estrella más próxima a Nueva Sirtis. Despojó al paisaje de sus brillantes tonos escarlatas y lo bañó de un color marrón oscuro que a Michael le recordó el de la sangre seca. Las dentadas saetas de los rayos se clavaban en la tierra con una potencia increíble, obligando incluso a los ’Mechs a ponerse a cubierto de la furia de la tormenta.

Michael regresó a su escritorio mientras la tempestad hacía aullar el viento, como un kalacine que esperase su turno en el matadero.

—«Estoy seguro, Michael, de que te percatas de las ventajas políticas de este matrimonio. Con la Mancomunidad de Lira más unida a nosotros, pillamos entre dos fuegos al Condominio Draconis. Esto significa que, satisfaciendo tus viejas peticiones, podré desviar parte de mis recursos militares hacia tu Marca Capelense. Juntos podemos fortalecer tu dominio, de manera que los codiciosos capelenses sean persuadidos de probar fortuna en otros lugares.»

Michael golpeó el escritorio con el puño. Luego se lo llevó a la boca y se chupó los ensangrentados nudillos. No, Hanse, no clavarás tus garras militares en mi reino. No. Aspiras a ser el Bruto del Julio César que hay en mí. Enmascaras tu intento de eliminarme con palabras de amistad y colaboración, pero yo sé leer entre líneas. En cuanto te hayas casado con Melissa Steiner, ya no temerás a nadie.

Michael lanzó una mirada a las estanterías que se hallaban detrás de su escritorio. Allí había acumulado una envidiable cantidad de historias en raros originales forrados en piel o ediciones en holodisco; algunas databan incluso de los años anteriores a la Liga Estelar. La sangre que manchaba sus nudillos tenía un sabor entre dulce y salado, pero apenas se dio cuenta. Estaba pensando frenéticamente.

Todo está ahí, Hanse. ¿Crees que no lo sé? La historia de la humanidad ha sido siempre la historia de las conquistas guerreras. La aparición de los 'Mechs, hace seis siglos, no cambió este hecho básico. Sin embargo, tú lo has pasado por alto. Consideras los ’Mechs como un instrumento necesario, pero no ves esas gloriosas máquinas guerreras como lo que son en realidad: el estado más elevado del ansia de conquista del ser humano. Es posible que un guerrero no pueda fundirse con su 'Mech en una única entidad —aunque persiste la leyenda—, pero, sentado frente a los mandos, puede alcanzar la cumbre de su capacidad individual.

Michael bajó la mano y se humedeció los labios.

Hanse, tú haces caso omiso de este hecho y me obligas a apoyarte en tus juegos políticos. ¿Hasta qué extremo estás al corriente de mis vínculos con MaxImilian Liao? Si supieras que he ido a visitarlo, me despojarías de mi cargo y lo colgarías, como un nudo corredizo, del cuello de mi cautivo hijo Morgan. Tal vez sospeches de mí, pero no tienes pruebas. Confía en mí, Hanse: nunca las tendrás.

Se acercó a un mapa de los Estados Sucesores y paseó los dedos de la mano derecha por la fina línea que delimitaba su Marca Capelense.

Mi reino. Mayor incluso que la Confederación de Capela. Yo debería ser uno de los cinco Señores Sucesores, pero tú, Hanse, me has marginado, tanto a mí como a mis derechos de sangre. Me has obligado a hacer tratos con Maximilian Liao, porque te has negado a darme las fuerzas que necesito para conquistar su imperio. Si tuviera las tropas suficientes, podría destruirlo. ¡Ah!, pero entonces, tras demostrar a toda la Federación de Soles mi capacidad como líder, estaría en condiciones de ocupar tu lugar en el trono. Así, nuestro pueblo tendría un jefe adecuado empuñando el timón de nuestra patria.

El sabor a sal aún permanecía en la lengua del duque cuando volvió su mirada hacia las otras Grandes Casas representadas en el mapa.

Tu componenda con la Mancomunidad de Lira, Hanse, ya ha conseguido reunir a tus tres enemigos. El líder del Condominio Draconis, Takashi Kurita, ha forzado a Janos Marik y a Maximilian Liao a dejar de lado sus rencillas y formar un frente común contra ti y Casa Steiner. Su alianza no es tan fuerte como la vuestra, pues los recelos siguen minando las relaciones entre la Liga de Mundos Libres y los capelenses, pero no son impotentes ante vuestro poder ni mucho menos.

Michael esbozó lentamente una sonrisa.

Pero, claro, tus rivales no saben que tu alianza ya ha emprendido el vuelo, ¿verdad? La noticia de tu inminente boda los estimulará. Se unirán y vendrán a aplastarte. Dio un paso atrás, apartándose del mapa. Entonces, ¿cómo puedo aprovecharme de este vuelco en los acontecimientos?

El duque de Nueva Sirtis tabaleó con el dedo índice sobre su barbilla. Examinó el mapa. Vio que las fronteras del Condominio Draconis y la Liga de Mundos Libres se abrían como las fauces de una bestia lista para devorar la Mancomunidad de Lira, aliada de Davion. Sumido en el torbellino de sus pensamientos, asintió despacio con la cabeza.

Sí, debo informar a Liao de tu compromiso. Seguiré suministrándole la información que tú me facilitas sobre tus fuerzas y las posiciones de tus tropas, y seguiré subestimando la potencia de mi ejército en los mismos

informes. Y convenceré a Liao de que la Mancomunidad de Lira podría desmoronarse bajo el ataque combinado de las Casas Marik y Kurita.

A Liao, esa pequeña víbora, le gustará la idea. Significa que Marík trasladará tropas a la frontera lirana, brindándole la oportunidad de recuperar algunos de los planetas que perdió la Confederación a manos de la Liga de Mundos Libres durante el siglo pasado. Liao está tan seguro de conocer mis propias fuerzas que sacará tropas de mi frontera para lanzar un ataque contra su enemigo.

Michael siguió con las yemas de los dedos la larga frontera que separaba los reinos de Davion y Kurita.

Hanse atacará el Condominio Draconis para aliviar la presión a que estará sometida la Mancomunidad de Lira. Incluso podría financiar algunas insurrecciones en el distrito militar de Rasalhague, pues ¿acaso no se han opuesto siempre a la dominación de Casa Kurita? De todos modos, no importa lo que haga; esa guerra está condenada a acabar en tablas, pues no dispone de fuerzas suficientes para derrotar al Condominio.

Ya olvidado el dolor, cerró la mano derecha y se golpeó la palma de su mano artificial.

Cuando la gente se canse de una guerra que no puede ganar, una guerra declarada para ayudar a la Mancomunidad de Lira por culpa de esa niña con la que Hanse estará casado, yo atacaré a la Confederación de Capela y la aplastaré. Seré el gran héroe conquistador de la Federación de Soles. Con un solo golpe audaz, demostraré que soy superior a Hanse en capacidad militar. Negociaré un tratado de paz y la gente me proclamará como nuevo Príncipe de la Federación de Soles.

Michael regresó a su escritorio y sacó de un cajón un ejemplar de tapas de piel de un clásico de la historiografía lirana: Orígenes de las Tres Grandes Familias, de Thelos Auburn. Michael no escribió nada sobre papel; se limitó a redactar mentalmente el mensaje que quería enviar. Luego hojeó el libro y asignó un código compuesto de tres números —que correspondía a los números de página, párrafo y palabra-para cada palabra del mensaje.

Entretanto, se cubrió la mano artificial con la auténtica y, con sus dedos de carne y hueso, oprimió las articulaciones de sus gemelos postizos. Con gestos sencillos y naturales, casi imposibles de detectar, registró los números del mensaje en clave en una unidad de memoria RAM que los científicos capelenses le habían implantado en la mano en su primera visita a Maximilian Liao. Aun el observador más suspicaz no vería nada más inofensivo que al duque hojeando un libro mientras se entretenía frotándose la mano artificial.

Los ingenieros capelenses también le habían equipado la mano con un transmisor de datos de alta velocidad y frecuencia reservada, que emitía información en un plazo de tiempo increíblemente corto. Su alcance estaba limitado a unos cuatro metros y el programa incorporado impedía que se pusiera en funcionamiento a menos que fuese activado mediante una señal enviada desde un receptor... si éste era del mismo tipo que el que el embajador capelense llevaba montado en su pierna postiza. Entonces, apretando el pulgar sobre la base de su dedo meñique, el duque podía transmitir el mensaje.

Michael cerró el libro y volvió a guardarlo en el cajón correspondiente del escritorio. Echó un vistazo a los documentos que se amontonaban sobre la mesa y seleccionó uno con el membrete del embajador capelense. Leyó el texto y pulsó un botón de su interfono particular.

—Agnes, dile al embajador Korigyn que lo espero dentro de dos horas en mi sala de audiencias.

Su secretaria personal titubeó. El miedo que sentía casi pudo oírse a través del altavoz.

—Perdóneme, Excelencia, pero el embajador no se encuentra en la capital en estos momentos...

—¡No quiero excusas, Agnes! —gruñó el duque—. Si ese idiota se cree que vamos a aumentar su lote anual de vodka de la Confederación sólo para que pueda venderlo en el mercado negro y poder seguir manteniendo a su amante, está muy equivocado. Dos horas, Agnes, o alguien lo lamentará.

Michael no llegó a escuchar la respuesta. Se dio unas palmadas sobre la mano izquierda y sonrió. Dentro de dos horas, el embajador recibirá esta información que Hanse ha tenido la delicadeza de facilitarme. Korigyn la transmitirá a ComStar y, con sus generadores de HiperPulsación, cruzará las estrellas a través de su red de comunicaciones. Liao debería recibirla en cuestión de días. Entonces actuará. Será la chispa con la que encenderé la mecha que sumirá a los Estados Sucesores en el Caos final. Y de las ruinas surgiré yo para gobernarlos a todos...