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Arc-Royal
Distrito de Donegal, Mancomunidad de Lira
3 de marzo de 3028
«Gato» Wilson puso una jarra de cerveza negra caliente en las manos de Dan en cuanto éste entró en la sala de ocio.
—Muchas gracias, «Gato». —Dan tomó dos sorbos de cerveza y se secó la boca con el dorso de la mano—. ¡Ah, gracias a Dios por esta bebida! La bazofia que elaboran en Tharkad la llaman cerveza, pero no podrías convencer a ningún jurado de eso.
—Había oído algo sobre eso —repuso «Gato».
Dan miró a los demás oficiales que abarrotaban la habitación.
—¡Dios mío, «Gato»! Aquí está todo el mundo. —Dan señaló con la jarra a un hombre calvo y corpulento—. ¿Ése no es Conn O’Bannon?
—Se fue siendo capitán y vuelve como comandante —respondió «Gato» con una sonrisa—. Ha traído dos lanzas medias del 21? de Lanceros de Centauro. —Señaló con la cabeza a una espectacular amazona rubia—. ¿Te acuerdas de Peggy Fitzmartin? Colaboró con los Rufianes y se ha traído una de sus lanzas. —A continuación indicó a un MechWarrior tuerto, de cabellos ligeramente encanecidos—. Aquél es Walter de Mesnil. Dejó la antigua unidad de tu hermano para reunirse con nosotros.
—Tantas personas... Casi había olvidado lo grande que había sido el regimiento de los Demonios de Kell.
«Gato» sorbió un trago de cerveza y asintió despacio.
—Un montón de caras viejas, pero también muchas nuevas.
Una pequeña figura salió de la multitud con una copa de cerveza entre sus diminutas manos. Aunque era un enano, tenía un rostro atractivo, con una afectuosa sonrisa y un irreprimible fuego en los ojos que no mostraba la menor autocompasión. Sus castaños ojos se asomaban entre una mata de desordenados cabellos negros.
—¿Y yo qué soy, «Gato»? ¿Nuevo o viejo?
—Ambas cosas, Clovis. Ambas cosas —respondió «Gato», y le guiñó un ojo.
Dan chocó su jarra con la copa de Clovis.
—No esperaba vene aquí —dijo. Entonces se fijó en la insignia de los Demonios de Kell que llevaba el enano en su chaqueta de vuelo—. ¿Has ingresado en las tropas aéreas de Fitzpatrick?
—No. La comandante Ward permitió a los refugiados de Styx utilizar la Nave de Descenso Lugh para que viajaran a Lyons, en la isla de Skye. La Arcontesa nos entregó tierras para que nos estableciéramos allí. A cambio, mi madre ofreció la Bifrost a los Demonios de Kell para que tuvieseis dos Naves de Salto.
«Gato» sonrió con malicia.
—Y parte del trato consistía en que nos encargáramos de Clovis hasta que ella completase la operación de descenso sobre Lyons.
—¡Ejem! —gruñó Clovis—. En realidad, la comandante Ward se enteró de que la compañía Eire de ’Mechs de Arc-Royal tenía dificultades con la programación y me escogieron para ayudarlos. —Clovis miró a «Gato»—. Lo que le pasa a éste es que está enfadado porque le gano a las cartas.
Dan lanzó una carcajada y se volvió hacia «Gato».
—Dime que no es verdad...
«Gato» hizo una mueca burlona a Clovis y sonrió.
—No exageres la importancia de esto, Dan, porque todavía sé jugar mejor que tú.
—Tienes razón —dijo Dan, pero estaba echando un vistazo por la habitación—. ¿Dónde está el teniente Brand? Creía que al menos una persona de mi lanza vendría a recibirme.
Dan se percató de que «Gato» y Clovis cruzaban una mirada. ¿ Qué diablos guardan en la manga?
Clovis sonrió con expresión inocente.
—No lo sé. Estará por ahí.
«Gato» asintió en silencio a sus palabras. Dan se aflojó el cuello de la camisa y suspiró.
—Ahora ya sois dos los que me causáis problemas... —rezongó.
La gente prorrumpió en espontáneos aplausos cuando Morgan Kell entró en la habitación. Dan dejó su jarra en una mesa cercana y aplaudió también. Vio que Salome Ward estaba apoyada en el marco de la puerta. Dan se volvió hacia «Gato» y señaló su cerveza.
—¿Puedes vigilarme la jarra? Volveré luego.
«Gato» asintió y Dan se abrió paso entre el gentío hasta llegar junto a Salome.
—Voy a tomar un poco de aire fresco. ¿Me acompañas?
Dan sonrió con expresión esperanzada y señaló la superficie de hormigón sumida en sombras.
Salome titubeó. Luego asintió y salió en primer lugar del edificio. Dan cerró la puerta y las voces y ruidos de la fiesta se apagaron. Los gorjeos nocturnos de los sichakae y el rumor de la hierba llenaron el vacío.
Dan apoyó las manos en los hombros de Salome.
—¿Te encuentras bien, Salome?
Ella inspiró hondo.
—Sí. Sobreviviré. Lo que pasa es que no me esperaba tener unos sentimientos tan contradictorios. —Se encogió de hombros con gesto cansado—. Una parte de mi ser quiere matarlo por lo que me hizo, mientras que la otra parte sigue amándolo. —Se volvió hacia Dan—. ¿Tiene sentido para ti?
—Sí, claro. Hasta cierto punto, me sentía igual que tú: traicionado y abandonado. —Guardó unos instantes de silencio para saborear la paz de la noche—. Cuando me encontré con Morgan en Zaniah, fui muy duro con él. Empecé a decir todo lo que me había guardado durante once años...
—-Lo sé. Me lo contó —dijo Salome, y miró a los azules ojos de Dan—. Morgan me explicó que le habías dicho cuánto había herido a Patrick, a ti y a mí.
Salome dio media vuelta y Dan apartó las manos de sus hombros.
—¡Está tan cambiado, Dan! —continuó Salome, cubriéndose el cuerpo con los brazos—. Ha desaparecido toda aquella fiereza, pero la pasión que lo impulsaba sigue ahí. Puedo sentirla. Deseo esa parte de él con desesperación para mí sola, igual que antes..., pero también me niego a confiar en él. No quiero que vuelva a hacerme tanto daño.
Dan se mordisqueó el labio inferior y contempló las dos lunas llenas gemelas de Arc-Royal mientras escogía las palabras adecuadas.
—Ocurre algo entre Morgan y Yorinaga Kurita. No sé qué es, pero sí sé que no tiene nada que ver con la muerte de Patrick. Mucho antes de que yo le dijera nada, Morgan ya sabía que Yorinaga había vuelto del exilio. Al mismo tiempo que los informadores de mi padre nos hacían preguntas sobre Styx y se negaban a creer que hubiese vuelto Yorinaga Kurita, Morgan ya lo sabía.
—Parece un conflicto interno suyo —dijo Salome—. Está ansioso por acabar lo que hay entre ellos, pero también tiene miedo. Noto su dolor, Dan, y me duele no poder abrirme a él lo suficiente para ayudarlo.
Dan dio una patada a una piedra.
—Lo único que he sonsacado a Morgan en todo el tiempo que he viajado con él ha sido que nunca quiso herirnos a ninguno de nosotros. Me dijo que nos dejó atrás, a ti, a Patrick y a mí, sin compartir sus temores con nosotros porque habríamos ido en busca de Yorinaga Kurita para tratar de matarlo. —Dan sonrió con timidez—. He dicho «tratar», porque Morgan está convencido de que habríamos perecido en ese combate. —Bajó la mirada mientras su voz sí teñía de tristeza—. Patrick sí murió y, aunque yo sacrifiqué mi Valkyrie, no conseguí matar a Yorinaga.
Salome se volvió hacia Dan.
—¿Qué estás diciendo?
—Morgan nos dejó para ahorrarnos su dolor y salvarnos la vida. Eso cree él, y me parece que yo también. —Abrió las manos—. Tal vez, si le das una oportunidad, pueda demostrártelo. Quizá, sólo quizá, la parte de tu ser que sigue amándolo lo comprenda. Sé que tu apoyo podría beneficiarlo.
Una sonrisa, apenas esbozada, iluminó el rostro de Salome.
—Tiene mucho sentido lo que dices, Dan. Ya sé que estoy dando demasiadas vueltas al asunto.
—Mira, Salome, hemos pasado por muchas cosas juntos —repuso Dan, sonriente—. Tú me ayudaste en los malos momentos, cuando me enteré de la herida de Justin y todo aquello. Si algún día necesitas a alguien para hablar...
Salome dio un fuerte abrazo a Dan.
—Te lo agradezco, Dan. De verdad.
En aquel momento se abrió la puerta de la sala y un rectángulo de luz amarilla se proyectó sobre el hormigón. Salome soltó a Dan y ambos se volvieron hacia el hangar de ’Mechs. Clovis los saludó con la mano. Su sombra era de proporciones gigantescas.
—¡Capitán, el coronel desea verlo!
Dan miró a Salome, pero sólo obtuvo una jovial sonrisa como respuesta a su callada pregunta. Salome le dio un suave empujón y lo siguió de vuelta a la fiesta. Dan sintió un escalofrío. Esto no me gusta. Primero, «Gato» y Clovis guardan secretos, y ahora Salome me mete de nuevo en la fiesta.
Dan se sintió aún más inquieto al comprobar que los demás oficiales de los Demonios de Kell lo observaban ron expresiones de regocijo. Morgan Kell alargó la nano y estrechó la de Dan con fuerza y firmeza. El corazón de Dan se encogió al ver que una sonrisa lobuna aparecía en la cara de Morgan. Ya no hay escapatoria.
—¡Damas y caballeros! —exclamó Morgan—. Les presento al capitán Dan Allard. La última vez que muios de ustedes vieron a Dan, no era más que un teniente recién llegado. El príncipe Hanse Davion nos confió al teniente Allard con su Valkyrie nuevo, recién salido de la Academia Militar de Nueva Avalon. Nos sentimos muy felices de aceptarlo en nuestra compañía.
Morgan guiñó el ojo a Dan y lo cogió de los hombros con el brazo derecho.
—Gracias a una serie de informes que he recibido del Cuerpo de Inteligencia Lirano, así como unos documentos de los Demonios de Kell que repasé mientras viajaba por el espacio, tengo entendido que los Demonios tuvieron mucha suerte al tener a Dan entre sus filas. Su capacidad de liderazgo y su denodado trabajo guiaron a la unidad en tiempos difíciles. Su habilidad táctica los ayudó en situaciones delicadas y su coraje contribuyó a que la unidad trocase una derrota en victoria en varias batallas desesperadas.
La voz de Morgan bajó de volumen al tiempo que soltaba a Dan.
—En la batalla de Styx, Dan sacrificó su Valkyrie en un intento de salvarle la vida a mi hermano. Aquel acto de valor ha colocado al capitán Daniel Allard en la lista de los desposeídos.
Dan lanzó una dura mirada a Morgan. ¿Desposeídos? El miedo le royó el estómago. Para un MechWarrior, la idea de vivir sin un ’Mech era una pesadilla. Definir a un MechWarrior como desposeído no era ninguna broma que pudiera tomarse a la ligera. Era una maldición, y de la peor especie. Ser desposeído es como morir.
Un brillo perverso centelleó en los castaños ojos de Morgan.
—Nuestros Techs podrían haber juntado las piezas suficientes de algunos Panthers de Kurita para darte un ’Mech útil, Dan, pero no quiero que un jefe de compañía del regimiento de los Demonios de Kell pilote una especie de gigantesco monstruo de Frankenstein. Sería algo impropio.
»Por otra parte, eres un piloto muy capacitado de ’Mechs ligeros y todos los ’Mechs libres asignados al regimiento son medios y pesados. ¿Qué podemos hacer?
¿Está bromeando o no? Dan, que se había quedado mudo, miró a los demás MechWarriors. Sus expresiones divertidas se habían convertido en ceñudos semblantes. Dan se volvió de nuevo hacia Morgan.
—¿Hablas en serio, mi coronel? En tal caso, sería mejor que sacaras una pistola y me pegases un tiro. —De pronto una idea le iluminó el rostro—. Oye, degrádame. Dejaré de ser jefe de compañía y podrás darme el condenado Panther. ¡Pero no me hagas esto!
Morgan meneó la cabeza, apenado.
—No puedo degradarte, Dan... No, después de todos los servicios que has prestado a la unidad. Estoy seguro de que encontraremos algo para d. Sólo tendrás que pilotar un escritorio por un tiempo...
—¡No! ¡Ni hablar! —exclamó Dan, y se señaló el pecho con el pulgar—, ¡Soy un MechWarrior, maldita sea! Dame un AgroMech si es preciso, pero no voy a pilotar nada que no tenga piezas móviles. ¡Punto final!
Morgan entornó los ojos.
—Muy bien. Tal vez tengamos algo para ti. —Kell se encaminó hacia la puerta de la parte trasera de la sala, que conducía al hangar de los ’Mechs—. Sígueme.
Con el rostro enrojecido por la vergüenza, Dan se abrió paso entre los demás oficiales mientras procuraba no hacer caso de las risitas que se escapaban a sus espaldas. ¿Qué está pasando? ¿En qué clase de monstruo de pesadilla van a obligarme a montar? Lleno de ira y confusión, Dan cerró la puerta del hangar de un portazo y siguió caminando con paso envarado.
Las máquinas de diez metros de altura permanecían quietas, como silenciosos centinelas, por todo el interior del alto edificio. Los ’Mechs, la mayoría de aspecto humanoide, tenían un peso que oscilaba entre las veinte y las setenta y cinco toneladas. Aquellas enormes máquinas de guerra, resplandecientes con los colores rojo y negro característicos de los Demonios de Kell, podrían parecer los soldados de juguete de un niño gigantesco.
Dan se detuvo en seco, sin aliento. Al otro lado de la ancha superficie de hormigón, había un BattleMech. Era tan alto como sus compañeros, pero su feroz delgadez sugería de inmediato que era capaz de alcanzar grandes velocidades. La mano izquierda era totalmente articulada, pero el morro de un láser pesado ocupaba el lugar de la diestra. Pintado con los colores de los Demonios de Kell, realmente parecía un monstruo de pesadilla.
De una pesadilla de Kurita..., pensó Dan.
Tres bocas de láseres medios asomaban en las secciones izquierda, derecha y central del pecho del ’Mech, formando las tres puntas de un triángulo que apuntaba hacia la cabeza. La sonrisa de Dan parecía reflejar la del ’Mech. La cabeza de éste tenía aspecto de lobo, como las representaciones de los dioses del antiguo Egipto de la Tierra, y le daba una apariencia agresiva y temible. Dan vio de inmediato que las orejas actuaban como antenas sensoras y de comunicaciones y felicitó mentalmente al diseñador por la perfección con que había combinado la forma y la funcionalidad.
—Nunca había visto nada igual —dijo a Morgan.
—Es un diseño nuevo, Dan —contestó éste, sonriendo—. Se llama Wolfhound. Es tuyo.
—¿Mío?
Morgan asindó con gesto solemne.
—Por lo que hiciste por Patrick.
Morgan observó el Wolfhound y señaló las puertas del hangar.
—¡Vamos, pruébalo! Tu lanza está esperándote ahí fuera. Llevan cuatro Panthers... Mira lo que puedes hacer.
Dan saludó a Morgan con gesto marcial.
—¡Sí, mi coronel! —exclamó con una sonrisa—. Será un placer.