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Kittery

Marca Capelense, Federación de Soles

20 de noviembre de 3027

El capitán Andrew Redburn sonrió agradecido al camarero capelense que volvía a llenarle la taza de té.

—Gracias, xiexie. La cena ha sido excelente.

El capelense hizo una reverencia y se retiró por la cortina de cuentas que separaba el pequeño reservado de las demás mesas del restaurante. Redburn contempló cómo la luz resplandecía en las cuentas de la cortina y escuchó con agrado su tintineo entre el murmullo de las conversaciones de la gran sala contigua.

Tomó un sorbo de té y dejó que su calor le relajase el cuerpo. Creo que empiezo a entender por qué éste era uno de los sitios predilectos de Justin. Inhaló por la nariz y sonrió. Aunque estaba ya saciado, le parecían muy apetitosos los aromas de los numerosos platos que estaban sirviendo a otros clientes.

El MechWarrior, de cabellos de color granate, volvió a concentrarse en los siete hombres sentados a su mesa. Dejó la taza sobre la mesa y alzó una jarra de cerveza.

—Por Walter de Mesnil, el mejor sargento que ha tenido nunca el Primer Batallón de Adiestramiento de Kittery. Sin ti, esta unidad se habría desmembrado hace mucho tiempo.

De Mesnil se rió por lo bajo mientras los demás suboficiales brindaban con sus respectivas copas.

—Le recuerdo, mi capitán, que yo era el único sargento del batallón.

Sonrió, y una chispa de regocijo brilló en su único ojo color castaño. Redburn se rió.

—¡Diablos! Si la unidad se hubiese encontrado en apuros serios, habríamos buscado a un sargento con dos ojos. Te echaremos de menos, Walter. ¿Estás seguro de que no vas a cambiar de opinión en cuanto a dejar la unidad?

De Mesnil meneó su melena negra y canosa. Levantó la zurda para tocarse el parche que le cubría el ojo izquierdo.

—Lo siento, mi capitán. He dado mi palabra. —El sargento miró a sus demás camaradas—. Prometí a Morgan Kell que subiría a una nave y me reuniría con los Demonios de Kell en cuanto él diese la orden. —Sonrió y saludó con un movimiento de cabeza al larguirucho joven rubio que estaba sentado frente a él—. Además, no me echaréis de menos. Tenéis a Robert Craon, que ocupará mi lugar. El se bastará para meteros en líos.

—Creo que eso es lo que temen, sargento —comentó Craon, sonriente.

—Llámame Walter, Robert. —De Mesnil lanzó una mirada al otro suboficial—. Todos sabíamos que un par de vosotros, los reclutas, llegaríais a tenientes y asumiríais el mando de vuestras respectivas lanzas. Todos esperábamos que tú serías uno de ellos.

Un conmovido silencio imperó por unos momentos entre los MechWarriors, hasta que Andrew Montbard, el cabo de cabellos castaños sentado en el otro extremo de la mesa rectangular, lo rompió con un fuerte eructo. Se sonrojó de vergüenza y bajó la cabeza como un toro enfurecido, desafiando en silencio a los demás a que hicieran algún comentario.

—Bueno, consideradlo como un cumplido para el chef —dijo a modo de excusa. Se separó de la mesa y apoyó el respaldo de la silla en la oscura pared de madera del reservado—. De acuerdo, mi capitán. Ya hemos cambiado los pañales de estos reclutas durante los dos años de adiestramiento. Y ahora, ¿qué? Sé que ya sabe nuestro destino. Empiece a «cantar».

Archie St. Agnan, que se encontraba a su lado, frunció el entrecejo y se retorció con nerviosismo su negro bigote.

—Drew, ¿no será una mala idea? Estamos en un restaurante del tong Ytzhi, en pleno Shaoshan. Es probable que este sitio esté infestado de espías de Casa Liao. Técnicamente hablando, según las directrices de la División de Contraespionaje, se supone que no deberíamos estar aquí.

—No te preocupes por eso, Archie. No permaneceremos en Kittery el tiempo suficiente para que emprendan acciones disciplinarias si nos descubren. El rumor ya está en la calle. El chico que me ayuda en casa, Li Chung, ya me ha regalado una manta bordada por su abuela, con el emblema de nuestra nueva unidad. A menudo pienso que nuestras órdenes pasan por Casa Liao antes de llegar hasta nosotros. —Una sonrisa mordaz apareció en sus joviales rasgos—. Ya habéis hecho apuestas, ¿verdad?

Drew Montbard asintió con entusiasmo.

—Pues sí, señor, pero no se preocupe. Entre todos hemos pagado su parte para no dejarlo fuera.

Redburn meneó la cabeza. Claro que me habéis cubierto mi apuesta, bandidos. No hay manera de denunciaros si yo también estoy metido, ¿eh?

—¿Qué habéis escogido para mí? ¿La Segunda Espada de Luz de Kurita? ¿O el regimiento de guardaespaldas del conde Vitios?

—Bueno, señor, a decir verdad, hemos pensado que no sería justo asignaros a ninguna de esas unidades. Hemos restringido la apuesta a los regimientos que consideramos que están de nuestro lado.

Drew asintió con expresión severa.

—No se preocupe, señor. Le informaremos si ha ganado. Bien, ¿cuál es?

El cabo Payen Montdidier, sentado entre De Mesnil y Archie, lanzó una mirada furibunda a Drew.

—No puedes esperar para perder tu dinero, ¿eh?

Sin embargo, antes de que Drew pudiese contestar, Hugh de Payens, el MechWarrior de mechones canosos en el cabello que estaba sentado frente a él, sonrió como un zorro.

—Ni yo puedo esperar para ganar. —Miró a Redburn y añadió—: ¿Le importaría decirnos cuál es el veredicto?

Geoffrey St. Omer, flanqueado por Drew y De Payens, meneó la cabeza.

—No, mi capitán, no lo diga. Si uno de nosotros gana, tendrá que pagar la cuenta de esta cena. —St. Omer sonrió jovialmente y se peinó sus rubios cabellos con los dedos—. No es que me desagrade pagar una buena cena en compañía de tanta gente simpática, pero...

De Mesnil se echó a reír.

—... pero necesitas el dinero para la operación de tu abuela —terminó.

—No, mi sar... Walter —intervino Craon—. En eso gasta sus ganancias en el póquer. Este dinero será para los hijos retrasados de su hermana.

Redburn se sumó a la carcajada general.

—Bueno, caballeros... y tú también, Drew..., hemos sido destinados a la Guardia Ligera de Davion.

Redburn sonrió al ver que sus subordinados lo miraban con incredulidad. Sí, caballeros, nos han destinado a una de las unidades más destacadas de la Federación de Soles.

—Al parecer, hemos llamado la atención con Galahad-27 —aclaró.

Craon se sentía confuso.

—Somos una unidad de la Marca Capelense, señor. ¿Por qué querrá el Príncipe que nos integremos en una de las unidades de Casa Davion?

Redburn se encogió de hombros. Aquélla era una pregunta que él mismo se había formulado muchas veces. Los chicos de la Guardia Ligera tendrían problemas para aceptar un batallón de adiestramiento. El hecho de que procedieran de la Marca Capelense sólo iba a complicar las cosas.

—No lo sé, Robert —reconoció.

Drew apuró su cerveza y dejó la jarra sobre la mesa. La espuma resbaló por las paredes del vaso hasta el fondo. Redbum la observó mientras sentía un escalofrío. Todo va encajando. Se prepara algo gordo. Lo presiento. Yorinaga Kurita tiene una unidad de la que ningún agente de información tuvo la menor noticia hasta el pasado verano. Morgan Kell ha regresado de su auto exilio y el Príncipe ha anunciado públicamente su boda con Melissa Arthur Steiner.

Drew soltó una pequeño eructo.

—¡Es posible que al Príncipe le haya ablandado los sesos la proximidad de su boda!

—Eres un payaso —le espetó Montdidier a Drew, y lanzó una mirada a Redburn—. Probablemente el Príncipe recordó su encuentro con el capitán el verano pasado. Vio su nombre en las listas y decidió honrarlo con este destino.

De Mesnil confirmó aquella opinión con su ronca voz, que retumbó como un trueno lejano.

—Recordad, amigos míos, que nosotros, el Primer Batallón de Kittery, logramos escapar de una emboscada liaoita y les causamos graves daños pese a estar solamente a la mitad del período de adiestramiento. Eso impresiona a cualquiera. Estoy seguro de que también ayudó el papel que desempeñó el capitán en el rescate de la Silver Eagle, pero el Primer Batallón ha participado en más acciones que los cuadros del ICNA.

St. Omer volvió a llenar lentamente su jarra de cerveza.

—Walter tiene razón. La Guardia Ligera de Davion está especializada en ataques rápidos con ’Mechs ligeros. La mayoría de las academias preparan a pilotos que quieren manejar máquinas más pesadas.

Archie se retorció el bigote, nervioso.

—Juraría que la política tiene algo que ver en todo esto. Dejemos las cosas claras: en los últimos tiempos, el duque Michael y el Príncipe no se han llevado muy bien precisamente, y el juicio al que sometieron al comandante Allard el año pasado no ayudó a arreglar las cosas. Ahora que el Príncipe ha escogido a Morgan Hasek-Davion como su padrino, traslada una unidad de la Marca Capelense a uno de los Regimientos de Guardias de Davion. Yo diría que intenta serenar un poco los ánimos.

—¿Qué hay de malo en ello, Archie? —preguntó Craon, sonriendo—. Uno de los problemas que existen en las relaciones entre la gente de la Marca Capelense y de la Marca Crucis es que los de Crucis creen que somos salvajes con mentalidad de pueblo fronterizo. Ya conoces la rivalidad entre la Guardia de Asalto de Davion y el Quinto de Fusileros de Sirtis, pues ambos tienen guarniciones en Kittery. Los Guardias tratan a los Fusileros como si fuesen parientes pobres.

Andrew sonrió, tratando de quitar hierro a la cuestión.

—Nadie dice que el proceso de normalización no vaya a ser duro, pero confío en que ayudaréis a la gente a realizarlo con éxito.

Y espero que yo pueda guiaros a todos vosotros también, pensó. Quizá serían más fáciles las cosas si nos hubiesen destinado a la Segunda Espada de Luz.

—Me parece recordar que así trataban al Primer Batallón de Kittery hasta que rechazamos aquellos Cicadas capelenses —prosiguió Redburn—. El teniente Craon ha tocado un punto importante. Normalizaremos las relaciones cuando lleguemos a conocernos mutuamente y nos ganemos el respeto.

La llegada del camarero impidió que se hiciesen más comentarios. El hombre, de rasgos orientales, esbozó una sonrisa nerviosa, dejó la cuenta junto a Redburn y se retiró en silencio. Redburn echó una ojeada a la cuenta y miró a sus amigos.

—Y bien, Geoff, ¿has ganado la apuesta? ¿Invitas tú?

St. Omer agachó la cabeza y Payen Montdidier, en contra de su costumbre, sonrió. Archie, Drew y Hugh de Payens también sonrieron y contuvieron las carcajadas. Craon miró con expresión inocente a Redburn y el capitán se volvió hacia De Mesnil.

—¿Has ganado tú, Walter? Porque a ti no voy a dejarte pagar. No si vas a marcharte.

—A mí no me mire, mi capitán —dijo el sargento tuerto, sonriente.

Redburn enarcó una ceja.

—Confiesen, caballeros...

Drew carraspeó.

—Bueno, señor, ¿recuerda que le dije que habíamos cubierto su apuesta?

—Y, para que pudiese participar, escogisteis una unidad a la que sabíais que nunca nos asignarían, ¿verdad?

El suboficial asintió con gesto severo. Redburn levantó la mano y Archie le entregó un grueso fajo de libras davionesas.

—¿Cuánto he ganado?

—Ciento cuarenta libras —repuso Geoff, sonriendo tímidamente—. Puse el doble de lo normal...

Redburn sonrió y recogió la cuenta.

—Creo que bastará... —¿Qué demonios es esto? Le pasó la cuenta a De Mesnil—. Walter, mira el sello. ¿Es quien creo que es?

De Mesnil examinó el lacre rojo y asintió.

—Shang Dao.

Craon se quedó mirando a ambos.

—¿El líder del tong Yizhi? ¿Qué ocurre?

—No hay tiempo para eso —dijo Redburn—. ¿Alguno de vosotros va armado?

Todos negaron con la cabeza, salvo Montdidier. El pequeño y flaco cabo volvió a sonreír y metió la mano en el interior de su uniforme de color verde oliva. Al sacar sus huesudas manos, éstas sostenían dos pistolas automáticas. Pasó una a Redbum, así como dos cartucheras. Luego buscó bajo la mesa y sacó una pistola láser pequeña y una navaja.

Los demás se quedaron mirándolo, pero Montdidier se limitó a encogerse de hombros.

—A mí no me pillaréis en bragas en Shaoshan.

Hugh de Payens, horrorizado, tragó saliva.

—Me alegro de que esto no sea una ceremonia oficial.

Montdidier le guiñó un ojo.

—¡Ya lo creo! Mis magnum cromadas pesan como demonios.

—¡Basta! —ordenó bruscamente Redburn, aunque su voz fue apenas un susurro—. Shang Dao, por razones que no comprendo, nos expresa su satisfacción por tener la ocasión de invitarnos. Añade en su nota que hay un comando de la Maskirovka ahí afuera, esperándonos. Sugiere que salgamos por la puerta trasera.

Drew entornó los ojos.

—¿Podemos confiar en él?

Redburn titubeó.

—Justin confiaba. Eso me basta. —Se puso en pie y amanilló el arma—. Payen, da la pistola láser a Robert. Moveos.

Con sonrisas nerviosas en sus rostros, los ocho MechWarriors cruzaron el salón principal. Craon echó un vistazo por una ventanilla de la puerta de la cocina y se lanzó a tierra.

—¡Al suelo! —avisó a sus compañeros.

Una línea irregular de agujeros apareció en la puerta de la cocina y levantó astillas. Una segunda línea, que se dibujó en ángulo agudo respecto a la primera, abrió media docena de orificios en la artesanal alfombra e hizo saltar en pedazos la ventanilla redonda de la puerta. Los clientes heridos por las dos ráfagas cayeron de las sillas al suelo, moribundos. Sonaron gritos por todo el restaurante, casi ahogando el barullo de mesas tumbadas y porcelana rota, mientras todos trataban de ponerse a cubierto.

Montdidier se incorporó sobre una rodilla y disparó dos balas al lugar donde se cruzaban ambas líneas de impactos. Un grito y el ruido metálico de un arma contra el suelo fueron la recompensa a su esfuerzo. Las vainas gastadas rebotaron en silencio sobre la alfombra. Craon se revolvió, se tumbó de espaldas, apuntó la pistola láser hacia sus pies y abrió la puerta de una patada.

Redburn atisbo a un pistolero agonizante, que estaba tumbado contra una pared manchada de sangre. En ese momento, los movimientos que se producían en el vestíbulo del restaurante atrajeron toda su atención. Un pistolero de la Maskirovka irrumpió con valentía en el salón. Se apostó en la puerta, entre dos enormes dragones dorados; pero, antes de que las tiras de cuentas de puerta de la cocina. Se volvió hacia los MechWarriors acurrucados tras la estufa para acribillarlos a balazos con su subfusil, pero pisó una mancha de grasa del piso con el pie derecho. Al mismo tiempo que perdía el equilibrio, dos disparos de Montdidier lo levantaban del suelo y lo arrojaban con brusquedad contra la puerta del congelador.

De Mesnil agarró el subfusil por la correa. Tiró de ella y sonrió.

—Payen, la próxima vez déjame el arma más cerca, ¿vale?

A guisa de respuesta, Montdidier resopló burlón y condujo a los otros dos MechWarriors por la cocina hasta el callejón, que estaba envuelto por la oscuridad de la noche. Montbard y De Payens se colocaron como centinelas junto a la puerta y Craon dio su informe a Redburn.

—El callejón está despejado. Archie y Geoff cubren la salida. La calle también está libre.

Redburn asintió. Sbang Dao mantiene a su gente fuera de este jaleo. Debe de ser una operación de incontrolados de la Maskirovka.

—Payen, que Geoff se quede a cubrir esta puerta. Tú cubre la boca del callejón con Archie. Walter; tú, Roben y yo intentaremos cruzar la calle. Cuando hayamos reconocido la zona, podremos cubrir la boca del callejón para que los demás puedan salir también.

Las oscuras sombras del callejón ocultaban las expresiones de los hombres, pero todos asintieron con la cabeza al plan de Redburn. Geoff regresó a la puerta y tomó posición tras un montón de escombros desde donde podía ver con claridad toda la salida trasera del restaurante. Aunque salía luz por la puerta, no podía verse a ninguno de los MechWarriors que aguardaban a ambos lados del umbral, armados con cuchillas de carnicero.

Espero poder sacar a estos hombres de este aprieto. ¡Odio tener que luchar sin un ’Mech! Redburn se enjugó el sudor de la frente con el revés de la manga. El pasado junio combatí a pie contra los ninjas de las FIS de Kunta, y ahora estoy en un tiroteo con asesinos de la

Maskirovka. ¡Diablos, ni que hubiese ingresado en la infantería aeromóvil!

Redburn avanzó hasta la boca del callejón para escudriñar la estrecha calle empedrada que lo cruzaba. A ambos lados se alineaban edificios construidos en el tradicional estilo capelense, que lo convertían en un oscuro desfiladero. Unas farolas de papel, que apenas iluminaban la calle, pendían de los aleros de las casas; los dinteles bailoteaban a causa de la brisa nocturna; sin embargo, nada de todo aquello servía para despejar las tinieblas de la noche. Los edificios, algunos de los cuales se alzaban hasta tres pisos por encima de los bloques vecinos más achaparrados, parecían mirar con ojos de madera y cristal a aquellos MechWarriors extranjeros, atrapados en el corazón de su distrito. Aunque la Federación de Soles había conquistado y asimilado Shaoshan una generación atrás, seguía siendo un territorio enemigo plagado de peligros.

—¡Tratan de huir! —exclamó Archie.

Salió al centro de la calle y disparó una ráfaga hacia el segundo hombre que había salido por la puerta. El agente de la Maskirovka sufrió una sacudida y se retorció hacia atrás por efecto de las balas. Su dedo apretó el gatillo de su arma y regó la calle, sin compasión, con un cargador entero de munición. Por último, su cuerpo sin vida hizo una pirueta y cayó con un chapoteo en el canal de desagüe de la calle.

Dos rayos láser rojos brotaron de la pistola de Craon en dirección al otro agente de Liao que había emprendido la huida. El primero falló e hizo explotar un poste de madera, que se convirtió en una lluvia de astillas ardientes. El segundo le atravesó el hombro izquierdo al pistolero y lo derribó al suelo. Fue rodando hasta colocarse detrás de un banco, se puso en pie a trompicones y se metió por una callejuela, aunque sin el rifle que empuñaba.

—¡Walter, Robert, conmigo! ¡Payen, «limpia» la zona!

Redburn echó a correr por la calle. Craon y De Mesnil lo siguieron como podencos persiguiendo un zorro. Tras ellos, Archie disparó otra ráfaga y contuvo el tiempo suficiente a los restantes agentes de la Maskirovka como para que el trío de perseguidores entrase por el otro callejón.

¿Por qué esperaron hasta después de la cena? Redburn observó al hombre que corría más adelante entre las sombras. Será mejor que no corras mucho o acabaré por vomitar. Hizo una mueca, agachó la cabeza y alargó el paso de su carrera.

De improviso, el pistolero entró en un edificio situado a la izquierda. Redburn aminoró el paso y levantó la zurda para indicar a sus dos subordinados que se detuviesen.

—Calma. Si está ahí dentro, probablemente tiene amigos.

Parece más un almacén que una vivienda, pensó Redbum. ¿Es posible que la rata haya cometido la torpeza de meterse en su propio agujero?

Redburn ordenó con señas a sus hombres que ocuparan posiciones. Colocó a De Mesnil a su derecha y le indicó que vigilase el piso superior y el tejado del sombrío almacén. A Craon lo hizo apostarse junto a los edificios de la izquierda. Redburn avanzó con cautela; sostenía la pistola con ambas manos.

De repente, una silueta apareció en el tejado del edificio. Una larga y parpadeante llamarada atravesó la oscuridad y las secas explosiones que la acompañaron resonaron por todo el callejón. Redburn se arrojó hacia adelante y rodó por el suelo hasta el edificio. Las balas impactaron en el sitio donde estaba unos segundos antes y lo salpicaron con fragmentos de plomo caliente y lascas.

De Mesnil hincó una rodilla y disparó una corta ráfaga. El asesino gritó y soltó el rifle. Su cuerpo sin vida saltó hacia adelante y fue a caer al callejón momentos después que su arma.

Craon se adelantó y se agachó junto al cadáver.

—Una herida de láser en el hombro. Es el tipo al que disparé.

De Mesnil ayudó a incorporarse a Redburn.

—¿Se encuentra bien?

—Sí, pero ¿cuáles son las probabilidades de que encontrara ese rifle de asalto en un edificio cualquiera?

Craon sonrió.

—Prácticamente cero.

Redburn asintió de nuevo.

—Vayamos con cuidado, caballeros. A menos que me equivoque, acabamos de localizar un piso franco de la Maskirovka. Sólo Dios sabe los regalitos que encontraremos ahí dentro. Vamos a averiguarlo.