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St. Andre
Comunidad de Sarna, Confederación de Capela
20 de agosto de 3028
Un misil explotó en el casco de la Nave de Descenso y produjo una lluvia de estática en la imagen del monitor auxiliar de la oficiala de desembarco, que apartó la mirada de la cámara y se volvió hacia Andrew Redburn.
—Coser y cantar, Redburn. Han achicharrado ese pajarraco. —Consultó la hora indicada en la parte inferior de la pantalla—. Un minuto para el descenso. Los sistemas están recalentados, así que más les vale a tus chicos que tengan puesto el freno.
—Recibido —contestó Redbum, y giró el mando de la radio a la frecuencia táctica—. Cincuenta segundos para el descenso, muchachos. Llegó la hora de la verdad. Las lanzas Arquero y Diablo acosarán a los objetivos. Las lanzas Ojo de Buey, Gato y Zorro atacarán. Activad los retrorreactores en cuanto hayáis disparado. Recordad que nos enfrentaremos a ’Mechs mucho mayores que los nuestros, pero los demás miembros del Primer Batallón los mantendrán atareados. Nosotros somos el aguijón. Portaos bien.
Redburn dio un último tirón a las correas del asiento para tensarlas sobre su chaleco refrigerante. ¿Enviar una lanza de asalto de 'Mechs ligeros contra ’Mechs de Asalto? Más vale que estén en lo cierto los informes de espionaje sobre esos Goliaths, o este Firestarter que me han dado será mi ataúd. Las gotas de sudor le perlaban la frente y se le metían en los ojos mientras contemplaba la cuenta atrás en el reloj digital de su monitor.
Redburn sintió que otras dos explosiones sacudían la Firetvalker, una Nave de Descenso de clase Overlord.
¡Ojalá este cacharro alcance la zona de descenso! Sobre su cabeza sonó el grave rugido de los cañones automáticos de la nave, que despedían nubes de metal contra los cazas liaoitas que hormigueaban alrededor de la nave. Volvió a girar el mando de la radio para hablar con la oficiala de desembarco. Entonces captó un fragmento de una transmisión dirigida a ella.
—Recibido, Firetvalker. Lo hemos copiado. Intercepción dentro de quince segundos. Mientras tú le limpias los dientes al dragón, mi Aeroala mantendrá apartados los mosquitos de tu piel.
—Me alegro de tenerte entre nosotros, Jefe Halcón —respondió la oficiala de desembarco, sonriente—. Antorcha Uno, descenso en diez segundos, nueve...
Andrew pulsó dos botones de su consola de mandos para comunicar la cuenta atrás a toda su unidad, la compañía Delta del Primer Batallón.
«Como usted y sus hombres no aparecen en ninguna lista oficial, capitán Redbum, serán nuestra pequeña sorpresa para Liao», le había dicho el coronel Stone cuando la Firetvalker se adentró en el sistema desde el punto nadir de salto, y había añadido: «Los batallones primero y segundo atraerán a los Goliaths de Cochraine y ustedes darán cuenta de ellos».
En la carlinga del Firestarter retumbó una serie de fuertes rascaduras y golpes mientras se izaban las escotillas metálicas. El ’Mech de treinta y cinco toneladas llamado Firestarter cayó de la Nave de Descenso y Redburn sintió un retortijón en el estómago. De súbito, el conocido zumbido de los motores y otros reconfortantes sonidos de la Nave de Descenso dieron paso al silencio del descenso, sólo alterado por el silbido del viento.
De mil fuentes distintas afluyeron datos de sensores en la carlinga. Redburn hizo caso omiso del miedo que había ido creciendo en su interior mientras aguardaba el descenso y examinó los datos. Sus ojos castaños lanzaron una fugaz mirada al altímetro y gruñó.
—Descenso corto, Delta. Ignición..., ¡ahora!
Obedeciendo su propia orden, Redburn apretó los pedales para encender los retrorreactores de la espalda del Firestarter. Aflojó el pedal izquierdo por una fracción de segundo y dejó que el retrorreactor derecho lo impulsara hacia el campo de batalla.
¡Dios mío, es un sitio infernal!, pensó Redburn mientras inspeccionaba el paisaje de aquel desierto rojo helado. La ancha y casi uniforme llanura se extendía hasta el horizonte en todas direcciones, salvo allí donde el denso humo negro de ’Mechs incendiados impedía la visión. Esta región es desértica porque llueve muy poco durante el año, pero la altura indica que las temperaturas son siempre frías. Echó un vistazo al termómetro exterior. Cero grados centígrados... ¡Un frío horrible!
Enfrente del lugar en que había aterrizado su unidad, el Primer Batallón de la Guardia Ligera de Davion estaba formado en filas escalonadas para enfrentarse a distancia al batallón de Liao. El intercambio de ráfagas de misiles de largo alcance había sembrado el paisaje de cráteres que delataban la escasa puntería de los respectivos tiradores. Los ’Mechs de diversos tamaños y de ambos bandos, que ardían en el campo de batalla, daban prueba de la eficacia de aquellas máquinas de guerra.
Redburn se mordisqueó el labio inferior y pensó que algo iba muy mal. ¡Nuestras líneas han retrocedido demasiado!
—Aguila, ¿tienes buena visión de la batalla?
—No muy buena —respondió la voz del teniente Craon, alterada por el nerviosismo—. No veo al Segundo Batallón.
—Yo tampoco.
Redburn tragó saliva y examinó la imagen táctica que aparecía en su monitor auxiliar. Mostraba elementos que Redburn identificó como pertenecientes al Primer Batallón, que se retiraban hacia unos promontorios situados al sur. La velocidad del Primer Batallón es mayor que la de los Goliaths, pero, al huir, nuestros ’Mechs se hallan ahora a la distancia óptima para que los ataquen los Goliaths. La mayor parte de los ’Mechs del Primer Batallón no pueden combatir a esa distancia. ¿Dónde diablos está el Segundo Batallón?
La voz de Archie St. Agnan resonó en el neurocasco de Redburn.
—Mis sensores han localizado el identificador del coronel Stone. Sigue con nuestras tropas. ¡Espere! He captado una transmisión suya...
Andrew se humedeció los resecos labios.
—Pásamela —ordenó.
Se oyó un fuerte restallido de estática, que dificultaba la comprensión de las palabras.
—Delta, retírense. Abortado aterrizaje de Segundo Batallón. La cobertura aérea de Liao es demasiado intensa. Los Goliaths diezmarán a sus reclutas...
Es Stone, desde luego. Andrew conectó el micrófono de garganta.
—¿Lo han oído todos?
—Lo hemos copiado, mi capitán —respondió Drew Montbard en tono enérgico—. Voto por atacar.
—Esto no es una democracia, Drew.
Redburn solicitó un informe técnico sobre el ’Mech de Asalto Goliath a su monitor principal. Dos afustes de MLA, pero esos monstruos de cuatro patas deben de haberse quedado ya sin misiles. Por lo tanto, les quedan los cañones de proyección de partículas. Si nos acercamos lo suficiente, tampoco les serán útiles. Y tenemos el doble de potencia que una compañía normal.
—Archie, no reconozcas haber captado la transmisión —dijo—. Nunca la hemos recibido. ¡Tras ellos, soldados! Aterrizad en aquella cuenca del sur, a toda velocidad. Utilizad la cuenca para cubriros y atacad por la retaguardia. Si quieren someternos a consejo de guerra por desobedecer órdenes, primero tendrán que dejarnos ganar esta batalla, ¿de acuerdo?
Los Goliaths, gigantescos 'Mechs cuadrúpedos, tenían un aspecto similar a tanques convencionales a los que les hubiera crecido una pata en cada esquina de su carrocería. Sus bajas torretas giraban de un lado a otro, como si la boca de sus CPP buscaran los blancos antes de desintegrarlos. Aquellos ’Mechs, de casi doce metros de altura, eran más altos en casi una tercera parte que cualquiera de los ’Mechs ligeros que se enfrentaban a ellos. Como una fila de elefantes de guerra mecánicos, los Goliaths avanzaban hacia sus enemigos, que estaban en plena retirada.
Andrew Redburn centró el punto de mira de los láseres medios gemelos montados en los brazos del Firestarter.
Será como decían en el Salón de los Guerreros en Nueva Sirtis. Todo 'Mech tiene dos fallos. Uno es el diseñador, que cree haber inventado una máquina invencible. El otro es el piloto, que cree lo que le dice el diseñador.
—¡Lanzas Arquero y Diablo, fuego!
Las dos lanzas de Valkyries dispararon sendas andanadas de MCA, mientras que las otras tres lanzas Delta avanzaban a toda velocidad tras el «paraguas» de misiles. Cuando éstos dibujaron una parábola en el aire, diez rayos de color rubí de láseres medios volaron como flechas hacia dos de los Goliaths. Los láseres abrieron grandes y profundas brechas en el blindaje de los gigantescos ’Mechs y los misiles penetraron en ellas como gusanos que fueran a infestar una herida.
Los dos Goliaths de retaguardia se estremecieron. Los misiles reventaron pedazos de la coraza trasera de los torsos de ambos ’Mechs, que quedaron envueltos en una lluvia de escoria y fuego. Andrew alcanzó a distinguir algunas explosiones en su interior. Las explosiones en cadena que las siguieron, destrozaron ambas máquinas y un fogonazo de luz blanca en la pantalla de infrarrojos de Andrew le indicó que el ’Mech de la derecha había perdido parte del blindaje que protegía su motor de fusión.
Los pilotos de ambos ’Mechs reaccionaron al ataque por la retaguardia y trataron de dar la vuelta a sus torpes máquinas para hacerles frente, pero el ataque inicial de la compañía Delta les había causado daños más graves de lo que creían. Cuando los ’Mechs empezaron a girar, abrieron demasiado las patas, que ya no funcionaban de forma coordinada por haber sido destruidos los giroestabilizadores, y ambas máquinas se desplomaron.
Redbum procuró mantener el equilibrio ante el temblor, parecido a un terremoto, causado por la caída de aquellos monstruos de ochenta toneladas. Espero que sigamos teniendo suerte y Stone pueda reorganizar sus fuerzas.
—Adelante, Delta. Ya estamos aquí.
Mientras permanecían fuera de alcance, pero moviéndose sin cesar para no ser blancos fáciles, los Valkyries de las lanzas Arquero y Diablo concentraron su fuego de misiles y láseres en objetivos escogidos con gran cuidado. Las lanzas Ojo de Buey, Gato y Zorro, que se componían de ’Mechs ligeros concebidos para combate a corta distancia, irrumpieron entre las filas liaoitas como una manada de lobos a la caza de ciervos. Actuando de manera coordinada, cada lanza seleccionó un blanco.
La lanza Zorro, dirigida por el Firestarter de Hugh de Payens, atacó el primer Goliath que logró dar media vuelta y hacer frente a la compañía Delta. Hugh se aproximó y dos de sus tres lanzallamas bañaron al enorme ’Mech en fuego anaranjado. El piloto del Goliath bajó la boca del CPP y disparó un terrible rayo azul que impactó en el pectoral izquierdo del Firestarter. Varias capas de la coraza saltaron como mantequilla recogida con un cuchillo, pero el rayo no consiguió destruirla del todo.
Los compañeros de lanza de Hugh pasaron bajo el rayo azulado del CPP. Eran tres desgarbados Jenners, ’Mechs con aspecto de ave. Dispararon sendas ráfagas de misiles de corto alcance que volaron en espiral hacia su monstruoso blanco. Brillaron varias explosiones sobre el torso del Goliath y dos MCA perforaron el blindaje pectoral y crearon el caos en su corazón. Una columna de humo negro empezó a surgir del orificio, indicando que la protección del motor estaba dañada.
Los Jenners y los dos Firestarters de la lanza Zorro azotaron al Goliath con incesantes rayos láser que deterioraron el blindaje de las dos patas izquierdas. A través de los agujeros abiertos en ellas, Andrew podía ver las enormes fibras de miómero que constituían los músculos artificiales que movían el Goliath. Una andanada más y ese ’Mech estará acabado.
Andrew desvió su atención hacia el Goliath que se hallaba frente a él. Había empezado a darse la vuelta en un intento de atacar a la compañía Delta, pero lo único que consiguió fue dejar desguarnecido su flanco izquierdo al ataque de la lanza Gato. Sin pensarlo dos veces, Geoffrey St. Omer y sus MechWarriors aprovecharon la ocasión.
Los dos Javelins, de aspecto humanoide, lanzaron dos docenas de MCA hacia el pesado ’Mech de Asalto. Los misiles, reforzados por otra docena de MCA disparados desde los tres Jenners de la lanza, le acribillaron el costado izquierdo y sus largas patas. Un torrente de fuego le envolvió la pata delantera. A medida que la columna ardiente se convertía en humo negro, empezó a arrojar fragmentos incandescentes y semifundidos de coraza de cerámica sobre el helado terreno.
El piloto del Goliath luchó con valentía para girar la máquina, pero la lanza Gato no le dio cuartel. Mientras la boca del CPP intentaba apuntar a un blanco, los Jenners dispararon sus láseres montados en las alas. Como cirujanos de un hospital de campaña, se concentraron en la herida más grave del Goliath.
Andrew bajó su punto de mira y lo centró en la debilitada pata delantera del Goliath. Disparó sus láseres al mismo tiempo que los de la lanza Gato. Los rayos de color escarlata evaporaron los escasos restos de blindaje que cubrían la pata y penetraron en la articulación de ésta. Entre un manantial de ardientes fragmentos metálicos, la juntura se fundió y la pata se descoyuntó. El Goliath se tambaleó hacia la izquierda y su extremidad se partió en dos. La máquina cayó al suelo y dio media vuelta de campana, en la que quedó aplastada la carlinga, antes de desplomarse sobre su costado herido.
Andrew giró el Firestarter hacia la izquierda cuando una abrasadora bola de fuego blanco brotó de las brechas abiertas en el flanco derecho de otro Goliath. Andrew contempló cómo el sol en miniatura del motor de fusión del Goliath proyectaba lenguas de plasma incandescente por todo el cuerpo del ’Mech. La torreta saltó por los aires impulsada por un chorro plateado, como una Nave de Descenso que despegase hacia las estrellas; y, luego, explotó en un millón de humeantes fragmentos.
¡Pobre diablo! Es imposible que haya salido con vida. Andrew sintió una súbita compasión por el piloto liaoita. Miró de reojo la pantalla táctica de su monitor auxiliar. Cuatro Goliaths destruidos y tres con daños graves.
De improviso se disipó una espiral de humo grasiento y Redburn pudo ver con claridad un Goliath en medio de la formación liaoita. Creyó ver una insignia justo encima del estilizado castillo blanco que identificaba al ’Mech como miembro de los Goliaths de Cochraine. Tecleó un mandato de ampliación de imagen en su tablero de instrumentos. La pantalla holográfica enfocó la escena más de cerca. La luz del sol brillaba sobre el broncíneo triángulo que engalanaba al ’Mech.
Andrew escribió a toda prisa en el teclado del tablero de instrumentos para adjudicar una señal identificadora digital a la imagen del ’Mech. Luego envió la información a sus subordinados.
—Lanzas Arquero y Diablo, ésa es la coronel Fiona Cochraine. ¡Atacad al Goliath con todo lo que tengáis!
Las dos lanzas dispararon un centenar de MLA hacia el Goliath de la coronel liaoita. Las explosiones cubrieron todo el ’Mech y arrancaron pedazos enteros de coraza cerámica de su superficie. Una ráfaga de misiles bañó en llamas la torreta y destruyó los restos del blindaje. El Goliath se tambaleó mientras el piloto se esforzaba por resistir las ondas expansivas de las detonaciones. Empezó a brotar humo de un agujero abierto en el pecho del ’Mech.
Dado que el ataque se había efectuado a mucha distancia y de forma apresurada, la precisión de los disparos de láser dejó bastante que desear. Sin embargo, los rayos que impactaron en el blanco compensaron con su efectividad las deficiencias de los demás. Un rayo destrozó aún más el blindaje del pecho del Goliath y lo dejó con una ridicula protección para futuros ataques. Y lo que era más importante: un rayo chispeante incidió en la misma cabeza del ’Mech.
Andrew vio que el Goliath se estremecía y se tambaleaba. Por unos momentos, imaginó que el rayo láser había perforado la escotilla y matado al piloto. Sin embargo, la reacción del 'Mech echó por tierra sus esperanzas. El Goliath plantó los pies muy separados en el suelo para mantener el equilibrio, creando espeluznantes vibraciones en el terreno. El CPP se movió como un ojo vigilante, hasta que se clavó en uno de los ’Mechs que habían osado atacarlo con la crueldad de un niño al aplastar una cucaracha.
—¡Craon, muévete! ¡Te tiene en el punto de mira! —exclamó Redburn.
Casi por acto reflejo, plantó ambos pies del Firestarter en el suelo y encendió los reactores de iones de la espalda. La inercia lo lanzó contra el respaldo de su silla de mando. El ’Mech salió como un cohete hacia el Goliath de Cochraine. ¡Nadie disparará a mis hombres como a un blanco de feria! Con los lanzallamas de los brazos escupiendo fuego, Redburn descendió con el Firestarter sobre el Goliath.
Le brotó sangre de la nariz y notó un sabor dulce y salado en la boca cuando el impacto lo lanzó despedido dentro de la carlinga. También notó que tenía astillas de hueso bajo los molares. Por todas partes brillaban luces y sonaban alarmas con una intensidad mareante. Sin embargo, no bastaban para ahogar el chirrido del metal y los crujidos del blindaje de cerámica. Las holopantallas se cubrieron de estática y saltaron chispas detrás de su silla de mando.
Se vio bañado en oleadas de calor, mientras unas blancas llamaradas rodeaban el Firestarter. Sintió que volvía a caer sobre su silla, pero ya no tenía las piernas en sus posiciones correctas, sobre los pedales de los retrorreactores. Una fuerza titánica agarró el Firestarter por los pies y volteó aquel ’Mech de treinta y cinco toneladas como si fuera un muñeco.
Andrew buscó desesperadamente con el tacto el botón de eyección, pero la fuerza de gravedad le sujetaba los brazos a la silla. Unos puntos de luz bailaban ante sus ojos. Entonces comprendió algo horroroso, surgido del rincón de su mente donde se ocultaban sus peores pesadillas. Fuera de control... Fuerzas G demasiado intensas. ¡No puedo compensarlas!
Apretó los dientes y obligó a su mano derecha a pulsar de nuevo el botón de eyección, pero ya había perdido el conocimiento antes de que pudiese oprimirlo.