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Sede del Primer Circuito de ComStar
Isla de Hilton Head, América del Norte, Tierra
19 de agosto de 3028
Justin Xiang aporreó con violencia la puerta de plastiacero de la suite que compartían Romano Liao y Tsen Shang. Tsen abrió la puerta enseguida, pero su sonrisa de bienvenida se desvaneció en cuanto Justin lo apartó a un lado y entró en el recibidor.
Justin se volvió hacia él. La cólera deformaba su rostro y chispeaba en su mirada.
—¿Dónde diablos está ella? —masculló.
—¿Qué pasa? —dijo Shang. Alargó la mano derecha hacia Justin, pero éste la detuvo brutalmente con su mano metálica.
—No, Tsen. Esto sólo nos concierne a esa bruja maquiavélica y a mí.
Antes de que Tsen pudiera contenerlo o enfrentarse a él, Justin ya había cruzado la bien decorada sala en dirección a la puerta de enfrente. La derribó con una violenta patada y se quedó plantado en el oscuro umbral, apoyándose con ambas manos en el marco de la puerta.
Dos velas ardían en los paneles exteriores de un tríptico de espejos. Romano Liao, de pie, contemplaba con admiración el reflejo triple de su figura desnuda. Su bata de seda yacía a sus pies. La luz procedente del umbral la bañó por completo, pero la sombra encogida de Justin oscureció su espalda como una mancha de tinta.
Un brillo de desprecio relució en los verdes ojos de Romano al mirar la silueta de Justin. Él no percibió ni un estremecimiento, ni siquiera el menor indicio de temblor que traicionase la ira que debía dominarla por su imprevista aparición. Romano levantó la barbilla para que sus ojos quedaran ocultos en parte y murmuró:
—Supongo, ciudadano Xiang, que tienes un motivo para realizar esta... visita.
—¡Oh, sí, dama Romano! Tengo un motivo muy apremiante. —Justin bajó y serenó su voz, a pesar de la furia que lo embargaba, y le devolvió la mirada con expresión iracunda—. ¿Cómo ha podido ser tan estúpida?
Romano entornó los ojos, pero se contuvo y no replicó. Se echó sus cabellos granates a la espalda y se volvió despacio para perturbar a Justin con la imagen de su cuerpo desnudo. Se puso a un lado y la sombra de Justin dejó de envolverla en la oscuridad.
—¿No soy más deseable que Candace?
—¡No es el mejor momento para jugar, mujer!
La mano zurda de Justin arrancó una larga sección del marco de madera de la puerta. Entró en la habitación y su sombra volvió a cubrir la figura de Romano.
—¡Idiota insensata! ¿Se da cuenta de lo que ha arriesgado? Poco importaría que hubiera salido bien, que no salió... ¡Los beneficios que pretendía conseguir eran simples quimeras!
La mano izquierda de Justin arrojó el pedazo de madera contra Romano. Ella se agachó y el madero destrozó el espejo central. Una nube de relucientes cristales saltó por los aires.
—¿Cómo te atreves a llamarme idiota, desgraciado? —gruñó furiosa—. ¡Careces de la fuerza de voluntad necesaria para llevar a cabo las acciones que hay que emprender! No me eches a mí la culpa de tu falta de valor.
Justin llegó junto a ella en un abrir y cerrar de ojos y le asestó una fuerte bofetada con el dorso de la mano. El golpe impacto en la mejilla de Romano y la arrojó hacia un costado. Romano cayó sobre la cama, con brazos y piernas abiertos, y se quedó mirando aterrorizada a Justin mientras se frotaba la enrojecida mejilla.
Una feroz sonrisa tensó los labios de Justin y mostró sus blancos dientes.
—Sí, dama Romano, he osado golpearla. ¡Qué apropiado resulta verla ahí, desnuda! Pues no es más que una niña... no tan inocente, pero sí muy ingenua. E indiscutiblemente egocéntrica.
Otra sombra, alargada, apareció en la habitación.
—¿Qué significa esto, Xiang?
Justin miró hacia la puerta y señaló a Romano.
—Esto significa, Alteza, que vuestra hija va a aprender a contenerse. Esta estúpida ordenó que un asesino cometiera un atentado contra Quintus Allard esta misma noche. ¡Hace menos de una hora!
Aquella revelación conmocionó a Maximilian Liao. Justin sonrió y se volvió hacia Romano, que gimoteó de terror al ver que la silueta de su padre se estremecía de cólera.
—Sí, Romano. Ese juego de hacer lo que cree que son los deseos de su padre nos ha perjudicado más que beneficiado. Sólo a usted le pareció una decisión inteligente matar al ministro de Inteligencia de Davion. ¿Lo atacó porque había sacado partido de su error de ordenar el atentado de Kittery del año pasado? ¿O había concebido otro brillante plan?
Romano juntó las piernas y se sentó en la cama.
—La muerte de Quintus Allard sería un golpe mortal para la Federación de Soles.
Justin asintió con un enfático ademán.
—Sí, tal vez, pero no aquí y ahora. ¿No comprende lo que ha arriesgado?
—He arriesgado a un individuo, un peón, nada más —dijo, irguiendo la barbilla en actitud desafiante—. Era insignificante en comparación con los beneficios que nos reportaría su muerte.
Justin miró hacia atrás. El Canciller estaba apoyado, con gesto cansado, en una jamba de la puerta.
—¿Y el perjuicio, mi señora? El perjuicio podría haber significado el fin de Casa Liao.
—¿Cómo? ¿Qué perjuicio? —preguntó Romano, con inquietud.
¿Eres realmente tan estúpida, o sólo estás loca como una cabra?
Justin se rió con crueldad.
—ComStar garantizaba la seguridad de todos los invitados, Romano. Se comprometió a que nadie sufriría ningún daño. Nuestra seguridad está en sus manos.
—¡Nunca se atreverían a atacarnos! —replicó Romano, furibunda.
—Tal vez no —gruñó Justin—. Pero emitirían un edicto contra todos aquellos que hubieran violado su querida paz. Sí, mi señora: ¡se ha arriesgado a poner a Casa Liao bajo una Interdicción total!
Justin observó cómo la ciega fe de Romano en su superioridad pugnaba por rechazar la espantosa posibilidad de una interdicción de ComStar. Ningún mensaje recibido ni emitido a través de los canales de ComStar. Aparte de un sistema de transmisión que precisaría de meses para que un mensaje viajara de un extremo a otro de la Confederación, no tendríamos ninguna otra manera de enviar mensajes interplanetarios. Sin ComStar y sus Generadores de HiperPulsación para enviar mensajes, no podríamos coordinar nuestras tropas. Las únicas noticias que podríamos recibir de los avances de Davton o Marik procederían de los testimonios de los refugiados.
Justin asintió, como si hubiera leído en la mente de Romano.
—Sí, dama Romano. Hanse Davion podría devorar nuestros mundos y no tendríamos ninguna manera de organizar nuestros refuerzos. Nuestros agentes, que utilizan los canales de ComStar para enviamos mensajes confidenciales, ya no podrían comunicarse con nosotros. Si ComStar nos pusiera bajo Interdicción, sólo nos quedaría hacer apuestas sobre qué Casa capturaría antes Sian.
Justin avanzó, agarró a Romano por la barbilla con la diestra y la obligó a levantar la cabeza y mirarlo a los ojos.
—Una cosa más, mi señora. Es algo que no quiero que olvide jamás. El hombre al que ha intentado matar esta noche es mi padre. Tal vez sea una espina en nuestro costado, pero aún no ha llegado la hora de su muerte.
Romano intentó soltarse, pero Justin la sujetó con fuerza.
—Quiero humillarlo tanto como él me humilló a mí. Quiero que sepa que todos sus esfuerzos son desbaratados por el hijo al que traicionó. Cuando yo lo vea frustrado y humillado, cuando crea que lo he privado de toda esperanza... habrá llegado su hora..., pero ni un solo segundo antes.
Justin arrojó a Romano de nuevo contra la cama.
—Y, cuando llegue ese momento, seré yo quien lo mate. Es mi padre. ¡Por eso es mi derecho! —exclamó, y se cernió sobre ella en actitud amenazadora—. No se ponga en mi camino, Romano.
Justin dio media vuelta, pasó junto a Maximilian Liao y regresó al recibidor. Tsen Shang lo contempló estupefacto y echó a andar hacia la puerta del dormitorio.
—No, Tsen. Aún no —le dijo Justin—. Ven conmigo. Que ella se regodee en su propio fracaso mientras nosotros tratamos de arreglarlo.
Shang titubeó, pero Justin ladró una áspera orden que no admitía réplica.
—¡Ahora, Shang! ¡He dicho ahora!
De mala gana, el analista de la Maskirovka siguió a Justin.
Ambos salieron del amplio edificio de cuatro módulos reservado a los invitados de Casa Liao. A mitad de camino de la playa, Justin se volvió hacia el alto y delgado Shang y apuntó a su pecho con el dedo.
—Te doy una sola oportunidad, Tsen, para decirme que no sabías nada ni tenías la menor idea de este ridículo atentado...
Tsen retrocedió como una cobra dispuesta a atacar.
—Y si opto por no contestar a tu acusación...
—¡No es el momento de jugar a defender el orgullo y el honor, Shang! —replicó Justin, furioso—. Lo que ella ha hecho podría habernos condenado a todos. Si ComStar nos niega sus servicios, estaremos tan indefensos como un hombre ciego y sordo en un cuarto lleno de asesinos. —Se frotó los ojos—. ¿Tengo que recordarte la lección? Nuestro trabajo consiste en proteger la Confederación de Capela. Mientras hablamos, las fuerzas de Casa Davion están reuniéndose para efectuar otra serie de maniobras militares en Galahad. Si ComStar nos deja sin comunicaciones, te aseguro que Davion atacará... y duro.
Justin suspiró. Ya había agotado buena parte de su ira.
—Necesito oír de tus labios lo que mi corazón y mi cabeza me dicen que es la verdad. Necesito oírte negar que estuvieses al corriente de esta conspiración.
Tsen Shang asintió poco a poco.
—De haberlo sabido, Justin, te lo habría contado.
Una débil sonrisa asomó a las comisuras de la boca de Justin. Sin embargo, se desvaneció al ver la silueta de un hombre que corría por el sendero detrás de Tsen. Justin se echó a un lado y se agachó. Tsen se revolvió y blandió las largas uñas de su zurda como si fueran afiladas dagas.
Alexi Malenkov levantó las manos y se acercó despacio a los otros dos miembros del equipo de crisis.
—¡Gracias a Dios que os encuentro juntos y lejos del edificio!
—¿Dónde rayos te habías metido? —preguntó Justin—. ¡Y hueles como una destilería! ¿Cómo pudiste estar bebiendo cuando se suponía que debías vigilar a Ridzik? —Elevó el rostro al cielo—. ¿Qué he hecho para merecer estar rodeado por esta pandilla de idiotas?
Alexi adoptó una severa expresión.
—No sé de qué estás hablando, ciudadano Xiang, pero no estoy borracho. De hecho, tuve que compartir una botella con un par de tipos de la comitiva de Davion. Era la única manera de vigilar a Ridzik sin levantar sospechas contra mí. Un deber oneroso, desde luego, pero al menos tuvieron la buena idea de robar una botella de buen whisky escocés de la recepción de la Arcontesa. —Alexi se permitió una sonrisa cautelosa—. Y un esfuerzo que ha valido la pena por la información obtenida.
Justin cruzó los brazos sobre el pecho.
—No tenemos tiempo ni paciencia para jugar a adivinanzas. ¿Qué está haciendo Ridzik? ¿Vender la Comunidad de Tikonov?
Alexi lanzó una mirada circunspecta al ceñudo Tsen.
—Habla sin temor, Alexi —lo tranquilizó Justin—. Lo que digas no saldrá de aquí. Y dudo que pueda mejorar o empeorar la situación actual.
Alexi tomó aliento y dijo:
—El coronel Pavel Ridzik se ha visto con Elizabeth Jordan Liao.
Justin sintió un retortijón en el estómago. ¿Es que toda la Corte se ha vuelta loca? Miró a Tsen Shang y notó con tristeza que su expresión se había vuelto más decidida. ¡No, Tsen! No me fastidies ahora. Lo agarró del brazo.
—Conténte, Tsen. No tenemos por qué causar más problemas. —Se volvió hacia Alexi—. ¿Por qué crees que quiere seducir a la esposa del Canciller?
Alexi se encogió de hombros, incómodo.
—Ridzik es un conquistador. Podría tratarse simplemente de una lujuria incontrolada. Sin embargo, apostaría a que hay algo más. Creo que Ridzik quiere utilizar a dama Liz para influir en el Canciller. Ridzik se queja en público del trato de preferencia que se da a los regimientos de Guerreros de la Casa. Si el Canciller reduce su apoyo a esas unidades, la gran mayoría de los reclutas irán a aumentar las tropas de Ridzik.
—Interesante. ¿Qué opinas, Tsen?
Shang asintió con gesto rígido, como si las palabras de Malenkov fueran un eco lejano.
—Ese motivo es creíble. En los últimos tiempos, Elizabeth Liao estaba en medio del fuego cruzado entre Candace y Romano. Romano sugirió que su madrastra se había buscado amantes en el pasado para molestar al Canciller, pero Maximilian no sabe nada de sus aventuras o, simplemente, no le importan. Está tan preocupado por restaurar la Liga Estelar que no presta atención a muchas cosas.
Alexi asintió al análisis de Tsen.
—¿Qué más ha ocurrido?
—¡Romano ha utilizado esta noche a uno de sus asesinos thugs para tratar de asesinar a mi padre! —exclamó Justin, echando fuego por los ojos.
—¡¿Qué?! —Alexi se acercó más a Justin y lo miró fijamente—. Créeme, Justin, no tenía ni idea. Seguí controlando las relaciones de Romano con esos sectarios, como tú me pediste, pero no sabía nada de eso...
Tsen, irritado, se volvió hacia Justin.
—¿Has estado vigilando a Romano Liao?
—Vigilo todas las posibles amenazas a la seguridad de Casa Liao.
—Supongo que eso me incluye a mí.
—Aún no. Tú no eres ningún problema.
—¿Por qué me da la impresión de que tienes un plan secreto, Justin? —inquirió Tsen, apretando los dientes—. ¿Trabajas para Casa Liao, o sólo para uno de sus miembros?
Justin entornó los ojos hasta reducirlos a unas finas ranuras negras.
—Trabajo para proteger a Casa Liao a pesar de ella misma. ¡Tsen, imagina lo que pasaría si no estuviéramos aquí para comportarnos como varillas de control de un viejo reactor de fisión! ComStar despedazaría a Casa Liao. Maximilian intentaría matar a Ridzik, lo cual, en el mejor de los casos, lo dejaría sin su jefe militar más competente: y, en el peor, originaría una revuelta en la Comunidad de Tikonov. Romano provocaría una guerra entre la Federación de Soles y la Comunidad de St. Ivés sólo para mortificar a su hermana, y luego utilizaría su influencia sobre el Canciller para inducirlo a atacar de nuevo la Liga de Mundos Libres.
—Tienes razón al describir la situación como una fisión nuclear —dijo Tsen.
—Y tú también al comentar que tengo un plan secreto —respondió Justin con expresión sombría—. Necesito una Confederación de Capela fuerte y sin debilidades, para poder llevar a cabo mi venganza contra Hanse Davion y mi padre. En los próximos meses, localizaré su base secreta de investigaciones y usaré los frutos de sus esfuerzos en su contra. Espero que mi éxito sea también el de Casa Liao. Hasta entonces, haré todo lo que haga falta con tal de mantener unida a toda esa pandilla de gobernantes locos.