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Tharkad
Distrito de Donegal, Mancomunidad de Lira
31 de diciembre de 3027
La arcontesa Katrina Steiner levantó la mirada y vio que varios individuos se acercaban a ella entre la multitud. ¡Dios mío! Qué de prisa nos acechan los chacales. Tomó del brazo ízquierdo a Morgan.
—Morgan, éste no es el mejor lugar para compartir recuerdos privados. Necesito tomar un poco de aire fresco. ¿Te gustaría acompañarme?
Morgan asintió.
—-Será un agradable deber, y un honor.
De improviso apareció el ministro de Protocolo y Katrina se compadeció de él. ¡Pobre Franklin! Parece verdaderamente afectado.
—Estoy segura, ministro Hecht, que hay algún precedente de esto —dijo la Arcontesa. Se volvió hacia su hija y añadió—: Y si no, vamos a establecerlo ahora. Se supone que esto es una celebración y tengo las manos cansadas de saludar a todo el mundo.
Franklin Hecht estaba tan aturdido que su larga trenza de cabello castaño pardusco ya no le cruzaba la cabeza en un vano intento de disimular su calvicie, sino que le pendía sobre una oreja. Con expresión claramente compungida, Hecht se colocó la trenza en su posición habitual y miró a la Arcontesa con ojos tristes.
—Como deseéis, mi Arcontesa —murmuró.
Melissa sonrió con alegría y tomó del brazo derecho a Daniel Allard.
—Mírelo desde este punto de vista, ministro: ¿por qué ser esclavos de la Historia, si podemos crearla? —Le guiñó el ojo al ministro y éste se sonrojó—. Aparte de esto, quiero bailar con este guapo guerrero. ¡Y quiero hacerlo ahora!
La Arcontesa observó a su hija con ojos indulgentes. Espero que Hanse Davion sea consciente de dónde se va a meter, pensó, y se volvió hacia el ministro.
—Bien, dile a los músicos que la heredera del Arcontado quiere bailar y es mi deseo que todos se diviertan de la misma manera.
Mientras Hecht se abría paso apresuradamente entre el gentío, la Arcontesa condujo a Morgan a una pequeña puerta lateral custodiada por dos agentes del CIL ataviados con el uniforme oficial.
Cruzaron la puerta y recorrieron un corto pasillo hasta el despacho personal de la Arcontesa. Al entrar en la habitación, Katrina soltó el brazo de Morgan. Este se plantó en el centro de la estancia, de paredes recubiertas de planchas de madera, y la examinó despacio.
—Es muy apropiada para ti, Katrina —dijo con una sonrisa de aprobación.
Morgan señaló el enorme escritorio de madera de roble y lanzó una carcajada. Aunque era de madera, aquel escritorio no era antiguo ni estaba labrado de manera tan exquisita como el resto del mobiliario de la habitación. Era de un color marrón chocolate y poseía una fuerza vital de la que carecían los demás muebles.
—Todavía lo tienes. Después de tantos años...
—¿Cómo podría separarme de él, Morgan? Arthur lo hizo con sus propias manos. —Katrina miró el escritorio y sintió que se le formaba un nudo en la garganta. ¡Ah, Arthur...! No has estado conmigo estos últimos diecisiete años. Dicen que el tiempo cura todas
las heridas, pero ésta no deja de abrirse más año tras año.
La voz de Morgan la arrancó de sus tristes recuerdos.
—Bueno, Katrina, sabes que es verdad a medias. Arthur recibió algo de ayuda de aquel monstruo.
—¡Ja! —se rió Katrina—. Según la versión de Arthur, tú sólo supervisaste el trabajo.
Morgan adoptó una expresión ofendida.
—¡Vaya, vaya! Pues tengo un par de astillas para demostrar que participé en la fabricación. —Señaló el lado derecho del mueble—. Por ejemplo, el cajón superior. Lo hice yo mismo...
—¿El de la derecha?
Morgan asintió.
—¿El que se atasca? —preguntó Katrina, sonriendo.
—Le dije a Arthur que había tomado mal las medidas —bromeó Morgan—. ¡Maldición! ¡Qué buenos tiempos!, ¿verdad, Katrina? ¿Tienes algo de beber en este despacho?
Katrina fue al rincón y tocó un clavo oculto en uno de los paneles de madera. El panel se deslizó hacia el techo y descubrió un aparador secreto. La Arcontesa sonrió a Morgan.
—¿Aún bebes whisky irlandés?
—Ya no lo sé —repuso Morgan—. En el monasterio de San Marino no se bebía alcohol... salvo el vino sacramental, por supuesto. Tu tío, el hermano Giles, dirige el monasterio con mano de hierro.
Katrina entrecerró los ojos y metió la mano en el fondo del aparador.
—Entonces te voy a servir algo que te dejará extasiado. —Sacó una botella cubierta de polvo y se la enseñó a Morgan—. Procede de la destilería Connor, de ArcRoyal. Patrick me enviaba una caja cada año.
Llenó dos vasos con el ambarino líquido y pasó uno de ellos a Morgan. Este lo levantó para brindar.
—Por aquellos que hemos perdido. Que tengamos la fuerza y la sabiduría necesarias para construir sobre los cimientos que ellos pusieron.
Katrina tocó el vaso de Morgan con el suyo y bebió un sorbo. El aroma de este whisky basta para evocar tantos recuerdos... de los buenos tiempos y de los malos. El líquido le ardía en la garganta, pero no era una sensación desagradable. Y de los tiempos buscados.
La Arcontesa bajó el vaso, miró directamente a los ojos a su viejo amigo y le preguntó:
—Morgan, ¿por qué no me dijiste nunca que Arthur era miembro de Heimdall?
Morgan inspiró poco a poco y las aletas de su nariz se hincharon. Se mordisqueó el labio inferior y le devolvió la mirada.
—Tal vez te parezca extraño, pero no lo mencioné porque el propio Arthur no te lo dijo.
La Arcontesa dijo, pensativa:
—No entiendo tu razonamiento. Cuando murió Arthur, debiste venir a contármelo. Pasamos tan poco tiempo juntos, él y yo, que habría guardado como un tesoro en mi corazón cualquier cosa que hubieses dicho.
Morgan avanzó y apoyó su ancha mano en el hombro de Katrina.
—Katrina, tú sabes, en lo más profundo de tu alma, lo mucho que Arthur te quería y confiaba en ti... Lo sabes. No albergas ninguna duda, ¿verdad?
Katrina asintió despacio. Sí, lo sé. Lo que no comprendo es la razón de que no me confiase aquel aspecto de su vida.
—Bien, porque es la pura verdad. —Morgan vaciló mientras buscaba las palabras adecuadas—. Heimdall es una conjura de la leal oposición. Aunque en sus inicios era un movimiento que pretendía socavar los esfuerzos del CIL y de Loki para destruir las libertades públicas, en diversas épocas (las mejores, tal como yo veo la Historia) ha sido poco más que una organización fraterna. De hecho, fue así como Arthur, Patrick y yo nos incorporamos. El padre de Arthur lo indujo a ingresar en la organización y, cuando Patrick y yo fuimos destinados a Nagelring, él nos impulsó a entrar también. Al principio, todo parecía inofensivo.
Morgan inspiró hondo y cobró nuevas fuerzas con un trago de whisky.
—Yo ya me encontraba en Nagelring y me preparaba para ser MechWarrior cuando tu predecesor, Ales-sandro, puso en marcha su insensato plan de Debilidad Concentrada. Luego reprimió con brutalidad las revueltas que había provocado su política. De súbito, Heimdall se volvió más activa y Arthur, con su dinero e influencia, hizo todo lo que pudo por ayudar a la organización.
Morgan tragó saliva y continuó.
—¿Sabes, Katrina? Por culpa de Arthur, Heimdall casi pasó de ser la leal oposición a convertirse en parte del establishment. Pero Arthur no estaba dispuesto a que se produjera aquello y, aunque te amaba y confiaba en ti, no quería comprometer a la organización. Si se lo hubieses pedido, habría sacado a la luz a Heimdall, pero entonces no podría estar ahí cuando fuera necesaria... Al día siguiente, por un golpe de Estado preparado por Alessandro, o dentro de cien años por una invasión kuritana. ¿Te parece razonable?
¡Qué bien me conocías, mi amado esposo...! Katrina asintió y ladeó la cabeza, pensativa.
—Eso explica por qué Arthur no me habló de sus vínculos con Heimdall, pero no la razón por la que no dijiste nada tras su muerte.
Morgan se encogió de hombros y Katrina se arrepintió de habérselo preguntado. Parece tan perplejo...
—Supongo que cometí un error —admitió Morgan, y tomó otro trago—. Sabía que Arthur había pasado buena parte de sus últimos meses de vida organizando archivos de identificación y juntando fondos para las células de Heimdall que nos sacaron de Poulsbo cuando Loki intentó matarte. Imaginé que, o bien Arthur te había contado su pertenencia a Heimdall, o bien no quería que lo supieses. Tomé tu silencio sobre esa cuestión como un reflejo de los deseos de Arthur. No dije nada porque no quería que pensaras mal de nosotros.
Katrina dejó su vaso sobre el escritorio que había fabricado su marido y cogió una pequeña unidad cúbica de visualización holográfica. Pulsó un código de cuatro cifras en el teclado numérico de la parte superior del cubo y una imagen tridimensional se formó en él. Katrina sonrió. Al mirar el holograma proyectado en el dispositivo, casi había olvidado dónde se hallaba.
Era una imagen de ella misma, veinte años más joven y con el cabello teñido de rojo brillante, flanqueada por dos hombres. A su derecha se encontraba Árthur Luvon. Éste llevaba sujetos sus largos cabellos rubios con una cinta negra y sonreía con jovialidad. El bigote y la perilla le daban un aire de bandido que reflejaba su espíritu, totalmente distinto del sobrio y serio Arthur por quien lo tomaban muchos. A la izquierda, vestido con una camisa azul abierta hasta la mitad del pecho, de la que asomaba una espesa pelambrera negra, estaba un Morgan Kell mucho más joven, que también sonreía a la holocámara. Las puntas de su fino bigote se curvaban hacia arriba y su expresión temeraria era una réplica de la de Arthur.
¿Realmente ha pasado tanto tiempo?
—Morgan, después de todo lo que pasamos juntos, ¿cómo podría haber pensado mal de vosotros?
Alargó el cubo a Morgan. Este miró la imagen y lanzó una carcajada.
—¡Dios mío! ¡La Corsaria Roja y sus dos jorobados...!
Katrina se rió también. Es tan maravilloso oírte reír, Morgan. ¡Cuántos recuerdos de los viejos tiempos me trae tu risa! Aunque habían sido años difíciles, también podía rememorarlos como una emocionante aventura.
—Lo que hicimos para huir de Poulsbo sería considerado como demasiado extravagante para el guión de una serie de holovisión.
Morgan apuró el whisky de su vaso.
—Bueno, debo admitir que, echando la vista atrás, la idea de navegar hacia la Periferia y volver por el espacio de Marik quizá no fue el mejor de todos los planes posibles, pero entonces parecía bueno. —Volvió a mirar el cubo—. ¿Sabes?, uno de los monjes de San Marino perteneció a una banda de piratas de la Periferia y dice que siguen buscando a la Corsaria Roja.
La sonrisa de Morgan se desvaneció y su expresión se volvió más distante y remota.
Katrina le apretó el hombro.
—Lo echas de menos tanto como yo, a Arthur, ¿verdad?
—¿A Tempest? —Irguió la cabeza y se esforzó por esbozar una sonrisa—. Tal vez, si las cosas no hubiesen acabado de forma tan repentina, mi respuesta a tu pregunta sería: «sí». En realidad, no lo sé.
La Arcontesa apartó la mano del hombro de Morgan.
—Lamento haberlo mencionado.
—No te preocupes. En los últimos once años he viajado a menudo por esa área de mis recuerdos. —Le guiñó el ojo y blandió el holocubo, olvidando su tristeza—. ¿Crees que debería volver a llevar sólo bigote?
—No, Morgan. La barba es más atractiva. —Un brillo malicioso asomó a los ojos de Katrina—. Sin embargo, si ComStar decide organizar un baile de máscaras durante las celebraciones de la boda de Melissa, quizá podríamos recuperar a la Corsaria Roja y a parte de su cortejo.
Morgan se dio una palmada en la frente.
—¡Qué burro soy! Veo a Melissa por primera vez en años y todavía no la he felicitado por su compromiso.
Katrina levantó una mano.
—No te preocupes, Morgan. Has quedado fenomenal ante ella por no haber dicho nada. Todos los que estaban en la fila de invitados comentaban que iba a ser una novia maravillosa y lamentaban mucho no poder acudir a la ceremonia —dijo Katrina, poniendo los ojos en blanco.
—Mendigar invitaciones... Una tradición ya clásica ante los acontecimientos históricos. —Morgan sonrió con malicia, pero una expresión preocupada había nublado su atractivo semblante—. En Zaniah, cuando nos enteramos del compromiso, nos sentimos felices, por supuesto; pero al hermano Giles y a mí nos preocupó que esto se convirtiese en un punto de reunión de los disidentes y rivales de la Mancomunidad. El hermano Giles recibió incluso una visita de Solaris: un tal Enrico Lestrade, creo. Aquel tipo le preguntó si quería dejar su retiro en vista de aquel compromiso.
¡Maldito Aldo Lestrade! ¿Cómo se atreve a enviar a su sobrino a molestar a mi tío en su retiro? Y bendito seas, Morgan, por haberte preocupado.
—Es cierto que hay resistencias entre la aristocracia. Aldo Lestrade mueve los hilos de Frederick Steiner, o sea, que hay problemas. Aldo planeó al menos dos intentos de asesinato contra mí y creo que estaba detrás del secuestro de la Silver Eagle. Es posible que las pruebas resulten escurridizas, pero yo sé que es el causante de muchos de mis quebraderos de cabeza.
Un brillo parpadeó en los oscuros ojos de Morgan y Katrina sintió un escalofrío por todo su cuerpo. Bien, Aldo, no sabes lo que has desencadenado con tus acciones, ¿ verdad? Has matado a Patrick Kell. No es probable que Morgan o Heimdall olviden pronto ese pecado.
—Aldo sigue protestando a los cuatro vientos que hemos dejado la isla de Skye vulnerable a un ataque, pero incluso la incursión realizada por Kurita en Chara para exterminar a los Demonios de Kell fracasó en su propósito de exaltar a la gente. —Katrina sonrió—. Sin embargo, ahora que has vuelto para dirigir los Demonios de Kell, no creo que Kurita vaya a intentar otra estupidez como aquella última incursión... Pero, Morgan, ¿qué pasa?
Morgan frunció el entrecejo.
—Katrina, quiero pedirte un favor especial.
La Arcontesa abrió las manos.
—Pide y se te concederá.
Morgan esbozó una sonrisa y luego la dejó morir.
—Agradezco tu voto de confianza. Dan me ha hablado de una cláusula del contrato de los Demonios de Kell, que permite anular cualquier acuerdo efectuado por Patrick.
Katrina asintió.
—El contrato expira en el año 3031. ¿Quieres romperlo o renegociarlo? Probablemente podría sacar para vosotros dinero extra del presupuesto...
¿Qué estás tramando, Morgan?, pensó.
—Agradezco tu propuesta, pero no —rehusó Morgan—. Y no te preocupes: no voy a llevarme a los Demonios a otra Casa. Yo... eh... me los voy a quedar. Tengo que resolver un asunto.
Los ojos de Katrina se convirtieron en sendos filos de acero.
—¿En qué está pensando, coronel Kell?
Morgan suspiró y contestó con voz insegura:
—No estoy seguro, Katrina, y me da miedo. Dan dice que Yorinaga Kurita ha vuelto y que fue él quien mató a Patrick.
Katrina meneó la cabeza con incredulidad.
—Morgan, no vas a desatar una venganza, ¿verdad? Eso lo hacen los reclutas recién salidos de Nagelring. Sabes tan bien como yo que no caben los conflictos personales en la guerra.
Katrina se quedó mirándolo. El coronel levantó las manos en señal de rendición.
—Cálmate, Katrina, no soy un teniente novato de tu batallón.
Morgan abrió la boca para añadir algo más, pero no encontró las palabras.
Katrina observó a Morgan Kell mientras éste forcejeaba con los demonios que hostigaban su mente. Es muy importante para ti, ¿verdad, Morgan? Nunca te había visto así... salvo, quizá, cuando fuiste por primera vez a Taniah. Después de tantos años en San Marino, ¿aún no has conseguido controlarlo ? Mi corazón sufre por ti, viejo amigo.
Morgan levantó la mirada y dejó escapar un fuerte suspiro.
—Créeme, Katrina, si te digo que el regreso al servicio activo de Yorinaga... es palpable. Sabía que había vuelto meses antes de que Dan viniese a Zaniah. —Titubeó—. Lo que no podía imaginar es que Patrick fuese alcanzado por el fuego cruzado.
»Hace años —prosiguió Morgan—, en el Mundo de Mallory, Yorinaga Kurita y yo empezamos algo. Todo comenzó en 3013, cuando los restos del Cuarto Regimiento de Guardias de Davion y dos compañías de los Demonios de Kell luchaban por contener a la Segunda Espada de Luz kuritana, mientras otros soldados de la Federación extraían el cadáver de Ian Davion de su ’Mech destrozado y lo evacuaban del planeta. Yorinaga había matado a Ian, pero le impedimos que se llevase el trofeo.
»Tres años después, de nuevo en el Mundo de Ma-llory, nos encontramos, Yorinaga y yo. —Morgan calló por unos segundos con la mirada perdida—. Combatimos. En aquel duelo, aprendí mucho sobre mí mismo. A decir verdad, me da miedo lo que averigüé, y noté las semillas de aquel mismo horror en Yorinaga. Mientras ambos permanecimos en el exilio, no podía ocurrir nada. Ahora volvemos a confluir de manera inexorable, y acabaremos por enfrentarnos de nuevo. —Se encogió de hombros——. No hay alternativa.
Katrina sonrió con afecto.
—¿Puedo convencerte de que esperes a que se celebre la boda, antes de que emprendas esa misión?
Morgan fue a responder. Se contuvo y asintió despacio con la cabeza.
—Creo que tenemos tiempo suficiente. Sin embargo, apartaré a los Demonios de Kell del servicio activo. Ya están de camino a Arc-Royal.
—Eso no me preocupa —dijo la Arcontesa—. Pero, ¿te parece razonable que un batallón ligero vaya a enfrentarse con lo que tiene toda la pinta de ser un regimiento kuritano?
—No —contestó Morgan Kell, volviendo a llenarse el vaso de whisky—. No es razonable en absoluto. —Sonrió y levantó el vaso en un nuevo brindis—. Por eso di la orden desde Zaniah. La unidad de Demonios de Kell que estoy reuniendo en Arc-Royal volverá a ser un regimiento completo. Que tiemble el Dragón...