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Alyina, Zona de ocupación de los Halcones de Jade
10 de junio de 3052
Kai Allard saludó con la mano cuando Erik Mahler hizo sonar la bocina del aerocoche. Dio el cepillo metálico y el accesorio del actuador al tech que estaba a su lado y se limpió las manos en un trapo.
—¡Estaré contigo en un momento! —gritó a través de la puerta abierta del hangar de ’Mechs, y se dirigió a la pila de aseo. Se limpió la mayor parte de la suciedad, se bajó las mangas y se puso la chaqueta.
Cuando iba a salir, se detuvo para mirar atrás. Cinco meses bajo las aguas del Mar Negro habían hecho su efecto en Yen-lo-wang, pero habían trabajado mucho en él desde que lo habían sacado del mar. Malthus había sugerido que su reparación fuese una especie de proyecto para los techs y los MechWarriors que habían liberado de la base Tango Zephyr. Quienes estaban en buenas condiciones físicas aceptaron enseguida trabajar en él, y la perspectiva de tomar parte en la reconstrucción impulsó a varios guerreros a presionar a sus médicos para que les diesen antes el alta del hospital.
El BattleMech se alzaba orgulloso a pesar de que en algunos lugares había perdido pintura al arrancarle los percebes que se le habían adherido. Del muñón del brazo derecho colgaban cables y actuadores, pero sobre un jergón tenían el rifle Gauss que serviría para sustituir el que se había perdido con la explosión del aerocamión de Michaels. La escotilla de visión también yacía a los pies del Centurión, y los trabajadores entraban y salían de la carlinga a través de la abertura.
—Por motivos obvios, creo que ésta es una de las imágenes más hermosas que he visto jamás. Me trae a la memoria muchos recuerdos de mis años de servicio. Puedo entender el amor que sientes hacia esa máquina —dijo Mahler, que estaba de pie junto a la puerta del conductor—. No me cabe duda de que los padres atemorizarán a los hijos de los Clanes para que se porten bien contándoles historias sobre Yen-lo-wang.
Kai sonrió a Mahler y subió al asiento del pasajero. Cuando Mahler volvió a sentarse frente al volante y puso en marcha los ventiladores, le pasó una hoja de papel.
—Las personas que manejan la estación de ComStar han recibido una respuesta al mensaje que enviaste. Dentro de dos semanas llegará a Morges una nave procedente de Yeguas para recogerte. Los Clanes harán despegar una nave en veinticuatro horas para que puedas llegar a tiempo a la cita.
—¿Qué pasa con la gente que está demasiado enferma para dar saltos hiperespaciales?
—Los sacaremos de aquí más tarde —contestó Mahler—. Malthus ha decidido ampliar vuestro acuerdo sobre los prisioneros de la base Tango Zephyr para incluir también a todos los militares de la Mancomunidad Federada, como agradecimiento por tu ayuda en la pacificación de las unidades de ComStar. Harán viajes regularmente a Morges, tanto tiempo como sea necesario para repatriarlos a todos.
—Veinticuatro horas, ¿eh? —dijo Kai mientras Mahler conducía en medio del tráfico—. Eso no es mucho tiempo.
—¿Todavía tienes que tomar una decisión respecto a ella? —preguntó Mahler, sin apartar los ojos de la carretera.
—No —respondió el MechWarrior, suspirando—. La quiero, pero me temo que nuestros caracteres sean tan opuestos que acabemos por destrozarnos mutuamente.
El anciano rio por lo bajo.
—¿No dicen acaso que los opuestos se atraen? ¿No se siente uno atraído por quien es diferente? Hilda y yo nos peleábamos como perro y gato cuando nos conocimos.
Kai movió negativamente la cabeza con tristeza.
—Hay algo que he aprendido durante mi estancia en Alyina. Es algo que ya sospechaba antes, algo que mis padres, Victor y otros ya me habían dicho: soy un buen guerrero.
—Eres un guerrero de primera. El comandante estelar Malthus siempre me lo está recordando.
—Yo…
Antes de que Kai pudiera llevarle la contraria, Mahler lo miró con severidad y añadió:
—Malthus dice que, si hubieses caído prisionero de ios Halcones de Jade, te habría hecho sirviente suyo para poder solicitar de inmediato tu adopción como guerrero del Clan. Los Lobos lo hicieron con alguien que capturaron y parece que su intención es hacer lo mismo con el príncipe Ragnar de Rasalhague. Dijo también que los Halcones de Jade tendrían en ti a un guerrero que haría avergonzar a los adoptados por los Lobos.
—A Malthus le gusta exagerar —dijo Kai, sintiendo el calor de sus mejillas—. Sé que lo que dices tiene cierto fundamento, y es mucho más de lo que me habrías escuchado hace no mucho. Deirdre tiene razón al recordarme que consideraría sobresaliente en otra persona lo que en mí apenas veo como adecuado. Soy un guerrero; ahí están mis habilidades, mi impulso y mi deseo. Pero también está ahí mi problema.
—¿Cuál es el problema? —preguntó Mahler girando a la izquierda. Kai ya vio el hospital general de Valigia al fondo de la carretera—. En mi época vi a muchos soldados que se enamoraban de cualquiera que estuviera cerca de ellos durante un permiso. En cambio, Deirdre y tú sois diferentes. Si existe un problema, no sé cuál es.
—El problema es que nos queremos, pero ese amor ha nacido aquí, en Alyina. Vivir viajando de un lado a otro es una situación totalmente artificial. ¿Cómo podemos saber si nuestro amor es verdadero?
—Kai, se me ocurre que te has desviado de la cuestión principal. Al hacer la pregunta de esa manera, ya has empezado a refugiarte en la impresión de que no es verdadero. —Mahler bajó la voz para preguntar—: Además, eso no tiene nada que ver con el hecho de que seas un guerrero, ¿verdad?
Kai hizo una mueca.
—Tienes razón. Sé lo que tengo que hacer y voy a hacerlo. Si seguimos juntos, la haré sufrir mucho si tiene que vivir soportando lo que hago y lo que soy.
—¿No estás subestimando su fortaleza de carácter, amigo mío?
—Es posible; pero si no es así, podría destruirla. No puedo correr ese riesgo, por el bien de ella y por el mío propio.
Mahler condujo el aerocoche al interior del aparcamiento del hospital.
—Entonces, ¿qué es lo que vas a hacer?
Lo que ya he hecho en el pasado, pensó Kai.
—Le diré que todo esto ha sido un error.
El anciano se echó a reír.
—Ella es una mujer de voluntad fuerte. No te hará caso.
—Ya lo sé —repuso Kai, mordisqueándose una uña con gesto nervioso—. Adoptaré el tono de un aristócrata hablándole a un plebeyo. Dios sabe que a veces me han acusado de altivez, porque suelo ser bastante reservado. Puedo darle la vuelta a eso y utilizarlo. Le diré que sólo estaba con ella porque no era correcto dejar sola a una de nuestras mujeres entre los hombres de los Clanes. Sin embargo, ahora que puedo volver a casa, esta ridicula relación tiene que terminar.
—Quieres que te odie —dijo Mahler con un gesto de comprensión y tristeza.
—Le daré un objeto para su odio y le haré creer que estará mejor sin mí.
Lo cuales probablemente cierto, pensó Kai.
—Entonces, te aconsejo que también le ofrezcas dinero para que pueda comprarse algo de recuerdo.
—Has dado en el clavo —se asombró Kai, mirando de reojo a Mahler—. Para ser un hombre felizmente casado, pareces saber bien cómo debería actuar.
Mientras aparcaba el aerocoche en una de las plazas libres, el MechWarrior retirado se encogió de hombros y dijo:
—Tal como te he dicho antes, tenía bajo mi mando a muchos chicos que se «prometían» un viernes por la noche y tenían que irse un lunes. Aprendí a resolver esa clase de situaciones, ¿ja?
—Sí —dijo Kai, abriendo la puerta—. No sé cuánto tiempo tardaré.
—Te esperaré —contestó Mahler, dándole una palmada en el hombro.
Kai asintió y bajó del vehículo. Cruzó un puente y se encaminó hacia el hospital. Entró en el cuarto piso. Preguntó por Deirdre a una enfermera, que le dijo que estaba más arriba, en pediatría. Kai subió despacio por la escalera que le habían señalado para demorar el enfrentamiento.
Mientras el miedo crecía en sus entrañas, abrió la puerta del piso de pediatría y la vio enseguida, de espaldas y al fondo del pasillo. Tenía un niño en los brazos y lo estaba meciendo. Kai no podía oír lo que le cantaba, pero la melodía de la nana era un suave placer para sus oídos.
Kai, estás loco si dejas escapar a esta mujer. Tú la quieres, y ella te quiere a ti. La reconciliación de vuestras diferencias facilitará una relación más fuerte. ¡Diablos!, si tus padres podían quererse a pesar de tener orígenes tan distintos y proceder de naciones que estaban en guerra entre sí, ¿cómo podéis fracasar vosotros en una situación mucho más sencilla?
Mientras pensaba en esto, la ansiedad que había crecido en él se desvaneció. Sonrió y empezó a sentirse muy bien. Una enfermera salió de una habitación y señaló su presencia a Deirdre. Ella le entregó el pequeño, se dio la vuelta y le sonrió.
—Los Clanes han…
Deirdre levantó una mano y señaló una puerta abierta.
—No hablemos en el pasillo. Vamos allí.
Kai asintió, un poco confuso, pero entró en la habitación delante de ella. Era consciente de que hablar de su partida podía sembrar la confusión entre algunas personas, y se imaginó que ella quería evitar que los niños que pudiesen oírlos se pusieran nerviosos. Cuando él se volvió, ella cerró la puerta y señaló una silla.
—Kai, tenemos que hablar —dijo.
—Lo sé —repuso él—. Erik Mahler dice que mañana partirá una nave. Puedo arreglarlo todo para que nuestro equipaje esté a bordo sin que tengas que ocupar el tiempo que te resta de trabajo aquí. —Kai se sentó y añadió—: Cuando lleguemos a la Mancomunidad, conseguiré un pasaje para Nueva Avalon lo antes posible.
Deirdre, aún de pie, tenía la mirada baja y contemplaba el suelo de plastityle.
—Kai, no me voy contigo —anunció.
—¿Qué? —exclamó él, con el corazón en un puño—. ¿No vienes?
—Voy a quedarme aquí. Hay mucho trabajo que hacer. Hay muchas cosas que necesitan mi ayuda.
—Estupendo. Entonces, yo también me quedo.
—¡No, Kai, tú te vas! —replicó ella, apretando los puños—. Tienes que irte.
—No te entiendo, Deirdre. —Kai hizo el ademán de incorporarse, pero ella se puso detrás de él y lo obligó a seguir sentado. Kai torció un poco el tronco para verla—. ¿Qué es lo que sucede?
—No saldría bien, Kai. Venimos de mundos diferentes y tenemos distintos objetivos.
Él se levantó y se puso detrás de ella.
—Saldrá bien, porque nosotros haremos que salga bien —dijo. Fue a abrazarla, pero ella se apartó y se encaró con él.
—¡Basta de juegos, Kai! No quería hacerte daño, pero no me dejas elección. —Deirdre cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró sin pestañear—. Eres un buen chico y ha sido maravilloso estar contigo huyendo detrás de las líneas enemigas. Los Mahler no podían defenderme y yo no quería que sufrieran represalias por acogerme. Tuve suerte de que fueras tú el primer soldado que apareció. Tampoco eres un mal amante, pero sólo has sido una diversión para mí.
Kai se sintió como si su corazón desapareciese en un agujero negro. ¿Una diversión? ¿Sexo a cambio de protección? ¿Todas las cosas que me dijo eran mentiras? Se tambaleó y se desplomó en la silla. ¿Cómo he podido ser tan estúpido?
—Verás, Kai, tú tienes una mentalidad militar. Ni siquiera podrías empezar a entender una personalidad tan compleja como la mía. Tu trabajo te absorbería mucho y yo no puedo permitirme el estar atada a alguien como tú. Además, quiero encontrar a alguien que sea más maduro. —Se encogió de hombros con gesto un poco tenso—. Tal vez algún día lo comprendas.
Kai, estupefacto, cerró los ojos y notó cómo la sangre le subía al rostro. Se le hizo un nudo en la garganta, pero estaba vacío de cualquier emoción salvo la de mortificarse. Se sentía totalmente vacío. Debí de estar loco para pensar que…
Titubeó y por fin agachó la cabeza con resignación. Entonces se le ocurrió que en realidad estaba oyendo la versión de Deirdre del discurso «Conseguiré que me odie» que él había estado preparando para ella. Eso quiere decir que ella también piensa que el hecho de que yo sea un guerrero la destrozará. He eludido mi deber, obligándola a asumir la responsabilidad de todo esto. ¿Cómo he podido hacerle esto? Kai abrió los ojos y asintió con la cabeza.
—Te he oído, doctora, y lo entiendo muy bien. —Se levantó despacio de la silla—. Fueran cuales fuesen tus motivos, te doy las gracias por todo lo que hiciste por mí durante el tiempo que pasamos juntos. Me curaste y me hiciste entender muchas cosas sobre mí mismo y sobre el mundo. Por todo eso, jamás te olvidaré, y me esforzaré toda la vida para que tus sacrificios por mí valgan la pena.
Deirdre Lear, con su silueta a contraluz junto a la ventana, no dijo nada, pero Kai percibió un leve temblor en sus hombros.
—No seré por más tiempo una carga para ti, doctora —prosiguió él, volviéndose hacia la puerta para no tener que mirarla—. Jamás volveremos a vernos; pero espero que, de vez en cuando, pienses en mí con cariño. —Abrió la puerta y cruzó el umbral—. Pues yo sí que pensaré así de ti.
Con la suavidad y el carácter definitivo de la tapa de un ataúd, la puerta se cerró a sus espaldas.