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Bethel

Marca Cápeteme, Mancomunidad Federada

20 de marzo de 3052

Nicholas Chung se sujetó los cinturones de seguridad sobre el pecho y dijo:

—Voy a frenar a sólo un decímetro por segundo para el acoplamiento. Por favor, sujétese al asiento eyectable.

La persona que lo acompañaba rio alegremente.

—¡Vamos, Chung! No es necesario que te comportes como una anciana. No he vivido tanto para morir de un golpe accidental mientras atracas la Nave de Descenso en la Nave de Salto.

Chung pulsó un botón de aviso del lado izquierdo de su consola de mandos. Cinco tonos resonaron en la nave para advertir de una próxima sacudida.

—Aunque usted haya sido mi comandante en Spica, ya hace muchos eones de eso. Ahora yo estoy al mando de la Te Kuaiche.

—Pero yo soy quien ha alquilado tu Nave de Descenso para que me lleves a casa.

Chung alivió su nerviosismo con una sonrisa.

—Cierto, pero ¿acaso no es mi deber asegurarme de la seguridad de mis pasajeros?

—Tienes toda la razón al recordármelo.

Chung siguió sonriendo mientras oía el chasquido del asiento y el ruido metálico de los cierres de los cinturones de seguridad. Apoyó las manos en las palancas de mando de su silla. En la pantalla principal veía la zona de acoplamiento de la Nave de Salto Kensing Bay. Levantó un poco la palanca izquierda, y el retículo de mira proyectado por el ordenador se centró en aquella zona. El retículo parpadeó, y Chung pulsó el botón superior de la palanca para fijar el rumbo de la nave.

—No es distinto de fijar un blanco para las armas de un ’Mech, ¿eh, Chung?

—Cierto —contestó, y redujo la velocidad con la palanca de la derecha para que la Nave de Descenso se acercase muy despacio al punto de acoplamiento determinado—. Por suerte, las Naves de Salto no te disparan.

Su pasajero no respondió de inmediato, y Chung sintió que de aquella parte de la cabina emanaban oscuros pensamientos. Sabía que, cuando la nave se acoplase con la Kensing Bay, el capitán de la Nave de Salto activaría el salto hiperespacial a Daniels. En un abrir y cerrar de ojos, el propio tejido del espacio envolvería ambas naves y aparecerían en otro sistema estelar situado a más de treinta años-luz de distancia.

Y treinta años-luz más cerca ele Sian. Más cerca de Romano Liao.

Chung se dio la vuelta, pero apenas pudo distinguir a su pasajero entre las sombras.

—¿Seguro que quiere proseguir este viaje? No es necesario que vaya.

—No tengo elección, Chung —contestó la persona, y un puño enfundado en un guante negro surgió de las sombras—. Romano Liao mató a la persona que amaba y dejó huérfanos a mis hijos. Su férocidad ha matado a centenares de millones de personas en la Confederación de Capela. —El puño desapareció y fue sustituido por un fuerte golpe contra el mamparo de la nave—. Este es un viaje que debí hacer hace años. He esperado demasiado tiempo, y lo he pagado muy caro. Se acabó.

Un estruendo metálico resonó en toda la nave.

—Nos hemos acoplado. Agárrese para aguantar el salto.

Aunque se había pasado la vida pilotando Naves de Descenso entre planetas y Naves de Salto, Nicholas Chung seguia sin acostumbrarse a la sensación de saltar de una estrella a otra. De súbito, todo lo vio borroso y cada estrella creció hasta que un brillante arco iris de colores giró en un enloquecido mosaico de colores. Se sintió aplastado a una sola dimensión y como si a continuación pasara por una docena de otras dimensiones hasta que, de improviso, volvió a encontrarse en la realidad tridimensional donde pasaba la mayor parte de su vida.

Sacudió la cabeza y se agarró a los brazos de la silla de mando mientras contenía una oleada de náuseas. Se tragó la bilis y accionó un interruptor del panel que estaba a su derecha.

—Despega la Nave de Descenso Te Kuaiche —anunció—. Gracias por el viaje, Kensing Bay.

Chung se volvió hacia la persona que viajaba con él y le preguntó:

—¿Dijo que conocía la manera de entrar en la Comunidad de Saint Ivés desde Daniels?

—Sí. Activa un mapa estelar. Se supone que la Nave de Salto está esperando en una amplia órbita alrededor del cuarto planeta.

Chung tecleó la solicitud de visualizar el mapa del sistema Daniels y tocó el icono de una Nave de Salto situada cerca del cuarto mundo.

—Aquí sólo está la Valiant Heart, y se encuentra a dos AU del planeta. ¿Es esta?

—Puedes jurarlo, capitán Chung.

—No puede hablar en serio —dijo Chung, boquiabierto—. Es una Nave de Salto de la Mancomunidad Federada. Se dirigirá hacia el frente de los Clanes, no hacia la Comunidad.

—Chung, incluso Hanse Davion admite la gravedad de mi misión. La Valiant Heart nos está esperando.

Chung estableció un rumbo y empezó a acelerar hada aquella nave de guerra.

—Espero que sepa lo que está haciendo —rezongó.

—Tranquilízate, Chung. Lo sé. «Ojo por ojo» es un concepto lo bastante sencillo para que incluso Romano pueda entenderlo a la primera. —Una suave risa resonó en el rincón donde se encontraba—. ¡Lástima que será lo último que entienda!