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Ahina
Trellshire,
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
8 de febrero de 3052
Kai Allard-Liao, rodeado de dos agentes ROM que empuñaban rifles automáticos, siguió al vicecapiscol Khalsa por la crujiente escalera que conducía al sótano. El grueso oficial de ComStar sacó una vieja llave del bolsillo e hizo un gran estrépito para abrir una puerta de madera, que giró chirriando sobre sus oxidados goznes. El agente ROM que estaba detrás de Kai le dio un empujón, arrojándolo a un montón de desperdicios.
Deirdre cruzó el umbral, rígida pero por su propio pie, y se arrodilló junto a Kai en el rectángulo de luz que entraba en el cuarto. Khalsa se interpuso y ocultó la luz.
—Les pido disculpas por el desorden, pero no hemos terminado la renovación de este edificio —dijo. Accionó un interruptor de la pared exterior que encendió las luces del cuarto, y señaló una tubería y un grifo—. Pueden lavarse allí, y algún objeto que encuentren les servirá de orinal, si lo necesitan. Los ComGuardias ya han enviado una patrulla que se encargará de su custodia, de modo que no esperarán aquí más de veinticuatro horas. De nuevo, perdonen el estado de la habitación, pero no puedo dejarlos en ningún otro sitio.
—Espere a que le enviemos nuestra propia invitación en respuesta a su hospitalidad —replicó Kai, levantándose sobre las rodillas.
—Guárdese su ingenio, señor Jewell. Lo necesitará —dijo Khalsa, con una sonrisa lastimera.
El vicecapiscol se apartó del umbral y un guardia ROM cerró la puerta. Con un crujido y un ruido seco, la llave giró la cerradura.
—Tienes una nota falseada en tu archivo en los ejercicios de supervivencia y evasión, y tenías que ponerla tan alta, ¿eh? —dijo Kai a Deirdre.
—Yo salía entonces con el chico de administración —contestó ella, encogiéndose de hombros—. ¿Qué más puedo decirte?
—«Lo siento» no estaría mal.
Kai se incorporó despacio y se llevó un dedo a los labios. Señaló el techo y se dio unos golpecitos en la oreja. La expresión de perplejidad de Deirdre se desvaneció enseguida, en cuanto entendió que le estaba avisando que podía haber micrófonos.
—Lo siento —dijo ella.
—Estás perdonada.
La única bombilla que colgaba del techo emitía poca luz, aunque irradiaba una telaraña de sombras desde el centro de la habitación. Las paredes del sótano estaban construidas con piedras de extraños tamaños, formas y colores. Cuatro pilares gruesos de madera dividían la estancia en nueve áreas, de las que las más despejadas eran la de delante de la puerta y la central. El resto de ellas estaban abarrotadas de desperdicios apilados en montones de hasta dos metros de altura; Kai notó enseguida que todos los objetos tenían en común el hecho de estar destrozados.
—Como vamos a quedarnos aquí por un tiempo, podríamos ponernos cómodos. Vamos a ordenar toda esta basura y veamos si podemos encontrar algo útil. Necesitamos un orinal y cualquier cosa que sirva como colchón o cojines.
—Sí, señor —repuso Deirdre. La falsa seriedad de su tono de voz carecía de la virulencia con que ella solía hablarle. Recogió una cazuela metálica abollada y declaró—. Encontrado objeto para higiene personal, señor.
—Tu rango es superior al mío, ¿recuerdas, doctora? —dijo Kai, volviéndose hacia ella.
Deirdre reflexionó por unos momentos y meneó la cabeza en sentido negativo.
—En una situación militar, que sea un militar quien esté al frente. Militares y civiles no combinan bien.
Kai expresó su desacuerdo mientras examinaba un montón de fragmentos de cable, interruptores y antiguas latas de pintura.
—Por mucho que odies la guerra, doctora, tendrías que admitir que la tecnología militar tiene efectos positivos en el sector civil.
—¿En serio, señor Jewell? —inquirió ella en un tono tan sarcástico que la temperatura de la habitación pareció descender varios grados.
Kai se enrolló una extensión de cable alrededor del antebrazo izquierdo y lo arrojó al centro del cuarto.
—Sin duda. En tu propio ámbito, sabes que los procedimientos quirúrgicos que se utilizan para curar heridos se trasladan luego al sector civil. La cirugía reparadora aplicada a los militares ha creado técnicas que se utilizan para ayudar a las personas nacidas con defectos genéticos. Incluso algo tan primitivo como un radar fue desarrollado en un principio para uso militar y permite controlar el tráfico de la aviación civil y la detección de fenómenos meteorológicos.
—Le concedo el último punto, señor Jewell, pero no el primero. Está muy bien que los medios empleados para aliviar el sufrimiento y la tragedia de las víctimas de la guerra se utilicen para hacer el bien, pero preferiría que no se produjera todo ese sufrimiento. —Deirdre se inclinó y apartó una pesada manta—. ¡Aaaagh! ¿Qué es esto?
Al oír su grito de horror, Kai saltó sobre un calentador de agua y llegó a su lado. Ella se abrazó a él y Kai notó que estaba temblando. Aunque la cosa seguía parcialmente tapada por la manta, se trataba de una gran masa de tejido muscular, semejante a una babosa, esparcida junto a la pared. La parte que estaba al descubierto parecía dura, blanca y rectangular, pero nada indicaba si era la cabeza o la cola de algún animal.
—¿Está eso vivo o muerto? —susurró ella.
Kai apartó el resto de la manta.
—Ni una cosa ni otra, creo —respondió. Cuando la cosa quedó totalmente al descubierto, Kai vio que de su parte posterior habían arrancado largas fibras del tejido—. Es miómero. Parece el actuador del dedo de un ’Mech.
—¿Esto es miómero? Nunca… Bueno, quiero decir que el miómero que he utilizado en cirugía era diferente.
—Si, probablemente lo era. Este es uno de los músculos artificiales que se usan para mover el dedo de un ’Mech. —Señaló el número de serie grabado por debajo del capuchón blanco de inserción—. Procede de un Valkyrie. Este material se utiliza para fines industriales. El miómero que ves en cirugía tiene un proceso de fabricación distinto y tiene que cubrirse con tejidos musculares auténticos para que sea útil. En cirugía, se emplea como bandas de goma.
Deirdre cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró fijamente.
—¿Cuándo obtuviste el título de médico?
—Mi… —Kai titubeó por unos instantes y prosiguió—. La madre de un amigo mío padecía cáncer de mama. Tenía unos implantes de miómero en el hombro a causa de una vieja herida de guerra. Cuando le descubrieron el cáncer, le practicaron una mastectomía radical, pero le reconstruyeron los músculos del pecho con miómeros. Los médicos se lo explicaron a mi amigo en mi presencia.
Por la forma como lo miraba Deirdre, Kai comprendió que ella se había dado cuenta de que, en realidad, estaba hablando de su propia madre.
—Entonces, ¿qué hace aquí este actuador?
El MechWarrior pasó la mano por la zona de la que habían arrancado largas tiras de fibra de miómero.
—A primera vista, diría que las personas que vivían antes en esta casa hicieron algunas reparaciones en uno de los lados —explicó, y recogió una fina cuerda con una llave de guitarra en uno de los extremos—. Incluso es posible que fuese un músico que utilizara el miómero para sustituir las cuerdas rotas de su guitarra.
—¿Qué?
Kai le dio la cuerda rota que había encontrado.
—El miómero se contrae cuando pasa una corriente eléctrica por él. La contracción es instantánea, pero variando la potencia se puede controlar el grado de contracción y la rapidez con que la fibra perderá su tensión. Es una tarea muy meticulosa, pero con un chip de ordenador y energía eléctrica, resulta bastante fácil. Algunas personas empezaron a experimentar con esta idea de la tensión varíable en objetos tales como raquetas de tenis, pero el invento sólo cuajó entre los músicos. Sin embargo, al existir la necesidad de rearmarse después de la guerra, es difícil encontrar miómero para esta clase de aplicaciones. De algún modo, el propietario de esta casa tenía un actuador y ganaba dinero con él.
La expresión de Deirdre se solidificó como una máscara implacable.
—No me lo digas: otra ventaja para los civiles de las atrocidades de los militares.
—¡Eh, yo no cometo atrocidades!
—Tú te ganas la vida matando personas.
Deirdre le dio la espalda, pero Kai la obligó a volverse hacia él.
—Escúchame ahora. ¡Escúchame! Hago lo que tengo que hacer. Si eso causa la muerte de otro ser humano, lo lamento mucho más profundamente de lo que crees.
—Aun así, sigues haciéndolo —repuso ella, tratando de soltarse, pero él la sujetaba por los brazos con demasiada fuerza para ella—. Sigues matando, como si eso saciara un hambre que sientes dentro de ti.
—Cuando era niño, mi padre me dijo: «Matar a un hombre no es fácil, y nunca debe serlo». No hablaba de tácticas; hablaba del precio que ha de pagar tu espíritu. No disfruto matando. Lo odio.
Al mencionar a su padre, Kai notó que ella se ponía rígida, y luego sintió que su furia se apagaba. ¡Dios mió, se trata de mi padre! ¿Qué pudo haberle hecho? La soltó. Deirdre cruzó los brazos sobre el pecho, temblando como si hubiera una corriente de aire frío. Se apartó y fue a colocarse cerca de la bombilla, mientras Kai se ponía en cuclillas a su sombra. Ahora no es el momento de preguntarle acerca de mi padre. Tenemos que salir de aquí.
Sacó una manguera de jardín de debajo de un rollo de cable pesado de nilón y de un montón de muelles retorcidos. Miró el calentador de agua y luego otra vez la manguera. Tengo todo lo que necesito… Podría salir bien, si ella está dispuesta a cooperar.
El vicecapiscol Khalsa introdujo el nombre del archivo de Deirdre y suspiró mientras el ordenador coloreaba el retrato de la joven. Había algo en ella que lo tenía totalmente hechizado, como la primera vez que la había visto. La manera como se movía y la suave risa que sonaba como música de su delgado cuello. Desde el principio, había aparecido en sus sueños… y luego la había encontrado allí, en su propio despacho.
Pensó que era el destino, que lo recompensaba tras haberlo arrojado a un planeta tan anodino.
¡Y estás despreciando este regalo! Se le ocurrió, con la fuerza de un puñetazo, que el objeto de deseo que ComStar tendría que haber eliminado hacía tiempo de su ánimo estaba ahora en sus manos. Y él la había metido en un agujero oscuro y húmedo con un hombre joven y viril que la consolaría y espantaría sus temores. ¿Cómo he podido ser tan imbécil?
Mientras su mundo de fantasía empezaba a esfumarse, el vicecapiscol se reprochó su estupidez y se dispuso a remediarla.
—Puedo separarla de Jewell y procurar que no se la lleven al Centro de Reeducación —dijo en voz alta. El recuerdo de una visita suya a aquel lugar lo hizo estremecerse—. No, no debo dejar que la destruyan allí.
Khalsa se levantó de su sillón y salió del despacho. Al llegar a la puerta que conducía al sótano, movió un dedo y dos guardias ROM lo siguieron en su descenso por las escaleras de madera. Khalsa fue hacia la siguiente puerta y abrió la mirilla, mas no vio nada. Ceñudo, fue hacia el interruptor de la luz.
—La luz está apagada, pero el interruptor está en la posición de encendido —dijo.
Los guardias ROM se acercaron para mirar por la mirilla, mientras Khalsa accionaba el interruptor varias veces.
—¡Han roto la bombilla!
Jewell usurpó el lugar del vicecapiscol en sus fantasías eróticas acerca de Deirdre Lear, lo que lo hizo temblar de ira. Accionó por última vez el interruptor y señaló la puerta.
—¡Ábranla! ¡Abranla! —exclamó.
Durante 1,27 segundos, el tiempo que pasó desde que Kai accionó el interruptor conectado a la luz hasta la caída de tensión que aisló de la red eléctrica todo aquel sector de la ciudad, el actuador de miómero se contrajo. Pasó de una consistencia gelatinosa a la dureza del acero y se tensó bruscamente, abriendo grietas en las columnas a las que estaba atado con cables de nilón. Cuando se extinguió la corriente eléctrica, el miómero se destensó. El tiempo transcurrido era demasiado poco para hacer que la casa se derrumbase, pero el suficiente para que realizase la tarea para la que Kai lo había preparado.
El calentador de agua, lleno de agua hasta la rendija que tenía en un lado, se desprendió del miómero y salió disparado como una piedra de una honda. Describió una lenta rotación en el aire que dejó la sección inferior, más pesada, detrás de la parte superior. Kai vio que el cilindro chocaba contra la puerta, haciendo saltar la madera semipodrida en una lluvia de astillas. Oyó el grito apagado de un hombre y un sonido seco.
El proyectil continuó su vuelo, derribando cuerpos y recorriendo el pasillo del sótano hasta chocar contra la pared. Manó el agua por la grieta y se extendió poco a poco por el suelo. Bajo el brillo de las luces de emergencia, parecía una lata gigantesca de cerveza aplastada…
Kai, con los ojos entornados para protegerlos del brillo de las luces, salió de la habitación de un brinco. Asestó una patada en el pecho al vicecapiscol y lo arrojó contra la pared. Mientras el corpulento hombre se desplomaba gimiendo, Kai arrancó el rifle automático de las manos del cadáver de uno de los guardias ROM, al que despojó también de su cinturón de municiones. Dio una voltereta y se volvió hacia Deirdre.
—¡Vamos, hazlo!
Percibió un movimiento más arriba. Se echó atrás y levantó el rifle automático. Había un guardia ROM en lo alto de la escalera, que apretó el gatillo de su arma en el mismo momento en que Kai hacía lo propio. Ambas armas llenaron la bodega de humo y fogonazos estroboscópicos. La garganta del guardia explotó en una lluvia de sangre, y su cabeza semicortada cayó a un lado mientras el cuerpo retrocedía y se desplomaba en el pasillo.
Kai sintió el impacto de tres balas en el pecho. Saltó por los aires y fue a chocar contra la pared. Se dio un fuerte golpe en la cabeza y vio todos los colores del arco iris ante sus ojos. Cuando la oscuridad comenzó a cernirse sobre él, intentó resistirse, pero acabó perdiendo el conocimiento.
Cuando volvió a abrir los ojos, supo por el humo que seguía subiendo hacia el techo y por el riachuelo de sangre que goteaba por los escalones que sólo había estado inconsciente durante unos segundos. El dolor que sentía en el pecho cada vez que respiraba le recordó la puntería del guardia.
Deirdre se puso de rodillas a su lado.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó—. Tengo que llevarte a algún sitio donde pueda trabajar.
—Sólo ayúdame a levantarme —dijo Kai, apoyando una mano en su hombro.
—¡No puedes hacer eso! Tienes que quedarte tumbado. Tienes un traumatismo general en el pecho. —Se inclinó sobre él y le observó los ojos—. Las pupilas están un poco dilatadas. Debes de tener una conmoción.
—Sólo estoy dolorido. Llevo puesto el chaleco refrigerante, ¿recuerdas? —repuso Kai, dándose unas palmadas en el pecho—. Tejido antibalístico. Ha detenido las balas, aunque creo que tengo dañadas las costillas.
—O rotas. Ten cuidado. —Deirdre lo ayudó a ponerse en pie y arrancó el cinturón de municiones al otro guardia—. ¿Cómo te sientes?
—Débil. Perdí el conocimiento por unos segundos. —Meneó la cabeza para despejarse, pero se sintió muy poco satisfecho por el resultado de su gesto—. Tenemos que largarnos de aquí.
Deirdre contempló a los hombres de ComStar.
—El primer guardia está muerto. Tiene el cuello roto. Los otros dos sólo están inconscientes. ¿Vas a rematarlos?
Kai la miró como si estuviera loca y empezó a subir por la escalera.
—No son una amenaza. Vámonos.
Apretándose las costillas con el brazo izquierdo, subió con el cañón del rifle automático levantado. Al llegar a la planta baja, se agazapó tras el cuerpo del hombre al que había disparado, mas no vio a nadie. Hizo una seña a Deirdre de que lo siguiera y fue por el pasillo hacia el despacho del vicecapiscol.
Entraron y Deirdre cerró la puerta a sus espaldas.
—¿Por qué hemos venido aquí? —preguntó—. ¡Larguémonos!
—No puedo. Hice una promesa —respondió Kai, dirigiéndose al escritorio. Metió los hologramas de Dave Jewell en la bolsa que había llevado al centro de ComStar. Examinó su interior y sonrió al ver que seguían allí la pistola y el cuchillo de supervivencia.
—Además, quiero ver qué es lo que puede ofrecernos el vicecapiscol para ayudarnos a escapar —agregó. Abrió de un fuerte tirón el cajón central y asintió con la cabeza. Sacó unas tarjetas magnéticas y se las guardó en un bolsillo—. Tarjetas de viaje. Todo lo que tenemos que hacer es llegar al garaje y podremos huir con su aerocoche.
Deirdre asintió con la cabeza.
—¡Vámonos, deprisa!
Kai metió otro cargador en el rifle automático.
—Una cosa más. Vamos a vengarnos de la traición de este payaso.
Disparó una ráfaga sobre el escritorio y a lo largo de las paredes. La consola del ordenador explotó y varios cuadros cayeron al suelo.
—¡Está muy bien que seas guerrero! —gritó Deirdre, tapándose los oídos con las manos.
—¿Por qué? —preguntó Kai mientras ponía otro cargador en el arma.
—Porque eres un pésimo decorador.
La furibunda mirada de Khalsa hizo huir del destrozado despacho a su subordinado, pero no causó ningún efecto en el Elemental que estaba plantado ante él. La escayola de su brazo izquierdo aún no se había secado, y lo notaba frío y pegajoso sobre las vendas que le cubrían las costillas y el esternón fracturado. Los anestésicos lo hacían sentirse un poco mareado, pero su sentido del deber hacia ComStar le permitía superar el adormecimiento de los narcóticos.
—Reflexioné mucho antes de llamarlo, capitán estelar, pero no tenía otra alternativa. Ve lo que ha hecho ese hombre, ¿no?
El Elemental asintió despacio. Aun sin su armadura, le dio la impresión a Khalsa de que era increíblemente grande. Sus cabellos rubios muy cortos y su porte militar contrastaban con el brillo de sus ojos azules; al menos, ésa era la impresión del vicecapiscol. No tiene los ojos de un asesino.
—Vi su trabajo en toda su estación, vicecapiscol. Lamento lo que le ha ocurrido al candelabro del vestíbulo —dijo el Elemental, con las manos a la espalda—. Si nos hubiese informado de la captura de un guerrero de la Mancomunidad Federada, lo habríamos librado de él con menos inconvenientes para usted.
Khalsa se removió inquieto al oír el tono de desprecio con que le hablaba.
—Sí, capitán estelar, estoy seguro de que lo habría hecho; sin embargo, mi autoridad en este lugar me permite determinar cómo disponer de las personas que capturamos, del mismo modo que usted tiene el control de los que captura. Es evidente que ese David Jewell es muy peligroso; por eso lo he mandado llamar.
»Secuestró a la doctora Lear, tal vez por algún escabroso motivo, y me robó mi aerocoche Migliore —prosiguió, y recogió una hoja de papel que estaba sobre su destrozado escritorio—. Esta es una lista de los destinos y rutas de las tarjetas de viaje que robó.
Khalsa se la alargó al Elemental, pero éste no la tomó.
—Por todo lo que he visto, creo que utilizará su vehículo como señuelo. No importa adónde lo lleve; él no estará allí —explicó el Elemental, y examinó la hilera de orificios de bala en la pared—. También puedo decirle que la mujer lo acompaña por propia voluntad.
Khalsa entornó los ojos. No le gustaban en absoluto los aires de superioridad de aquel hombre.
—Y, por favor, dígame, ¿cómo lo sabe?
El Elemental siguió examinando los daños antes de devolver su atención a Khalsa.
—Necesitó tiempo para disparar por todo este lugar, un tiempo durante el cual ella podría haber huido. Además, saquearon su centro de primeros auxilios y se llevaron cosas que ella, como médico, sabía que podían ser útiles en su huida. Su colaboración les ha permitido vivir detrás de las líneas enemigas desde que conquistamos este planeta. Si no trabajasen juntos, los habríamos capturado antes.
Khalsa no podía creer la admiración que había oído en la voz del Elemental. Golpeó la mesa con el puño con el que aún agarraba la nota de papel.
—¿Le parece divertido? ¡Bueno, pues a mí no! Quiero ver la cabeza de Dave Jewell en un palo, ¿me ha oído? ¡En un palo!
El Elemental miró fijamente a Khalsa, que sintió un escalofrío.
—Déjelos que huyan, Khalsa. Al final, los atraparemos. ¿Adónde pueden ir?
—No me importa adónde pueden ir, Taman Malthus, y no quiero que los atrapen «al final». Son una influencia perturbadora en este planeta. Como administrador planetario, ¡le ordeno que su captura sea su principal prioridad!
El Elemental tragó saliva.
—Como desee, vicecapiscol. Su voluntad es ahora la mía.