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Palacio de la Unidad, Ciudad Imperial, Luthien

Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis

30 de mayo de 3052

La nueva ropa de seda que habían entregado a Shin Yodama lo hacía sentirse incómodo. Sabía que en realidad no era por culpa de la ropa, que había sido preparada de forma impecable por sastres imperiales por orden expresa del Coordinador, Takashi Kurita. La negra hakama tenía un tacto frío y suave como un susurro sobre sus piernas después del traje presurizado que Shin había llevado para poder hacer un viaje rápido a Luthien desde el punto de salto por el que habían entrado en el sistema. El quimono verde con el borde negro también tenía un tacto agradable sobre su piel, pero el emblema cosido en seda roja sobre negro en el pecho, las mangas y la espalda no le recordaba nada más que una forma muy estilizada de las Garras del Dragón.

El fajín de obi que sujetaba el vestido mostraba una elaboración tan exquisita que habría sido una blasfemia considerarlo como menos que una obra de arte. El bordado era de hilo dorado y, como el tatuaje de su brazo izquierdo y del costado del torso, al principio parecía tener la forma de una nube de tormenta resaltada en oro. Sin embargo, si se miraba de cerca, el patrón revelaba unos trigramas y otros símbolos que reflejaban las aventuras de Shin al servicio de la Casa de Kurita.

Se arrodilló con timidez sobre un tatami rosa situado a la izquierda del hogar, en el centro del salón de té. La situación de la colchoneta lo colocaba mucho más cerca del centro del salón de lo que él tenía derecho a estar. Aunque se sentía orgulloso de su servicio a los Señores del Condominio Draconis, no se hacía ilusiones acerca de sí mismo. Como Takashi Kuríta había dejado muy claro durante la batalla de Luthien, Shin no era más que un yakuza. Si Theodore Kurita no hubiese solicitado la ayuda de bandidos como él durante los conflictos que había tenido con su padre, las probabilidades de que Shin hubiese ido jamás a Luthien habrían sido nulas.

Arrodillado y solo en un salón de té que se alzaba en medio de los jardines situados en el centro del palacio, en el mismo corazón de la Ciudad Imperial, Shin sabía que su suerte había sido mucho mayor de la que jamás había llegado a aspirar. Desde recibir una misión en el ejército y sobrevivir al primer ataque de los Clanes, hasta ser capaz de defender Luthien y organizar el rescate de Hohiro, Shin había ido a lugares y había hecho cosas que nunca se había atrevido siquiera a soñar. Sin embargo, todo ello le recordaba al oyabun de los Kuroi Kiri, que le había asegurado que su destino no estaba ligado por las convenciones normales.

A la derecha de Shin, el panel de shoji se deslizó hacia atrás. Theodore Kurita hizo una reverencia a la mesa que estaba en el centro de la habitación y luego a Shin. Shin le devolvió el gesto, apoyando la frente en el borde de la colchoneta. Cuando se irguió, vio que Omi seguía a su padre al interior del recinto, y Hohiro era el último. Los jóvenes Kurita intercambiaron reverencias con Shin y con su padre y ocuparon sus lugares. Theodore y Hohiro, como era lo correcto, ocuparon las colchonetas rojas situadas aún más cerca de la mesa que la de Shin. Omi ocupó una posición detrás de ellos tres sobre una colchoneta blanca.

Hohiro parecía tan demacrado como se sentía Shin. Los círculos oscuros que le rodeaban los ojos indicaban su falta de sueño, mas Shin observó que su tez tenía más color y que llevaba un parche medicinal azul en el interior de la muñeca izquierda. Vestido con un quimono idéntico al de Shin.

Hohiro logró arrodillarse de la manera correcta a pesar de su fatiga y su debilidad.

Haber permanecido atrapado en Teniente no había sido bueno para Hohiro, pero había sobrevivido y había conseguido que también sobrevivieran la mayoría de sus hombres. A Shin no le cabía duda de que las canciones, los poemas y los cuadros que describirían lo que ya empezaba a conocerse como el Exilio Secreto subrayarían la resistencia y la valentía del príncipe por encima de cualquier otro detalle. Shin no tenía ninguna objeción, pero haber disfrutado de una atalaya tan privilegiada en la creación de una leyenda lo sobrecogía un poco.

Shin volvió ligeramente la cabeza a la izquierda y vio a Omi, resplandeciente en su vestido de seda blanca con borde rojo y bordados de color dorado y carmesí. Tardó un momento en reconocer el vestido como el mismo que llevaba en el último holodisco grabado para Victor Davion, en el que le pedía que condujese a los Espectros para salvar a su hermano. Al observar la forma como había colocado correctamente el vestido sobre la colchoneta, comprendió que el simbolismo implícito en la elección de su atuendo, al igual que todo lo demás que había en el salón de té, había sido concebido para causar un efecto muy determinado.

No podía concebir cuál era ese efecto, y empezaba a temer el llegar a descubrirlo.

Shin vio que una sombra se arrodillaba junto al panel de shoji del norte, al otro lado de la mesa. El panel se deslizó con un susurro y Takashi Kurita entró de rodillas en la habitación. Hizo una reverencia a todos los presentes, que se la devolvieron. Sin decir palabra, el anciano cerró el panel y se puso sobre el tatami rojo que estaba a sólo veinte centímetros del extremo norte de la mesa.

El quimono de seda negra con borde verde de Takashi sorprendió de inmediato a Shin, ya que era exactamente el contrario del que lucían Hohiro y él mismo. El yakuza se fijó aún más y vio que los emblemas bordados con hilo de seda negro sobre fondo rojo parecían ser los mismos que los de su propia ropa, pero con los colores invertidos. Aun así, el diseño parecía la enseña del Dragón del Condominio Draconis.

Desde un lugar oculto a la vista de Shin en el otro extremo de la mesa, Takashi sacó cinco tazas iguales de color azul celeste. Las puso en fila sobre la mesa, pero Shin observó que no corrían paralelas al borde. Además, la tercera estaba colocada un poco más cerca del borde que las otras, alterando la línea.

Por el carácter firme y decidido de los gestos del Coordinador, Shin comprendió que este aparente error estético era deliberado. Era consciente de que cha-no-yu era una ceremonia en la que debían observarse estrictamente las formalidades, por lo que se daba cuenta de que una adherencia rígida a la norma podía vaciar el ritual de cualquier significado específico. Al romper el patrón estético, el Coordinador ponía la atención en la estética y la forma, reforzando la importancia del ritual.

El Coordinador introdujo un antiguo cucharón de bambú en una tetera de agua que estaba oculta en el hogar del salón de té. Lo dejó dentro de la tetera unos momentos más de lo necesario y lo sacó. Tomó un tazón y, tras verter lentamente un poco de agua en su interior, lo dio vuelta para limpiarlo de cualquier impureza que estuviese pegada en los bordes.

Takashi tiró el agua al fuego y volvió a llenar el tazón con cinco cucharadas. Shin observó aquel recipiente. Era viejo y estaba gastado, y parecía hecho con el material del blindaje de un BatdeMech. ¿No había una leyenda de que Takashi había hecho una tetera para el agua con el blindaje de su primer ’Mech? ¿Será ésta la tetera?

Takashi dejó hervir el agua en la tetera puesta al fuego. Como por arte de magia, una voluta de humo subió hacia el orificio del tejado y un aroma a abetos llenó la pequeña habitación. Aquel aroma tan conocido y agradable hizo sonreír a Shin, y vio su misma felicidad reflejada en los azules ojos del Coordinador.

Komban wa —los saludó Takashi Kurita.

Komban wa —contestaron sus visitantes.

—Me honran con su presencia aquí esta noche —dijo el anciano—. Hoy hace sesenta y cuatro años, miré por vez primera a mi amada Jasmine. —Levantó un cofre de té que estaba a un lado de la mesa y lo dejó al final de la hilera de tazas—. Este es el mismo cofre con el que me sirvieron aquella noche, y es el que utilizaré para enseñarles hoy.

Takashi lanzó una mirada al agua y luego a sus invitados.

—Es adecuado que yo les sirva —continuó—, pues es lo menos que puedo hacer para pagarles por lo que todos han hecho por el Condominio. Más importante es, sin embargo, que recuerdan a un anciano que sólo a través del servicio puede uno llegar a ser digno de ser servido.

La columna de vapor que salía del agua fue lo bastante densa para satisfacer a Takashi. Hundió el cucharón en el agua hirviente y dejó que saliera una voluta de vapor mientras acercaba la primera taza. La llenó hasta el borde, sorbió un poco y la esparció de forma sucesiva en las otras tazas. Llevó cuatro veces el cucharón a la tetera y llenó las cuatro tazas. El resto del agua que había en el cucharón fue a parar a la primera taza, terminando así el círculo.

Takashi abrió el cofre del té con la zurda, sacó algunas hojas con una cuchara de bambú y las esparció en la segunda taza. Agitó las hojas en el agua con una escobilla de bambú. Sacó la escobilla, dio a la taza un cuarto de vuelta a la derecha y la dejó frente a su hijo.

—Theodore, has perseverado allá donde otros habrían renunciado o se habrían rebelado. Luchaste contra mí porque tus ojos podían ver a través de la niebla que envolvía el futuro del Condominio. Tu visión nos preservó a nosotros y preservó nuestro hogar. También te obligó a tomar una decisión respecto a la seguridad de tu hijo que los dioses no deberían pedir a nadie.

Takashi preparó la tercera copa de té de una manera similar y la dejó delante de su nieto.

—Hohiro, aceptaste la carga del liderazgo y soportaste grandes adversidades por el bien de tu nación. No has retrocedido ante el deber ni te ha faltado compasión. La supervivencia de tantos guerreros en Teniente se debe a que dedicaste tu tiempo a cuidarlos y a preocuparte por ellos. Te has ganado lo que la sangre te legará con el paso del tiempo.

Shin oyó el roce de la cuchara en el té mientras Takashi sacaba las hojas para la cuarta taza. Esta la preparó con la misma diligencia que las otras dos y la dejó entre ellas y un poco más adelante para Omi.

—Tú, nieta, has demostrado poseer unos recursos y una determinación que veo maravillado y que envidio. En una Casa que ha conocido querellas internas en el pasado, tu devoción por tu hermano promete unas sólidas bases para el futuro. Tu disposición a sacrificarte para rescatar a Hohiro es un ejemplo que emplearé para reprochar a quienes se quejen de las adversidades que la guerra lance sobre ellos, si creo que esas personas son dignas de un modelo tan noble.

Mientras el Coordinador agitaba la escobilla dentro de la quinta taza, Shin sintíó que sus propias entrañas comenzaban a girar también. Inclinó la cabeza cuando Takashi puso la taza delante de él y mantuvo la mirada agachada para no contemplarlo como un bribón carente de modales.

—Y tú, Shin Yodama —dijo Takashi—, ¿qué puedo decir de ti? Eres un bandido, un yakuza que se ha atrevido a convertirse en MechWarrior, una labor reservada a quienes han seguido los caminos del bushido. Hay quienes aún mantienen que la decisión de mi hijo de reclutar a los vuestros es una ofensa al Dragón y que debería mataros a todos para purificar nuestras fuerzas.

»Y, pese a ello, una y otra vez has arriesgado la vida por mi nieto, mi hijo, e incluso por mí mismo. Tú, que no afirmas tener sangre noble en las venas ni una educación regular, has demostrado ser más digno de que se te confíe el destino del Condominio que diez nobles o veinte cortesanos. Si no fueses un delincuente, te concedería la Orden del Dragón por todo lo que has hecho.

¡La Orden del Dragón! Sería un Caballero del Reino. Shin estuvo a punto de levantar la mirada para ver si Takashi era sincero, pero la frase «si no fueses un delincuente» lo detuvo. Tiene razón. La tradición jamás permitiría que se concediera semejante honor a un yakuza. Que el propio Coordinador me haya servido el té ya es una recompensa suficiente para mí.

—No, Shin Yodama —prosiguió Takashi—, eso no es posible. No obstante, te recompensaré. Esta es la razón de que tú y mi nieto llevéis los mismos vestidos, pues asumiréis la dirección de mí guardia personal, las Garras del Dragón. Sin embargo, en honor a vuestras hazañas, se llamarán en adelante los Guerreros de Izanagi.

Shin contempló con gesto inexpresivo la humeante taza de té verde. Sabía que Izanagi era un guerrero legendario que había viajado al Infierno y había conseguido regresar. No puede negarse que Hohiro y yo nos hemos enfrentado a muchos enemigos y hemos retornado del infierno una y otra vez. Lanzó una mirada a Hohiro y se sintió complacido al ver sonreír a su amigo.

Takashi se estiró el quimono y removió su propia taza de té.

—Sé que querríais protestar diciendo que lo que habéis hecho no habría sido posible sin la ayuda de Victor Davion y sus hombres. Mis sastres han preparado para cada uno de ellos un vestido semejante y crearé un fondo que otorgue becas para la educación de todos sus hijos, que será administrado por la corte de Davion y supervisado desde Luthien por un miembro de nuestra familia. Creo que será una experiencia muy importante para quien será algún día la Guardiana del Honor de la Casa.

Detrás de él, Omi hizo una reverencia aceptando la tarea.

—Yo os saludo, pues sois todos unos héroes —agregó Takashi, levantando la taza mientras los demás lo imitaban—. Bebamos juntos los cinco, que hemos hecho cuanto estaba en nuestras manos por mantener unido el Condominio. Que esta ceremonia marque nuestra determinación de unir nuestros esfuerzos y dedicarnos de nuevo a la tarea de servir a nuestra nación y preservarla por toda la eternidad.