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Nave de Salto Diré Wolf,
órbita de tránsito de salida
Satalice,
Zona de ocupación del Clan de los Lobos
17 de enero de 3052
Phelan Wolf observó cómo la persona que tenía a su cargo, Ragnar Magnusson, se debatía entre las contradicciones inherentes a la invasión de los Clanes de la Esfera Interior.
—Sí, Aleksandr Kerensky abandonó la Esfera Interior hace más de trescientos años para alejar su ejército de la batalla intestina que había desgarrado la Liga Estelar. Quería mantenerlos a salvo de los sentimientos nacionalistas que enfrentaban a unos miembros de la Liga Estelar contra otros. Comprendes la sabiduría de su decisión, Ragnar, ¿quiaf?
—Pero has dicho que su intento de mantener la paz entre sus hombres fracasó —repuso el joven bajo y de cabellos rubios—. Empezaron a luchar entre ellos, y tuvo que ser Nicholas, el hijo de Kerensky, quien volviera a unir el ejército con un pequeño grupo de leales. Y los Clanes permanecieron lejos de la Esfera Interior porque Nicholas les enseñó que su trabajo consistía en proteger la Esfera Interior, no en mezclarse en sus luchas y en su política. Si esto es así, ¿por qué diablos han vuelto?
—¡Habla con corrección! —le espetó Phelan, que se peinó sus cabellos castaños con los dedos y acabó rascándose el cogote con gesto cansado—. Sólo algunas personas de los Clanes, los llamados Guardianes, siguen creyendo que deben proteger la Esfera Interior. —Se irguió y empezó a pasearse por su pequeño camarote—. Los otros, los que se llaman Cruzados, creen que la Esfera Interior es su legítimo hogar y han venido a reclamarlo.
—Eso es una locura —respondió Ragnar, con ojos centelleantes—. Ellos abandonaron la Esfera Interior. ¿Qué derecho tienen a reclamarla como propia?
—El mismo derecho que invocó tu pueblo al reclamar la libertad de Rasalhague mientras estaba bajo el control del Condominio Draconis —replicó Phelan, con una sonrisa sarcástica.
Ragnar abrió la boca para contestar, pero Phelan vio que titubeaba mientras calculaba mentalmente adonde lo conducía aquella discusión. Entonces movió negativamente la cabeza, al comprender que no podía ganar una disputa en la que se discutiera quién tenía ciertos derechos sobre un fragmento de la Esfera Interior.
—Pero me has dicho que el ilKhan, el Khan Ulric de los Lobos, es un Guardián —dijo—. ¿Por qué está a la cabeza de esta invasión?
Mientras Ragnar hablaba, tiraba del brazalete que le rodeaba la muñeca derecha como si le molestara. Phelan recordó cómo le había molestado su propio cordón mientras había permanecido como sirviente del Clan de los Lobos. También recordó con orgullo la ceremonia de adopción en la casta de guerreros del Clan, durante la cual habían cortado el brazalete. El recuerdo lo hizo sonreír, y la expresión de Ragnar se ensombreció.
—Es cierto, príncipe de Rasalhague, que el ilKhan es un Guardián y que, aun así, encabeza esta invasión. Como le oíste decir a la Primus de ComStar, el objetivo de ésta fue siempre la conquista de la Tierra, la antigua sede de la Liga Estelar. El Khan cuyos guerreros ocupen la Tierra se convertirá en ilKhan permanente y su Clan será elevado sobre todos los demás. —Phelan alzó la cabeza con orgullo y agregó—: Cuando eso ocurra, el ilKhan podrá ordenar el cese de las hostilidades y empezar a reconstruir lo que ha sido destruido.
—Es evidente que amas esta guerra de conquista —le dijo Ragnar, entornando los ojos en una expresión fiera—. ¿Cómo es posible qué tú, primo del heredero de Davion, hayas abrazado la causa de los Clanes y sus brutales métodos? —Abrió las manos en un gesto que abarcó todo el espartano camarote asignado a Phelan—. En el pasado fuiste un mercenario, de modo que supongo que te compraron, pero ¿con qué? ¿Con esta opulencia? ¿Con esa mujer, Ranna? ¿Cuál fue tu precio, Kell Wolf o comoquiera que te llames?
Incluso antes de que Ragnar acabase de hablar, la puerta del camarote se abrió y entró una mujer guerrera de cabellos rojos como el fuego. Como siempre, no dudó en hablar.
—Su precio, príncipe Ragnar, es el mismo que quizá se te pedirá a ti. Si alguien tiene el propósito de impedir tanta destrucción como sea posible, debe decidir cómo conseguirlo. Puede decidir, como hiciste tú, luchar hasta la derrota y luego seguir luchando, pero sin lograr nada.
Ragnar no se sintió cohibido.
—O bien, coronel Natasha Kerensky, puede convertirse en un colaboracionista como Phelan y conducir al enemigo contra su propia gente. ¡Fue Phelan quien entregó Gunzburg a los Clanes!
—Y lo hizo sin que se efectuara un solo disparo. Nadie murió cuando ese planeta cambió de manos, Ragnar —repuso Natasha, cuyos ojos centelleaban de ira—. No sólo salvó muchas vidas al conquistar ese mundo él solo, sino que su prestigio creció como la espuma entre los guerreros de los Clanes. Lo convirtió en un hombre de gran influencia, y esa misma influencia puede utilizarse para paliar esta destrucción.
El joven príncipe palideció ante la vehemencia de Kerensky. Bajó la mirada y se sonrojó. Phelan, dándose cuenta de que su rabia se debía a algo más que a las palabras de Ragnar, se volvió hacia ella y le preguntó:
—Natasha, ¿qué sucede? ¿Algo va mal?
La mujer conocida como la Viuda Negra agachó los hombros en un gesto de desconsuelo. Phelan sintió el deseo inmediato de consolarla, pero se contuvo por temor a herirla en su dignidad.
—Phelan, tengo una noticia que te alegrará y otra que creo que te apenará.
Un millón de horribles pensamientos pasaron por la mente de Phelan, pero los descartó de inmediato. Dada la súbita ruptura de los Clanes con ComStar, sabía que no podía haber llegado ninguna noticia acerca de su familia de la Esfera Interior. Ya había visto informes acerca de las pérdidas de los Jaguares de Humo y los Gatos Nova en la batalla de Luthien. Tanto Natasha como él habían intercambiado sonrisas disimuladas por el éxito de sus antiguas unidades —los Demonios de Kell y los Dragones de Wolf, respectivamente— en la defensa de la capital del Condominio Draconis. Ninguno de los dos había visto informes de bajas de las unidades mercenarias a las que habían pertenecido antes de la llegada de los Clanes, pero confiaban en que sus amigos y familiares hubiesen sobrevivido a la batalla.
Sin poder descifrar qué era lo que perturbaba a Natasha, Phelan la invitó a tomar asiento.
—¿De qué se trata?
Natasha exhaló despacio y respondió:
—Cyrilla Ward ha muerto.
—¿Qué? —exclamó Phelan. Cyrilla era la matriarca de la Casa de Ward, la familia con Nombre de Sangre a la que pertenecía Phelan. La última vez que la había visto había sido en septiembre, justo antes de que los Clanes reanudaran su avance, y parecía estar sana y animada a pesar de tener ya poco más de setenta años. Desde la adopción de Phelan en la casta de ios guerreros, aquella mujer de cabellos canos lo había instruido y alentado a integrarse en la cultura de los Clanes. Para él, la idea de su muerte era inconcebible.
De un bolsillo de su mono negro, Natasha sacó un holodisco envuelto en un sobre de plástico transparente.
—Grabó esto para ti. Acaba de llegar desde Strana Mechty.
Cuando Phelan tomó el disco, notó que a Natasha le temblaba la mano.
—Natasha, sé que Cyrilla era amiga íntima tuya y que ambas os habíais criado en el mismo sibko. Aunque sólo la conocí durante poco tiempo, Cyrilla era mi vínculo de sangre con los Clanes.
Natasha asintió con gesto solemne.
—Todavía lo es, Phelan.
—No te entiendo.
Natasha se incorporó y se alisó la pechera de su mono.
—En el holodisco encontrarás todas las explicaciones. —Miró a Ragnar y le dijo—: Ven conmigo, principito. Phelan preferirá ver este disco a solas, así que vamos a buscar algo que hacer que moleste a Vlad y a Conal Ward.
Phelan miró el disco.
—¡Espera, Natasha! —exclamó—. ¿Cómo murió?
La Viuda Negra dijo que no con la cabeza.
—Hablaremos cuando hayas visto el holodisco —contestó, dando un hondo suspiro—. Míralo dos o incluso tres veces. Recuerda que ella creía en ti y en la idea de Ulric acerca de los Clanes. Esa idea es lo único que hace que todo esto tenga la más remota semejanza con un acto de cordura.
Phelan aguardó a que la puerta se cerrase detrás de Natasha y Ragnar antes de sacar el disco de su funda e introducirlo en el visor. Cuando se sentó, no estaba seguro de querer verlo. ¡Qué extraño es recibir un holovideo de alguien que ha muerto! Es como recibir una carta de un fantasma…
A partir de una imagen borrosa, en la pantalla apareció el rostro sonriente de una mujer de cabellos blancos. Miraba directamente a Phelan y, por una fracción de segando, Phelan creyó que Natasha se había equivocado. Cyrilla tenía que estar viva, pues ninguna persona con tanta vitalidad podía sucumbir a la muerte. Phelan le devolvió la sonrisa de forma inconsciente; sin embargo, el dolor por su pérdida había asomado ya a su corazón.
—No deseo ser melodramática, Phelan, pero me temo que debo serlo. Si estás viendo esto, es que Natasha te ha dado ya la noticia de mi muerte. Por favor, no llores por mí, porque no he sufrido ni he tenido una agonía larga. Mi muerte llegó sin conflicto y me marché de este mundo con un único pesar. Por desgracia, este pesar se refiere a ti.
El rostro de Cyrilla adoptó una expresión que Phelan conocía bien tras sus innumerables lecciones sobre los ritos y costumbres de los Clanes.
—Ya sabes que el nombre Ward es uno de aquellos a los que se ha concedido el honor de ser Nombre de Sangre, porque Jal Ward luchó al lado de Nicholas Kerensky durante la guerra de reunificación. También sabes que, de todos los miembros del linaje Ward, sólo veinticinco guerreros pueden reclamar el derecho de ser llamados Ward en un momento determinado de sus vidas. Sólo tras derrotar a los demás candidatos, puede un guerrero ganar ese derecho; y con esa victoria se le concede también un asiento en el Consejo del Clan y la capacidad de ser elegido como Khan del Clan.
»Tenía grandes esperanzas de verte ganar tu Nombre de Sangre, Phelan —prosiguió—. Tus servicios al ilKhan, tu conquista de Gunzburg y tu captura del heredero al trono de Rasalhague te distinguen como un guerrero más que digno de recibir el honor de un Nombre de Sangre. Tus acciones te han garantizado un lugar junto con los veinticuatro candidatos elegidos por los miembros de la Casa de Ward. Otros siete serán seleccionados por un comité supervisado por el Señor de la Sabiduría. En este caso se trata de Conal Ward, que no es amigo tuyo. Aun así, no tendrás que combatir en el concurso preliminar para ganar el trigésimo segundo lugar, de modo que tus posibilidades en el juicio del Derecho de Sangre son buenas.
»Por lo menos —siguió Cyrilla, con el rostro contraído por la consternación—, eso era lo que yo creía respecto a tus posibilidades en la próxima competición. Ahora he averiguado que ciertos elementos de los Cruzados se oponen fontalmente a que ganes alguna vez un Nombre de Sangre. Como sugirió Vlad cuando intentó matarte en tu prueba de Strana Mechty, Conal Ward y otros se sentirían claramente satisfechos si murieses. Aunque el asesinato no es una práctica común entre nosotros, es muy posible que, a medida que crezca tu fama, puedas ser abandonado a tu suerte en un campo de batalla y mueras sin recibir ninguna ayuda.
»No tengo dudas de tu capacidad para defenderte en combate y me siento orgullosa de todo lo que has conseguido. Sé que puedes lograr mucho más y que lo harás; pero, a fin de que tus conocimientos sirvan para conducir a los Clanes, debes ser capaz de expresarte en el Consejo del Clan. Eso significa que debes luchar para ganar un Nombre de Sangre, y los acontecimientos indican que eso ocurrirá muy pronto.
Cyrilla suspiró, meneó la cabeza y añadió:
—Hasta añora, esta invasión no ha causado la muerte a nadie con un nombre Ward por el que se deba luchar. Esto habla bien de los guerreros de la Casa de Ward, pero sólo me deja una opción: el nombre por el que lucharás será el mío.
Phelan sintió un nudo en la garganta y su estómago pareció hundirse en un pozo sin fondo.
—¡No! —gritó—. ¡No puedes haber hecho eso! ¡No por mí!
—Habría preferido morir combatiendo contra los Jaguares de Humo, como Natasha y yo habíamos jurado nacer hace muchos años —prosiguió Cyrilla con expresión sombría—. Me habría conformado incluso con perseguir bandidos, pero todas las fuerzas disponibles del Clan de los Lobos están dedicadas a la invasión y nadie daría un ’Mech a una anciana. Pero no te preocupes, pues he visto en el pasado a muchos hacer lo que yo debo hacer ahora, de modo que sabré cómo llevarlo a término de forma correcta e impecable.
»En mi testamento —continuó Cyrilla, esforzándose de nuevo por sonreír— he dedarado que tú eres el heredero de mi Nombre de Sangre. Esta declaración tiene efecto de ley entre nosotros, y ni siquiera Conal se atrevería a escamotearte tu herencia. También he arreglado que, si Vlad y tú debéis enfrentaros en la competición, sólo será en la batalla final. Esto te dará tiempo para estudiar sus métodos. Si hay justicia en el universo, tal vez algún guerrero de la Esfera Interior te libre de él aun antes de tener que combatir.
»Phelan, ninguno de mis hijos genéticos ha sobresalido, y eso me hizo sentir como una rama sin frutos de la Casa de Ward, hasta que tú apareciste. Eres mi hijo, el hijo del futuro. Con Ulric y Natasha, serás uno de los que conduzcan a los Clanes a un nuevo futuro, donde podremos reconocer nuestro pleno potencial, como guerreros y como seres humanos.
Cyrilla lo miró con expresión satisfecha y conduyó:
—No me llores, Phelan Wolf. Más bien, haz que me sienta orgullosa de ti.
La imagen de la pantalla se disolvió en fragmentos blancosy grises, que acabaron fundiéndose en negro. Phelan, en cambio, siguió mirándola, esperando y rogando para que apareciese algo más, algo que le indicara que lo que había visto era una falsedad. Sabía que, en la casta de los guerreros, una persona era considerada demasiado vieja a la edad de treinta y cinco años. Desde aquel momento, su función consistía en educar y entrenar a nuevas generaciones de guerreros. Muchos decidían quitarse la vida cuando ya no se consideraban útiles.
Pero no Cyrilla. Implicada en la política de la Casa de Ward, se había convertido en su líder y había manejado el poder con habilidad dentro del Consejo del Clan. Ella aprobaba o negociaba intercambios de ADN con otros Clanes, intentando fortalecer el linaje de la Casa de Ward. Su vida tenía sentido y utilidad más allá de lo que le cabía esperar normalmente a un miembro de la casta de guerreros. Para ella, morir, suicidarse…
La mente de Phelan se rebeló contra la frustrante estupidez de los hechos. Natasha, Jaime Wolf e incluso su propio padre, Morgan Kell, habían demostrado hacía tiempo que los MechWarriors no estaban acabados después de la treintena. Y conocía a millares de guerreros de la Esfera Interior que no consideraban veterano a un MechWarrior hasta que había pasado diez años en una carlinga, lo que situaba al guerrero bastante más allá de su mejor época según el criterio de los Clanes.
Aunque Phelan sabía que el sistema de los Clanes era una locura, su devastador éxito en la invasión de la Esfera Interior también los calificaba como los mejores guerreros. Él habría preferido achacar su habilidad a la ventaja de una tecnología superior, pero también sabía que su entrenamiento era mucho más riguroso y exigente que el de los guerreros de la Esfera Interior. No obstante, su éxito al ser admitido entre los guerreros del Clan de los Lobos indicaba que el método de los Clanes no era el único válido.
La puerta del camarote se abrió de nuevo; esta vez entró una mujer alta y esbelta, vestida con un mono gris.
—Phelan, acabo de enterarme. Vlad estaba en el gimnasio acicalándose. Tuve que marcharme. Te acompaño en el sentimiento.
La mujer hizo ademán de acercarse a él; entonces bajó los brazos en un gesto de impotencia.
Phelan logró reunir fuerzas para mostrarle una sonrisa, a pesar de su repentina y apremiante necesidad de arrojar el mando a distancia contra la pantalla.
—Gracias, Ranna —dijo. Extendió la mano hacia ella, que fue a sentarse sobre el brazo de la silla.
Ranna apartó un mechón de sus blancos cabellos de su frente y se lo puso detrás de la oreja en un gesto nervioso.
—Lo que ha hecho Cyrilla es por tu bien y por el de los Clanes —dijo—. Debes entenderlo.
Phelan miró de nuevo la pantalla apagada y asintió despacio con la cabeza.
—Tal vez sea así. Quizá Cyrilla creía que su sacrificio era la única manera de que yo pudiese demostrar a los Clanes que su sistema no es la cumbre de la evolución humana. Dios sabe que es una lección que Vlad y Conal Ward podrían aprender.
Apuntó con el mando a distancia al visor y empezó a reproducir otra vez la grabación.
Ranna le dio un beso fugaz en la cabeza y dijo:
—Si el resultado es menor, amor mío, su sacrificio habrá sido en vano.
Mientras el rostro sonriente de Cyrilla volvía a aparecer, Phelan hizo cuanto pudo por reprimir su dolor. Se arrellanó para escuchar las palabras de Cyrilla una vez más, al tiempo que acariciaba la espalda a Ranna.
—De acuerdo, Cyrilla —dijo, expresando sus pensamientos en voz alta—. Si lo que me has legado es la oportunidad de mostrar a los Clanes que existe más de una manera de vivir, haré lo posible por que sea así. Nunca más necesitarán los Clanes que alguien haga lo que has hecho tú.