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Montañas Pozoristu, Tukayyid
Zona de intervención de ComStar, República Libre de Rasalhague
16 de mayo de 3052
(Día dieciséis de la Operación Escorpión)
Una cortina de lluvia tras otra iban cayendo, empujadas por el fuerte viento, sobre el Wolfhound de Phelan. La pantalla holográfica proyectada por el ordenador oscilaba y se volvía borrosa como consecuencia del diluvio que mojaba los sensores de las orejas del ’Mech. Con la modalidad de infrarrojos, el paisaje montañoso que se extendía a su alrededor parecía tan tenebroso y desolado como bajo la luz natural.
En el interior de la carlinga, Phelan tenía que trabajar con la intensa luz multicolor de media docena de monitores y pantallas sobre las condiciones meteorológicas. Tecleó nuevas instrucciones en el ordenador para que éste definiese los datos que iban llegando en bandas cada vez más estrechas. La proyección se borró a medias y volvió a configurarse con pequeños cambios en las partes de color azul oscuro y negro.
—¡Maldición! Esta puñetera lluvia lo empapa todo como si el mal tiempo fuera universal —exclamó.
La batalla de Tukayyid estaba empezando a afectar a Phelan. Él y el resto de los Arañas habían pasado varios días parados, saliendo sólo en ocasiones para enfrentarse a incursores de ComStar. Entonces, de súbito, los habían hecho acudir a toda prisa a las montañas, para ir al encuentro de una tremenda borrasca. ¡Corre y espera, corre y espera!
Sabía que Ulric, en realidad, trabajaba siguiendo un plan, pero le molestaba tener que oír informes de los combates librados por otros Clanes mientras los Guardias mantenían sus posiciones. Habían logrado rechazar dos intentonas de ComStar de destruir su depósito de suministros, y Phelan sabía que sus esfuerzos habían complacido al ilKhan. Aun así se senda como un tendero que ahuyentase rateros, no como un guerrero que estaba luchando por conquistar la Tierra.
Frustrado por el clima, conmutó los sensores a luz visual e irguió el Wolfhound para que las puntas de las orejas se elevasen sobre el peñasco de granito que lo mantenía oculto. Se levantó despacio, molesto de que la pantalla holográfica mostrase un paisaje rocoso irregular cuando las escótalas de visión sólo le permitían ver paredes de granito.
Un rayo en forma dentada se elevó desde el valle para hacer cosquillas a las negras nubes de tormenta que cubrían el cielo. Phelan hizo un guiño y apartó la mirada de aquella luz tan brillante. Viendo aún unas líneas a causa del reflejo, hizo un esfuerzo para mirar la pantalla holográfica. Se estremeció y pulsó la repetición del momento en que el rayo había iluminado el paisaje con un fogonazo estroboscópico.
—Uno, dos, tres… —fue contando Phelan para sus adentros mientras marcaba en la pantalla con la palanca cada imagen de un ’Mech. Descubrió que eran una compañía completa, y continuó con las unidades de caballería y de infantería. Se quedó estupefacto.
—¡Por todos los diablos del infierno! Es una ofensiva de ComStar que dividirá los Guardias del 341° de Asalto. No es en absoluto lo que Ulric pensó que haría el Capiscol Marcial.
Pulsó dos botones de la consola de mandos. A causa de la tormenta y los incontables valles que se extendían entre las montañas, la radio era inútil. Así también evitaba la posibilidad de que ComStar lo localizase por triangulación. Sólo el hecho de que la tormenta hubiese inutilizado todos los sensores le había evitado ser descubierto hasta ese momento y, si una compañía de ’Mechs iba a interponerse entre su estrella y el núcleo principal, prefería seguir escondido.
Con la mano izquierda manipuló el punto de mira del láser trasero. Había bajado su potencia a una fracción de la que utilizaba en combate, y había ampliado su longitud de foco. Pulsó una serie de coordenadas, esperó a que el arma localizase el blanco y enlazó el sistema de comunicaciones con el generador de rayos.
—Aquí Hacha Uno —dijo—. Veo cuarenta, cuatro cero, ’Mechs acercándose en el sector 4134. Tienen apoyo de blindados y de infantería. Preparados para la transmisión de datos.
Emitió una señal de comprobación, y un elemento de la línea de estaciones devolvió una señal de admisión a su ordenador. En escasos segundos, los resultados de la exploración y su análisis salieron a la velocidad de la luz hacia el cuartel general de los Guardias.
Phelan observó cómo el ordenador mostraba una descripción de todos los integrantes de la unidad de ComStar en su monitor secundario. Hmmm… El ordenador dice que su nombre es Decimotercer Ejército, lo que quiere decir que es muy nueva. Los ’Mechs datan de la ’epoca de la Liga Estelar, como cabía esperar, y están todos recién estrenados. Está claro que es una nueva unidad de reserva.
—Viuda Negra a Hacha Uno —sonó una voz—. Atacadlos desde el flanco o desde la retaguardia.
Phelan parpadeó con incredulidad.
—Dispongo de una estrella, coronel. Aunque seamos los Clanes, las proporciones son muy desventajosas para nosotros.
—El resto del núcleo llegará enseguida, Hacha Uno. Necesitamos que los detengáis. El Khan Garth Radick acude con el 341° de Asalto para rematarlos. ¡Atacad, ahora!
Phelan apagó el láser y devolvió la salida a las especificaciones reglamentarias. Conmutó el sistema de comunicaciones a la radio y aumentó la potencia de salida.
—Estrella Hacha, vamos a atacar la compañía de ComStar que se encuentra en el valle de al lado. Moveos deprisa y preocupaos más de armar jaleo que de ser precisos. Olvidaos de la puntería. Sus filas son muy apretadas; no podéis fallar.
—¿Recibiremos ayuda, comandante? —inquirió Ace.
Phelan reconoció aquella pregunta como una simple petición de información, no como una opinión sobre la sensatez de la orden. Estos son los Clanes: obedecer o morir sin preocuparse.
—Eso dicen los rumores —contestó—. Atacadlos con todo. Son nuevos y, si tenemos suerte, también son novatos. No resistirán.
Cortó la comunicación por radio con el resto de la estrella. Y si no lo son, nos matarán a todos.
El iniciado Horagi Kano se encorvó para protegerse de la lluvia y siguió avanzando. Observaba la espalda de la persona que iba delante de él y hacía todo lo posible por mantener el equilibrio en el estrecho saliente del camino. Abajo, en el fondo del desfiladero, rodaba un Rhino que parecía esperar que cayese algún soldado torpe para convertirlo en protoplasma bajo sus orugas.
Kano agarró con más fuerza el lanzacohetes Inferno que llevaba. El Capiscol Marcial nos ha puesto aquí para detener a los Clanes. El peso de la humanidad, recae sobre nuestros hombros. Se esforzó por mantener puros sus pensamientos, y trató de no fijarse en el chapoteo de sus calcetines empapados dentro de sus botas. Hay que permanecer preparados y alertas. ComStar depende de nosotros.
Veinte metros más arriba en la ladera de la pared del desfiladero, vio que unas rocas se movían y caían algunos guijarros que rebotaron en su casco. Lanzó una maldición y siguió su caída con la mirada. Cuando levantó los ojos de nuevo, brilló un relámpago con un resplandor blanco que envolvía lo que parecía ser el avatar de un dios de la guerra.
—¡Aaaahhh! —gritó, y amartilló el lanzamisiles Inferno. El hombre que estaba detrás de él, sorprendido, perdió pie y cayó del saliente. Kano alargó la tobera y puso la mirilla en su lugar. ComStar depende de nosotros. Cuando el ’Mech apuntó con su láser pesado a las tropas, Kano disparó el botón de disparo.
—¡Doy la vida por la gloria de la Primus! —vociferó.
El cohete Inferno explotó en medio del pecho del Wolfhound Una masa de sustancia petroquímica gelatinosa cubrió el ’Mech con una capa ardiente. La lluvia la diluyó un poco, pero eso sólo hizo que el ’Mech se transformara en una gigantesca antorcha cuando el líquido lo recubrió por completo.
Phelan oyó las bocinas de alarma y vio que el indicador de calor ascendía desde las frías zonas verde y azul hasta casi llegar a la amarilla, pero la lluvia había enfriado tanto los sistemas que las probabilidades de un sobrecalentamiento eran mínimas. Pulsó el botón del pulgar de la palanca derecha para lanzar un haz de fuego láser, que pasó por encima de los soldados de infantería que habían disparadoel cohete y alcanzó un lado del Rhino.
Mientras el tanque empezaba a girar la torreta hacia él, Phelan saltó al vacío y se precipitó hacia el suelo del valle. Dobló las piernas del ’Mech para amortiguar el impacto y aterrizó sin perder el equilibrio, aplastando un aerojeep bajo el pie derecho.
Durante una fracción de segundo, todo se paralizó. El Wolfhound se alzaba como un duende de fuego que se burlaba del grupo de mortales reunidos en el valle. La luz de las llamas proyectaba un resplandor dorado sobre las piedras empapadas y hacía que las sombras de los aterrorizados soldados oscilasen como banderas negras sobre las paredes del desfiladero. Phelan, plantado ante el equipo más próximo, se sintió como un inmortal. Disfrutó con el terror que vio en todos los rostros.
Entonces, con idéntica rapidez, sus compañeros se lanzaron hacia el valle. Los blindados de ComStar empezaron a girar sus torretas para destruir a aquellos desvergonzados intrusos. Cuando una compañía entera de ’Mechs de ComStar se volvió para enfrentarse a la estrella Hacha, Phelan comprendió que tenían problemas.
Esquivó un disparo de CPP echándose a la izquierda, sonrió y susurró para sus adentros:
—¡Ay, Phelan, Phelan! ¿Cómo te las arreglarás para salir de esta?
El Capiscol Marcial, plantado al otro extremo del valle pero en su propio mundo virtual, se estremeció al ver el Mech envuelto en llamas que descendía como un ángel vengador. ¿Cómo han podido encontrarnos aquí? Si echan a perder este intento de dividirlos…
En un segundo, una instrucción del ordenador reajustó la escala para que Focht se convirtiese en un titán tan gigantesco que pudiese ver la curvatura del planeta. En lugar de ver las montañas Pozoristu en toda su longitud, veía áreas despejadas en medio de un mar de nubes grises que flotaban alrededor de sus pies. La tormenta le impedía obtener información salvo de aquellas áreas donde se encontraban sus tropas o sus exploradores.
Estamos deambulando a ciegas por un campo de minas. Aunque no puedo verlos, ellos tampoco pueden vernos a nosotros, pero no me tranquiliza que ambos tengamos la misma desventaja.
Se encogió de nuevo al tamaño de un ’Mech y abrió una línea directa de comunicaciones con las tropas acosadas por la estrella de los Clanes.
—Acólito Durkovic, haga dar la vuelta a la compañía Gamma y destruya la estrella que está a sus espaldas. Capiscol Leboeuf, están atacando su batallón Alfa. Vaya a reforzarlo.
Sus tropas obedecieron, pero Focht comprendió que no iba a ser fácil. Los ’Mechs de los Clanes se movían lo más deprisa posible a fin de ser blancos difíciles para el batallón Alfa. Mientras que ellos podían agacharse y esquivar los ataques, dispersar las tropas y destruir los vehículos, las tropas de ComStar tenían que pasar entre sus propios camaradas, lo que frenaba su contraataque y permitía a los ’Mechs aterrorizar a la infantería lo suficiente para causar su desbandada.
Focht, irritado y desanimado, observó cómo el Wolfhound de Phelan Kell se ponía en cuclillas para ponerse a cubierto detrás de un Rhino de ComStar. El MechWarrior agarró la torreta con la mano izquierda y la giró para que los misiles, si eran lanzados, cayeran sobre las tropas de ComStar. Lo acribillaron con rayos láser, pero el tanque pesado le servía de escudo. Cuando un Black Knight falló con el CPP y dos rayos del láser pesado, el Wolfhound saltó como un muñeco sorpresa y contraatacó. Dos de los láseres medios y el láser pesado destrozaron el blindaje del brazo derecho del Black Knight. El tercer láser abrió una tremenda brecha en el blindaje del pecho.
Los otros ’Mechs de la estrella demostraron ser igual de efectivos. Su fuego alcanzó numerosos blancos. El Thor y el Fenris repartieron sus misiles por el estrecho desfiladero, de una forma aleatoria que aumentó el pánico al máximo. El Dragonfly intercambiaba disparos con un Lancelot acertando mucho más a menudo que recibiendo, mientras que el Black Hawk hizo pagar muy caro a un simiesco Kintaro su intento de acercarse al alcance óptimo de sus armas.
Phelan Kell no es estúpido. Este ataque sería suicida, a menos que…
—Hettig, ¿cuál es el tiempo estimado de llegada de los batallones Beta y Gamma para reforzar el Alfa?
—Diez minutos, Capiscol Marcial.
—Dése prisa, Durkovic —dijo Focht, apretando los puños—. Dispérselos ahora, o del batallón Alfa quedará sólo el recuerdo cuando lleguen sus refuerzos.
En comparación con sus sentimientos al principio del ataque, Phelan estaba encantado de haber sobrevivido a más de un cruce de disparos con el batallón que le habían pedido que atacara por sorpresa. Otro disparo de su láser pesado arrancó el brazo derecho del Black Knight a la altura del hombro. Los restantes miembros de su estrella habían causado más daños, y la infantería estaba totalmente dispersada; sin embargo, los ’Mechs enviados contra dios se acercaban deprisa.
El brillante color azul de un rayo de CPP iluminó el valle durante un segundo, y la oscuridad volvió a extenderse. Luces rojas y verdes cruzaban el valle de un lado a otro. La llamarada intermitente de un cañón automático y el fuego de los cohetes que volaban hacia di cido contribuían a dar un aspecto infernal al paisaje. Un rayo auténtico se burló de tanta iluminación artificial, mientras que el humo y la niebla se mezclaban en cortinas impenetrables que ocultaban a los combatientes.
Phelan miraba aprovechando los haces de los rayos láser, disparaba y luego esquivaba. De forma lenta e inexorable, fue cediendo terreno ante la compañía que estaba atacando a los suyos. Por lo poco que podía ver de ellos entre las tinieblas, comprendió que habían evitado sufrir daños graves pero aun así sabía que aquélla era una esperanza muy débil. Tras tantos días de combates, los ’Mechs de su estrella ya no se encontraban en plena forma. El blindaje que él había perdido en la batalla del paso todavía no había sido reemplazado, por lo que su pierna derecha seguía siendo vulnerable.
Un denso y penetrante rayo dio en lo alto de las montañas, al otro extremo del valle. Su luz proyectó largas sombras en la capa de humo y niebla, y sumió el valle en una oscuridad aún mayor al desvanecerse. Phelan apretó los ojos para no quedar deslumbrado; pero, cuando los abrió de nuevo, vio unos puntos de luz a lo largo de la cordillera. Parpadeó y deseó poder frotarse los ojos pese al neurocasco. Entonces amplió la imagen de la pantalla de luz visual. Natasha y el resto del núcleo ya habían llegado. Dejando encendidas las luces de identificación, los Lobos arrojaron una lluvia de fuego al valle. El Diré Wolf de Natasha disparó todas sus armas; a su lado, el Warhawk de Ranna destrozaba las tropas de ComStar con sus rayos gemelos de CPR Los impactos y las explosiones de los MLA sembraron el valle como una serie de erupciones volcánicas. Rayos rojos y azules recorrían de lado a lado las fuerzas de ComStar. Phelan vio el fuego que salía de las bocas de los cañones automáticos, y segundos más tarde escuchó el estruendo de explosiones.
Phelan activó el canal táctico y dijo:
—Preparaos, estrella Hacha. Tenemos que defender la puerta trasera. O vienen hacia nosotros para escapar, o penetrarán aún más en nuestro territorio. En cualquier caso, no será nada fácil.
El Capiscol Marcial observó cómo el Decimotercero de Guardias de los Lobos se precipitaba sobre el batallón Alfa de la División 2/82. La compañía Gamma, atrapada entre la estrella de Phelan y los refuerzos recién llegados, tenía que elegir entre pasar por un pasillo de fuego para reunirse con el resto del batallón Alfa, que avanzaba hacia el lugar en que el desfiladero torcía hacía el oeste, o bien encontrar otra vía de escape. Sonrió al ver que el acólito Durkovic dirigía a sus hombres a través de la abertura que había utilizado Phelan para emboscar sus tropas.
—Bien, Durkovic, bien —dijo—. Así los obligarás a que te persigan. —Activó la comunicación con Hettig—. ¿A qué distancia está el resto de la 2/82?
—El tiempo estimado de llegada es de un minuto, pero los exploradores han localizado actividad de los Clanes.
Desde su atalaya, el Capiscol Marcial observó a Natasha Kerensky y su núcleo. La imagen de su ’Mech se desvaneció en medio de la estática por una fracción de segundo; luego volvió a formarse, desplazándose un poco a la izquierda mientras el ordenador pasaba a recibir los datos de un ’Mech que seguía existiendo. A su derecha, Focht vio las ruinas humeantes de un Thug.
A su alrededor, el batallón Alfa empezó la desbandada. Aunque era un veterano de cien batallas, Focht sintió un retortijón en el estómago cuando las fuerzas de los Clanes bajaron al valle. Sabía que la única posibilidad de sobrevivir era retirarse, y esperaba que la retirada arrastrase ciegamente a las tropas de Natasha hasta el lugar donde el resto de la 2/82 podía cambiar las tornas. Aun así, dado que la 2/82 estaba compuesta por completo de tropas inexpertas, imaginaba que el Decimotercero de Guardias los aplastaría.
—¡Maldita tormenta, no puedo utilizar la fuerza aérea! Hettig, ¿podemos desviar las fuerzas de artillería del 9/247 a este combate?
—Sí, señor. La distancia está al límite de su capacidad, pero pueden intervenir.
—Excelente. Que siembren de bombas de dispersión la línea de retirada del batallón Alfa de la 2/82. Hágalo ahora.
—Artillería asignada.
La capiscolesa Susan Litto aceptó la salida impresa y pulsó el botón de conexión del sistema de intercomunicación.
—Sector 91534, cuatro andanadas de bombas de dispersión, todas las baterías. Que la trayectoria sea elevada porque tienen que rebasar una montaña.
—Recibido —oyó gruñir al artillero Bob Rule—. ¿Tenemos amigos en ese sector?
—Las bombas tardarán treinta segundos en llegar. Confió en que, de una forma u otra, ya no estén allí cuando lleguen.
Cuando cayeron las bombas, el Capiscol Marcial vio que todo el batallón Alfa, salvo una lanza, había abandonado el sector 91534. Los proyectiles se abrieron sobre el valle y distribuyeron una gran cantidad de submuniciones del tamaño de un puño. Cuando las pequeñas bombas caían por el aire, una caja de plástico impedía que una bola de titanio golpease el explosivo. Una vez activadas, las bombas explotaban con un impacto.
La mayoría explotaron al chocar contra el suelo.
Otras lo hicieron al golpear un Mad Catde los Clanes en el morro. Por un segundo, pareció como si el OmniMech se hubiese arrojado contra un muro de fuego… Las placas de blindaje cayeron como las plumas de un pájaro herido. El ’Mech trastabilló hacia adelante y cayó de bruces. La segunda andanada envolvió el ’Mech con una capa de fuego y lo levantó por los aires. Cuando se despejó el humo, el Capiscol Marcial vio una masa de hierros retorcidos allí donde antes había visto el Mad Cat.
Las dos siguientes andanadas no dieron a nadie, pero obligaron a los Guardias a retroceder. Focht tecleó con rapidez en un teclado fantasma y conmutó la vista de la retaguardia al primer elemento del batallón Alfa.
—Más o menos ahora deberíamos reunimos con el resto de la división… —murmuró.
Cuando el Wyvern que proporcionaba los datos de vídeo al Capiscol Marcial dobló un recodo del desfiladero, Focht vio que los ’Mechs de los Clanes entraban en masa por una abertura y estaban destrozando a los restos de la División 2/82. Como caballeros del pasado, la tremenda fuerza de la carga de los Clanes los llevó más allá de las líneas de ComStar. Los ’Mechs caían y acababan aplastados bajo los pies de amigos y enemigos por un igual.
Otros ’Medís de los Clanes, cuyas siluetas se recortaban contra el cielo en lo alto de la pared del desfiladero, apoyaban la carga con el fuego mortal de los láseres y los MLA. Un OmniMech, un Gladiator monstruosamente grande, atrajo de inmediato la atención de Focht. Escribió furiosamente en el teclado para que el ordenador ampliase y aclarase la imagen. Con el resplandor de un rayo de energía de color rubí, vio el emblema de la cabeza de lobo y cinco estrellas debajo de él.
¡Cinco estrellas! Ese ’Mech pertenece a un Khan. Natasha está detrás de él ¿Es Ulric?
Antes de que pudiese asignar una etiqueta informática al Gladiator y emitida a las tropas, un Highlander de ComStar llegó junto al Wyvern y apuntó con el brazo derecho al Gladiator. El ’Mech de los Clanes empezó a girar lentamente para encararse con los recién llegados. En medio de un estallido de energía argéntea, el rifle Gauss que llevaba el Highlander lanzó una gigantesca bala de plata.
El Gladiator volvió la cabeza en el momento en que la bala impactó en su mejilla derecha. El blindaje resquebrajado cayó del rostro del ’Mech, reduciéndolo a una calavera mecánica. Las escotillas de visión de la carlinga saltaron en pedazos, mientras la bala seguía su trayectoria y abría un orificio de salida a través de la nuca.
El Gladiator se tambaleó por un segundo y cayó hacia adelante. Giró lentamente al caer y aterrizó de cabeza. La pesada masa del ’Mech aplastó la cabeza y los hombros al chocar contra el suelo. Aunque el piloto hubiese sobrevivido de milagro al disparo del rifle Gauss, la caída lo habría matado.
De algún modo, el Capiscol Marcial sabía que las tropas que estaban bajo su mando habían comprendido el significado de la destrucción de aquel ’Mech. Con la furia desatada que habría esperado ver sólo en tropas de los Clanes, los restos del batallón Alfa cargaron contra el flanco de los Clanes. El ataque sorprendió a estos, que empezaron a dispersarse.
Sin embargo, con la misma rapidez con que su emociones llegaron al cénit, descendieron de nuevo al ver las siluetas de los Arañas que bajaban al valle. Cuando se disponía a designar el ’Mech de la Viuda Negra con una etiqueta, la imagen de vídeo se llenó de estática y cubrió el mundo virtual de una nube gris mientras el ordenador intentaba, en vano, curar su repentina ceguera.