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Mar Negro Afyina

Trellshire,

Zona de ocupación de los Halcones de Jade

5 de enero de 3052

El humo gris que cubría el oscuro océano ocultó a Kai Allard cuando sacó la cabeza a la superficie. La fantasmagórica calma, sólo alterada por su respiración entrecortada, lo sorprendió. Estamos en zona de guerra, ¡pero no oigo nada! Reprimió el miedo irracional de que la colisión de su ’Mech con un OmniMech de los Clanes lo hubiese dejado sordo, además de inconsciente. No, en tal caso tampoco oiría mi propia respiración ni el oleaje.

Kai se volvió hacia el acantilado desde el que su ’Mech se había precipitado a las aguas del Mar Negro. Kai había corrido con su lanza en ayuda de Víctor Davion en respuesta a la urgente llamada del príncipe. El Centurión modificado de Kai, equipado con músculos experimentales de miómero, se había adelantado mucho a sus compañeros. Llegó el primero al campo de batalla y vio al heredero de Hanse Davion pilotando un BatdeMech averiado y acosado por cuatro de las mejores máquinas de los Clanes.

¡Perdí la cabeza! Me acerqué demasiado y dejé que un ’Mech me arrastrase al precipicio. Kai contempló los veinte metros de gredoso acantilado que se alzaban ante él y recordó la larga caída, sujeto por el mortal abrazo del OmniMech. Al chocar con el agua, Kai perdió el conocimiento sabiendo que el fondo se hallaba a un kilómetro de distancia.

Cuando recobró el sentido, seguía en la carlinga de Yen-lo-wang, su Centurión, atrapado en el océano en los brazos de un OmniMech de los Clanes. Sin embargo, en lugar de caer hasta el fondo del mar, su descenso se había interrumpido al topar con un saliente rocoso que estaba a sólo unos diez metros de profundidad. Tras haber estado sumergido durante apenas media hora, Kai salió de la cabina y nadó hasta la superficie sin tener que preocuparse por la descompresión.

Al llegar a la base del acantilado, Kai subió a una roca medio sumergida y repasó el equipo que había recuperado. Tenía el chaleco refrigerante del ’Mech doblado como un chaleco antibalas, pero de poco serviría éste para protegerlo del frío de la noche, al igual que los pantalones cortos. Las botas, pesadas y recubiertas de duraplast, le protegerían las piernas por debajo de la rodilla, pero no estaban hechas para realizar caminatas. Lo que sí le serviría era el cuchillo de supervivencia que sobresalía de la funda en su bota derecha. Kai sonrió cuando acarició la empuñadura.

—Bueno, Victor —dijo en voz alta—, tendré que poner a prueba tu regalo de Navidad en un combate real.

Entonces, un temor indefinido comenzó a bullir en sus entrañas. ¡Ni siquiera sé si Victor ha sobrevivido! Debí ser más cuidadoso, debí permanecer a su lado para asegurarme. Si ha muerto por mi culpa… Kai hizo un esfuerzo para ponerse en pie y remontó con rapidez el estrecho sendero que subía por el acantilado en zigzag. Aunque el miedo lo apremiaba a ir deprisa y sin tomar precauciones, otra parte de él seguía siendo cautelosa. Aminoró el paso al acercarse a lo alto del acantilado y vio la blanca brecha que marcaba el lugar donde el borde del precipicio se había desplomado bajo los pies de su ’Mech.

Un humo blanco y negro ascendía en espiral en medio de una neblina que permanecía suspendida sobre la meseta. Hacía apenas cuatro horas, este lugar había sido una verde jungla, la clase de lugar que el Ministerio de Turismo de Alyina habría calificado como típico del planeta. Pero habían bastado escasos minutos de combate para quemar y reducir a cenizas todo el paisaje. Tocones ennegrecidos que habían sido árboles salpicaban la llanura como lápidas escampadas por un cementerio. Los pocos restos de verde eran pedazos de tierra que el fuego de la artillería había levantado del suelo.

Por doquier yacían los cuerpos destrozados de las máquinas de guerra destruidas en su intento de poseer lo que antes era un paraíso. Cuando estaban intactos, los BattleMechs tenían cinco veces la altura de Kai y parecían invencibles, como avatares mecánicos de la naturaleza guerrera del hombre. Por lo que podía recordar, Kai sólo había soñado con una cosa: seguir a sus padres por la senda de los MechWarriors. No veía ningún honor mayor que pilotar una de aquellas gigantescas máquinas guerreras, y ningún propósito más noble que hacerlo en defensa de su familia y su nación.

Pero ahora, destrozados y aplastados hasta ser irreconocibles, aquellos BattleMechs eran una parodia de lo que Kai comprendió que era una inocente concepción de su juventud. Yacían en montones amorfos o miraban ciegamente al cielo: parecían inútiles, o aun peor. Kai vio que aquellas máquinas sólo podían destruir. Era su único propósito, y lo habían cumplido superando los sueños más enloquecidos de sus creadores.

Kai corrió a través del silencioso campo de batalla. Se arrodilló a la sombra de un Hagetaka derribado y examinó el terreno en busca de algún indicio del Daishi que Victor pilotaba. Al principio no vio nada; luego corrió hacia el lugar donde había visto por última vez el ’Mech del príncipe. Allí encontró un pie que probablemente había pertenecido a su ’Mech. Al mirar las placas de blindaje semihundidas que yacían un poco más allá, vio el rastro de un BattleMech que se había alejado cojeando.

—Sí, consiguió escapar —se dijo Kai, dando una palmada en el pie del Daishi. Se alejó de aquí, pero todavía podrían haberlo atrapado, susurró una gélida voz en la mente de Kai. Si hubieses estado allí, podrías haberte asegurado de que Victor sobreviviera.

El áspero graznido de una gaviota le hizo levantar la cabeza, sacándolo de su ensoñación. La brisa que sostenía en el aire al pájaro separaba el humo y daba a Kai una imagen clara del cielo. Contra la creciente oscuridad brillaba con fuerza un patrón de luces en forma de doble diamante que avanzaban acompasadamente al unísono como una constelación errante. Su ánimo se alegró de inmediato al comprender que eran las Naves de Descenso de la Mancomunidad Federada que se alejaban del campo de gravedad de Alyina.

—Victor debe de haber sobrevivido. Nunca se marcharían tan pronto si él no estuviera con ellos.

Kai paseó la mirada a su alrededor y pensó que tal vez habían llegado refuerzos para ayudar a retirarse a Victor. Por lo que vio en los emblemas de los uniformes de los muertos, comprendió que pertenecían a la lanza de mando del regimiento.

La gaviota volvió a graznar y otras se unieron a ella mientras descendía poco a poco. Kai se maravilló de su vuelo sin esfuerzo y se sintió agradecido por la belleza de su esbelta simetría, como un hermoso contraste respecto al paisaje de pesadilla en el que se hallaba. Sonrió al ver que se aproximaba una de las aves y se posaba suavemente sobre los restos destrozados de una carlinga. Pero, cuando otra gaviota intentó posarse en el mismo lugar y fue ahuyentada por la primera, Kai comprendió por qué aquellas aves acudían al campo de batalla.

—¡No! —gritó, y echó a correr hacia el ’Mech destrozado, agitando los brazos.

Al llegar a la carlinga, le repelió el hedor a sangre y carne quemada, pero siguió acercándose. Miró en el interior y vio los restos del profesor general Sam Lewis, aún sujetos a la silla de mando con los cinturones de seguridad. Kai había oído que Lewis había sido asignado al regimiento, aunque nunca pensó que saldría a combatir. La situación debía de haber sido realmente desesperada. La mitad de su neurocasco estaba aplastada y faltaba aquella misma parte de su cráneo. Kai palideció y sintió que le flojeaban las piernas. Se volvió, se desplomó en el suelo y hundió la cabeza entre las manos.

Sobre él, dos gaviotas se disputaban un ojo, que una de ellas había arrancado de la cabeza del cadáver.

El primer impulso de Kai fue sacar a todos los pilotos de sus ’Mechs, tanto amigos como enemigos, y quemarlos en una enorme pira funeraria para impedir que las aves los devorasen. Sin embargo, a pesar de su deseo, aquella labor era imposible. No sólo requeriría más fuerza de la que tenía, sino que en la batalla se había consumido todo el combustible existente en muchos kilómetros a la redonda.

También sabía que una pira llamaría la atención de las patrullas de los Clanes, indicándoles que al menos una persona había sobrevivido a la batalla. Como no les había informado de su presencia, adivinarían que no era miembro de los Clanes y comenzaría la persecución.

Kai quería odiar las gaviotas, pero sabía que sólo lo hacían para sobrevivir. Y en vista de que aquellos puntos brillantes en el cielo se alejaban en lugar de aproximarse a Alyina, también él iba a tener que empezar a pensar en sobrevivir. Los Clanes habían derrotado al Décimo de Guardias Liranos, y él había quedado atrapado detrás de las líneas enemigas de tal modo que regresar era inimaginable. Su única salvación radicaba en que fuera a buscarlo un comando de rescate. Hace veinte años, Hanse Davion envió a los Leones de Davion pan sacar a mi padre de Sian. Pero esto no es Sian, y los Clanes no son tan estúpidos como Maximilian Liao.

Se deprimió aún más. Y yo no soy mi padre. Ningún comando vendrá a rescatarme. Estoy solo.

Este convencimiento podría haber impulsado a algunos a pensar en el suicidio, pero a Kai lo espoleó con una fiera voluntad de sobrevivir. Ya he echado a perder mi misión, y mi ’Mech está atrapado en el fondo del océano por otra máquina tumbada sobre su pecho. Como mínimo, deben de creer que estoy «desaparecido», aunque lo más probable es que me consideren muerto. Decidido a no deshonrar más a su familia y a sus amigos dejándose capturar, optó por evitar esa posibilidad hasta su último suspiro.

Como las gaviotas que sobrevolaban el campo y los perros salvajes que aullaban en la noche, empezó a buscar cualquier cosa que le fuese de utilidad. Abrió un armario de la parte posterior de la carlinga de un Wolverine y sacó un mono de color verde oliva. Había pertenecido a Dave Jewell, uno de los miembros de la lanza de mando de Victor.

Las perneras eran demasiado largas porque Jewell era más alto que Kai, pero aquello tenía poca importancia ya. Kai rompió las costuras de las perneras con el cuchillo para poder calzarse las botas, y se puso el chaleco refrigerante bajo el mono.

En el armario había también provisiones de supervivencia, que Kai guardó en la pequeña mochila que había encontrado colgada en un gancho, junto a un cinturón y una pistola. El arma, una pistola de agujas Mauser & Gray M-39, era de manejo cómodo. Kai la examinó y le puso una carga de polímero balístico. Se ciñó el cinturón, acortándolo para ajustado a su estrecha cintura.

En el fondo del armario encontró un pequeño paquete que contenía dos holodiscos, un holograma y una tarjeta serigrafiada. El holograma insertado en la tarjeta mostraba los rostros de dos niños sonrientes, un chico y una chica que parecían llevarse algunos años de diferencia. Kai examinó un garabato infantil escrito en la tarjeta y comprendió que los niños habían compuesto una oración en forma de poema para proteger a su padre en el combate. Estaba firmada por «Katrina y David júnior».

El holograma mostraba una mujer esbelta y atractiva que sostenía a un bebé en sus brazos. Al ver la imagen, Kai recordó que Jewell hablaba con orgullo de que su mujer Katherine había dado a luz recientemente a su tercer hijo, la pequeña Kari Lynn. Ni siquiera tiene cinco meses de edad, pensó. Sintió un escalofrío. Jamás tendrá la ocasión de conocer a su padre.

Contempló el cadáver que colgaba de los cinturones de seguridad de la silla de mando. Le quitó las placas que pendían de su cuello roto y las puso en el paquete, que a su vez guardó en la mochila. Con la mano, limpió el nombre grabado en la pechera del mono del que se había apropiado.

—Prometo devolver estos objetos a tus hijos, David Jewell. Les explicaré que diste la vida por la libertad de Victor Davion.

Kai salió arrastrándose de la carlinga y se echó al hombro la mochila. Contempló el ciclo nocturno, pero no vio ya las Naves de Descenso saliendo del sistema.

—Bueno, estoy a unos trescientos años luz de mi hogar y ni siquiera tengo unas botas en buen estado. Los Clanes se han apoderado de Alyina y dudo que disparar a sus soldados con esta pistola de agujas sirva para algo más que para enfurecerlos. —Meneó la cabeza y añadió—: Esta vez te tienes que despabilar solo, Kai.

Entonces le vino a la cabeza un pensamiento peor. En Outreach lo habían contado entre los mejores MechWarriors que se enfrentaban a los Clanes. Si ahora se encontraba en este apuro, ¿qué esperanza le quedaba a la Esfera Interior?