35
35
Teniente
Zona de ocupación de los Gatos Nova
6 de mayo de 3052
(Día seis de la Operación Escorpión)
Victor Ian Davion miró el cronómetro de la consola de mando de Prometeo, su Daishi.
—Kama-ichi, ¿dónde están? Se están metiendo en nuestra zona de alarma.
—Ya vienen, Alteza —restalló la voz de Shin a través de los altavoces de su neurocasco—, pero su velocidad equivale a la del más lento de sus ’Mechs.
—Shin, no sé si tenemos tiempo suficiente para permitirnos eso —repuso Victor, y activó un mapa táctico del área.
Detrás del lugar donde se hallaban su Daishi y el resto de la lanza, vio las Naves de Descenso formando el característico triángulo que usaban en sus aterrizajes. La mayoría de sus tropas estaban dispuestas en forma de media luna a lo largo del perímetro noroccidental del alcance efectivo de las armas de las naves, ya que ésa era la dirección de la que esperaban que vinieran los Clanes. Un cuadrado grande representaba la distancia máxima que calculaban que podían recorrer los Clanes, mientras que otro más pequeño indicaba su última localización probable, teniendo en cuenta su velocidad y su ruta.
Ambas áreas estaban demasiado próximas entre sí para que Victor se sintiera tranquilo.
—Shin, pídeles que abandonen los ’Mechs estropeados. Podemos enviar un helicóptero desde las naves para recogerlos.
—Alteza, muchos de esos ’Mechs han permanecido en sus familias durante décadas.
Victor soltó un juramento.
—Te he oído, Shin —dijo luego.
El príncipe amplió la imagen del mapa táctico para manejar un área lo bastante grande para que el convoy del Condominio apareciese en el borde. Parecía que los Clanes estaban acercándose, y desde luego se movían más deprisa que las tropas del Condominio. Estamos en la única área de aterrizaje lo bastante amplia para maniobrar con Naves de Descenso. Los Clanes lo saben y nosotros sabemos que lo saben. Siento como si estuviese en medio de una pelea de taberna y tuviera un pie clavado en el suelo.
Se puso en contacto por radio con la Nave de Descenso Serene Foresight.
—Capitán Coir, ¿tienes combustible suficiente para un vuelo corto?
—Afirmativo. Puedo dar un par, pero será fácil vemos.
—Manténte a la espera. Tal vez os necesite para ir a buscar a algunos de los nuestros.
—Sí, señor, sigo esperando.
El príncipe conmutó la radio de nuevo a la frecuencia de mando.
—Shin, vete con la lanza de Kama y explora la ruta de Hohiro. Quiero que los traigas lo más deprisa que puedas, y quiero que estés listo para disparar. Galen, tú, Murphy, Hudson y Cooper, formad vuestras lanzas conmigo. Daremos un rodeo e intentaremos atraer a los Clanes hada el oeste. Mades, tú toma el mando del resto de la unidad y permaneced aquí para enfrentaros a los que no despistemos. Cuando os dé la orden, o si no recibís más noticias nuestras, entrad de nuevo en la Valiant Wtsdom y largaos de aquí. ¿Está claro?
—Clarísimo, señor.
—Bien —dijo Victor, inspirando hondo—. Entonces, vamos allá.
En el último avistamiento claro que habían hecho de la unidad de los Clanes que se aproximaba a ellos la habían identificado como un núcleo entero, que equivalía aproximadamente al doble de los ’Mechs que Victor iba a llevarse consigo. La única nota de esperanza era que los Clanes no habían dejado una unidad de primera línea en Teniente, sino sólo una fuerza de guarnición. Por tanto, su equipo no estaba formado sólo de OmniMechs.
Una voz interior le gritaba que aquello era un acto suicida. Recordó que en el Nagelring había ciertos jugadores de ajedrez muy malos que eran famosos por dominar un tipo de defensa kamikaze, también conocida como «general Custer». Aquella táctica se transformó en «el plan Custer» para referirse a ciertos cadetes que se mostraban incapaces de concebir la manera de conseguir una victoria, o simplemente lograr un resultado aceptable, durante los ejercicios tácticos.
Sin duda alguna, dividir las propias fuerzas frente a un enemigo superior tenía todas las características de un «plan Custer», y a Victor le dio miedo esa idea. Por la misma razón sabía que el comandante en jefe de los Clanes no podía concentrarse totalmente en él a causa de una posible ofensiva de ComStar. Si está lo bastante distraído, podríamos atraerlo muy lejos y después volver. Abrió un canal de comunicación con la Foresight.
—Capitán Coir, ve a recoger a los rezagados del grupo de Kurita.
—¡Sí, señor!
Detrás de él, la Foresight encendió su reactor, iluminando el paisaje con una luz argéntea como si fuese una antorcha de iones, y empezó a cruzar el cielo nocturno. Los negros ’Mechs de los Espectros proyectaron largas sombras en el suelo. Mientras ascendía la nave, la oscuridad iba cubriendo de nuevo a los ’Mechs.
Victor echó un vistazo a su mapa táctico y dijo:
—Vamos a tomar un poco de velocidad. Según este mapa táctico, no pueden estar a menos de diez kilómetros, pero esto me da mala espina.
—De acuerdo —asintió Galen—. No me fío de los informes de los espías, sobre todo si los recibimos de ComStar.
Victor aceleró el Daishi a su máxima velocidad e inició una carrera hacia el oeste que, de acuerdo con su propósito, debía llevarlo de regreso al este justo antes de que atacaran a los Clanes. Si mantenía la velocidad y teniendo en cuenta la distancia que supuestamente los separaba, le quedaban casi diez minutos hasta que las unidades se encontrasen cara a cara. A seis minutos de carrera, una hilera de colinas que se extendía de norte a sur cruzaba la ruta de Victor.
—Galen, al llegar al otro lado de esas colinas viraremos un poco al norte y luego iremos al este —dijo. Miró el mapa táctico y vio que los Clanes estaban aún a tres kilómetros—. Los sorprenderemos.
—Recibido. Abrid bien los ojos, chicas y chicos: ahora entramos en la zona de peligro.
Mientras las palabras de Galen resonaban aún en sus oídos, Victor subió una colina y miró al otro lado. ¿Zona de peligro? No, esto es el mismo infierno.
La relativa seguridad de la vertiente occidental también había atraído al jefe de los Clanes. Cuando Victor llegó a la cumbre, vio dos docenas de ’Mechs corriendo en la noche. Sus ordenadores los marcaron todos con un número de identificación y un modelo. Enseguida comprendió que el jefe de aquella unidad había enviado a los ’Mechs más pequeños y rápidos a una marcha rápida para aislarlos de los que venían para reforzar su posición. El jefe de los Clanes no podía saber que los refuerzos no eran más que un grupo de maltrechos ’Mechs de Kurita, cuyo mal estado les impedía afrontar una batalla en serio.
—¡A ellos, Espectros! —exclamó Victor.
Lanzó dos enjambres de MCA Streak a un Hornet de los Clanes que corría a gran velocidad. Cuando el Daishi fijó el blanco, una docena de misiles volaron hacia éste y le dieron sucesivamente, arrancando parte del blindaje del pecho y de la pierna derecha. El piloto trató de resistir la fuerza de las explosiones, pero el ’Mech, desequilibrado, cayó y rodó por el suelo.
Victor vio que un Centurión de los Clanes le lanzaba una andanada de misiles MLA surgidos del centro de su pecho. Antes de que se le ocurriera siquiera una maniobra evasiva, oyó un agudo gemido en el pectoral derecho del Daishi De los diez misiles que habían volado hacia él, sólo seis tenían el blanco fijado. Esos proyectiles desaparecieron cuando el sistema antimisiles montado en el Daishi lanzó una salva de cartuchos que los destruyeron en pleno vuelo.
El príncipe centró el punto de mira en la silueta del Centurión. Apretó el pulgar y disparó un proyectil plateado del rifle Gauss, que trazó un arco desde el arma que tenía montada en el brazo izquierdo. Perdió el proyectil de vista, pero entonces vio que el Centurión sufría una sacudida cuando la gigantesca bola casi le arrancó el brazo izquierdo.
El Crusader de Galen sobrevolaba el campo de batalla, sostenido por los chorros plateados de los retropropulsores que llevaba en la espalda. Disparaba unas andanadas de MLA desde los lanzamisiles de los hombros hacia blancos alejados, mientras los MCA Streak que llevaba en las piernas volaban hacia todos los que se acercasen demasiado. Cuando volvió a aterrizar, una doble andanada de MLA impactó en un Firestarter de los Clanes que había emprendido la huida.
—¡Victor, gira a la izquierda! —exclamó alguien.
De forma refleja, el príncipe viró el OmniMech a la izquierda. Vio por el rabillo del ojo que un Vulcan disparaba el láser pesado y el medio y que los rayos atravesaban el lugar donde había estado unos segundos antes. En medio de la confusión casi habría jurado que la voz que le había avisado era la de Kai. No es posible. Kai está muerto. Entonces, ¿quién?
Un Hunchback de tórax cilindrico se volvió para enfrentarse al Vulcan. El cañón automático Kali-Yama que llevaba montado sobre el hombro arrojó fuego y retumbó como un trueno. El chorro de cartuchos de uranio reducido acertó justo a la derecha de la cintura del Vulcan y atravesó su torso como si aquel ’Mech de los Clanes estuviera hecho de queso tierno. Fragmentos de blindaje, mezclados con pedazos de su esqueleto de endoacero, sembraron el suelo mientras el ’Mech se torcía como si quisiera protegerse su costado destrozado. Dio un paso corto adelante y la parte superior del torso giró y se partió por el lugar donde le había dado el Hunchback.
—¡Gracias por la ayuda! —exclamó Victor, saludando a su salvador.
—Gracias por tu fe, Victor —contestó Renny Sanderlin, riendo con alegría.
A lo largo del frente, los Espectros arrojaban una lluvia de fuego y misiles a los ’Mechs de los Clanes. Una parte de Victor odiaba contemplar cómo aquellos pequeños ’Mechs eran machacados y pulverizados por sus propias fuerzas, muy superiores. Sin embargo, aquella aversión desapareció en cuanto recordó cómo había sido diezmado el Duodécimo de Guardias de Donegal por unas fuerzas muy superiores de los Clanes. Nos superaron incluso en Alyina, cuando sabíamos lo que nos esperaba. Esto es la revancha.
Los Espectros avanzaban a medida que los Clanes iban frenando su marcha y comenzaban a dar media vuelta. Sus tropas presionaban más y más a los Clanes, concentrando su fuego, y derribaban un ’Mech detrás de otro. En la oscuridad, aquellas máquinas de guerra parecían el foco de un centenar de rayos láser y misiles. Las explosiones los iluminaban y los derribaban, mientras que los rayos de energía fundían sus blindajes en nubes de vapor ferrofíbroso. Los ’Mech, prácticamente «despellejados», seguían corriendo hasta que más láseres y misiles les desgarraban los músculos de miómero y aplastaban los huesos metálicos.
—Espectros, retiraos —ordenó Victor al ver que su línea empezaba a dejarse arrastrar por la retirada de los Clanes.
—Perdón, señor, pero los hemos hecho huir.
—Déjalos, Murphy —intervino la voz de Galen—. Es probable que el jefe de los Clanes nos esté esperando para darnos la bienvenida si nos acercamos demasiado a ellos.
—Podemos darle una paliza también a él.
Victor oyó en la voz de Murphy todas las esperanzas y los deseos del resto de los Espectros. Comprendía su deseo de perseguir a los Clanes. Libres del miedo a sus atormentadores, libres del terror que los había acosado desde la primera vez que los Clanes habían atacado la Esfera Interior, sus hombres querían que los Clanes los temiesen a ellos.
Lo entendía, porque él tenía esa misma idea.
—Retiraos —insistió—. No vamos a reconquistar esta roca; sólo vamos a llevarnos sus recursos más valiosos.
Echó un vistazo al mapa táctico y, aunque no pudo ver el grupo principal de los Clanes, sabía que debía de hallarse cerca de las Naves de Descenso. No esperaba que los ’Mechs de los Clanes estuvieran tan lejos. ¿A cuánta distancia dejaría ir el grupo principal a sus estrellas exploradoras?
Víctor conectó la radio.
—Galen, utiliza los retropropulsores de salto y echa una ojeada a nuestra ruta de regreso. El grupo principal de los Clanes debe de estar cerca.
—Recibido.
El ruido de la estática llenó la frecuencia cuando los propulsores de iones del Crusader lo elevaron por los aires.
—Victor, veo una eran fuerza de los Clanes avanzando hacia nuestras Naves de Descenso —dijo Galen—. Han separado unos ’Mechs que vienen hacia nosotros.
Mientras el Crusader descendía, Victor activó la frecuencia de banda ancha para dirigirse a todos sus guerreros.
—Abrid bien los ojos. Los Gatos Nova se encuentran entre nosotros y el viaje de vuelta a casa. Vamos.
Al subir las colinas que los habían mantenido ocultos de las estrellas de exploración a las que habían sorprendido, Victor vio que las llanuras de Teniente se habían convertido en un infierno. Mediante la telemetría de dos de los ’Mechs más pequeños de los Espectros, las lanzas de apoyo dispararon unos MLA sobre las colinas que cayeron sobre los Gatos Nova. Las explosiones hicieron temblar la tierra e iluminaron la noche con cegadoras bolas de fuego.
Al frente de una lanza extrarrápida, el Daishi de Victor bajó por la ladera a toda velocidad. Chocó contra un pequeño Dasher de los Clanes, al que tumbó de espaldas en medio de una lluvia de fragmentos de blindaje. Haciendo medio giro, disparó el rifle Gauss contra su pecho y lo dejó tumbado en el suelo con unos misiles de corto alcance que penetraron en el orificio que había abierto.
Un Loki de los Clanes, totalmente negro salvo por un resplandor azul que brillaba en el centro de su torso, atravesó el fuego de misiles y apuntó con sus armas a Prometeo. El cañón automático que el Loki llevaba en el brazo izquierdo escupió llamas al lapizarle una ráfaga de cartuchos a la pierna derecha. A su vez, el rifle Gauss de su brazo derecho lanzó una bala plateada que, al dar de lleno en el costado derecho del Daishi, lo hizo girar y lo derribó al suelo.
El príncipe se preparó para el golpe y sonrió cuando no saltó ninguna chispa en su carlinga. Apoyó en tierra el brazo izquierdo de Prometeo y se incorporó lo suficiente para apuntar al Loki con el brazo derecho del ’Mech. Centró el punto de mira en su silueta, pero, antes de que pudiese disparar sus láseres pesados, un Mech se acercó por la derecha y atacó al Loki.
Era el Hunchback de Renny Sanderlin, que disparó una andanada de su cañón automático Kali-Yama. La línea de destrucción se trazó de derecha a izquierda, de un hombro al otro, y partió la cabeza y la carlinga del Loki, decapitándolo. El ’Mech, que había retrocedido ante el ataque, cayó hacia atrás y se desplomó como un montón de chatarra inerte.
Victor iba a radiar otro mensaje de agradecimiento a Renny, pero brotaron unas llamas del costado derecho del Hunchback, que se tambaleó violentamente hacia la izquierda mientras varios fragmentos del blindaje saltaban por los aires. Un rayo láser atravesó la nube de humo resultante y el Hunchback tropezó con las piernas del Daishi. Victor notó que su máquina rodaba un poco mientras la de Renny caía al suelo.
Aunque ahora estaba de espaldas a la dirección de la que procedía el ataque, Victor pudo alcanzar a ver el Thor que había convertido el ’Mech de Renny en chatarra. ¡Estoy tumbado del lado contrario! Mientras el Thor avanzaba, Victor trató de torcer el brazo derecho del ’Mech para apuntarle. ¡Está fuera del arco de movimientos! ¡Estoy perdido!
El Thor apuntó a Victor con el cañón automático de su brazo izquierdo. El piloto centró su mira en la nuca de Prometeo, como si fuera a dar el tiro de gracia a un animal herido y dio un paso adelante para asegurar la puntería.
Entonces sufrió una sacudida, como si hubiese pisado alambre electrificado. Victor contempló cómo el blindaje de su torso adquiría un tono rojizo, y luego blanco. Se abrió un agujero redondo a la altura del corazón del Thor hasta que los vestigios de cuatro rayos de un láser pesado brillaron en las brechas abiertas.
—¿Qué demonios pasa? —dijo Victor, levantando su ’Mech, mientras el Thor quedaba paralizado por unos instantes y caía despacio a un lado—. Quienquiera que haya disparado a ese Thor, muchísimas gracias.
Una distante señal de radio llena de estática le respondió.
—Ha sido un placer, Víctor Davion.
—Hohiro, ¿eres tú?
—En efecto, Jefe Espectro. El 311.º de Regulares de Pesht llega ahora mismo. —A lo lejos, Victor vio cómo se acercaban corriendo los ’Mechs de Kurita—. En vuestra primera visita al Condominio, no querríamos por nada del mundo que sucediera ningún incidente desafortunado a nuestros invitados.