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Quebradas de Teeganito Astako,

continente de Aluria, Hyperion,

Zona de ocupación del Clan de los Lobos

8 de marzo de 3052

Sentado en la carlinga de su OmniMech Nova modificado, Phelan se sintió por unos instantes como si fuese un rey contemplando sus posesiones. Los arroyos serpenteantes y los cañones de tierra roja y dura se extendían a su alrededor hasta donde los sensores ampliados de su ’Mech le permitían ver. El calor se elevaba de la tierra en temblorosas ondas, suavizando las aristas del terreno y difuminando los pequeños remolinos de arena que danzaban a lo lejos.

Phelan se permitió una sonrisa imprudente. Un reino adecuado para mí. Es tan desolado como mis probabilidades de ganar esta batalla por el Nombre de Sangre.

Phelan había participado por segunda vez en el ritual de decisión de una competición de Nombre de Sangre. Natasha había supervisado el ritual porque tanto Phelan como su contrincante, Glynis, servían en el Decimotercero de Guardias de Wolf. Cuando le pidió que expresase sus méritos, Phelan repitió la misma letanía de éxitos que la vez anterior, y añadió: «En Hyperion encabecé la defensa del pantano de Simmons y perseguí a los renegados en las tierras yermas. Antes del combate de hoy derroté a un Elemental, Dean, por el derecho a participar ahora».

Glynis, una mujer pequeña con la cabeza exageradamente grande que era típica de los pilotos aeroespaciales de los Clanes, declaró sus logros con mayor frialdad: «Maté al primer Jaguar de Humo incluso antes de mi prueba de salida del sibko. Durante la invasión he derribado diez cazas y he destruido cinco ’Mechs en tierra firme. En Hyperion he añadido dos cazas a mi cuenta y he limpiado las llanuras de fuerzas blindadas. Antes del combate de hoy maté a un MechWarrior, Manas, por el derecho a participar ahora».

Phelan había oído de labios de Vlad, con todo lujo de detalles, cómo Glynis había hecho pedazos a Manas. Este había cometido el error, según Phelan, de configurar un OmniMech para una batalla directa contra un Omnicaza, y luego había ofrecido a Glynis enfrentarse en una llanura que le permitía dispararle sin obstáculos. Por supuesto, también le eliminaba los obstáculos a ella; por eso murió.

Una vez más, el medallón de Phelan ganó la carrera y lo convirtió en el cazado. Glynis eligió de inmediato el combate aumentado que, como Phelan sabía muy bien, los igualaba mucho más en el campo de batalla. Su Omnicaza aeroespacial disponía de muchas más armas y velocidad que cualquier ’Mech de clase equivalente que él pudiese encontrar.

Siendo el cazado, a Phelan volvió a corresponderle elegir el terreno. Tras haber perseguido a guerrilleros de Rasalhague en las quebradas, sabía lo traicionero y peligroso que podía ser aquel laberinto de desfiladeros. Recordaba en particular que Carew y los demás pilotos asignados para su cobertura aérea habían tenido problemas para localizar y disparar a sus enemigos entre los estrechos y retorcidos pasos entre las montañas.

Si a ellos los protegió de nuestros cazas, debería favorecerme a mí también, pensó. Había planeado comenzar en el laberinto, pero Natasha le había avisado que ocultarse y preparar emboscadas al enemigo no era una conducta apropiada en una competición por el Nombre de Sangre. Phelan recordó que la Viuda Negra no se había mostrado impresionada en lo más mínimo cuando Phelan se burló de la idea de que un ’Mech pudiese preparar una astuta emboscada a un caza aeroespacial.

—Una emboscada no es más que tomar a un avión por sorpresa —comentó—. Eso no debería ser difícil para un guerrero con tu inventiva.

Sobre el papel, no… Por cuarta vez desde que lo habían dejado en el planeta, Phelan comprobó sus armas. El torso cúbico del Nova se elevaba sobre la carlinga y albergaba el equipo de balizas NARC y las toberas de lanzamiento. Aunque este espacio podría haberse llenado mejor con otra arma, si lograba un impacto con una tobera NARC, marcaría el caza de Glynis con una baliza de señalización. Con esto, sus misiles de largo alcance serían más eficaces, cosa que deseaba con fervor.

Los hombros del ’Mech sostenían dos gruesos brazos. En el izquierdo, Phelan había puesto un cañón automático LB10-X y su munición. Había especificado una carga de municiones con las que esperaba sorprender a Glynis. En el brazo derecho llevaba un lanzamisiles de largo alcance y bastidores de misiles suficientes para sostener una larga batalla.

Uno de los techs que trabajaban para modificar su Nova había comentado que Phelan salía con municiones suficientes para afrontar un asedio, no una escaramuza. Phelan se había reído con el comentario, pero en el fondo sabía que el tech tenía razón al extrañarse de la elección de Phelan. Era consciente de que el Omnicaza de Glynis, un Visigoth, era capaz de arrancar pedazos de su ’Mech en cada pasada mientras que él tenía configurada su máquina para convertir poco a poco el caza en escombros. La única posibilidad que tenía Phelan de ganar era sobrevivir el tiempo suficiente para utilizar tanta munición como le fuese posible.

Una luz roja de aviso parpadeó de forma apremiante en su consola de mandos. Phelan activó un mapa de radar del área, y el ordenador resaltó un objeto que se movía con rapidez en un rumbo que lo llevaría justo donde estaba él. Manejó las palancas de mando de cada brazo de su silla y puso los retículos de punto de mira en el centro de su pantalla holográfica. El ordenador condensó una vista de trescientos sesenta grados del área en sólo ciento sesenta grados, pero Phelan únicamente observaba su centro, y sus ojos oscilaban entre éste y la pantalla de radar de su monitor auxiliar.

El caza aeroespacial se aproximaba a una velocidad de más de cuatrocientos cincuenta nudos, lo que lo convertía en un blanco durante menos de tres décimas de segundo. El retículo de mira de Phelan parpadeó en la pantalla y apretó los tres disparadores. El Nova sufrió una sacudida a causa del retroceso cuando el cañón automático de su brazo izquierdo arrojó unos cuantos fragmentos de metal a la nave. El brazo derecho, a su vez, lanzó una andanada de misiles. De encima y detrás de la carlinga, el sistema NARC también lanzó un pequeño proyectil que siguió la estela de los más mortíferos MLA.

Una cegadora luz azulada llenó la ventana de visión de Phelan cuando el Visigoth disparó su cañón de proyección de partículas en su primera pasada. El rayo artificial abrió una hendedura irregular en el costado derecho del Nova. El ’Mech se inclinó peligrosamente a la izquierda, y fragmentos humeantes de blindaje ferro fibroso cayeron al suelo.

Phelan luchó por recuperar el control de su ’Mech mientras los MLA del caza abrían cráteres en el terreno a su alrededor. No le acertaron, pero fallaron por muy poco y la metralla repiqueteó contra la carlinga del ’Mech como una pesada lluvia. Unos rayos de color rubí atravesaron la nube de polvo y guijarros, pero sólo uno dio en el blanco, y fue cuando el caza ya se alejaba.

El ordenador del Nova dio una imagen pesimista de sí mismo en el monitor secundario. El rayo del CPP había destrozado casi por completo el blindaje del costado derecho y el láser había abierto un enorme agujero en el blindaje posterior del lado izquierdo del torso. Otro impacto en cualquiera de estos dos sitios, y Glynis alcanzaría las estructuras internas del ’Mech. Eso hacía vulnerables tanto el motor como los giroestabilizadores, por no hablar de todo el esqueleto de endoacero que sostenía al BatdeMech.

Sólo dos cosas lo alegraron. Cuando conmutó la modalidad a sensores infrarrojos, vio que el Vtsigoth brillaba como una supernova en el cielo nocturno. Glynis había empleado todas sus armas en el ataque inicial, probablemente con la esperanza de destruirlo a la primera. Pese a que casi lo había conseguido, el calor que aquellas armas habían generado la obligaría a demorar su siguiente ataque para bajar la temperatura de su nave. Como su velocidad la había llevado más allá del rango de las armas del ’Mech, Phelan supuso que Glynis reduciría la velocidad y tardaría un rato en regresar.

Eso le proporcionaba algo de tiempo, que él necesitaba de manera desesperada para salir de los riscos y entrar en el desfiladero. La vulnerabilidad del costado derecho lo obligaba a buscar una posición defensiva que forzase a Glynis a ser más cautelosa en su siguiente pasada. Si ella reducía su velocidad en unos cien nodos, él podía tener una oportunidad de hacer un buen disparo con su lanzador de MLA.

Phelan sonrió al ver que una luz piloto de color azul parpadeaba en su consola de mando. Sus MLA y su cañón automático habían fallado, pero el proyectil NARC había marcado el caza. Cuando impactaba en el blanco, este misil activaba una pequeña baliza que atraía a los MIA. El ritmo del parpadeo se hizo más lento a medida que el caza se alejaba.

—Casi has acabado conmigo esta vez, Glynis —dijo en voz alta—. Ahora me toca el turno.

Phelan hizo subir corriendo el ’Mech hasta la cima de la estribación y luego descendió hacia el este. Sabía que la imagen del ’Mech se borraría de la pantalla del radar de Glynis, como el caza había desaparecido de la suya, pero eso no le importaba. Tras varios meses de entrenamiento con Carew, había aprendido cuál sería la respuesta de su contrincante.

Phelan empezó a bajar con paso inseguro por una larga pendiente cubierta de rocas desprendidas. Algunas tenían un tamaño similar a un aerocoche, mientras que otras hacían parecer un enano al ’Mech. En algunas zonas le proporcionaban cobijo, lo cual agradeció. Utilizando las poco desarrolladas manos del ’Mech para mantener el equilibrio, siguió bajando hacia el suelo de un estrecho desfiladero.

De pronto, la pantalla del radar informó de un vuelo alto del Visigoth y la luz piloto de NARC comenzó a acelerar su parpadeo. Tal como él esperaba, la trayectoria indicaba que Glynis se acercaba por un nuevo vector, sólo para confundirlo. El MechWarrior sonrió y levantó el brazo derecho. Cuando el caza pasó por donde él estaba y la luz piloto de NARC parpadeaba al mismo ritmo que su corazón desbocado, Pnelan lanzó una andanada completa de misiles.

Es buena. Tengo que admitirlo. Pareció como si Glynis hubiese apoyado el Visigoth en su ala derecha, mientras levantaba el morro de la nave en un esfuerzo por eludir los MLA que subían hacia ella. Aunque su maniobra podría haber salido bien en circunstancias normales, la baliza NARC atrajo los misiles como una red arrastra un banco de peces. Los MLA salpicaron el fuselaje de la nave, desde el morro hasta el motor, pero apenas destruyeron parte de su pintura y del blindaje.

Sólo debo de haberla enfurecido, pensó Phelan, deprimido. El caza se desvaneció más allá de la entrada del desfiladero, pero Phelan estaba totalmente seguro de que volvería. Bajó por la ladera casi dando saltos, luchando con los controles para que su titán mecánico se mantuviera erecto y equilibrado. Echó un vistazo a la luz piloto de NARC y, al ver su parpadeo constante, compren dio que Glynis estaba acercándose.

A pesar de este aviso, el ataque de Glynis llegó por sorpresa. En un osado movimiento, el caza redujo bruscamente la velocidad y apareció sobre el borde del desfiladero disparando sus armas. La nave, convertida en un espectro plateado de muerte, permaneció suspendida durante un segundo, escupiendo fuego por ambas alas, y volvió a marcharse.

Pilló a Phelan en mitad de un salto con dos andanadas de MLA. La primera de ellas falló e hizo saltar por los aires una lluvia de piedras. La segunda acertó al Nova en el costado izquierdo. Los misiles arrancaron parte del blindaje del torso y de la pierna izquierda, pero no consiguieron perforarlo.

Sin embargo, los misiles que le dieron en la pierna izquierda ayudaron a desequilibrarlo. Mientras descendía el ’Mech, que pesaba cincuenta y cinco toneladas, la pierna izquierda se dobló bajo el cuerpo. Por mucho que Phelan se esforzó por mantenerla erguida, la enorme máquina de guerra se inclinó hacia la izquierda como si estuviese borracha y empezó a dar vueltas de campana por la pendiente de rocas de medio kilómetro hasta el suelo del desfiladero.

En la carlinga resonaron bocinas de alarma y chirridos metálicos. Phelan gritó al sentir que los cinturones de seguridad de la silla de mando se le hundían en el cuerpo y luego volvían a lanzarlo contra el asiento. Sabía que intentar controlar va su caída era como desafiar la gravedad, por lo que cruzó los brazos del ’Mech sobre la cintura y empezó a rezar.

El Nova se estrelló con una sacudida tan fuerte que Phelan pensó que Glynis debía de haber lanzado otro ataque con sus misiles. Otros impactos sacudieron el Nova, pero Phelan necesitó algunos segundos para ciarse cuenta de que eran rocas que se precipitaban al suelo a consecuencia e los anteriores disparos de la mujer, no municiones reales. Ya es bastante malo que tenga que combatir con una as de la aviación, ¡perola elección del campo de batalla también me está perjudicando!

La lectura del ordenador que apareció en el monitor secundario le indicó cuánto lo odiaba aquel terreno. La caída por la ladera había destrozado buena parte del blindaje frontal y trasero del ’Mech, aunque ninguna área estaba totalmente destruida. Gracias a cruzar los brazos, se había protegido de la mayoría de los daños, aunque el diagrama del brazo derecho indicaba un fallo en el mecanismo de alimentación. ¡Maldición! Eso quiere decir que el único bastidor de misiles que llevo allí está inutilizado. Tengo munición suficiente para aguantar un asedio, pero no puedo dispararle.

Lo peor de todo era que la pierna izquierda del Nova había sufrido graves daños. Casi todo el blindaje había saltado. Los huesos de endoacero de la espinilla estaban doblados y retorcidos de tal forma que el ’Mech sólo podía apoyar el pie izquierdo de puntillas. Cuando Phelan irguió su máquina, empleando las manos para quitarse las piedras, descubrió que la pierna podía soportar su peso, pero había perdido toda su capacidad de movimiento. Frustrado, golpeó la consola de mando con el puño.

—¡Máquina strava! ¡Librenacida! Lo único que me queda por hacer es morir.

Extendió la mano hacia el botón de eyección, pero se detuvo. Mientras tanto, el Visigoth sobrevolaba el área como un tiburón a la espera de los náufragos que saltaran de un barco que se hundía.

Una parte deel quería hacer señales a Glynis para decirle que había ganado; sin embargo, se contuvo. No iba a saltar, porque no tenía ninguna garantía de que ella no hiciese otra pasada para matarlo de todos modos. Phelan no creía que ella estuviese tan sedienta de sangre, pero en una batalla por un Nombre de Sangre todas las convenciones normales quedaban al margen.

No obstante, no fue por temor a su vida que apartó la mano del botón de eyección. Que iba a perder no era ninguna sorpresa para él, ya que había comenzado la batalla en clara inferioridad de armamento. Pero la lucha se estaba librando por algo tan estúpido como un título, y él podía vivir sin eso. Tratar de salir de allí, de sobrevivir, le parecía algo lógico y sensato.

Lógico y sensato, si no eres de los Clanes.

Mientras aquellas palabras se formaban en su mente, Phelan sintió un sobresalto al comprender que reconocía su significado con total naturalidad. Se había criado en la Esfera Interior, pero siempre se había sentido un poco apartado de los demás. Sí, había amado a su familia —y aún la quería—, pero siempre se había sentido como si perteneciera a otro lugar. Era como si el mundo no estuviese totalmente centrado, y se sentía profundamente irritado cada vez que tenía que enfrentarse a las figuras de autoridad y a estructuras rígidas.

Era un sirviente como Ragnar cuando se había unido a los Clanes y había pasado demasiado tiempo tratando de averiguar quiénes eran y qué quería Ulric de él, para preocuparse de dónde y cómo encajaba en aquella sociedad. De forma extraña, se había dado cuenta de que la feroz naturaleza de los Clanes, que los obligaba a lanzarse constantemente unos contra otros para demostrar quién era el mejor, era adecuada para él. Como los miembros de los Clanes lo consideraban un extranjero, él luchaba para demostrar que era su igual. Al hacerlo, también definía quién era él.

Hasta aquel momento, no había entendido que, al amoldarse para afrontar los desafíos de los Clanes, se había convertido en uno de ellos. Aunque todavía podía reconocer y apreciar los valores con los que se había criado, el apremio y el empuje de los Clanes prevalecían sobre aquellos fragmentos de su pasado. Tres años antes, quizás habría intentado encontrar la manera de huir o de hacer pagar cara su muerte; en cambio, ahora buscaba la forma de derribar el caza de Glynis y ganar la batalla.

Porque es lo único lógico y sensato que un guerrero del Clan de los Lobos puede hacer.

Se giró el cinturón hasta ponerlo en una posición cómoda y evaluó su situación con rapidez. Su ’Mech se hallaba debajo de un saliente de la pared del desfiladero, que lo ayudaba a ocultarse de la vista de Glynis. Al levantar la mirada, vio un arco de cielo de unos veinte grados, lo cual reducía de forma apreciable el vector de ataque del caza. Teniendo la ladera de rocas a la derecha, la única dirección abierta para un ataque era que descendiese al desfiladero desde la izquierda e intentara dispararle con el CPP y los láseres delanteros.

Muy poco a poco, la luz piloto de la baliza NARC empezó a parpadear cada vez más deprisa. Phelan volvió a apoyar el Nova contra la pared del desfiladero y giró su torso a la izquierda. La lucecita azul se encendía y se apagaba con un débil ruido que sonaba cada vez con más frecuencia.

Sólo tengo un disparo con estos misiles. Más vale que me salga bien.

La luz piloto se mantuvo encendida, sin parpadear. El Visigoth se asomó al desfiladero como un halcón que hubiese visto un ratón, y el CPP de su morro proyectó su rayo azul a lo largo de la pared. Cayeron fragmentos de piedras, que rebotaron sobre la carlinga del Nova mientras se elevaban volutas de vapor de las rocas. Uno de los dos láseres delanteros del Visigoth salpicó la pared de orificios ardientes, mientras el otro fundía parte del blindaje del torso del ’Mech.

Phelan siguió al Visigoth al tiempo que pasaba por encima. La primera arma que disparó fue el cañón automático. La ráfaga de cartuchos desintegró el blindaje del extremo del ala derecha, pero apenas logró que la nave se estremeciera un poco. Giró el torso del ’Mech a la derecha y disparó una segunda ráfaga, que arrancó más blindaje del extremo de popa del fuselaje; sin embargo, ésta tampoco tuvo efectos visibles en el Omnicaza.

El ’Mech casi dio un vacilante paso adelante para lanzar los misiles en pos de Glynis, pero ella no logró ningún disparo claro. Levantó el morro del Visigoth y lanzó la nave a un elegante bucle que la llevó por encima de la ladera de rocas desprendidas. Se desvió de inmediato y, efectuando un tonel perfecto a la derecha, desapareció de la vista de Phelan.

La luz piloto de NARC empezó a parpadear más despacio.

—Tardaré una eternidad en derribarla —murmuró Phelan.

Echó un vistazo a su indicador de municiones del cañón automático y disparó dos ráfagas al aire. Así le quedaban las municiones de dispersión, las de tamaño más pequeño que podía llevar un ’Mech.

—Si riego el aire con esto, causaré más daños a nivel general —razonó en voz alta.

A medida que la luz de NARC comenzaba a acelerar su ritmo, empezó a desmoralizarse.

—Aun así no acabaré nunca si ella tiene un poco de suerte, mientras que yo tendré que resistir sus ataques y tratar de derribarla. ¡Maldición!, no es tan tonta como para ir a chocar contra estas paredes, y vuela demasiado rápido para que me arriesgue a malgastar estos misiles en un disparo afortunado. —Apretó los dientes, lleno de frustración—. ¡Si al menos se quedase quieta!

De pronto, se le ocurrió la solución. Mientras la luz indicadora de NARC parpadeaba cada vez más deprisa, Phelan pulsó el botón que desactivaba el sistema y giró el torso del Nova hacia la línea de ataque del caza. Entonces oyó el rumor de los motores de Glynis, que resonaban por todo el desfiladero.

Al verla, Phelan hizo rugir el cañón automático. Los cartuchos de dispersión arrojaron centenares de fragmentos de metal al aire, que arrancaron pedazos de blindaje de las alas, el fuselaje y la carlinga de la nave. Como respuesta, Glynis volvió a disparar el CPP y los dos láseres delanteros, pero los tres rayos de energía fallaron el blanco.

Phelan hizo girar bruscamente di torso del Nova y extendió el brazo derecho. ¡Ahora o nunca! Mientras Glynis empezaba a levantar el morro, él lanzó sus misiles. Carentes del sistema NARC para que los guiase, pasaron por debajo del vientre del Visigoth. Y dieron justo en el blanco.

La veintena de misiles que había disparado Phelan dieron en la pendiente de rocas a unos doscientos metros del caza de Glynis. Las fuertes explosiones arrojaron enormes peñascos al aire, directamente a la trayectoria de vuelo del Vtsigoth. A la velocidad con que volaba, Glynis sólo tuvo una fracción de segundo para reaccionar.

Su maniobra evasiva no fue suficiente.

Una roca triangular le partió el ala izquierda como si el caza estuviera hecho de madera o de papel. Eso aceleró la desesperada maniobra de Glynis e invirtió la nave. Bajó en espiral hacia la pendiente y dio una vuelta de campana. Cuando el ala derecha del Visigoth tocó las rocas, saltó en pedazos como un huesecillo y el blindaje se desprendió en medio de una nube de polvo de cerámica. El fuselaje se abrió detrás de la carlinga y los misiles que había allí explotaron, borrando todo rastro del Omnicaza.

Phelan contempló la pira de fuego que ardía en la ladera. Una parte de él quería llorar a Glynis, pero reprimió esa emoción.

—Ha sido un combate por un Nombre de Sangre —se oyó a sí mismo decir—. Ella conocía el riesgo, y no habría derramado una sola lágrima si hubiese sido yo quien estuviese en medio de esas llamas.

¿Pero es un Nombre de Sangre razón suficiente para verter sangre de forma innecesaria? ¿Y acaso matar por un título es más sensato que esta guerra de los Clanes contra la Esfera Interior?

Phelan reconoció sus dudas interiores asintiendo con la cabeza.

—Ahora soy miembro de los Clanes. Sus preocupaciones son las mías. —Empezó a subir despacio por la ladera con el Nova—. Pero no son las únicas.

Sonrió y fue a ver si, por algún milagro, Glynis había sobrevivido.