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Alyina
Trellshire,
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
8 de febrero de 3052
Kai Allard bajó el hacha en un gran arco y partió el tronco en dos. Dejó el hacha clavada en la madera y arrojó los dos pedazos al montón apilado en la parte trasera de la casa de los Mahler.
—No, Erik, no puedes persuadirme de que me quede aquí —dijo.
—No me has causado ningún problema —dijo el hombre de cabellos canos mientras se frotaba el hombro izquierdo, en el que, como sabía Kai, tenía una profunda cicatriz—. Y te estoy muy agradecido por tu ayuda.
Kai notó el tono de preocupación de su voz, pero se mantuvo inflexible.
—No sabes cuánto me has ayudado en las tres últimas semanas. Gracias a tener un techo y comida caliente, he podido recuperar todas mis fuerzas, y este trabajo duro parece dar más volumen a mis huesos. Pero, aparte de esto, la doctora Lear y yo estamos de acuerdo en que nuestra presencia es una amenaza directa para ti y para tu esposa. Si los Clanes nos atraparan aquí…
Mahler meneó la cabeza para negar la verdad que había en las palabras de Kai, aunque éste observó que parecía absorto en algún pensamiento.
—Los Clanes prácticamente han cesado todas sus actividades en este sector —dijo Mahler—. El planeta ha sido pacificado. Podríais quedaros aquí.
Kai arrancó el nacha del bloque de madera y puso otro tronco sobre él.
—Sabes tan bien como yo que la doctora Lear y yo tenemos responsabilidades con nuestros mandos. —Bajó el hacha y la madera saltó del bloque como consecuencia del impacto—. Sabes mucho más de nosotros de lo que los Clanes podrían considerar como una coincidencia. Además… —Kai se enjugó el sudor de la frente con el antebrazo y añadió—: Sabes que no soy Dave Jewell.
Mahler se cruzó de brazos en actitud defensiva.
—Aunque supiese quién eres en realidad, ¿por qué no habría de ayudarte? —preguntó. Se desabrochó su camisa de franela a cuadros rojos y negros y le enseñó la blanca cicatriz que le cruzaba el hombro izquierdo—. Los Dragones me hicieron esto en Styx cuando intentaban sacar a Melissa Steiner de la Silver Eagle. Los Demonios de Kell nos salvaron y tu tío era uno de ellos. No olvido mis deudas fácilmente.
Kai sintió un nudo en el estómago. Durante el último mes, a pesar de hallarse a años luz de su casa, atrapado en un planeta hostil y sin recursos, Kai había vivido con intensidad. La identidad de Dave Jewell le había venido bien, porque lo liberaba de su responsabilidad como Allard y como Liao. También lo había aliviado de la dolorosa sensación de que había abandonado a su familia, junto con la inmensa presión por alcanzar el triunfo que siempre senda. Sin embargo, aquel antiguo lastre volvió con fuerza redoblada en aquel momento, cuando Erik Mahler le recordó la heroica herencia que le había legado su familia.
—Esa deuda no me la debes a mí, Erik Mahler. La defensa que hiciste de Melissa Steiner hace un cuarto de siglo es un acto que debo recompensar acabando conel peligro de que los Clanes descubran que has estado dando cobijo a un enemigo —dijo, y partió otro tronco—. Como has averiguado el secreto de mi verdadera identidad, sabes que tengo el deber de ponerme en contacto con di Príncipe Davion, y también sabes que no puedo ni debo dejar que nada me impida cumplir con este deber mío.
Mahler titubeó por unos instantes; por fin, asintió despacio con la cabeza.
—Tienes razón. En realidad, siempre lo supe. No debí pedirte que te quedaras, sabiendo lo que tienes que hacer, pero creí que debía hacerte esta oferta. Y mi mujer siempre está preocupada por la doctora Lear y por ti. —Se ciñó la camisa de nuevo y se la abrochó—. ¿Estás seguro de que es una buena decisión llevarla contigo?
—Preferiría viajar solo, para ir más deprisa y reducir los riesgos, pero ella no permanecerá aquí para no perjudicaros —respondió Kai, mientras arrojaba los pedazos de leña a la pila—. Además, puede serme útil tener a mi lado a una persona experta en medicina para superar cualquier problema que tenga por el camino.
—No me refería a eso —dijo Mahler, resoplando como si fuera a echarse a reír—. Después de pasar la primera noche aquí, vosotros dos apenas habéis intercambiado algo más que saludos. Vuestra relación no parece que vaya a favoreceros para superar las dificultades que afrontaréis si sigues adelante con tu plan.
—Quizá tengas razón —admitió Kai, encorvando los hombros y lanzando un profundo suspiro—. Pero no creo que la doctora Lear dificulte mis esfuerzos. Es una mujer inteligente y competente. No podría pedir más a un compañero de viaje.
—¿De verdad? Entonces eres un hombre extraño, «Dave Jewell» —dijo Mahler, entornando los ojos—. Yo, en cambio, prefiero tener a mi lado a una persona que no me odie.
A pesar de las protestas de Kai y Deirdre, Erik Mahler insistió en llevarlos a la cercana ciudad de Dove Costoso con su aerocamión. Hilda les preparó un almuerzo y llenó la mochila de Kai con ropas de civil que había adaptado para ellos. Cuando Kai se negó a llevarse nada que no hubiese traído él mismo, Hilda le aseguró que había arrancado todos los distintivos que podrían permitir a los Clanes seguir la pista de sus benefactores. Kai supo de inmediato que ella no iba a permitir discusión alguna y lo aceptó.
Para sus adentros, se sentía muy satisfecho de todo lo que los Mahler habían hecho por él y por Deirdre. Hilda había arrancado los cables químicos de su chaleco refrigerante, convirtiéndolo en un atuendo caliente antibalas, que Kai podía llevar sin que se notara debajo de una de las camisas de lana que le había dado Erik. También quitó las costuras de algunos pantalones para que Kai pudiera calzarse sus botas de MechWarrior por debajo de las perneras sin llamar la atención. Incluso quitó toda señal de los rótulos con el nombre de Dave Jewell de la ropa que Kai había traído consigo.
Erik y Kai cubrieron el suelo del aerocamión con una mesa maciza que Erik había hecho y algo de leña cortada por Kai. Con Erik, Deirdre y Kai apiñados en los asientos delanteros, parecían una familia de las afueras que iba a Dove Costoso a vender sus productos en el mercado. Aquella era su tapadera. Kai ocultó su pistola de agujas bajo el asiento por si se daba el improbable caso de que una patrulla sospechase de ellos.
Hilda, con los ojos bañados en lágrimas, asintió para indicar su aprobación de los preparativos.
—Sabéis que siempre podéis volver, si tenéis que hacerlo —dijo.
—Lo sé —repuso Deirdre, y abrazó con fuerza a la anciana—. Muchísimas gracias por toda tu ayuda.
—Cuídate, Deirdre. Eso es todo lo que te pido.
Kai también abrazó a Hilda y le dio un beso en la mejilla.
—Muchas gracias, Frau Mahler. Todo irá bien.
—Enviad noticias si podéis.
—Lo haremos —prometió Kai, pero ambos sabían que era mentira.
La ruta que tomó Erik hacia Dove Costoso les hacía atravesar el pantano Bolliti.
—Habría sido un desastre para vosotros ir por este camino a pie. Aunque hubieseis logrado eludir los caimanes y las arenas movedizas, el brutto vapore habría puesto fin a vuestra excursión.
Deirdre, que iba sentada entre los dos hombres, frunció el entrecejo y se removió inquieta.
—¿El «feo vapor»?
—Nubes de insectos que viven en el pantano. Si no tienes un pellejo grueso o una buena pelambrera, te pican con su aguijón narcótico y te implantan sus huevos. Por lo general, la víctima permanece inconsciente durante los dos días que necesitan para abrirse; entonces las crías salen y van al pantano para continuar su ciclo reproductivo.
A Kai se le revolvió el estómago al pensar en aquellos bichos abriéndose paso por la carne hasta el exterior.
—La tasa de supervivencia entre quienes albergan esos huevos no es muy alta, supongo.
—No —dijo Erik—. Bueno, se dice que un Elemental de los Clanes sobrevivió a la eclosión de los nuevos, pero sólo es un rumor.
Tras dejar atrás el pantano, el aerocamión entró en la planicie ligeramente ascendente que llevaba a la cordillera Riscaldamento, en cuyas faldas se encontraba Dove Costoso. Justo antes de romper el alba, sus luces eran las únicas señales de vida humana hasta que el sol terminaba su lenta ascensión sobre las montañas. Al amanecer, Kai pudo distinguir algunas casas semejantes a la de los Mahler. La propia ciudad parecía pequeña en comparación con el tamaño medio de las urbes de su civilización.
—Tengo una pregunta —dijo Deirdre, mordisqueándose el labio—. Vamos a las instalaciones de ComStar de Dove Costoso para enviar un mensaje a Nueva Avalon, ¿no? Eso debe de ser muy caro y no tenemos tanto dinero. ¿Qué pensáis hacer al respecto?
—El mensaje será caro, pero hay formas de conseguir que envíen una transmisión sin pagas —respondió Kai.
—¡Oh, perdona! —lo interrumpió ella—. Había olvidado que tu palabra es ley en ComStar.
El ataque indirecto a su linaje dejó sin palabras a Kai por unos momentos.
—En realidad, doctora, me sorprende que no te hayas dado cuenta de que no tengo ninguna prisa en recurrir al nombre de mi familia cuando la propia Mancomunidad Federada nos proporciona los medios para enviar un mensaje. —Frunciendo el entrecejo, añadió—: Además, por ahora prefiero no anunciar quién soy.
—Haces lo posible por salvaguardar la reputación de infalibilidad de tu familia, ¿eh, leftenant?
—No es eso —repuso Kai, y sintió un escalofrío—. Algo va mal. Los Clanes sabían que Victor estaba en Alyina y fueron directo tras él. No quiero ponerme en una situación que pueda ser utilizada contra mi padre o contra Hanse Davion.
Mahler rodeó un rebaño de ovejas que cruzaban la carretera y preguntó:
—Entonces, ¿quieres mantener la identidad de Dave Jewell?
—No —contestó Kai—. En estas circunstancias, no creo que sea buena idea identificarme como militar de la Mancomunidad Federada. —Vio su reflejo en el retrovisor del aerocamión—. Con mis cabellos negros y mis ojos rasgados, podría pasar fácilmente como un expatriado del Condominio. ¿Qué tal suena Kevin Abunai?
—No está mal, pero todavía no entiendo cómo ni por qué enviará ComStar un mensaje de un tal Kevin Abunai a Hanse Davion.
Kai sonrió.
—La Mancomunidad Federada ha establecido varias cuentas secretas con ComStar, al igual que las grandes corporaciones y otras organizaciones. Sabiendo el número de la cuenta, podemos enviar un mensaje a Nueva Avalon y el Príncipe lo pagará. Según como esté configurada esa cuenta, el mensaje será prioritario o de un nivel inferior.
—¿Qué? Nunca había oído hablar de eso —dijo Deirdre, irritada—. ¿Por qué no fui informada de este sistema de números secretos? ¿O acaso está reservado a la gente de sangre azul?
—Está reservado a oficiales de tu rango o superior, de modo que sí fuiste informada, doctora, a menos que no se te adiestrara en técnicas de supervivencia y evasión —dijo Mahler.
—Cuando debía hacer ese cursillo me encontraba en una conferencia sobre medicina —explicó Deirdre, sonrojándose—. No consta en mi curriculum, pero…
—Raras veces se exige a los médicos que sigan los cursos de preparación más triviales que hacemos los demás —dijo Kai, sonriéndole con gesto tranquilizador—. No es ningún problema. ¿Sabes tu designador de unidad?
—El uno-cero-dos-cuatro.
—¿Tu código de rango y tu número de identificación de la Mancomunidad?
—G15a y 4432-44323-19826.
—Entonces ya sabéis el número que debéis dar a ComStar para enviar un mensaje a casa —dijo Mahler—. Si lo recuerdo bien, como G 15a el mensaje tendrá nivel semiprioritario. ¿No es así, leftenant?
—¿Eh? Sí, así es —contestó Kai, parpadeando—. Sí, sería un mensaje rápido.
—¿Qué? —inquirió Deirdre, volviéndose hacia él.
—Nada.
Kai bajó la mirada, evitando la de Deirdre. Lo que acababa de decir era tan revelador como misterioso. Su archivo personal decía que era de Odell, un planeta de la Marca Crucis de la Mancomunidad Federada. Sin embargo, su número de identificación empezaba por cuatro, y Kai sabía que eso quería decir que en realidad había nacido en la Marca Capelense, bastante antes de la guerra que había partido en dos la Confederación de Capela.
¿Tendrá su odio hacia mi algo que ver con aquella guerra? Hanse Davion envió a mi padre a espiar a Maximilian Liao, pero su tapadera acabó por obligarlo a dirigir buena parte del esfuerzo bélico de Capela contra la Federación de Soles. ¿Tal vez perdió a un pariente en aquella guerra? ¿Es por eso que me desprecia?
Erik aminoró la marcha del aerocamión al incorporarse al tráfico que se dirigía a la ciudad.
—Os llevaré a Dove Costoso y os dejaré a cuatro manzanas de la estación de ComStar. Todavía es una sede provisional, porque la ciudad se negó a cambiarla de zona a menos que ComStar les diese precios preferenciales de comunicación. Aun así, todos sus equipos funcionan, o eso me han dicho por lo menos.
—Gracias a Dios por todos estos pequeños milagros —dijo Kai. Se acercaba el final del viaje y era reacio a abandonar a Erik Mahler a su suerte—. Mira, Erik, después de dejarnos sal enseguida de la ciudad. Tengo un mal presentimiento.
—No se preocupe, señor Abunai —contestó Mahler—. Los recogí a usted y a su señora en la carretera y los llevé a la ciudad. No hablo japonés y su alemán es ininteligible. —Se rascó el hombro izquierdo, donde tenía la cicatriz, y añadió—: En cualquier caso, no me gustan los dracos, ¿sabe? Tal vez los denuncie yo mismo.
—Domo arigato —repuso Kai, haciendo una solemne reverencia. Buscó debajo del asiento y guardó la pistola en la mochila que tenía entre los pies—. Todo listo.
—Ya hemos llegado.
Kai abrió la puerta mientras el vehículo se detenía. Ayudó a bajar a Deirdre y cerró la puerta de un golpe.
—¿Qué puedo decir?
—Quien ha sido MechWarrior, lo será siempre —respondió Erik, sonriendo—. Que Dios os proteja.
Kai se echó la mochila a la espalda y ambos emprendieron la marcha por la calle. Les fue sencillo encontrar la sede de ComStar. Se encontraba en un edificio alto y estrecho, en el medio de una calle rodeada de callejones llenos de escombros. El patio delantero estaba cerrado con una valla de hierro forjado con alambre de espino, pero la puerta se encontraba abierta. Sólo una cámara montada en la pared del edificio la vigilaba.
El edificio le pareció a Kai más grande y ostentoso que otras instalaciones de satélite de ComStar que había visto en el pasado.
—¿Por qué eligió ComStar este lugar? En una ciudad tan pequeña como esta, parece que sería más apropiado tener una tienda con escaparate.
—No lo sé —dijo Deirdre, encogiéndose de hombros. Levantó la mirada y se estremeció—. Creo que no me gusta.
—A mí tampoco, pero no tenemos más elección que entrar.
Kai, seguido de Deirdre, cruzó la calle v subió la escalera de la entrada al edificio. Antes de que pudiera pulsar el timbre, la puerta se abrió y un acólito ataviado con una túnica amarilla los saludó con una sonrisa.
—Bienvenidos a la Casa de Blake. ¿En qué podemos ayudarlos?
El acólito los invitó a pasar con un gesto a un vestíbulo redondo, con el suelo de mármol a cuadros blancos y negros. Un pasillo se adentraba en el edificio, pasando por debajo de una escalera curvada que ascendía junto a la pared más alejada. A izquierda y derecha, unas grandes puertas dobles daban a habitaciones con elegantes muebles antiguos y adornos de gran belleza. Sobre sus cabezas colgaba un candelabro de cristal que iluminaba el vestíbulo.
—Soy Kevin Abunai, y ella es Denise Stratford. Nos gustaría hablar con el capiscol de esta estación. Queremos enviar un mensaje a través de una cuenta de destinatario.
El acólito hizo una reverencia, con la sonrisa aún congelada en su rostro.
—Esperen aquí, por favor.
Se fue por el pasillo y cerró la puerta a sus espaldas. En el mismo momento en que sonó el cierre, Deirdre se volvió hacia Kai.
—¿Denise Stratford? —siseó irritada—. ¿Cómo se te ha podido ocurrir eso? ¿Es un truco de espía?
—Denise es un nombre parecido al tuyo, lo que ayuda a recordarlo. Por eso yo me hago llamar Kevin. —Kai sonrió con timidez—. Stratford procede de Stratford-upon-Avon, el lugar donde nació…
—William Shakespeare, autor de El rey Lear —finalizó Deirdre. Sus ojos azules chispeaban, pero su enfado iba mitigándose por momentos—. Muy hábil, Kevin. Casi resulta fácil de recordar.
—De eso se trata —dijo Kai, y paseó su mirada de nuevo por el vestíbulo—. ComStar se ha gastado bastante dinero en arreglar este sitio… si las condiciones del barrio indican cómo debía de ser esto antes. ¿Por qué malgastar el dinero, si es una sede provisional?
—No lo sé.
Deirdre se arrodilló y arrancó una gota de pintura seca del zócalo de mármol negro de la pared.
—Esta pintura dorada es reciente y no recuerdo que hubiese una estación de ComStar en Dove Costoso antes de la invasión.
—Ni yo tampoco. Tengo la impresión de que este lugar es una especie de embajada o sede gubernamental, más que una estación de transmisión de mensajes de ComStar. El regreso del acólito interrumpió sus especulaciones.
—El vicecapiscol Khalsa los recibirá ahora —anunció, y señaló una silla situada junto a la puerta de entrada—. Pueden dejar aquí la mochila. Me encargaré de que nadie la toque.
Kai quería llevar consigo la mochila, puesto que contenía la pistola y el cuchillo que Victor le había dado, pero no podía arriesgarse a llamar la atención.
—Gracias, acólito —dijo. Dejó la mochila en la silla y siguió al hombre por el pasillo hasta un despacho grande que tenía las paredes cubiertas de paneles de nogal.
Un hombre corpulento vestido de escarlata se levantó detrás de su escritorio y alargó la mano hacia sus visitantes.
—¡Bienvenidos, bienvenidos! La Paz de Blake sea con ustedes. Siéntese, querida —susurró, estrechando la mano a Deirdre. A continuación tomó la de Kai entre las suyas y sonrió al MechWarrior con una sonrisa que a Kai le resultó extrañamente familiar.
Kai se sentó junto a Deirdre y se alegró cuando ella puso su mano izquierda sobre su diestra. Khalsa dejó caer su voluminosa masa corporal en un enorme sillón y se inclinó hacia atrás hasta que la luz del techo brilló en su calva recién afeitada.
—¿En qué puedo ayudarlos, señor Abunai y señora Stratford?
—Como le dije al acólito, tenemos que enviar un mensaje.
—Bueno, para eso estamos aquí —dijo Khalsa, y giró el monitor de su estación de trabajo para que Kai no pudiese ver la pantalla. Extrajo el teclado y preguntó—: ¿A quién va dirigido el mensaje?
—«Consolidated Manufacturing S A.», en Nueva Avalon —dijo Kai sonriendo, dando al vicecapiscol el nombre de una empresa ficticia—. Tiene que ir dirigido a la sede central.
—Un mensaje dirigido a Nueva Avalon será bastante caro —comentó Khalsa, arqueando una ceja.
—Tengo un número. —Kai cerró los ojos—. 1024-Gl 5a-4432-44323-19826. —Volvió a abrirlos mientras Khalsa tecleaba los números—. Creo que eso bastará para enviar el mensaje.
—Es un código militar davionés —dijo Khalsa. Kai sintió un leve temblor en la mano de Deirdre.
—¿Ah, sí?
—Me temo que sí. Y, por supuesto, «Consolidated» es una palabra en clave del Servicio de Inteligencia de la Mancomunidad Federada. —Khalsa frunció el entrecejo, mientras la luz que se reflejaba en sus ojos indicaba a Kai que estaba examinando varias pantallas de datos. El vicecapiscol meneó la cabeza como un maestro decepcionado por la pobre excusa de uno de sus alumnos—. No debieron intentar engañarnos, de verdad. Sabemos quiénes son ustedes.
—¿Qué importancia tiene eso? —inquirió Kai—. Le he dado el número de una cuenta. Usted debería aceptar el mensaje y enviarlo.
El oficial de ComStar negó con la cabeza de nuevo; al hacerlo, sus mofletes oscilaron, dándole el aspecto de un perro basset
—Me temo que no lo entiende. Los Clanes han conquistado este planeta y ComStar lo administra en su nombre. —La puerta que había detrás de Khalsa se abrió y entraron dos hombres armados con rifles automáticos—. Tendremos que detenerlos hasta que llegue una escolta que los conducirá a nuestro centro de reclusión.
Deirdre clavó su mirada en Kai.
—Creía que ese código no revelaría nuestra identidad.
—Y no lo ha hecho, doctora Lear —explicó Khalsa, sonriendo con cierta coquetería—. Ha sido usted. La ha traicionado su belleza. Recuerdo haberla visto en un concierto aquí, en Dove Costoso, una semana antes de Navidad. Esperaba tener la ocasión de conocerla. Desde entonces he estado vigilando si aparecía su nombre en las listas de detenidos que hemos reunido. No podía dejar que alguien como usted fuese encerrada con simples guerreros. Sería algo impropio.
—Me alegra ver que la sede local de Alyina de tu club de admiradores está en tan buenas manos —dijo Kai a Deirdre.
Deirdre le pidió perdón con la mirada y Kai le apretó la mano, en un gesto que quería ser tranquilizador.
El vicecapiscol se incorporó y, con un gesto de su gordezuela mano, indicó a los dos agentes ROM que avanzaran.
—Por favor, perdonen el lamentable estado de nuestras instalaciones, pero no puedo permitirme correr ningún riesgo con la doctora Lear. —Khalsa dio unos golpecitos en la pantalla del monitor—. Su archivo fue uno de los que recuperamos de unos equipos dañados de Davion. Aquí dice, doctora, que su nota en el cursillo de supervivencia y evasión fue de dos décimas por debajo de la máxima. Me temo que será enviada al calabozo hasta que podamos encontrar un alojamiento más adecuado. Kai le soltó la mano y dijo:
—Supongo que no me apartarán de ella. Yo soy inofensivo.
El vicecapiscol volvió a mirar la pantalla, pero meneó la cabeza en sentido negativo.
—No intente tomarme el pelo. A pesar de sus hábiles intentos de borrar todo rastro de su identidad, sabemos quién es. Somos demasiado inteligentes para usted. No puede engañar a ComStar. —Supongo que no.
Khalsa asintió mientras uno de los guardias ROM empujaba a Kai con el cañón del rifle.
—Supone bien. Ha sido sencillo seguir su pista gracias al contenido de su mochila. Al fin y al cabo, los holodiscos fueron enviados a través de ComStar. —El vicecapiscol suspiró con cansancio y agregó—: A ComStar no le agrada el engaño. Le sugiero que reflexione sobre esto mientras aguarda a ser trasladado a un campo de reeducación, señor Jewell.