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Centro de entrenamiento de Fort Ian, PortMoseby

Comarca de Virginia, Mancomunidad Federada

21 de marzo de 3052

Aunque las sombras de la sala de reuniones lo envolvían, Shin Yodama se sentía incómodo entre tantos oficiales de la Mancomunidad Federada. Estaba sentado a la izquierda de Victor Davion, enfrente de Galen Cox, y deseaba ser invisible. Observó que el asiento que había a su lado seguía vacío, y sólo Galen había intentado conversar con él antes de que se iniciara la reunión.

La tensión existente en la sala era tan intensa que casi lo asfixiaba. Durante una fracción de segundo se imaginó que estaba centrada en él; entonces rechazó la idea meneando involuntariamente la cabeza. No está centrada en mí, sino en este extremo de la mesa.

Unas holografías de BattleMechs caminaban por el aire sobre el centro de la mesa rectangular. Era la grabación de unos ejercicios, tomada desde las cámaras montadas en los Locusts que se utilizaban para tareas de observación, y mostraban la increíble potencia de fuego de aquella unidad de BattleMechs. En asaltos muy coordinados, combinaban sus disparos para reducir los blancos a cenizas en unos segundos.

Shin, aunque había estado presente en el ejercicio, se tomó su tiempo para revisar su evaluación de esta unidad, los Espectros de Víctor Davion. Se habían reorganizado en un batallón reforzado de poco más de cincuenta ’Mechs. La unidad estaba dividida a su vez en una compañía de apoyo, una compañía de asalto y dos compañías de respuesta rápida. La lanza de mando de Victor estaba compuesta de Mechs muy veloces, por lo que era un complemento de las compañías de respuesta rápida.

¡Y menudos ’Mechs!, pensó Shin. Gracias a sus conversaciones con Victor, sabía que ni siquiera el príncipe esperaba que esta unidad se organizase de forma tan rápida y positiva. En la batalla hologránca que se estaba librando encima de la mesa, vio unos BattleMechs que nunca antes habían aparecido en las batallas de los Estados Sucesores. Unidades del Axman, del Marauder II y un conjunto de otros modelos nuevos de ’Mechs formaban parte de las filas de los Espectros. El holovídeo de la sesión de entrenamiento parecía más un anuncio publicitario que una grabación de una unidad en acción.

Él OmniMech Daishi del propio Victor era la joya de la corona. Shin había visto imágenes de su estado después de la batalla de Alyina; sin embargo, su reparación se había terminado de una forma asombrosa. Su torso, cúbico y rechoncho, no mostraba ninguna marca de los daños sufridos en la batalla contra los Clanes y le habían reemplazado el pie derecho. Aunque sus piernas, semejantes a patas de ave, daban al ’Mech un aire extraño al caminar, Shin veía en la firme conducción de Victor una determinación mortífera que se correspondía con la aplastante potencia de fuego de la máquina. Su conjunto de misiles, láseres y cañones automáticos hacían que el OmniMech estuviera bien preparado para cualquier tipo de acción, desde misiones de apoyo con fuego de cobertura, hasta las batallas más feroces.

Incluso los ’Mechs normales que habían sobrevivido a Alyina, como el Crusader de Galen Cox, habían sido reemplazados por nuevas e inusuales reencarnaciones de sus antiguas configuraciones. El Crusader había perdido parte de su potencia de fuego en la recomposición de sus sistemas de misiles de corto alcance y la supresión de una ametralladora, pero la incorporación de un lanzallamas y de un sistema antimisiles compensaban de sobra aquellas pérdidas. Y, lo que era más importante, el nuevo Crusader disponía de retropropulsores de salto, que le daban mucha más movilidad. Gracias a unos radiadores de doble potencia, no se recalentaría tan pronto, lo que aumentaría su capacidad de mantener un ataque durante la batalla.

Victor accionó un interruptor al terminar el holovídeo y encendió las luces poco a poco. Shin observó la expresión muy seria de Victor mientras paseaba la mirada por los rostros de los jefes de sus lanzas. Si ha cambiado desde que nos adiestramos juntos en Outreach, ha sido sólo en madurez. El Dragón tiene suerte de que el hijo del Zorro sea nuestro aliado y no nuestro enemigo.

Victor señaló el lugar donde habían estado combatiendo los ’Mechs holográficos y dijo:

—Todos habíais visto estos holovídeos antes, pero quería que repasáramos juntos esta parte para deciros ahora que estoy muy satisfecho de nuestros progresos. Vuestros hombres colaboran bien y todos se han adaptado a los nuevos ’Mechs mucho más deprisa de lo que yo esperaba. Esto está bien y os felicito por esta mejora. —Mientras jugueteaba con la cremallera de su mono, añadió—: Se han incluido mensajes de felicitación en todos vuestros archivos con la firma de la general Kaulkas.

Estas palabras hicieron sonreír a los oficiales, pero no eliminó la tensión que se vivía en la sala. Shin sintió que los oficiales esperaban que se abordara el otro tema y las vacilaciones de Victor, fingidas o no, aumentaban el suspenso. De súbito, Shin sintió simpatía hacia aquel hombre.

—Han empezado a circular rumores entre los Espectros acerca de la naturaleza de nuestro entrenamiento —dijo Victor por fin—. Os he estado exigiendo mucho, y un gran número de vuestros hombres han notado que había un propósito en todos estos ejercicios. Sí, cada uno es diferente, en el sentido de que cada vez hemos hecho frente a una fuerza simulada de los Clanes con un enfoque distinto; pero siempre estábamos en una misión que tenía el tiempo limitado. Nuestra labor consistía en aterrizar, atacar fuerte al enemigo, mantener los refuerzos a raya el tiempo suficiente para evacuar a alguien, y luego irnos.

»Muchos han advertido también la llegada del sho-sa Yodama y sus ayudantes —prosiguió, volviéndose hacia Shin—. Se sienten incómodos por sentirse observados por oficiales del Condominio, y todos los integrantes de esta base saben ya que he pasado mucho tiempo hablando con el sho-sa Yodama. La cadena de rumores ha estado ligando ideas entre nuestros entrenamientos y el Condominio Draconis. Los rumores empezarán a circular a toda velocidad cuando Yodama y sus hombres formen una lanza más y empiecen a trabajar con nosotros en los equipos que han traído o que nosotros les hemos dejado.

Esta información desencadenó murmullos de juramentos y una sola exclamación de alegría entre los oficiales. Varias miradas feroces se clavaron en Shin como dagas, pero el yakuza las desarmó con una sonrisa. Un par de ellos se sonrojaron y bajaron los ojos, mientras que los oficiales más veteranos siguieron mirando al kuritano con gesto desafiante.

Victor hizo caso omiso de estos retos silenciosos y prosiguió:

—Lo que voy a decir no debe divulgarse más allá de estas cuatro paredes, al menos por el momento. Lo que estamos haciendo en estos ejercicios es prepararnos para una misión que nos llevará muy lejos de aquí. Todavía no he recibido permiso para lanzar la operación, pero hoy me reuniré con la general Kaulkas y dentro de dos semanas con el mariscal Morgan Hasek-Davion para discutirla. Sin embargo, antes de hacerlo debo estar seguro de que todos vosotros me respaldáis.

Levantó una mano para acallar las inmediatas declaraciones de lealtad. Luego, su mirada se perdió en la distancia mientras reflexionaba sobre sus siguientes palabras.

—Todos sabéis que, en efecto, he perdido dos unidades. El Decimosegundo de Guardias de Donegal desapareció cuando los Halcones de Jade los atacaron en la primera oleada de la invasión de los Clanes. —Una sonrisa burlona asomó a los labios de Victor mientras daba unas palmadas en el hombro a Galen—. Fui sacado del planeta y el hauptmann Cox se encargó de que lo obedeciese.

»La mayoría de vosotros estabais presentes en Alyina cuando los Halcones volvieron a destrozar mi unidad. Y algunos dicen incluso que habría perdido el Décimo de Guardías Ulanos, si Kai Aiiard no hubiera hecho una hazaña increíble al eliminar él solo a toda una unidad de los Clanes. Algunos incluso me consideran un Jonás cuyo hechizo de la buena suerte se llama Kai Allard. Ahora que lo hemos perdido, creen que cualquier unidad que yo dirija está condenada.

Victor inspiró hondo, y Shin compadeció al príncipe al ver cómo mostraba sus sentimientos más íntimos.

—Me temo que la situación no mejorará cuando os explique la misión. En resumen, es esta: Hohiro Kurita, heredero al trono del Dragón, está asediado detrás de las líneas enemigas por una fuerza superior de los Clanes. Lo último que supimos de él, en un mensaje de estado enviado hace tres semanas, es que sigue vivo y está escondido con su unidad. Es muy dudoso que pueda mantener su capacidad de combate por mucho tiempo, y su evaluación de la fuerza a la que nos enfrentaremos es, como mínimo, imperfecta.

»El Condominio no puede permitirse disponer de las fuerzas necesarias para organizar una operación de rescate. De hecho, si no se nos da permiso para continuar con esta operación, Hohiro Kurita no saldrá de Teniente. Nos estamos entrenando para desembarcar en Teniente, rescatar las fuerzas de Hohiro y escapar.

Shin vio expresiones de sorpresa en los rostros de la mayor parte de los oficiales, e irritación no disimulada en los del resto. Supuso que quienes parecían más molestos por las noticias eran veteranos de muchas batallas contra el Condominio Draconis. Se aferran a las viejas costumbres y siguen considerándonos un enemigo más peligroso que los Clanes.

—Sí, en efecto —continuó Victor, apoyando los puños sobre la mesa—, tenemos el propósito de rescatar a un fúturo gobernante de los Serpientes. No me importa si no os gusta ese aspecto de la misión, puesto que es intangible y carece de importancia. Todo lo que necesito de vosotros es vuestra confianza en mi capacidad para encabezar esta misión. Sin ella, cualquier misión, sea de rescate o no, sería inútil.

El príncipe se irguió y cruzó los brazos sobre el pecho en actitud defensiva.

—Os dejaré para que discutáis este asunto entre vosotros. Hablad con franqueza. No recibiré informes sobre quién dijo qué. Cuando hayáis decidido si pensáis que puedo dirigiros con tanca eficacia en una acción real como lo hago aquí, Galen me lo comunicará.

Victor dio media vuelta con un gesto brusco y salió de la estancia. Shin hizo ademán de seguirlo, pero Galen se levantó y se interpuso en el camino del yakuza.

—Preferiría que usted se quedara, sho-sa —le dijo—. Su información será tan valiosa y necesaria como la de cualquier otra persona presente en esta sala. —El MechWarrior miró al resto de los oficiales—. Empezad a hablar, amigos.

—Con mis excusas al draco, hauptmann —dijo una teniente—, no veo qué sentido tiene organizar una misión de rescate en el espacio de Kurita. Las líneas de avituallamiento son demasiado extensas y no tenemos ninguna posibilidad de conseguir apoyo logístico si se complican las cosas. Yo diría que esta misión es inviable.

—Respuesta equivocada, Livinsky —replicó Galen—. No tienes que votar sobre la viabilidad de la misión, sino sobre la capacidad que tiene Victor de dirigirla.

—Un buen líder tendría todo esto en cuenta, Galen —repuso ella—. Un buen líder no habría concebido este plan demencial.

Al ver que otros oficiales asentían con la cabeza, Shin intervino:

—Perdónenme, pero estas cuestiones ya se han discutido. Mis superiores han aceptado proporcionar transporte y municiones a la fuerza de rescate. Estamos trabajando para ver qué clase de refuerzos podemos reunir para rescatar a los rescatadores, si eso fuese necesario.

—Viejos dracos en ’Mechs más viejos todavía —se burló otro oficial.

—Me permito recordarte, Carson, que viejos guerreros que conducían viejos ’Mechs resistieron en la Ciudad Imperial de Luthien a los Jaguares de Humo y a los Gatos Nova —dijo Galen y, volviéndose hacia Livinsky, añadió—: Ahí tienes el apoyo que querías, leftenant. Y bien, ¿qué me decís de la capacidad de Victor?

Un hombre de cabellos oscuros que estaba sentado al otro extremo de la mesa se estiró para indicar que deseaba hablar.

—No quiero ser irrespetuoso, Galen, pero el propio príncipe lo ha reconocido: ha perdido dos unidades. Yo sobreviví al infierno de Alyina y no me importa decirte que no me agrada servir a las órdenes de un hombre que tiene complejo de Napoleón.

—¿Complejo de Napoleón? —inquirió Galen, frunciendo el entrecejo.

—Sí. Tal vez ustedes, los dracos, lo llamen de otra manera, pero lo que quiero decir es que Victor intenta con demasiado empeño demostrar que ser pequeño no es una desventaja.

—Me parece chocante que considere que la estatura de una persona tiene alguna importancia en la clase de piloto de ’Mech o jefe que pueda ser —objetó Shin.

—Tratándose de Victor, la cuestión es más compleja, sho-sa. Intenta demostrar que está a la altura de su padre y de Morgan Hasek-Davion. Es un nivel muy alto, que es incapaz de alcanzar.

—¡Ya basta, Murphy! —exclamó un joven leftenant, poniéndose en pie de un salto—. Si crees que Victor tiene un interés personal en todo esto, es que estás loco.

—¿Qué diablos sabes tú, Huason? —le espetó Murphy en tono desdeñoso—. Tal vez seas una estrella de los Rangers de Skye, pero no sabes de lo que estás hablando. ¡Demonio!, hasta ahora sólo has participado de forma marginal. Espera a que empieces a ver cómo mueren tus propios compañeros.

Antes de que Dan Hudson pudiese replicar, Galen intervino en la discusión.

—En cambio, Murphy, yo no he estado a un lado, y he visto bastante más de esta condenada guerra que tú. —Galen se señaló el pecho con el pulgar y añadió—: Yo fui quien tuvo que desmayar a Victor para sacarlo de Trell I. Él no quería irse, a pesar de que ambos sabíamos que habíamos perdido el planeta. Hasta que lo puse en la nave, estuvo pensando, planeando, tratando de encontrar la manera de vencer a los Clanes. Incluso después, durante el viaje hasta la Nave de Salto que tenía que llevarnos lejos de allí, estuvo estudiando toda la telemetría táctica procedente de Trell I. Estudió aquel material hasta aprenderse de memoria el nombre, la edad y el código de todos los hombres y mujeres que habían muerto bajo su mando.

—Estupendo, Galen. Me alegra que alguien me recuerde cuando esté muerto —contestó Murphy, y dio un puñetazo sobre la mesa—, pero preferiría seguir vivo y haber sido olvidado.

—Murphy, no lo entiendes, ¿verdad? —dijo Galen—. Sí, en Twycross fue Kai quien nos sacó las castañas del fuego, pero todos sabemos lo que ocurrió en aquella batalla, ¿no? ¿Recuerdas cómo giramos nuestras unidades para que los Clanes tuviesen que girar también y obligar así a sus refuerzos a atravesar las líneas de los suyos para llegar hasta donde estábamos nosotros? Y, si no te acuerdas bien, te diré que Victor luchó hasta que se le acabaron las municiones a su ’Mech. Fue uno de los últimos en retirarse del campo de batalla y, si no recuerdo mal, tú te habías retirado bastante antes que él.

—No estamos discutiendo sobre las virtudes y los defectos de Murphy, Galen —intervino Livinsky—. Estamos hablando de Victor, ¿recuerdas? Quizá sea correcto que tú y esa rata de los Rangers lo apoyéis, pero la protesta de Murphy sigue siendo válida. ¿Cómo podemos confiar el mando a un hombre que probablemente conseguirá que nos maten para que él esté a la altura de la figura legendaria de su padre?

Hudson miró a Galen con desesperanza.

—No lo entendéis, ¿verdad? —dijo Galen, frotándose la frente.

—¿Qué es lo que hay que entender? —preguntó Murphy.

—Pensáis que Victor intenta emular el ejemplo de su padre, ¿no? Creéis que quiere convertirse en un segundo Zorro, ¿verdad?

—Tú lo has dicho, Galen.

—Estúpidos… —murmuró Galen con desprecio—. Víctor está ya mucho más allá de lo que estuvo su padre. Algún día recordarán al Zorro como su predecesor, nada más.

—Eso es traición, Galen —le espetó Murphy.

—Galen dice la verdad.

Todos se volvieron hacia Shin, que era quien había hablado. Continuó:

—Con todos los respetos a Hanse Davion, las amenazas que afrontó su nación procedentes de la Confederación de Capela y de mi propia patria, el Condominio Draconis, no fueron nada en comparación con los Clanes. Cuando Hanse Davion se enfrentó a nosotros, luchaba contra una tecnología semejante y contra guerreros de cualidades similares. Sí, Davion es un genio, y logró cosas que ningún otro dirigente de los Estados Sucesores había conseguido; sin embargo, esos éxitos no son nada comparados con las batallas que se están librando en la actualidad.

»En la Cuarta Guerra de Sucesión —prosiguió Shin, con los ojos brillantes—, Hanse Davion atacó el planeta capelense Tikonov con los ocho Equipos Regimentales de Combate de los Lanceros de Crucis. Fue el mayor enfrentamiento de la Esfera Interior desde que Aleksandr Kerensky asaltó la Tierra para matar al Usurpador. Los expertos militares de entonces creían que Davion no podría organizar semejante ofensiva, pero lo hizo. Y triunfó.

»No obstante, aquella victoria es insignificante en comparación con la reciente batalla de Luthien. Yo estuve allí. Teniamos dieciséis regimientos de primera clase, incluidos los Dragones de Wolf y los Demonios de Kell. Teníamos más de trescientos BattleMechs frente a los ochocientos que los Clanes lanzaron contra nosotros. Incluso con la avanzada tecnología de ’Mechs que tenían los mercenarios y algunas aeronaves anti’Mech que utilizamos, los Clanes estuvieron a punto de conquistar Luthien. Ninguna persona de la Esfera Interior se atrevería a soñar en lo que casi alcanzaron los Clanes en un solo día.

Galen asintió con gesto solemne.

—Los tiempos han cambiado —dijo—. Victor sabe cómo luchar contra los Clanes y ha pasado la mayor parte de su tiempo adiestrándoos, repasando informes de nuestros espías y de los dracos, o planeando este ataque. Nunca ha habido un líder militar que comprendiese de forma tan completa a su adversario.

Otro oficial, un hombre de mediana edad y con una espesa barba, preguntó:

—¿Qué es lo que intentas decirnos, Galen?

—Lo que os digo, Charlie, es esto: Víctor no es Hanse Davion ni es Jaime Wolf, sino que es la peor pesadilla que jamás hayan tenido los Clanes. Si estamos a su lado, entraremos en Teniente y escaparemos con Hohiro Kurita, dejando detrás sólo los restos humeantes de los Jaguares.

»Y antes de que tú, Murphy, vuelvas a hablar de que Victor intenta parecerse a su padre, piensa en esto: ¿se habría molestado Hanse Davion en pedir este voto de confianza? ¿O simplemente nos habría ordenado que fuéramos allí? Conceded a Victor el mérito de querer vuestra confianza y no suponer que la tiene por derecho de cuna.

Shin vio a un nervioso Victor Davion cuando entró con Galen en su despacho.

—Galen, Shin, ¿cuál es el veredicto?

Galen sonrió y Shin imitó su gesto.

—Los Espectros te dan su apoyo, jefe —dijo—. Ahora depende de ti obtener el permiso para partir.

Una oleada de alivio bañó el rostro de Victor.

—Lo conseguiré de inmediato.

—Bien; pero, si te dicen que no, no te preocupes.

—¿Cómo?

Galen guiñó un ojo y dijo:

—Los Espectros han votado seguirte a Teniente aunque tengamos que aprovechar un permiso de dos semanas.