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Alyina
Zoiut de ocupación de los Halcones de Jade
12 de abril de 3052
Kai recorrió con el dedo el mapa que estaba extendido en el suelo.
—Según esto, parece que nunca nos hemos acercado a menos de doscientos kilómetros de la granja de los Mahler.
Deirdre se puso en cuclillas a su izquierda y se abrazó las rodillas con ambos brazos.
—Supongo que es lo mejor —dijo—. Si nos acercáramos más, sentiría la tentación de visitarlos y eso seguramente les echaría encima a los hombres de los Clanes. —Dio unos golpecitos en el mapa con un dedo y agregó—: Dijiste que nuestro lugar de destino tiene un radiotelescopio, pero no veo ninguna indicación de un observatorio en el monte Sera.
—Es una instalación más o menos secreta —explicó Kai, apretándole la mano cariñosamente—. El Secretariado de Inteligencia mantiene cierto número de proyectos de investigación en toda la Mancomunidad Federada, que varían en el nivel de seguridad y en la publicidad acerca de su existencia. Por ejemplo, las instalaciones de investigación en armamento dirigidas por el ICNA en Nueva Avalon se consideran alto secreto, pero la gente sabe que existen y dónde están. En cambio, llegar hasta ellas no es aconsejable y se sabe muy poco acerca de ningún proyecto específico en el que estén trabajando.
Kai tomó impulso y se levantó. Se sacudió las hojas y ramitas que se le habían quedado enganchadas en el mono y preguntó:
—¿Recuerdas los avistamientos de FANE en Nueva Avalon hace diez años?
—¿Unos «Fenómenos Aéreos No Explicados»? —aclaró Deirdre, y cerró los ojos para concentrarse—. Nunca me interesaron mucho esos rumores de alienígenas del espacio exterior, pero creo recordar algo al respecto. ¿Qué pasaba con esos avistamientos?
—Pues bien, la Mancomunidad Federada estaba probando prototipos Hammerhead en el centro aeroespacial de Hudson Gulf, que se habían construido a partir de planos recuperados de un centro de memoria de la época de la Liga Estelar. El proyecto era secreto, por lo que los vuelos se efectuaban sólo de noche, pero los aficionados a descubrir los FANE hablaban de unas naves que hacían maniobras imposibles. Las fuerzas armadas se negaron a hacer comentarios acerca de los avistamientos y ocultaron toda la cuestión. Eso, por supuesto, sólo empeoró las cosas y los «investigadores» de FANE decían que el silencio del gobierno demostraba la existencia de los alienígenas y que el gobierno estaba manteniendo negociaciones secretas con ellos.
—Creo haber visto un holovídeo sobre eso —comentó Deirdre, plegando el mapa—. Pensé que era una verdadera tontería. Decía que en el área 51, hangar 18b de la base de Hudson Gulf guardaban los restos de una nave que se había estrellado y los cuerpos de los alienígenas que la pilotaban.
—Recuerdo eso, y también recuerdo el accidente —dijo Kai mientras se ponía el chaleco antibalas, con cuidado para no hacerse daño en las costillas—. Uno de los prototipos de Hammerhead cayó sobre una granja a las afueras de Moore’s Folly, en el distrito de Roswell. Los hombres de las FAFM pusieron el lugar en cuarentena y recogieron todos los fragmentos que quedaron del avión, incluyendo el blindaje ferrofibroso.
»Descubrieron que faltaban un par de pedazos. Uno de ellos fue a parar a manos de uno de los supuestos investigadores de FANE, quien proclamó de inmediato que se trataba de algo que la humanidad era incapaz de fabricar. Afirmaron que el gobierno ocultaba los cadáveres de los alienígenas. En general, los defensores de los FANE eran paranoicos que veían conspiraciones por todas partes, y con sus actividades sólo conseguían causar problemas a los funcionarios que tenían que procesar las solicitudes de información.
—Entonces, ¿no crees en los «platillos volantes», Kai Allard?
—No se trata de creer o no creer —contestó Kai, encogiéndose de hombros—. No sé si hay alguien «allí fuera», y en realidad no me importa. Si realmente viniese ahora un alienígena y nos llevara a casa, aceptaría encantado.
—Por eso vamos al radiotelescopio, ¿no?
Kai no dijo nada y se subió la cremallera del mono. Había dicho a Deirdre que esperaba que pudiesen utilizar el radiotelescopio para enviar un mensaje codificado al espacio. Sabía, y estaba bastante seguro de que ella también lo sabía, que cualquier mensaje enviado de esa forma tardaría siglos en llegar a Nueva Avalon y al menos dos décadas en alcanzar el planeta más próximo de la Mancomunidad Federada. Ambos sabían que era casi descabellado esperar que una Nave de Salto permaneciese aún varada en el sistema estelar y fuese capaz de transmitir el mensaje, pero pensaron que valía la pena probar.
Lo que Kai no le había dicho era que conocía los dispositivos secretos de comunicaciones que había desarrollado la Mancomunidad Federada para romper el monopolio de ComStar sobre las comunicaciones interestelares. Las «cajas negras» enviaban los mensajes a una velocidad mucho menor que los generadores de hiperpulsación de ComStar, pero conseguirían que un mensaje enviado a la Mancomunidad Federada llegase antes de que se hubieran hecho tan viejos que ya no les importase que acudieran a rescatarlos.
Kai no sabía si aquella instalación tenía una máquina de fax o no, pero no podía dejar sin investigar aquella posibilidad. Lamentaba tener que ocultarle aquella información, pero sólo la conocía gracias a su padre y a lo que había oído de niño. Compartir esa información, incluso con la mujer a la que amaba, habría supuesto violar la confianza de su padre y ponerla a ella en un peligro innecesario.
—Creo que es lo mejor para encontrar un taxi galáctico que nos saque de esta roca —dijo Kai por fin, echándose la mochila a la espalda—. Calculo que tardaremos un par de semanas en llegar a las montañas. Cruzaremos el paso Tedesco y llegaremos al monte Sera. Entonces enviaremos el mensaje y esperaremos.
A pesar de su aparente calma, Kai sabía que no sería tan sencillo. Tenían que cruzar el bosque nacional Vorrei, rodear una ciudad y dos pueblos y subir hasta la falda de las montañas. El viejo bosque sería un trayecto pintoresco, con sus altos pinos y sus claros dorados, pero los agotaría. Cuando llegasen a su destino, estarían exhaustos y con la ropa hedía jirones.
—¿Estás seguro de que esa instaladón se encuentra allí? —preguntó Deirdre, guardando el mapa en su mochila.
—Totalmente seguro —respondió Kai mientras esparcía con el pie las cenizas de la pequeña hoguera—. En la Academia Militar de Nueva Avalon asistí a una conferencia del profesor Todor Meir. Habló de las investigadones que estaban realizando, evitando escrupulosamente toda mención del lugar donde había estado. Más tarde, en la recepción, observé que llevaba un reloj de submarinismo y empezamos a hablar de la pesca submarina. Entonces mencionó el Mar Negro de Alyina. Con un mínimo trabajo detectivesco compuse el rompecabezas, y mi padre confirmó la exactitud de mis deducciones.
Deirdre sonrió cuando llegó a su altura.
—De tal palo, tal astilla, supongo.
Kai la miró, buscando algún indicio de su antiguo odio, pero su hermoso rostro no mostró nada de eso.
—Me gustaría creerlo —reconoció di.
Deirdre saltó sobre un tronco caído.
—¡Oh!, creo que puedes estar tranquilo en ese sentido. Sé que tus padres están muy orgullosos de ti.
—¿En serio? —exclamó Kai, que sintió una oleada de orgullo en el pecho que lo sorprendió—. ¿Qué te hace pensar eso?
Deirdre dio unos pocos pasos en silencio entre las sombras del bosque antes de responder.
—Cuando tuve que declarar en Outreach sobre tus actos en Twycross, pude verlo en sus ojos. Aunque yo quería herir a tu padre, sólo podía decir la verdad. No creo que puedan estar más orgullosos de ti, Kai. Tu pasado te ha convertido en la clase de persona que me gustaría ser.
—No digas eso. Has hecho cosas maravillosas y aún harás muchas más.
—Estoy tratando de redimir las cosas que hizo mi padre —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Mi pasado no me ha ayudado mucho en lo que he intentado.
Kai meneó la cabeza en sentido negativo y subió por la ladera de una colina apoyando los pies en las raíces sobresalientes como si fueran peldaños.
—Estás demasiado obcecada por lo que crees que son los pecados de tu padre. Tal vez Peter Armstrong no fuese el mejor padre del universo, pero tampoco creo que seas hija suya en realidad.
—¿Qué?
—Mira, dijiste que querías remediar lo que hizo tu padre a la Mancomunidad Federada. Podrías haber elegido millones de formas distintas de hacer eso. —Kai la ayudó a subir a lo alto del promontorio y continuó—: Elegiste la medicina como el camino por el que realizas tu contribución a la Mancomunidad Federada. Creo que es porque tu verdadero padre, Roy Lear, era médico. Creo que, al elegir lo que ibas a hacer el resto de tu vida, lo hiciste a partir de tu entorno real.
»Claro que yo no sé nada de esto. Debería dejar las cuestiones psicológicas a los profesionales.
—Nunca lo había visto desde esa perspectiva —reconoció Deirdre, recogiéndose mechones sueltos de sus cabellos—. Siempre vi a mi padrastro como un mentor, no como un padre. Lo amaba, pero no de la manera normal.
—¿Y quién dice qué es lo normal? —inquirió Kai con una risa suave, mientras pensaba en su propia familia—. Mis padres siempre tenían que irse por una razón u otra: cenas oficiales, reuniones en otros planetas, guerras que planificar y combatir… La lista era interminable. Aun así, procuraron que supiéramos que nos amaban. Tenían confianza en nosotros y querían que nos convirtiésemos en lo que deseáramos ser. A pesar de que a veces tardábamos meses en volver a verlos, es posible que eso fuese mejor que tener siempre cerca a un padre que nunca te amase lo suficiente. Tal vez no pueda definirse mi infancia como normal a ojos de un extraño, pero fue normal para mí.
—Eres bastante inteligente para ser un soldado, ¿sabes? —dijo Deirdre, tomándolo de la mano.
—¿Eso crees?
—Bueno, salvo por dos cosas que me estaba preguntando.
—¿Cuáles?
—¿Nuestra ruta al monte Sera no nos llevará peligrosamente cerca de Dove Costoso? —preguntó ella, arrugando la nariz—. No me gusta estar en el mismo continente que ese vicecapiscol de ComStar.
—Supongo que tendremos que suspender nuestro plan de tomar té con él —contestó Kai, y le dio un apretón tranquilizador en la mano—. Rodearemos la ciudad en un área lo bastante amplia para evitar ser detectados y capturados. Estaremos cerca, pero no tanto. ¿Y la otra cosa?
—Explícame otra vez por qué no nos hemos quedado con el aerocamión.
El MechWarrior hizo una mueca de disgusto.
—El camión no habría sido adecuado para el viaje que vamos a hacer. Nos habríamos visto obligados a seguir las carreteras o terreno poco escabroso.
»Además, al programar el aerocamión para que recorra todos los sectores de búsqueda, espero haber confundido a quienes nos puedan estar persiguiendo. No sabrán cuándo o dónde dejamos el vehículo, y devolverles el cuerpo del Elemental les causará algunos problemas. Al menos, ganaremos tiempo al obligarlos a enviar a otro cazador en nuestra busca.
—Creo, Kai, que ése no es un hecho que me gustaría contemplar.
Kai asintió y notó que se le erizaban los cabellos del cogote. Miró a Deirdre y dejó que se le contagiara su sonrisa.
Incluso creyó que la sensación de temor que crecía en su mente no era más que una fría brisa que agitaba el cuello de su ropa.
—¡Yo envido que no usaré el lanzamisiles con mi armadura! —rugió un elemental.
—¡Pues yo no utilizaré el láser! —gritó otro. Taman Malthus saltó sobre la barandilla que rodeaba el pequeño anfiteatro donde los miembros de su unidad envidaban por el derecho a perseguir a Dave Jewell. Cayó con ambos pies bien apoyados en el suelo, como si clavasen pilotes en el subsuelo de rocas. Vestido sólo con unos calzones y unas sandalias, apretó los puños y miró con severidad a los dos hombres que quedaban en el escenario.
—Sois patéticos. Sois todos patéticos —rezongó Malthus, paseando la mirada por todos los miembros de su estrella—. Vais a cazar a un nombre, no un BattleMech.
—Pero ya ha visto lo que le hizo a Corbin, capitán estelar.
—Lo he visto. Le hizo un corte, lo golpeó y le rompió la espalda. Luego lo ató como a un animal al que llevase al mercado. Lo sujetó a ese aerocamión y lo lanzó en una carrera alocada a través de los sectores de búsqueda. Eso complica las cosas, pero no nos indica si Jewell es bueno o si Corbin era simplemente estúpido.
Malthus señaló el edificio de la administración de su estrella y añadió:
—Los laboratorios han analizado la daga de Corbin y han encontrado residuos de sangre. Jewell fue herido y podría estar en mal estado. Poner en marcha el camión pudo ser un recurso desesperado para hacernos perder su pista.
—Envido… —empezó una mujer. Malthus la hizo callar con un gesto.
—Tu envite no vale nada, porque mi propio envite es «nada» —dijo, y levantó los puños a la altura de los hombros—. Lo venceré con las manos desnudas.
—¿Cómo? —exclamó otro Elemental—. No tenemos ninguna pista del lugar donde está ahora.
—Sí que la tenemos. Está herido y debe de saber que no puede esperar eludirnos en los bosques durante mucho tiempo. Eso quiere decir que tiene que regresar a un lugar lo bastante grande para que pueda perderse y, muy posiblemente, ponerse en contacto con los partisanos.
El líder de los Elementales cruzó los brazos sobre su musculoso pecho y concluyó:
—Concentraremos nuestra búsqueda en Dove Costoso y sus alrededores. Nos cruzaremos en su trayectoria y lo encontraremos. Ha matado a uno de mis hombres, y eso lo convierte en algo más que una molestia para el vicecapiscol Khalsa. Sí, encontraremos a ese Dave Jewell y entonces, cuando crea que está a salvo, su vida estará en mis manos.