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Teniente, Prefectura de Kagoshima

Distrito Militar de Pesht,

Condominio Draconis

18 de enero de 3052

Shin Yodama sujetó a Hohiro Kurita para evitar que se abalanzase sobre el tai-sa Alfred Tojiro para estrangularlo.

Lie, Hohiro-sama. Somos observadores.

Hohiro se revolvió, y su mirada reveló su sorpresa por la acción de Shin.

—¿Cómo puede decir eso? Aunque seamos observadores, lo que estamos contemplando es un desastre. —Hohiro señaló la lectura holográfica de datos que flotaba sobre la mesa—. Tojiro acaba de ordenar que el Tercer Batallón del Tercero de Regulares de Pesht cargue contra una posición sólida de los Clanes. ¡Este hombre está combatiendo al viejo estilo!

—Lo sé, Hohiro —respondió Shin, desanimado—, pero la razón de que se nos haya obligado a venir aquí es que Tojiro es un antiguo favorito de su abuelo. —Señaló con la cabeza al más alto de los jefes presentes en la sala y añadió—: Lo mismo puede decirse del tai-sa Kim Kwi-Nam, el comandante en jefe del Undécimo de Regulares de Pesht. No tenemos ninguna autoridad para deponer a estos locos.

—Esta es la única autoridad que necesito —dijo Hohiro, llevando la mano a la empuñadura de su pistola.

Shin paseó su mirada por los guardias armados que estaban apostados alrededor del bunker y dijo:

—Nos matarían en un instante y dirían que hemos caído víctimas de los Clanes. Tojiro exigió que viniesen observadores para poder demostrar que el viejo estilo bastaba para destruir a los Clanes.

—¡Pero no es así! —gruñó Hohiro, apretando los dientes con frustración—. ¡Están diezmando a sus hombres! El líder de los Clanes ha infravalorado su envite de forma exagerada en su intento de conquistar este planeta, pero Tojiro le está regalando la victoria. —Un fogonazo y una bola de fuego rodearon un ’Mech agonizante en la pantalla de datos, y el color desapareció del rostro de Hohiro—. No puedo permanecer impasible mientras mueren nuestros hombres.

—Lo sé —dijo Shin, con un suspiro—. Tenga mucho cuidado.

—Así lo haré —contestó Hohiro, con una sonrisa de agradecimiento.

El hijo del Señor de la Guerra del Condominio Draconis pasó entre los comtechs y se colocó frente al hombrecillo que se hallaba al frente de las fuerzas defensoras de Teniente. Shin se situó detrás de Hohiro, aunque lo bastante apartado para poder vigilar a todos los guardias de la sala. Con la facilidad que da la experiencia, cambió de lado su arma de ataque personal, dejando que su rifle láser con cañón de pistola colgara de la funda en el costado derecho. El yakuza evaluó con rapidez el grado de amenaza que representaban los guardias y determinó que, si era necesario, sería él quien disparase primero.

Tai-sa Tojiro, perdone mi presunción —empezó Hohiro, hablando despacio—, pero usted está ordenando la destrucción del Tercer Batallón.

Tojiro levantó la cabeza como si ésta hubiese sido impulsada por un resorte. Shin se dio cuenta de inmediato de que Tojiro no se iba a andar con contemplaciones ni iba a seguir las normas de cortesía de su cultura.

—¿Ah, sí? Creo recordar que la fuerza que estaba bajo su mando fue destruida en Turtle Bay, Hohiro Kurita. En cambio, yo jamás he perdido mi ejército. ¿Cómo puede tener la osadía de darme lecciones?

Shin vio la manera como Hohiro se encogía de hombros, y supo que estaba a punto de explotar.

—Yo he aprendido de mi error, Tojiro. Supongo que ha leído todos los informes. Si ordena avanzar al Tercer Batallón, es que usted es idiota.

El delgado comandante en jefe del Undécimo de Regulares de Pesht juntó las yemas de los dedos y dijo:

—¿Debo suponer que su alteza también es crítico respecto al despliegue de mis tropas?

Hohiro se crispó al oír el tono paternalista que utilizaba con él.

—Tojiro es un idiota, como revela su estrategia. Respecto a usted, su estupidez define unos nuevos límites para la negligencia y la incompetencia. Si ambos mantienen esta forma de dirigir la batalla, ¡tendré que relevarlos de sus responsabilidades!

—¿Con qué autoridad? Aquí soy yo quien tiene el mando —dijo Tojiro, poniendo los brazos en jarras—. No me interesa el rango que presuma tener su padre. Mi autoridad me fue otorgada por su abuelo. Conservaré el mando hasta que él me releve de este.

—¡Escúcheme, chimperck! —exclamó Hohiro, descargando el puño sobre la mesa—. Esta operación contradice todo lo que hemos aprendido sobre los Clanes. Les ha dejado elegir los campos de batalla, no ha empleado la fuerza aérea contra sus ’Mechs y ha promovido el combate singular frente a un enemigo que tiene todas las ventajas en ese aspecto. Lo único que ha hecho bien ha sido dispersar sus depósitos de suministros para que las tropas puedan reabastecerse sobre la marcha, pero no las ha situado en una posición en la que puedan utilizar esos suministros o esa estrategia.

—Esperaba esas palabras de alguien que tiene como ayudante a un yakuza —gruñó Kwi-Nam, irritado—. Los verdaderos guerreros no huyen ni se esconden como los bandidos. ¡Nos enfrentamos al enemigo en el campo del honor y lo matamos, o morimos en el intento! No hay vida sin honor. ¡No ordenaré a mis tropas que se deshonren!

—¡Entonces está loco!

Al oír estas palabras, uno de los guardias empezó a acercarse, pero Hohiro lo detuvo con una mirada. Luego se volvió de nuevo a Tojiro y, mirándolo fijamente, dijo:

—Usted debería salir ahí afuera en un ’Mech para estar con sus tropas.

Tojiro palideció.

—Puedo dirigir mejor la batalla desde aquí, lejos de la confusión de la batalla.

—¡No, imbécil, no para combatir! —rugió Hohiro con frustración, haciéndose oír en todo el centro de comunicaciones—. ¿No ha leído ningún informe sobre los Clanes? —Abrió los brazos abarcando todo el búnker cilindrico—. Quedar aquí atrapados es un suicidio. Con un solo golpe, destruirán el cerebro de esta operación. Aunque, en este caso, tal vez eso nos sería de gran ayuda.

—¡Imposible! No hay ningún ’Mech de los Clanes en un radio de cincuenta kilómetros de aquí.

—’Mechs, no; pero Elementales, sí.

Como si los hubiera invocado Hohiro con sus palabras, unos golpes resonaron en el techo del refugio. En una reacción refleja, Shin sujetó a Hohiro por el brazo derecho y lo empujó hacia la pared. Hohiro salió despedido por encima de una mesa, que volcó y cayó sobre él. Un momento después, Shin se volvió y saltó para ponerse también a cubierto, mas no lo consiguió.

Una carga explosiva puesta en la puerta del búnker explotó, arrancándola de sus goznes y arrojándola por los aires como una hoja de árbol. Pasó por encima de Tojiro, no dio por poco a Kwi-Nam y finalmente partió en dos a un comtech. Se clavó en un panel de comunicación como un hacha gigantesca y lo destruyó entre una lluvia de chispas.

La fuerza de la explosión empujó a Shin más lejos y más deprisa de lo que pretendía. Fue a chocar contra una mesa y sintió un intenso dolor, al tiempo que oía cómo se quebraban sus costillas en el costado izquierdo. Se desplomó en el suelo, lo que le produjo una nueva oleada de dolor por todo el cuerpo. Se aferró a ese sufrimiento para evitar la negror que asomaba a sus ojos. ¡No debo perder el conocimiento!

El primer Elemental de los Clanes se giró para pasar por la puerta. Era una figura humanoide de más de dos metros de altura, ataviada con una voluminosa armadura negra con una llama azulada en el centro del pecho, que la identificaba como integrante del Clan de los Gatos Nova. El Elemental levantó el brazo izquierdo, que acababa en una garra mecánica de tres dedos, y regó de balas la sala con la ametralladora que llevaba enganchada a la parte inferior del antebrazo. Las balas abrieron rojos orificios en los cuerpos de los techs, que cayeron al suelo del refugio en medio de gritos y convulsiones.

Shin levantó su arma y apoyó el cañón sobre la rodilla derecha. Apuntó más con el hábito que con puntería y oprimió el gatillo del láser. Los rayos de color rubí trazaron una línea de ruego en la parte frontal de la armadura del Elemental e incidieron en su visor en forma de V. El Elemental fue impulsado hacia atrás, chocó con el dintel de la puerta con ambos hombros y cayó hacia adelante mientras salía humo de su máscara facial.

Otro Elemental apareció en el umbral y Shin apretó el gatillo del rifle. Apenas notó el dolor cuando el mecanismo automático de recarga trazó unas líneas paralelas en su rodilla. El cartucho impactó en el Elemental justo debajo del pectoral derecho y lo hizo tambalearse. Aquella munición, especialmente diseñada, consistía en una bala de plomo más larga de lo normal con una carga de magnum. Nadie esperaba que esta munición pudiera matara un Elemental, sólo herirlo.

Uno de los guardias se adelantó y clavó la boca de su rifle de asalto en la brecha que la bala disparada por Shin había abierto en la armadura. Cuando el guardia vaciaba el cargador del arma, el Elemental le sujetó el pecho con su garra y lo partió en dos con una ráfaga de ametralladora. Una ola de sangre bañó la mesa de reuniones en medio de una brusca llamarada verdosa. El Elemental soltó el torso del soldado y quedó sentado en el suelo, bloqueando en parte la entrada.

Un tercer Elemental se hallaba al otro lado del umbral; no podía entrar a causa del tamaño de su enorme afuste lanzamisiles que llevaba a la espalda de su armadura. Levantó el brazo derecho y bañó la sala con su rifle láser antiMechs. Todas las personas y las cosas que tocó el rayo comenzaron a arder.

Shin cayó sobre su costado derecho, y lo pagó con un terrible dolor en el lado izquierdo del pecho. Lanzó hada adelante el rifle de asalto y oprimió dos veces el gatillo de la escopeta antes de que el retroceso le arrebatara el arma de la mano. Uno de los disparos acertó en la rodilla derecha del Elemental y lo derribó, pero también hizo que la tobera del lanzamisiles quedase apuntando hacia el umbral de entrada.

¡Si dispara un misil hacia aquí, moriremos todos!

Hohiro salió de detrás del escritorio empuñando su pistola. En cada disparo que hizo, salió del arma una llama de más de treinta centímetros de largo. Hohiro mantuvo el gatillo apretado y en dos segundos disparó los diez cartuchos del cargador. Aunque Shin sabía que la pistola de Hohiro estaba cargada con munición similar a la de su rifle, los cartuchos de una pistola ligera tenían efectos menores que los suyos.

Entonces pareció estallar una estrella nova en la entrada.

Al ver que asomaba una bola de fuego en la tobera lanzamisiles, Shin pensó que debía de ser un MCA que iba a destruir todo el búnker. Salió fuego de detrás del afuste, como había visto en otras ocasiones, pero las llamas también lamían los costados y la parte delantera del equipo. En un segundo, la esquina superior del afuste se evaporó con un fogonazo blanco y dorado, y una serie de estruendosas detonaciones hicieron pedazos al Elemental.

La explosión arrojó los cuerpos de los Elementales muertos al interior de la sala y lanzó escombros en todas las direcciones. Un Elemental chocó contra unos pandes de transmisión de datos y los hizo saltar por los aires como bolos, mientras que el otro dio una voltereta como un zombi acróbata y fue a chocar contra la pared que estaba junto al refugio de Hohiro.

Shin intentó apartarse del camino de los fragmentos de paneles de datos, pero sentía como si se le hundiese el pecho mientras intentaba arrastrarse por el susto. Un armario cayó sobre sus piernas y lo sujetó lo suficiente para impedirle esquivar otro que se desplomó sobre sus costillas. El lacerante dolor hizo gritar a Shin, que dejó de luchar con la oscuridad y perdió el conocimiento.

Una palpitación que Shin no pudo identificar lo saludó en su retorno a la conciencia. Al abrir los ojos, se vio atado a una camilla que iba a ser alzada por los aires hasta un helicóptero. Por confuso que esto fuese para él, aún le pareció más absurdo ver a Hohiro de pie junto a la camilla.

Sho-sa, ¿qué ha ocurrido? ¿Dónde estoy?

—He ordenado su evacuación a la Nave de Descenso —respondió Hohiro, sonriendo—. Regresa a Luthien.

—¿No viene usted?

—No —dijo el hijo del Señor de la Guerra—. He relevado de su mando a Tojiro y Kwi-Nam. He dispersado nuestras tropas por el terreno. Vamos a hacer la clase de guerra que debimos hacer todo el tiempo. Quiero resistir al máximo y hacer que los Clanes se ganen su paga.

Shin intentó incorporarse, mas una tensión en el pecho se lo impidió.

Sho-sa, no me envíe lejos de aquí —imploró—. Estas costillas rotas no tienen importancia. Déjeme seguir a su lado para ayudarlo.

Hohiro le sonrió agradecido.

—Tiene que irse. Necesito que se marche como mi enviado personal. —Levantó el extremo de la camilla y ayudó a colocarla en el piso del helicóptero. Allí estaban Tojiro y Kwi-Nam, encadenados a un banco y con expresión agria. Ambos estaban bañados en sangre, pero Shin intuyó que no era la suya propia.

Hohiro se puso en cuclillas y gritó junto a la oreja de Shin para que lo oyera a pesar del ruido del rotor:

—Estos dos hombres están arrestados y están a su cargo. Los capitanes de la Nave de Descenso y de la Nave de Salto son de los nuestros. Estos dos no podrán controlarlos. Los habría matado aquí mismo, pero han exigido su derecho de ver a mi abuelo.

—Le causarán problemas, sho-sa.

—Lo intentarán, Shin. Usted debe procurar que no lo consigan. —Hohiro apoyó la diestra sobre el hombro de Shin y añadió—: Necesitará un mes para regresar a Luthien. Diga a mi padre que necesito otro regimiento y medio para conquistar este planeta o evacuarlo de forma ordenada. Puedo aguantar el tiempo necesario para que realice el viaje de ida y vuelta, pero no se demore. Más allá de cuatro meses, empezaré a estar en una situación muy mala. Como dije antes, nos mantendremos en tierra y nos limitaremos a acosar a los Clanes hasta que aparezcan los refuerzos.

—Haré lo que me pide, sho-sa —dijo Shin, esforzándose por sonreír—. Y regresaré con refuerzos lo antes posible. —Miró a los dos hombres que Hohiro había depuesto—. Le traeré ayuda aunque tenga que pactar con todos los demonios del infierno de los cristianos.

Hohiro asintió con gesto solemne.

—Sé que lo hará, amigo mío. Cuento con ello.

El tono del ruido del rotor aumentó mientras Hohiro se apartaba del helicóptero. Shin intentó girar la cabeza para mirarlo hasta que desapareciese de su vista, mas los cinturones que lo mantenían sujeto a la camilla le impidieron hacerlo. Creyó oír que Hohiro gritaba un último sayonara, pero no estaba seguro.

En lo más hondo, Shin temió que quizá no importara cuándo iba a volver, pues no volvería a ver vivo a Hohiro Kurita.