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Base Tango Zepbyr, Alyina
Trellshire,
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
9 de marzo de 3052
Kai escrutó la antigua base de artillería a través de los prismáticos y sintió un nudo en el estómago. Varias hileras de alambre de espino rodeaban el conjunto de cobertizos y bunkeres como maleza metálica. Unos hombres hacían guardia en las dos torres de vigilancia, aunque tenían las armas apuntadas hacia el interior del campamento, no hacia la explanada exterior. Una bandera de ComStar ondeaba orgullosa en lo alto del mástil.
Mirando a través de los binoculares no logró reconocer a nadie, pero vio muchos individuos cojeantes, vestidos con harapos sucios de uniformes de la Mancomunidad Federada. La mayoría de ellos estaban famélicos y caminaban con pasos titubeantes, que los hacían parecer zombis. Algunos cuidaban de un jardín situado cerca del centro del campamento, mientras que otros trabajaban encadenados en la ampliación de la pista de tierra que conducía a las puertas de la base.
—¿Tiene mala pinta, Kai?
—Un poco, pero no tan mala como cabía esperar —contestó Kai, bajando los prismáticos y rascándose la barba—. Los guardias parecen ser nativos, como Truper y Jocko, pero los administradores son de ComStar. No he visto a nadie de los Clanes, aunque eso no quiere decir que no haya ninguno.
Deirdre asintió mientras se recosía los cabellos en una pequeña cola. Se la ató con un cordel y se puso un trozo de venda sucia tapándose el ojo derecho.
—¿Crees que este disfraz será suficiente?
Kai se dio la vuelta y sonrió. Ella iba vestida con uno de los monos de Truper, que le sentaba como una piel de elefante a un perrito faldero. Aquella ropa y el vendaje sucio bastaban para ocultar cualquier vestigio de su belleza.
—Si ComStar tuviese una policía de la moda, te arrestarían y te fusilarían. No creo que nadie te reconozca. ¿Qué te parezco yo?
Deirdre lo observó con el ojo destapado y sonrió sin alegría.
—La barba y el pelo recogido en un moño en la coronilla te dan el aspecto de un kuritano renegado. Nadie te relacionará con David Jewell o Kai Allard.
—Bien —dijo Kai. Arrojó los binoculares al interior del camión y se sentó frente al volante—. ¿Lista para entrar en la boca del lobo?
Deirdre se puso la funda de la pistola en una posición un poco más cómoda, aunque todavía parecía algo inquieta.
—Vamos, antes de que lo piense dos veces e intente convencerte de que no lo hagamos.
Kai miró por encima del hombro a los dos bultos que había en la parte trasera.
—No importaría. Perderías la votación, porque esos dos quieren volver a casa.
Tecleó el código de encendido en la consola, y el aerocamión se elevó sobre un colchón de aire. Giró el volante y entró en la pista de tierra, en dirección a la boca del lobo.
La nube de polvo que levantaba el aerocamión obligó a todos los prisioneros que estaban a un lado del camino a apartarse y toser. Aunque Kai detestaba tener que hacerles esto, sabía que así reducía mucho las probabilidades de ser descubierto. Lo último que quería era ser identificado mientras estaba rodeado de enemigos.
Un alto ComGuardia detuvo el acrocamión a las puertas del campamento.
—¿Qué es lo que lo trae por aquí?
—Una entrega —contestó Kai, señalando al interior del camión con el dedo pulgar—. Dos piezas.
El hombre echó un vistazo a los cuerpos y arrugó la nariz de asco.
—Llévelos al edificio número tres. Es el depósito de cadáveres y la oficina de pagos —dijo, e hizo señas a otro hombre para que abriese las puertas.
Kai arrancó. Cuando se cerraron unas puertas detrás de ellos, se abrieron otras. Las cruzó y se dirigió al otro extremo del campamento.
—Recuerda, no digas nada, ¿vale?
Deirdre asintió en silencio, y Kai sonrió al ver que había pasado aquella prueba. Detuvo el camión ante una pequeña puerta situada debajo de un enorme número tres de color escarlata que estaba pintado delante del cobertizo. Apagó el motor y el vehículo descendió hasta el suelo. Entonces esperó a que la nube de polvo se deshiciera, dejando una capa de suciedad sobre el parabrisas, y abrió la puerta.
Deirdre lo siguió dos pasos más atrás. Kai abrió la puerta con el pie, entró y se sacudió la ropa. Deirdre entró a continuación y se apoyó pesadamente contra la pared.
Tres funcionarios de ComStar lo miraron horrorizados, como si fuese un fantasma. Uno de ellos, claramente molesto por el polvo que caía sobre sus documentos, se puso en pie de un respingo.
—¿Tenía que hacer esto? —exclamó.
Kai lo miró con los ojos entornados y escupió en su papelera.
Otro hombre, más viejo y sabio, hizo retroceder a su colega hasta sentarlo en su silla y miró a Kai con una débil sonrisa.
—¿En qué puedo ayudarlo? —preguntó con voz tensa.
—Les he traído a dos tipos, ¿no? —dijo Kai, chupándose los dientes como si quisiera arrancar restos de comida de entre ellos—. Un poco destrozados y cubiertos de moscas, pero tienen su valor.
—¿Ha cazado a dos renegados? —preguntó el hombre, con expresión un poco más amarga.
Kai asintió con la cabeza. El hombre le indicó que tomase asiento junto a su mesa. Kai se sentó dejándose caer pesadamente; apoyó la cabeza en la parte superior del respaldo y, con el trasero casi fuera del asiento, empezó a juguetear con un banderín de ComStar que estaba sobre el escritorio.
Elfuncionario puso el banderín en el otro extremo de la mesa y preguntó:
—¿Tienen nombre esos renegados? Kai asintió de nuevo.
El hombre esperó unos segundos, se aclaró la garganta e insistió:
—¿Cómo se llamaban?
—Harry Truper y Dave Jewell.
Los otros dos funcionarios se volvieron asombrados hacia Kai. Este sonrió y volvió a escupir en la papelera. Los dos volvieron a concentrarse en su trabajo mientras el tercer empleado tecleaba los nombres en el ordenador con gestos nerviosos.
—El señor… eh, Harry Truper es un cazador de recompensas como usted.
—Ya no.
—¿Perdón?
Kai se irguió despacio y dijo:
—Está muerto, ¿no lo ve? Él y ese Dave Jewell llegaron a una choza que mi mujer y yo habíamos encontrado después de que los federatas nos quemasen la granja. Pensaban matarme y entregarme como si fuera Jewell. Dijeron que se aprovecharían de mi mujer y luego la cortarían en pedazos como a otra que iba antes con ese Jewell.
Kai se volvió con cautela hacia Deirdre; luego se inclinó para susurrar al funcionario en tono confidencial:
—No debieron decir eso. Esta mujer no está bien desde que unos federatas se aprovecharon de ella sin dejar más que un billete-C, ¿wakarimaska? Ella se cargó a Truper, ¿eh?, y yo me cepillé a Jewell después de cruzar varios disparos.
Ambos miraron a Deirdre. Ella, siguiendo la corriente, soltó una risita y se chupó los dedos. El empleado se estremeció.
—Sea como sea —continuó Kai, limpiándose una muela con el dedo meñique—, pensamos que eran unos renegados, hasta que seguimos su pista y encontramos el aerocamión. Pensé que podíamos ganar algún dinero por ellos. Tienen precio puesto a su cabeza, ¿no?
Al pronunciar estas últimas palabras, Kai subió el tono de voz y apretó el puño izquierdo. El funcionario se apresuró a asentir con la cabeza.
—En cuanto los hayamos identificado, se le pagará.
Kai hizo una mueca y un ruido con la boca.
—Truper recibió unos balazos en la cara —rezongó— y Jewell está hecho polvo, ¿wakarimaska? Me puse un poco nervioso, ¿sabe?, porque no consiento que nadie, y he dicho nadie, le ponga las manos encima a mi mujer excepto yo. —Dio un suave empellón al funcionario en el hombro—. Usted haría lo mismo si se tratara de su mujer, ¿no? Es el deber de un marido, ¿no?
—Eh… claro, claro.
—Claro… —dijo Kai, con una sonrisa torcida—. Mire, no sé cuánto valen esos tipos, pero esto de ser cazarrecompensas parece fácil. Tenemos el camión y los trastos de Truper. ¿Tienen más encargos para nosotros?
El hombre asintió; le dio una electrotarjeta a Kai y le pasó un lápiz óptico.
—Firme aquí y le pagaremos. Cien billetes-C es más de lo que le corresponde, pero entiendo que estos hombres lo sacaran de quicio.
Kai abrió los ojos como platos. Sabía que Dave Jewell, de acuerdo con la orden que había destruido, valía diez veces aquella cantidad, y tenía una cierta idea de quién iba a quedarse con la diferencia. Se volvió hacia Deirdre y sonrió.
—¿Has oído eso, cariño? —le preguntó—. Setenta billetes-C por esos dos. ¡A ti te toca el veinticinco por ciento!
Ella soltó otra risita.
Kai se volvió de nuevo hacia el empleado y le guiñó un ojo.
—Una monada, pero las altas finanzas son demasiado para ella, ¿wakarimaska? —dijo. Agarró el lápiz óptico como si fuese un puñal y escribió una X en la tarjeta.
El empleado sonrió satisfecho y sacó el dinero en billetes de ComStar de una pequeña caja de caudales que tenía guardada en un cajón. Le entregó el dinero a Kai de forma disimulada y a continuación le dio dos carteles de personas buscadas junto con sus fotografías. Kai reconoció uno de los nombres: era uno de los que había estado con la milicia planetaria, pero se mantuvo impasible.
—Ya que tiene el camión de Truper, puede quedarse en este sector para buscar a estos fugitivos. ¡Buena suerte! —dijo el funcionario, que evitó tenderle la mano—. Dos de mis hombres ya han retirado los cadáveres de su camión, de modo que ya pueden irse.
—¡Por el astral! Pillaré a esos dos cabrones y volveré —exclamó Kai sonriendo, y le dio una palmada en el hombro al empleado de ComStar—. ¡Amigo, nos va a ver a menudo a parar de ahora!
De vuelta en el aerocamión, Kai lo puso en marcha y se dirigieron hacia las puertas. Conducía lo bastante despacio para observar las caras de los prisioneros que trabajaban en el campamento y en la pista. Cuando llegaron al lugar donde estaban trabajando, aceleró.
—¿Qué te parecen esos hombres, doctora?
Deirdre se quitó el vendaje y respondió:
—Desnutridos. Es obvio que algunos están enfermos. No he visto a muchos con vendajes, por lo que deduzco que los envían a un hospital o…
—O los han enterrado en algún sitio —concluyó Kai, frunciendo el entrecejo—. Eso era lo que pensaba. —Desvió la mirada a los retrovisores, pero la cortina de polvo que levantaba el vehículo no le permitía ver el campamento—. Me alegro de que no nos hayan capturado.
—Estoy de acuerdo —dijo ella, estremeciéndose—. ¿Qué vamos a hacer ahora?
—Por lo que he visto, tenemos dos opciones. La primera es huir tan lejos como podamos.
—No está mal. ¿Cuál es la otra?
—Nos han asignado el antiguo territorio de Truper. Por tanto, conocemos al menos una zona del planeta donde los cazarrecompensas no nos buscarán.
Ella asintió y lo miró fijamente.
—Una elección realmente difícil. Tendré que reflexionar en ello. Por cierto, ¿iba en serio lo que dijiste en el campamento?
Kai frunció el entrecejo, tratando de recordar a qué se refería.
—¿Quieres decir lo de que eres bonita?
—No, lo de que me corresponde el veinticinco por cierto.
—Ni pensarlo, doctora —repuso Kai, sonriendo—. El único trato justo es un cincuenta. Veamos, tengo setenta billetes-C…
—Kai…
El funcionario de ComStar estaba perplejo de que Taman Malthus pudiese examinar el hediondo cadáver de Dave Jewell sin sentir náuseas.
—Es él, capitán estelar —le dijo—. Es Dave Jewell, el hombre que buscaban.
El Elemental levantó la cabeza; el funcionario lamentó haber llamado su atención.
—Está equivocado, acólito —replicó Malthus, y levantó la mano derecha del cuerpo—. Este hombre tiene callos en la diestra, lo que indica que es la mano que utilizaba más a menudo. Era diestro. En cambio, Jewell no lo es.
—Eso no es posible —dijo el funcionario, tragando saliva.
Malthus sonrió y soltó la mano, que cayó inerte sobre la mesa de reconocimiento.
—Lo es. Ha pagado dinero a Dave Jewell por traerle su propio cadáver —gruñó—. Ese Jewell es una pieza muy interesante, ¿quiaf?
El funcionario asintió en silencio.
Malthus cerró la bolsa y se limpió las manos en la camisa del empleado.
—Pasaré por alto el hecho de que dejó que su propia codicia lo cegase a lo que estaba pasando. Eso es asunto de ComStar. No veo la necesidad de complicar las cosas informando al vicecapiscol Khalsa.
—No, señor.
—Bien. ¿Dice que dio información sobre otros fugitivos al cazarrecompensas y a la mujer que lo acompañaba?
—Sí, capitán estelar. Están trabajando en el antiguo territorio de Truper.
—Excelente.
Malthus condujo al funcionario hasta la puerta sujetándolo con fuerza por el cogote.
—Tendrá que darme un mapa de los sectores de búsqueda-dijo.
El Elemental se volvió hacia los dos cadáveres extendidos sobre las mesas.
—Esto es lo que ocurre cuando se envía a criminales a enfrentarse con un guerrero. Ahora os enseñaremos, librenacidos y cómo se enfrenta un auténtico guerrero a otro. El envite será terrible, pero la pieza vale la pena.