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Nave de Descenso Barbarossa,
punto de salto nadir Biota
Mancomunidad Federada
7 de febrero de 3052
Víctor Ian Davion tiró del dobladillo de su chaleco y picó con los nudillos en el mamparo junto a la escotilla de entrada al camarote del capitán. En circunstancias normales, habría dejado de lado toda formalidad para encontrarse con su primo, el mariscal Morgan Hasek-Davion, pero el mensaje en el que se solicitaba su presencia iba dirigido al kommandant Davion, lo que quería decir que la visita era de trabajo, no de placer.
—Se presenta el Kommandant Victor Davion, señor.
—Entra, Víctor —dijo Morgan Hasek-Davion. Sentado tras un pequeño escritorio de patas largas y estrechas, parecía un titán atrapado en el palacio de un enano. Sus largos cabellos pelirrojos le caían sobre los hombros y cubrían las hombreras doradas de su negro uniforme. Movió una de sus enormes manos para señalar una silla a Víctor, pero no lo ofendió que decidiese seguir de pie—. Me alegro de ver que estás bien. Tengo entendido que pasaste un mal trago en Alyina.
¿Un mal trago? ¡Mi mejor amigo murió para salvarme la vida y mi unidad fue aplastada! Y ahora vienes tú a retirarme el mando.
—No fui herido, mariscal. No puede decirse lo mismo de mis hombres. No sé qué fue lo que ocurrió. Nos abrumaron.
Morgan levantó una mano para interrumpir a Víctor y dijo:
—El análisis de los registros de batalla indica que no hubo culpabilidad ni negligencia por tu parte. Tú y tus hombres hicisteis todo lo que pudisteis. Los Clanes cambiaron de táctica y os atacaron con más virulencia que en ocasiones pasadas. Lo que sucedió en Alyina no fue culpa tuya.
—En tal caso —dijo Víctor, mirando a los ojos a Morgan—, ¿por qué has venido a arrebatarme el mando?
Su pregunta sorprendió claramente a Morgan.
—¿De qué estás hablando?
—Sé lo que está pasando, mariscal. —El diminuto príncipe juntó las manos a la espalda y prosiguió—: Corren rumores de que el Décimo de Guardias Líranos va a ser destinado a un circuito de mando en Pon Moseby. Vamos a descansar y a recuperarnos, o eso se dice, pero yo sé la verdad. Nos envían a la retaguardia porque fuimos vencidos en Alyina. Otras unidades de primera línea ya vienen a ocupar nuestro lugar. Vas a poner en la reserva al Décimo de Guardias Líranos y vas a arruinar la carrera de la general Andrea Kaulkas porque parece que yo lo he estropeado todo.
—¡Tonterías! Como acabo de decirte, no tuviste la culpa de lo de Alyina.
—Si es así, transfiéreme a otro mando de combate.
—No puedo hacer eso, Víctor.
—Pero no a tus Ulanos de Kathil. Sería un honor para mí servir con ellos, pero demasiada gente pensaría que se me daba un mando por ser quien soy, no por lo que he hecho. No lo quiero. —Víctor cerró los ojos y se concentró—. Déjame servir en el Undécimo de Guardias de Donegal o en el Segundo de Lanceros de Crucis.
Morgan negó despacio con la cabeza.
—No puedo hacer eso, Víctor. No puedo darte simplemente un puesto de mando en otra unidad militar. No lo haría por otro oficial de tu rango, de modo que, si quieres evitar acusaciones de favoritismo, te sugiero que no pidas esta clase de favores.
El comentario hirió a Víctor, que apretó los dientes para aguantar el dolor que sentía en su corazón.
—Mariscal, sólo hay dos posibles razones de que me envíen a descansar con el Décimo de Guardias Liranos. La primera es que mi rendimiento en el campo de batalla se considera desastroso. Tal vez sea eso lo que parece, pues he perdido dos mandos. Sin embargo, no creo que sea una acusación justa, porque nos enfrentamos por primera vez a los Clanes en Trell I, cuando todavía no sabíamos cómo actuar frente a ellos. En Alyina cambiaron de táctica y nos dimos cuenta de ello demasiado tarde para adaptarnos a su nuevo sistema. Aun así, les hicimos pagar cara su victoria.
Víctor señaló una ventanilla con la mano abierta y agregó:
—No puedes olvidar que ganamos en Twycross. —Cerró el puño—. Les dimos su primer correctivo en un planeta de la Mancomunidad Federada, y el plan que seguimos fue concebido por Kai y por mí junto con los otros jóvenes oficiales…
—Y de no haber sido por la increíble suerte de Kai, habrías perdido al Décimo de Guardias Liranos en Twycross en lugar de Alyina —replicó Morgan, y descargó el puño sobre la frágil mesa, haciendo saltar los bolígrafos y dando una sacudida al teclado del ordenador—. Parece que Kai agotó su buena fortuna en Twycross, porque ya no le quedaba ninguna en Alyina. Sí, venciste a los Clanes en Twycross, pero sólo porque Kai corrió un peligro extremo para destruir a los Guardias de los Halcones.
—No, mariscal. Con los debidos respetos, la acción de Kai no fue la única razón de que venciéramos en Twycross —contestó Víctor, apretando los puños de frustración—. Nuestro plan era bueno. Ya habíamos empezado a reaccionar a la amenaza que venía por la retaguardia cuando supimos que Kai había detenido a los Guardias de los Halcones. Cuando éstos podrían haber llegado junto a nosotros, ya habíamos girado ciento treinta grados, de manera que un Guardia habría tenido que atacar a sus propios aliados para llegar hasta nosotros. Quizá no los habríamos derrotaao, pero habríamos podido retirarnos de forma ordenada. Nuestra estrategia era buena, Morgan, y tú lo sabías antes de aprobar el plan.
»Y si no soy incompetente para tener mando, la única razón de que ahora sea retirado es que alguien de Nueva Avalon no quiere que esté en la línea de fuego. No retirarían a otro soldado porque sus padres lo quisieran, de modo que ¿por qué se hace conmigo? Del mismo modo que pedimos a otras personas que dejen que sus hijos e hijas corran un gran riesgo, yo debo estar allí, al frente de ellos.
»Adelante, Morgan: niega que estas órdenes por las que se me traslada a la retaguardia proceden de Nueva Avalon.
Y de mi padre, pensó.
—Víctor, puedo decirte que las órdenes vinieron firmadas por tu padre, pero sabes que eso pasa con todas las órdenes que recibo. Esto no quiere decir nada y carece de sentido —dijo Morgan e, inclinándose hacia adelante, apoyó las palmas de las manos sobre la superficie de aluminio—. Si tu madre o tu padre quieren que no corras peligro o que te saquemos de la línea de fuego, han elegido un planeta especialmente desafortunado para ti. Puede que Port Moseby esté bastante detrás del frente entre los Halcones de Jade y nuestras fuerzas, pero está por completo en la línea de avance del Clan de los Lobos. Estando la República Libre de Rasalhague desmoralizada y a punto de derrumbarse tras la caída del príncipe Ragnar en manos de los Lobos en Satalice, vas a salir del fuego para caer en las brasas.
—Prefiero el fuego ahora que las brasas más adelante.
—De eso no me cabe duda —dijo Morgan, y una sonrisa afloró a su seria expresión—. No obstante, creo que tu razonamiento es erróneo. No has considerado una tercera razón para tu cambio de destino.
Víctor frunció el entrecejo mientras las primeras dudas asomaban a su mente.
—¿Cuál es?
—Víctor, eres humano. Has estado participando en uno de los combates más feroces que hemos librado contra los Clanes. Perdiste hace poco a un compañero muy querido y tu unidad ha sufrido graves pérdidas. De los cuarenta ’Mechs que la componían, sólo trece están operativos, y sólo según tu informe, muy generoso, sobre la preparación de tu unidad. Otros diez ’Mechs pueden ser reparados, pero guardan más parecido con obras de arte moderno que con máquinas de guerra. Perdiste a quince de tus pilotos por muerte o heridas, y otros ocho necesitarán tiempo para curarse antes de que puedan volver a subir a una carlinga. En resumen, en estos momentos tu batallón es apenas una compañía reforzada, y sólo estamos hablando de tu compañía. El resto del Décimo de Guardias Liranos está en un estado igualmente lamentable.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que necesitas un descanso. Necesitas tiempo para reconstruir tu unidad. —Morgan adoptó una expresión lo más comprensiva posible—. Tienes que ir con tu unidad a Port Moseby.
—¡No, maldita sea! No puedo, Morgan —exclamó Victor y, señalándose el pecho con el dedo pulgar, añadió—: Durante toda mi vida, la gente me ha mirado de dos maneras: o bien soy el «principito» a quien hay que seguir la corriente, o soy el heredero del Zorro y, por tanto, alguien a quien se debe temer. Como soy tan bajo, todo el mundo supone que tengo complejo de Napoleón y que ello me hace ser un odioso belicista. Cada vez que he intentado hacer lo que haría mi padre o tú mismo, dicen que soy un tirano al que le ha dado un ataque de nervios. ¡Odio todo esto!
»La otra cara de esta situación es que todo el mundo me compara con mi padre —prosiguió—. Si muestro alguna debilidad, si no hago todo lo que mi padre ha hecho, me compadecen porque no estaré a la altura de sus hazañas legendarias. Sí, él es un ejemplo difícil de emular, pero sé que puedo hacerlo. Cualquier fracaso es considerado como un desastre porque soy quien se supone que será el líder cuando suceda a mi padre. Claro que espero que, al mirarme, digan: «Ese es el hijo de Hanse Davion», pero sólo por una vez preferiría que dijesen: «El Príncipe es el padre de Víctor Davion».
—Precisamente por eso tienes que ir a Port Moseby contus tropas —repuso Morgan—. Si no lo haces, parecerás insensible e indiferente al destino de tus tropas. El Décimo de Guardias Liranos, una unidad que durante muchos años ha sido dirigida por personas que estaban destinadas a ser Arcontes de la Mancomunidad de Lira, es muy importante en la psicología del pueblo de Lira. El último Steiner que los lideró, los empleó para destruir una ofensiva de Kurita durante la Cuarta Guerra de Sucesión. Él y sus hombres sabían que era una misión suicida, y se dice que aquel comandante en jefe se entregó a Theodore Kurita a cambio de la repatriación de los supervivientes del Décimo de Guardias.
»Katrina Steiner, tu abuela, reconstruyó el Décimo alrededor de aquel grupo de supervivientes, y volvieron a ser una fuerza temida. Tu mando de un batallón de los Guardias es considerado como un signo positivo de estabilidad en la Mancomunidad Federada, y la victoria de Twycross fue especial por partida doble, porque el heredero del trono de Lira ayudó a dirigir al Décimo en su victoria sobre los Clanes.
Morgan lanzó una mirada escalofriante a Victor y añadió:
—Si abandonas el mando, el Décimo de Guardias Liranos se sentirá deshonrado. Sabrán que los tomas por unos fracasados, y jamás recobrarán la moral. En cambio, si permaneces con ellos, si les muestras tu determinación, esa unidad llegará a ser más fuerte aún que antes. De lo contrario, lo único que se dirá del Décimo es que nunca fueron los mismos desde que un auténtico Steiner estuvo a su frente en su última misión.
La lógica del argumento de Morgan causó un profundo impacto en Victor. A pesar de que quería volver a combatir contra los Clanes, sintió un vínculo con el Décimo de Guardias Liranos que no pudo desdeñar con facilidad. Lo hicieron todo por mi, dieron cuanto tenían en la batalla de Alyina. Les debo mi apoyo. Cerró y abrió los puños varias veces, hasta que por fin se llevó las manos, poco a poco, a la espalda.
—Aunque detesto reconocerlo, me has demostrado mi error. Te lo agradezco. —Victor se inclinó hacia adelante y se agarró al respaldo de la silla que había frente a él—. ¡Maldita sea, Morgan! Tienes que recordar cómo te sentías cuando sabías que podías ayudar en la guerra pero tenías que esperar lo que parecía una eternidad para poder hacerlo.
El mariscal se arrellanó en su silla y asintió.
—Lo recuerdo, Víctor; por eso sé que lo superarás. Durante la Cuarta Guerra de Sucesión quería tanto tener un puesto de mando que me sentía arder por dentro. Tu padre se negaba en redondo a permitirme entrar en combate porque, hasta que naciste tu, yo era su heredero. Aunque este hecho era para mí un gran honor, quería demostrarle que podía ser un líder competente.
»Cuando por fin me mandó llamar, dijo que se trataba de una misión que no podía confiar a nadie más —agregó Moigan, sonriendo de satisfacción—. No importaba de qué se hubiese tratado ni de cuántos hombres y ’Mechs hubiera dispuesto para llevarla a cabo, habría dicho que sí.
—Fue durante la incursión de Liao en Kathil, cuando fuiste al planeta capital de Capela para sacar de allí a Justin Ailard y a Candace Liao, ¿verdad? —inquirió Victor, devolviéndole la sonrisa.
—En efecto —contestó Morgan, y meneó la cabeza despacio al recordar aquellas batallas—. Estaba tan ansioso como tú, Victor, y corrí unos riesgos increíbles. Tuve suerte, porque las fuerzas de Capela no eran los Clanes; de lo contrarío, podría haber acabado en tu misma situación. Pero lo que quiero decir es: tienes que esperar con tus tropas y prepararlas para cualquier misión que se les asigne. No sé si os llevarán de regreso al frente, o si seréis la única unidad que se interpondrá en el camino de los Lobos. No estás castigado ni te están protegiendo. La mayoría de los demás jefes considerarían este descanso como un premio después de haber conseguido tantas cosas.
—Supongo que tienes razón —admitió Victor, inclinando la cabeza con gesto cansino. ¿Hasta qué extremo puedo hacer presión?
—Estoy dispuesto a aceptar tus órdenes, pero con una condición.
—¿Pones condiciones a una orden? —preguntó Morgan, arqueando una ceja—. Creía que odiabas los favores personales.
—No es para mí, Morgan; es para mis tropas —contestó, y brilló una chispa maliciosa en sus ojos—. Quiero que mi batallón sea el primero en ser recompuesto. Quiero poder empezar los entrenamientos con mis hombres de inmediato. También quiero que mi batallón crezca hasta tenér una fuerza operativa de cincuenta BattleMechs.
—¿Qué es lo que te ronda por la cabeza, Victor?
—La razón por la que los Clanes siguen vapuleándonos está más relacionada con nuestra doctrina sobre la guerra que con su superior armamento. En el pasado, cuando más problemas tuvieron fue cuando se enfrentaron a fuerzas irregulares. Hemos intentado hacerles frente directamente en la batalla y, aunque podemos ganar, como los kuritanos demostraron en Lutnien, el coste de esas victorias es demasiado alto.
»Quiero modificar un batallón reforzado y entrenarlo de manera específica en tácticas que nos darán ventaja sobre los Clanes. Quiero que mi unidad sea rápida y que esté preparada para el hostigamiento. Podemos agotarlos, atacándolos en los momentos y en los lugares en que no formen un grupo con la potencia suficiente para causarnos daños. Quiero que se sientan acosados.
»Seremos como la Compañía Delta que dirigió Andrew Redburn durante la Cuarta Guerra de Sucesión. —El príncipe sonrió con cierta timidez al agregar—. Se me había ocurrido llamarnos los Espectros, porque hemos vuelto del reino de los muertos para perseguir a los Clanes.
—Y quieres regresar a Alyina, ¿verdad?
Victor se puso tenso y asintió despacio con la cabeza.
—¿Tan obvias son mis intenciones?
Morgan se levantó, rodeó el escritorio y sujetó a Victor por los hombros.
—No son obviedades; sólo pareces un misil con el blanco prefijado. La general Kaulkas me advirtió sobre tu obsesión.
—¿Me darás esa unidad?
—Sí, pero es tu responsabilidad, Victor Davion, asegurarte de que las tropas, los Espectros, estén lo bastante bien entrenados para no ser conocidos luego como «los Difuntos».
—De acuerdo —dijo Victor, mirándolo a los ojos—. ¿Y nos permitirás ir a Alyina?
—Quizá —contestó Morgan, con la mirada perdida—. Sin embargo, creo que descubrirás que esta guerra tiene más de un Alyina, y puede que estés llamado a vengar algo más que la muerte de Kai Allard.