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Dove Costoso, Alyina
Zona de ocupación de los Halcones de Humo
5 de mayo de 3052
(Día cinco de la Operación Escorpión)
Sentada sobre su camastro y con la espalda apoyada en lo más profundo de un rincón de su celda, Deirdre Lear estrechó aún más las rodillas contra su pecho. Hundió el rostro en el círculo protector de sus brazos; notó los lugares donde sus lágrimas habían mojado las perneras de su mono, y le dolían las mandíbulas de mantener los dientes apretados para reprimir sus gritos de pesar.
Cuando Kai había intentado explicarle lo que significaba para él la lucha con Taman Malthus, ella se había obligado a sí misma a no juzgarlo. En lo más hondo, sabía que era una locura que combatiese contra un hombre mucho más grande que él. Además, Kai estaba agotado tras la larga caminata y, aunque sus heridas estaban cerradas y curadas, todavía no estaba en plena forma. La lucha iba a ser salvaje y brutal y le hizo evocar el desgarrado fantasma de su padre.
Sin embargo, mientras Kai y Malthus empezaban a combatir, ella vio lo preparado que estaba Kai para el combate. Incluso disfrutó viéndolo hacer fintas y golpear. Sabía que Kai tenía que dar todo de sí mismo y fue un milagro presenciar cómo parecía desvanecerse toda su fatiga. Sus movimientos, sorprendentemente gráciles, y su velocidad la hicieron sentirse orgullosa de haberlo ayudado en su curación.
Mientras intercambiaban golpes, Deirdre clasificaba el daño que se infligían el uno al otro. Se sintió distanciada de una forma extraña, como si estuviese en una clínica viendo operar a otro doctor. En el instante en que Kai dio con el pie en el muslo del Elemental, supo que le había aplastado el tejido muscular y le había roto bastantes vasos sanguíneos. Malthus tendría, como mínimo, un buen hematoma. Incluso podría haberle fracturado el fémur si la patada no hubiese sido tan corta.
Entre golpe y golpe, ella oscilaba el cuerpo de forma involuntaria para evitarlos. Se le formó un nudo en la garganta al ver desplomarse a Kai; pero, cuando volvió a levantarse, ella supo que jamás se rendiría. Una parte de ella quería gritarle que se sometiese, pero respetaba demasiado el coraje que había mostrado él al invitar al Elemental a atacar.
Cuando Kai saltó y dio una patada a Malthus en la cabeza, quiso aplaudir. Cuando el puño de Malthus le dio en las costillas, compartió su dolor; y, cuando cayó al suelo, no esperaba que volviera a levantarse. Comprendió que todo había terminado, pero al menos Kai seguía vivo.
Entonces llegó el helicóptero de ComStar disparando.
Distraída por la violenta muerte del Elemental que estaba más próximo a ella, ni siquiera vio a Kai caer de la meseta.
El agudo dolor que sintió al clavarse las uñas en sus propias palmas la arrancó del final de aquellos recuerdos. Alargó los brazos para arrastrar a Kai otra vez a la meseta; el rítmico estruendo del helicóptero le robó las últimas palabras, los últimos sonidos que podría haber pronunciado Kai.
Kai, Kai, ¡KAI! Ella quería gritar su nombre en voz alta, como no lo había hecho cuando cayó. Y quería gritar a los Elementales metidos en la celda que estaba enfrente de la suya, pero no quería mostrarles cuánto daño le habían hecho. Quizás estuviera físicamente en su poder, pero jamás quebrantarían su espíritu. Ni los Clanes, ni ComStar, ni nadie.
Oyó a lo lejos unos tonos; alguien estaba pulsando el código de la combinación de la puerta en el teclado. Al abrirse esa, olió a comida. Su estómago gruñó de manera refleja, pero estaba demasiado llena de dolor y tristeza para querer comer nada. Ni siquiera levantó la mirada cuando el desconocido carcelero le pasó una bandeja por debajo de la puerta de barrotes de hierro. Sabía que vendría y se la llevaría más tarde.
El ruido de una llave en la cerradura sí que le hizo levantar la cabeza. A su derecha, al otro lado del estrecho pasillo, vio al trío de Elementales que aún estaban atrapados en su celda. Estaban agarrados a los barrotes con tanta fuerza que tenían los nudillos blancos, y observaban a su captor con un hambre que ningún alimento podía saciar.
Durante la fracción de segundo que los observó, Deirdre encontró un placer perverso en ver que la contusión en el lado derecho de la cara de Malthus aún no había empezado a perder el color.
Desvió sus azules ojos a la imponente figura que abrió la puerta de su celda. Khalsa empujó la bandeja con el pie y cerró la puerta despacio. Le sonrió, y las comisuras de su boca desaparecieron entre los pliegues de sus gordas mejillas. El vicecapiscol, ataviado con su túnica roja, parecía un monje resuelto a cambiar su inclinación al pecado de gula por el de lujuria.
—Doctora Lear, por favor, me dicen que no come nada —dijo, poniendo sus gruesas manos sobre el amplio promontorio de su vientre—. Debí venir antes, pero era preciso reprimir las actividades de unos partisanos de Steiner. Escúcheme: no debe llorar a ese hombre. No era digno de sus lágrimas, Era un canalla que sólo le traía problemas. —Su voz se redujo a un susurro—. Tenía mujer e hijos en la Mancomunidad Federada. Usted vale demasiado para caer en brazos de gente como Dave Jewell.
Deirdre le lanzó la mirada más fría que logró hacer con sus ojos enrojecidos; como no se fiaba de su tono de voz, no dijo nada. Encontró consuelo en el hecho de que Khalsa se refiriese al alias de Kai, porque eso demostraba hasta qué punto se sobrestimaba aquel hombre. Para Kai había sido importante mantener oculta su verdadera identidad y ella había hecho un gran esfuerzo por no traicionarlo. ¡Ni siquiera cuando murió pude llamarlo por su nombre! Nada le haría traicionarlo después de muerto.
Khalsa avanzó, muy despacio, hasta que pudo apoyar sus redondas nalgas en el borde del catre.
—Debe comer para mantenerse fuerte —insistió.
Ella siguió observándolo en silencio. Una gota de sudor nervioso se formó en la frente del vicecapiscol.
—Bueno, iba a reservar esta información para dársela como premio si comía algo, pero creo que su espíritu también necesita alimento. «Alimenta el alma y alimentarás todo», como ha dicho la Primus más de una vez. —Sonrió como un predicador que estuviera preparándose para compartir la buena nueva con un condenado—. Resulta que mis superiores quieren que los Elementales sean trasladados mañana a nuestro complejo principal de Valigia. ¡Usted podrá quedarse aquí, en Dove Costoso, conmigo!
Khalsa juntó las manos como si eso, de algún modo, lo arreglase todo. En su actitud expectante se mezclaban, en una combinación explosiva, el deseo sexual y una inocencia infantil. Cuando Deirdre superó la primera oleada de repulsión, sintió una inyección de adrenalina en su sangre.
—Ya no tendrá que seguir soportando ver a esos asesinos extranjeros —continuó diciendo Khalsa.
De pronto, apoyó la mano derecha en la rodilla de Deirdre como si hubiese puesto el émbolo en un detonador.
Deirdre apartó la pierna y se levantó como una pantera.
—¡No te atrevas, gusano! —le avisó, apretando los puños—. No me quedaría contigo aunque la alternativa fuera ser arrojada al Sol. Tal vez los Elementales sean extranjeros y asesinos, pero nunca hubo la menor duda de lo que eran. Sabíamos que eran enemigos y vinieron tras nosotros sin titubear. Aun así, se comportaron de forma honorable y querían que los combates fuesen justos.
Khalsa palideció hasta que su tez adquirió un tono tan ceniciento como el del suelo.
—Pero… ellos mataron a su amante.
—¿De verdad? —dijo Deirdre, caminando hacia él—. Usted los puso sobre nuestra pista. Nos traicionó. Se ocultaba bajo una capa de supuesta neutralidad, pero nos arrestó y los mandó llamar. ¿A quién hay que culpar? ¿A los perros de la guerra, o a sus amos?
Khalsa se puso en pie de manera apresurada y casi tropezó con la bandeja mientras iba hacia la puerta.
—¡Está loca, mujer! Le he ofrecido evitar pasarse la vida en un campo de prisioneros. —Manoseó una llave con gestos torpes, la insertó en la cerradura y abrió la puerta—. Se ha condenado a sí misma.
Deirdre se abalanzó sobre el gordinflón y le dio una bofetada que le dejó una marca roja y cuatro arañazos en la mejilla.
—¡Animal! Tiene suerte de que le tenga tanto asco que no dedique mi tiempo a pensar las cosas. Con mi formación y mis conocimientos, podría aceptar su propuesta y luego asegurarme de que, durante todo el tiempo que lo dejase vivir, sufriera una agonía insoportable.
Ella se apartó, y Khalsa hizo pasar su voluminosa masa por la puerta de la celda.
—Corra, Khalsa, corra —añadió Deirdre—. Mientras yo viva, nunca estará a salvo. Le atormentaré en sus sueños. Probará mi veneno en su comida y, con cada molestia o dolor, se preguntará si he conseguido mi propósito. —Soltó una carcajada más horrible de lo que jamás pudo imaginar—. ¡Algún día, tendrá razón!
Khalsa, angustiado, cerró la puerta con llave y huyó. Taman Malthus se incorporó con gestos lentos y rígidos y se agarró a los barrotes de su celda con sus enormes manos.
—¡Qué digna pareja de un guerrero es usted! —exclamó.
—No me halague —siseó ella—. A usted no lo trataría mejor que a él. Usted es quien tiene las manos manchadas de sangre. Usted lo mató… no, lo asesinó…
El dolor que había en la mirada de Malthus la sorprendió lo suficiente para no terminar la frase.
—Se equivoca, doctora —dijo el Elemental—. No soy un asesino. Sólo luchando contra los mejores podemos confirmar que somos los mejores. Su amante me derribó, pero yo no estaba derrotado. Él lo sabía, y sabía también que pagaría por su osado golpe. Describir lo que hice como un asesinato convierte a mi dignísimo enemigo en una simple víctima.
Deirdre se agarró a los barrotes de la celda y empezó a temblar.
—Él fue una víctima…, ¡una víctima de esta estúpida guerra!
A medida que se fue diluyendo su excitación, la fatiga y la debilidad pusieron plomo en sus músculos.
—Eso, doctora, es una calumnia. Jewell sabía y aceptaba su papel en nuestra lucha. Era más guerrero que muchos miembros de los propios Clanes. —En un arranque de furia, Malthus tiró de los barrotes, mas éstos no cedieron—. Si ComStar no me hubiese robado la victoria, yo, Taman Malthus, habría cumplido la promesa que les hice a los dos.
¡La muerte de Kai no tuvo sentido! A pesar de la sinceridad del capitán estelar, ella sintió que su espíritu comenzaba a replegarse. El hecho de que Kai hubiera muerto de manera innecesaria la golpeó y ocupó el lugar del trauma por la muerte de su padre. Reforzó su convicción, mantenida toda su vida, de que la guerra y la muerte eran estupideces, los recursos de los débiles. Sabía que Kai también pensaba igual, pero había ido al encuentro de la muerte como una polilla atraída hacia una llama de forma inexorable.
Abrió la boca para decir algo, pero los tonos de la cerradura la interrumpieron. La puerta volvió a abrirse. Sintió renacer la ira cuando vio la mole escarlata de Khalsa; sin embargo, se mantuvo callada al comprender que alguien lo obligaba a entrar en la sala. La luz se reflejaba en su calva, ya que estaba en una postura extraña.
La razón de aquella postura era el cañón de un rifle automático, que apuntaba a su fosa nasal derecha.
—Doctora, no sé si es el momento o el lugar adecuados, pero tengo una molestia —bromeó el hombre que empuñaba el arma, mientras obligaba a Khalsa a entrar—. ¿Es su hora de visitar pacientes?
La radiante y evidente alegría en el rostro de Deirdre hizo palpitar más deprisa el corazón de Kai en su pecho. Ella se apartó de los barrotes de su celda y se llevó las manos a la boca, asombrada. Parpadeó y lo miró como si fuera a evaporarse como un fantasma.
—¿Realmente eres tú?
—O soy yo, o el vicecapiscol tiene una terrible pesadilla —repuso Kai, sonriendo y jugueteando con su arma.
—Cabrón… —gruñó Khalsa.
Kai empujó al gordo metiéndole el arma en la nariz.
—Abre la puerta.
—Nunca podréis escapar —dijo el vicecapiscol mientras sacaba las llaves de su cinto.
Kai contuvo las ganas de apretar el gatillo.
—Si quisiera su consejo, le abriría la cabeza y lo buscaría entre sus sesos. Estoy cansado y hambriento, y reboté de una rama a otra de un pino hasta caer pesadamente en el fondo de aquel precipicio. A… bra la puer… ta.
Khalsa obedeció, y Kai lo apartó a un lado. Deirdre salió corriendo y lo abrazó con todas sus fuerzas. A Kai no le importó que volvieran a dolerle las magulladuras, porque sentir su cuerpo y oler su olor le aliviaron todos los dolores.
—Te quiero, Deirdre.
—Eres tú, realmente eres tú. Creía que te había perdido.
Mientras las lágrimas de Deirdre caían sobre su cuello, Kai sintió que le daban un tirón en la cadera derecha. Con el brazo izquierdo alrededor de la cintura de la mujer, la apartó a un lado mientras Khalsa sacaba la pistola de agujas de Kai de su funda. Kai levantó el rifle y golpeó al vicecapiscol en la sien cuando éste iba a apuntarle. Aturdido, el hombre trastabilló hacia atrás y fue a chocar contra la celda de los Elementales.
Malthus pasó las manos entre los barrotes y agarró a Khalsa por el cráneo. Sus músculos se tensaron al girar las manos para torcerle bruscamente la cabeza a la derecha. Cuando el ángulo fue el máximo posible, Kai oyó un crujido y Khalsa se desplomó en el suelo.
El MechWarrior agarró con más fuerza a Deirdre y apoyó la cabeza contra la suya para que no se volviera.
—Gracias —dijo.
Taman Malthus dejó las manos abiertas colgando con gesto aparentemente inocente entre los barrotes.
—Te he privado de una muerte que, por derecho, era tuya.
—Me has salvado de una bala —repuso Kai, aflojando el abrazo—. ¿Cómo estás, cariño? ¿Estás bien para viajar?
Deirdre sorbió por las narices y se enjugó las lágrimas.
—Estoy infinitamente mejor ahora. Creía que estabas muerto.
—Bueno, no creas que me siento muy bien de todos modos —dijo Kai, esbozando una sonrisa—. ¿Lista para una carrera hasta el radiotelescopio? Esta vez utilizaremos el coche de lujo de Khalsa. —Señaló con el rifle a los Elementales y añadió—: Con estos tipos enjaulados, deberíamos conseguirlo.
—Vámonos —dijo ella.
—¡Esperad!
Kai se volvió hacia Malthus.
—¡Ah!, perdona si declino la oferta de continuar nuestro combate. Sé que para ti es una cuestión de honor, pero me obligaste a luchar también contra la gravedad y contra un árbol gigantesco. —Abrió los brazos para que el Elemental pudiera ver bien su mono raído y manchado—. Considérate el vencedor, ¿de acuerdo?
—Lo soy. Y te considero el guerrero más osado que hay en la Esfera Interior.
—¿Yo, un guerrero osado?
—El luchador más valiente que haya conocido desde nuestro regreso a casa —dijo el Elemental, y señaló con la cabeza a Deirdre—. Como le he dicho a ella, yo gané la lucha. El hecho de que quisieras combatir te hace digno de mi respeto y me ha hecho reflexionar sobre la naturaleza de aquellos a quienes nos enfrentamos. Estoy preparado para hacer honor a mi promesa de proporcionarte transporte para salir de este planeta, aunque te pido que me concedas una cosa.
—¿Cuál? —preguntó Kai, entornando los ojos.
—Dime quién eres en realidad. —Malthus levantó una mano para acallar cualquier protesta—. Sé que no eres Dave Jewell. Leí su archivo y sé que era zurdo. Tú no. Debo saber quién eres.
—Capitán estelar Taman Malthus, permítame presentarle al leftenant Kai Allard-Liao —dijo Deirdre sonriendo mientras Kai se sonrojaba.
Malthus se quedó boquiabierto y retrocedió hasta desplomarse en uno de los catres.
—¿Eres el mismo Kai Allard-Liao que estaba en Twycross?
Kai, con las mejillas ardiendo, asintió.
—¿Y el mismo Kai Allard-Liao que echó a perder nuestra emboscada sobre el príncipe Davion aquí, en Alyina?
Kai volvió a asentir.
Malthus lo miró fijamente y luego contempló a los otros dos Elementales que estaban en su misma celda.
—Kai Allard-Liao… —murmuró, y se echó a reír con una carcajada que fue creciendo en volumen e intensidad.
Tuvo que llevarse las manos al estómago y rodó hacia atrás, mientras sus subordinados lo imitaban. Uno de ellos rio tanto que cayó al suelo, en tanto que el otro tuvo que agarrarse a los barrotes para mantenerse erguido.
Kai, atónito, miró a Deirdre, pero ella se encogió de hombros, tan confusa como él.
—De todas las reacciones que he visto al oír mi nombre, ésta es la primera vez que se ríen —comentó.
Malthus se incorporó, tratando de reprimir las convulsiones que lo sacudían.
—Perdona, leftenant, pero no nos reíamos de ti, sino de nosotros mismos. —Otra oleada de risas lo sacudió. Le brotaron lágrimas de los ojos, contuvo otra risa y miró a los ojos al sorprendido Kai—. Eres el auténtico Kai Allard-Liao.
—No te entiendo.
—¿Ah, no? ¿Recuerdas Twycross? ¿Y la trampa al príncipe? De haber sabido que te estábamos persiguiendo a ti, habría empleado una estrella entera.
¿Una estrella entera de Elementales? ¿Para perseguirme? ¡Es una locura!, pensó Kai.
—Creía que los Clanes preferíais las batallas igualadas —dijo.
—Cierto. Dos estrellas, pues.
Uno de los hombres de Malthus asintió con entusiasmo.
—Estáis locos —afirmó Kai.
—¿De verdad? En Twycross destruíste a los Guardias de los Halcones. En Alyina abriste los dientes de una trampa que debería haber cazado al heredero del trono de la Mancomunidad Federada. Después lograste sobrevivir durante cuatro meses detrás de las líneas enemigas. Nos has eludido al tiempo que te atrevías a pedir la recompensa por tu propia muerte, y luego tú, un MechWarrior, derrotaste a un Elemental en combate singular. Te caíste de una meseta, chocaste contra un árbol y te estrellaste contra el suelo, y sin embargo todavía has sido capaz de venir a Dove Costoso y preparar una fuga.
Kai negó con la cabeza con vehemencia.
—No, no, estás exagerando mucho.
—Kai, basta ya —exclamó Deirdre, muy seria—. ¿Qué dirías si Victor hubiera hecho todo eso? ¿Dirías que no ha sido nada?
Kai la miró como si estuviese loca.
—No seas tonta. Claro que no —admitió.
—Entonces, ¿por qué ha de ser diferente en tu caso? —Le acarició la cara y añadió—: Durante mucho tiempo te has negado esos grandes logros hasta tal punto que no sabes lo especial que eres. Lo que haces es milagroso. El coronel Wolf dijo algo parecido cuando venciste a cinco ’Mechs en la prueba de Outreach.
—¿Cinco ’Mechs? —gimió Malthus.
—Tres estrellas… —murmuró uno de los otros.
—Pero, pero, pero… —farfulló Kai, hasta que Deirdre le puso un dedo sobre ios labios.
¿Es verdad lo que están diciendo? ¿Soy tan bueno en realidad, o están haciendo una interpretación equivocada de lo que no es más que una tremenda racha de buena suerte? Sonrió al recordar que un instructor de MechWarriors le había dicho: «Es mejor tener suerte que ser muy bueno». ¿Realmente he sido demasiado exigente conmigo mismo todos estos años?
Esperó a que resonara aquella voz que le decía que la arrogancia sería su perdición, pero no la oyó. Tal vez sea bueno, o tal vez tenga mucha suerte. Ninguna de las dos cosas es una excusa para que sea un engreído, pero quizá no sea tan torpe como creía. Kai sonrió al sentir que el peso sobre sus hombros se aliviaba por primera vez desde que tenía memoria.
Deirdre le dio un beso.
—Mantén este refuerzo, doctora, y podría llegar a creer casi todo lo que me digas. —Se volvió hacia Malthus y le dijo—: Parece que estamos en el mismo bando, al menos por el momento. Si dices en serio que puedes sacarnos de esta roca, te dejaré en libertad. Pero sólo con la condición de que no tengamos que terminar nuestro combate.
—¿Por qué debería luchar con un guerrero aliado? —inquirió Malthus—. Antes de sacaros de Alyina, debo liberar a mis hombres y vengar las muertes que se han producido. Creo que mis hombres han sido enviados al complejo de ComStar de Valigia.
—Esas instalaciones de ComStar son una fortaleza construida por el presidente de una gran empresa que gobernaba este planeta como un feudo personal —dijo Deirdre—. Tal vez unos Elementales con sus armaduras combatirían bien en su interior, pero entrar allí será algo muy distinto.
—Nuestras armaduras están almacenadas en las montañas donde os esperábamos, pero no tenemos mochilas de cohetes. Necesitaremos algo grande para entrar allí. ComStar ha desarmado a la población durante los cuatro últimos meses y ha eliminado todos los restos de ’Mechs que habían quedado en la superficie del planeta.
Kai soltó una risa ronca.
—Sé dónde podemos encontrar un rifle Gauss. Con eso abriremos un agujero. —Sacó las llaves de la cerradura de la celda de Deirdre y se las arrojó a Malthus—. Es hora de que alguien envíe un mensaje a ComStar. Si estáis dispuestos a colaborar con nosotros, estoy seguro de que podremos hacerles una entrega muy especial.