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CAPÍTULO

45

Jane pasó mucho tiempo rezando sola después de su conversación con Gabriel, pero ahora esperaba con ansia el oficio religioso del domingo. Su alma estaba deseosa de que la reconfortante voz del señor Paley guiara sus oraciones y de sentir la complicidad de sus vecinos y amigos.

Desde su sitio habitual, junto a Thora y Talbot, vio que Gabriel se detenía a saludar a los McFarland y a Ted al fondo de la iglesia. Se habría sentado junto al personal, como solía hacer, pero el anciano señor Lane entró con su bastón, le tomó el brazo y le hizo un gesto para que se sentara con ellos unas pocas filas más adelante. El dueño de la granja parecía más frágil que la última vez que Jane lo había visto; la mujer comprendió por qué quería renunciar a su propiedad e irse a vivir con su hija. Hizo que recordara a su propio padre y lo echara de menos.

Sentado en el banco de la familia Lane, Gabriel Locke no estaba lejos de ella. Lo miró varias veces durante el servicio. Estaba muy erguido, atento, al contrario que ella. Intentaba escuchar, pero lo que oía era su voz grave sobre otras más cercanas repitiendo las oraciones o recitando el salmo. Le gustaba su voz.

Apartó la vista hacia otro lado y vio a su suegra mirándola. Thora, sin duda, había visto la dirección de su mirada y el objeto de su atención, tan distraída.

Le dedicó una breve y tímida sonrisa y volvió a poner interés en el servicio religioso. O lo intentó, por lo menos. Se preguntaba si Thora estaría molesta al ver su acercamiento a otro hombre. ¿Pensaría que estaba siendo desleal al recuerdo de John? Esperaba que no. Aunque su suegra no se había vuelto a casar hasta pasados muchos años del fallecimiento de su marido.

A su lado, la mujer le tomó la mano. Jane no pensó que fuera un gesto amenazante, sino de afecto cercano, y apoyó el hombro en ella, apretando sus dedos con fuerza.

Con una última mirada en dirección a Gabriel, le pidió a Dios que le diera valentía y dirigiera sus pasos.

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El día antes de la boda de Rachel, Mercy subió a su habitación después de desayunar y se encontró a Alice esperándola.

—Hola, Alice. Tengo que ayudar a la señorita Rachel a prepararse para su boda pronto, pero, cuando vuelva, podremos pasar el día juntas. Después, te ayudaré a hacer las maletas.

—¿Por qué tengo que irme a vivir con ese hombre? —preguntó, no por primera vez.

—Ya lo sabes —respondió con paciencia—. Va a ser tu padre ahora.

—Quiero quedarme aquí contigo —protestó la niña, con el ceño fruncido.

«Oh, Dios, ¡ayúdame a convencerla!».

—Alice, me ha encantado ser tu profesora y siempre serás un regalo para mí. No pasa nada, no me iré a ninguna parte y seguiré estando aquí, en Ivy Cottage. El Fairmont no está tan lejos y nos veremos mucho en el pueblo y en la iglesia, si el señor Drake acude. Quizá podríamos visitarnos de vez en cuando. Sé que eso te gustaría mucho, ¿no es así?

La pequeña asintió con gesto rotundo y Mercy deseó poder cumplir esas promesas. Recordó las palabras del señor Drake: «Espero que usted y yo podamos pasar más tiempo juntos. Y también con Alice, por supuesto. Creo que le sería de ayuda ver que usted y yo no somos enemigos, sino amigos».

Confió en que James hubiera dicho aquello en serio, pues facilitaría las cosas para Alice en su cambio de vida. Para ella implicaría prolongar el dolor por la pérdida, probablemente, pero estaba dispuesta a sobrellevarlo por el bien de la niña.

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La señorita Rachel Ashford y sir Timothy Brockwell se casaron en St. Anne en una mañana soleada de diciembre. Rachel llevaba un vestido rosa pálido con bordados de seda, un sombrero a juego con el velo y, para salir, lady Brockwell le había dado un manto de piel recortada.

Durante la ceremonia, la novia irradiaba felicidad. Se sentía como flotando, había llegado el día que tanto había soñado.

Después de que el señor Paley los declarara marido y mujer, los bendijera y firmara su licencia matrimonial, ella y Timothy salieron de la iglesia de la mano. Liberó la sonrisa que había retenido durante el solemne servicio y su ya esposo se la devolvió con un brillo de cálido afecto en los ojos al mirarla. Pasaron juntos por un pasillo formado por dos filas de amigos y familiares, que flanqueaban el camino de la iglesia aplaudiendo, deseándoles lo mejor y lanzándoles bendiciones y arroz.

Sir Timothy ayudó a Rachel a subir a la calesa de los Brockwell, que llevaba el techo descubierto para que todos pudieran ver cómo se alejaba la feliz pareja camino de la mansión familiar para el convite. Tras ellos, la gente los felicitaba.

Rachel se volvió en el asiento para saludar. Nicholas Ashford permanecía junto al muro con la señorita Bingley a su izquierda y Justina Brockwell a su derecha. Al ver su sonrisa, la nueva señora Brockwell se sintió en paz, los últimos restos de culpa se desvanecieron.

En aquel patio veía a toda la gente a la que amaba, incluso sus padres estaban allí en espíritu. Su hermana, Ellen, y su amiga Mercy, dejando de lado sus preocupaciones y su tristeza por un día para desearle felicidad. Las mujeres de la Sociedad de Damas Té y Labores, el señor Basu y la señora Timmons, Matilda y las niñas de la escuela, el señor y la señora Paley y tantos otros… Incluso había empezado a sentir cariño hacia lady Brockwell.

Y allí, en medio de todos, Jane con una mano sobre la verja de la iglesia, viéndolos marchar. En la distancia, sus miradas se encontraron centelleantes de alegría. El tiempo parecía detenerse.

Comprendió lo que aquello significaba. Al contrario de tantas veces cuando era pequeña, ahora era ella quien se marchaba con Timothy, mientras que Jane se quedaba atrás para verlos alejarse. Pensó que su amiga podría estar pensando eso mismo. ¿Estaría realmente feliz por ellos? Una sonrisa se formó en el rostro de la señora Bell, que saludó con entusiasmo. Le devolvió el saludo con otra amplia sonrisa. Estaba feliz por ellos, como había dicho. La alegría de Rachel se multiplicó.

Gabriel se acercó a Jane, tranquilizando con su presencia a Rachel. No estaría sola mucho tiempo si el señor Locke se salía con la suya.

La recién casada saludó hasta que la calesa dio vuelta a la esquina y todos desaparecieron de su vista. Después miró adelante y se sentó más cerca de Timothy. Él le tomó la mano enguantada con un cariñoso gesto.

—¿Todo bien? —le preguntó con suavidad.

—Mejor que bien, casi perfecto.

Sus cejas se levantaron.

—¿Casi?

Inclinó la cabeza un poco y posó los labios en los de Timothy, besando a su apuesto marido como había deseado hacerlo desde que tenía memoria.

—Ahora todo es perfecto.

Él sonrió y le dio otro largo beso. Sí, era perfecto.

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Jane se dio cuenta de que Gabriel se había acercado a su lado en silencio cuando la calesa de Rachel volvió la esquina y desapareció de la vista. Por un momento guardaron silencio, permanecieron juntos y callados entre las muestras de alegría de todos los que estaban alrededor.

Al final, él dijo simplemente:

—Tengo la escritura de la granja Lane.

Rendida ante muchas emociones —¿alivio?—, Jane pestañeó para contener las lágrimas que últimamente se le agolpaban con frecuencia. Antes de que pudiera responder, él continuó:

—No me voy a ir a ninguna parte, Jane. Te amo, sin que me importe lo que nos depare el futuro, y esperaré.

Tras apretarle ligeramente la mano, se marchó.

El futuro dependía de ella.