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CAPÍTULO

17

Al día siguiente, el señor Basu condujo a un caballero a la sala de estar. Mercy levantó la mirada, sorprendida de ver al hombre de nuevo tan pronto.

—Señor Drake…

—He vuelto para que hablemos de la escuela de beneficencia que desea poner en marcha, ya que tuve que irme demasiado deprisa la última vez que estuve aquí.

—Es muy amable por su parte. Por favor, siéntese. Sabe que habría estado encantada de ir al Fairmont para hablar con usted.

—Lo sé. —Se sentó en una silla cercana—. Pensé que entendería mejor lo que tiene en mente viendo su escuela actual. Si no es molestia, por supuesto.

—En absoluto. Aunque lo que propongo es a mayor escala que mi pequeña escuela privada. Como le dije por escrito, creo que hay una verdadera necesidad de un colegio que eduque a niños y niñas, independientemente de su capacidad económica.

—Aunque alguien tendrá que pagar por ello. Supongo que esa es la razón por la que me escribió a mí y a tantos otros.

—Sí, por supuesto.

Se inclinó hacia ella con un gesto de desafío amistoso.

—Soy un hombre de negocios, señorita Grove. ¿Cómo podría convencerme de que invertir en este asunto merece realmente la pena?

—Una pregunta excelente. No creo que esta escuela sea simplemente una obra de caridad para los pobres necesitados. De hecho, se trata realmente de una inversión, usted lo ha dicho: una inversión en el futuro de Ivy Hill. Los niños que espero educar se convertirán, en pocos años, en trabajadores altamente cualificados para el Fairmont y para otros negocios locales. En términos más generales, esta educación conllevará mejores trabajos y salarios más altos para muchas familias, familias que podrían permitirse de vez en cuando una buena cena en, por ejemplo, un hotel.

Él sacudió lentamente la cabeza, con un brillo en los ojos.

—Ha desperdiciado su talento, señorita Grove. Tendría que haber sido política o revolucionaria.

—Creo que lo soy, en cierto modo. Estoy convencida de que todo el mundo debería saber leer y escribir, entender la historia de este gran imperio y gestionar las finanzas para aportar más a la familia. La educación es vital, ya sea para un jornalero, una criada o cualquier otra persona. No somos bestias salvajes; fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, con inteligencia y creatividad, para hacer el bien al prójimo en este mundo.

El hombre frunció la boca en una mueca de… ¿diversión? Mercy se puso a la defensiva.

—Se está riendo de mí.

Él levantó las manos.

—No, en absoluto. Estoy impresionado. Rara vez veo tanta pasión. Honestamente, es casi conmovedor. Ahora, ¿por qué no me enseña su escuela y me describe cómo se imagina la escuela de beneficencia?

—Muy bien. —Se levantó y él la siguió.

—Las niñas están fuera ahora mismo, por lo que le llevaré primero a los dormitorios —anunció, mientras subían la escalera.

Le enseñó las habitaciones, las limpias camas individuales, los baúles de ropa y los lavabos compartidos. Después, entraron en la amplia y luminosa aula y le señaló los escritorios, las pizarras, los mapas de las paredes, los globos terráqueos, los abecedarios y otros libros.

—Un aula excelente, mucho mejor que el sombrío y mohoso internado al que fui yo de niño.

—¿Ah, sí? —Observó su perfil con interés—. No debió de ser una buena experiencia, supongo.

Él negó con la cabeza.

—Aún tengo el anuncio que convenció a mi padre: «La Academia Adamthwaite ofrece una educación liberal sumada al confort doméstico, apropiada para caballeros u hombres de negocios. Sin vacaciones». —Le dedicó una sonrisita—. Más bien, «disciplina» liberal. Un lugar horrible. No nos permitían volver a casa para que no dijéramos cómo era realmente la vida allí.

—¿No podía escribir a sus padres?

—Lo hice una vez. Mi padre me respondió y dijo que mis quejas solo demostraban lo débil que era y que necesitaba una mano firme que me guiara. Que la disciplina sacaría lo mejor de mí.

—Qué horror de lugar. Tenga por seguro que no se permitirá el maltrato en la escuela. Tampoco hay abusos de ningún tipo aquí, puede preguntar a las alumnas si lo desea. Sus padres pueden venir a visitarlas y la mayor parte de las niñas pasan las tardes de los domingos con sus familias y están, normalmente, felices de volver.

—¿No es el caso de las señoritas Phoebe y Alice?

Le impresionó que recordara sus nombres.

—El padre de Phoebe viaja mucho por trabajo, pero la visita siempre que puede. Y Alice está…

—Sola —completó el señor Drake.

—Bueno, me tiene a mí. —Mercy sonrió con timidez y se apresuró a añadir—: Y a la tía Matty y a las otras niñas, por supuesto. No está sola.

Él asintió pensativamente y la siguió escaleras abajo. Ella le condujo a la ventana trasera e hizo un gesto hacia donde las niñas jugaban.

—Nuestras alumnas pasan mucho tiempo fuera a diario, cuando el tiempo lo permite. Creo que el aire fresco, así como los juegos y el ejercicio, son muy beneficiosos para la salud del cuerpo y de la mente.

—Estoy de acuerdo.

Guiadas por Anna, las niñas se acercaron corriendo y muchas dirigieron miradas de curiosidad al visitante. Phoebe y Alice iban las últimas. Mercy notó que Alice lo había reconocido, y Phoebe lo saludó.

—Buenas tardes, señor Drake.

—Señorita Phoebe, es un placer verla de nuevo. Y a la señorita Alice.

Las niñas se inclinaron con cortesía y corrieron a por sus sombreros y sus guantes. Alice miró al hombre de reojo antes de desaparecer tras una esquina.

—Qué señoritas tan educadas. Hace usted un buen trabajo, señorita Grove.

—Gracias. Ahora ¿tiene alguna otra pregunta?

Poco después, James Drake se marchó con una copia del plan detallado y de los gastos previstos que había preparado para lord Winspear. Prometió revisar la información, pero Mercy se sentía segura de poder contar con su apoyo.

¿Por qué entonces se sentía también ilógicamente preocupada?

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Más tarde, Rachel se asomaba a la ventana de la biblioteca: un elegante carruaje rojo tirado por dos alazanes se detuvo frente a Ivy Cottage. Justina Brockwell sujetaba las riendas con su hermano junto a ella y un joven mozo detrás. Rachel recordó con una punzada de dolor su último trayecto con ellos.

Sir Timothy ayudó a su hermana a bajar, le devolvió las riendas al mozo de cuadra y se acercó a abrir la puerta de la biblioteca. Justina entró rebosante de alegría.

—Hola, Rachel. Timothy me trajo la tarjeta de suscripción, pero tenía que ver esto con mis propios ojos. ¿Una biblioteca circulante? ¡Qué innovador! —Tenía el rostro resplandeciente con sus hoyuelos marcados.

La señorita Ashford sonrió.

—Eres más que bienvenida, Justina. Por favor, ponte cómoda y hojea todo lo que quieras.

—¿Quizá podrías llevarme directamente a las novelas románticas? —Levantó las cejas con picardía.

—Claro, están en esos estantes de ahí.

La joven se alejó para mirar los libros, pero sir Timothy permaneció junto al mostrador.

—Por cierto —comenzó a decir—, me sorprendió verla visitando Bramble Cottage. ¿Hace mucho que conoce a la señora Haverhill?

—No, la conocí hace poco. Ella… vino a la biblioteca. —Rachel titubeó, con temor de levantar sospechas—. También me sorprendió verle allí.

Él asintió.

—Usted mencionó la carretera de Ebsbury cuando hablamos. Más tarde, fui a casa y busqué entre los papeles de mi padre. Recordaba algo en su testamento sobre una propiedad en aquella zona, pero tuve tanto con qué lidiar cuando falleció que no me llamó la atención por aquel entonces. No es inusual legar una pequeña cantidad a un viejo y leal criado, pero ¿legarle a Carville una casa y una parcela de tierra… que ni siquiera se encuentra en nuestra hacienda? Me pareció bastante extraño.

—Quizá tiene alguna conexión familiar con la casa y sir Justin se la legó por eso.

—Si hubiera sido así, me lo habría dicho.

—¿Señorita Ashford? —la llamó Justina—. ¿Hay algo de la señora Roche?

Rachel se disculpó para ayudar a la chica a localizar las novelas de la autora y volvió al mostrador poco después. Entonces la puerta de la biblioteca se abrió y tanto ella como Timothy se volvieron para ver entrar a un hombre, al mismo Carville.

—Hola, Carville —saludó sir Timothy—, ¿qué le trae por aquí?

—Vi el carruaje aparcado fuera y supuse que alguien de la familia estaría aquí.

—En el momento justo. Estábamos hablando de usted.

—¿Ah, sí, señor?

—Sí, la señorita Ashford y yo visitamos Bramble Cottage hace poco y conocimos a su inquilina.

—¿Por qué haría usted eso, señor? —El anciano hizo una mueca de incredulidad.

—Simple curiosidad. La señorita Ashford me estaba preguntando si usted tenía alguna conexión de la infancia con Bramble Cottage.

—No, señor.

—He visto que aún pagamos los impuestos de esa propiedad. Supongo que recibe una renta de la señora Haverhill.

—No como tal. No tiene mucho y… —Dirigiendo la mirada hacia el otro extremo de la habitación, donde se encontraba Justina, bajó la voz para continuar—: Quiero decir que es una… vieja amiga. Es una deuda, por así decirlo.

—Ah… —murmuró Timothy, con el ceño fruncido.

Carville, visiblemente incómodo, se dirigió a Rachel.

—Entiendo que ha sido devuelto el volumen que faltaba.

—Sí, así es. Gracias.

—Fue culpa mía. Le presté el libro hace años y olvidé pedírselo hasta ahora.

—¿A ella? ¿Fue la señora Haverhill quien donó el libro? —Sir Timothy miró a Rachel sorprendido.

—Así es. —Con la mirada llena de culpa, intentó evitar su mirada.

Él la observó un instante más.

—Bueno, supongo que no tiene importancia. Al menos hemos reunido la colección al completo.

El mayordomo se volvió hacia Rachel de nuevo.

—¿Puedo verlo?

Ella le ofreció el libro y Carville empezó a pasar las páginas.

—Sí, todo está como debe. —Cerró la cubierta y añadió—: Ahora, si me disculpan, el deber me llama.

—¿Desea volver con nosotros, Carville? —ofreció Timothy—. Aunque tendría que compartir asiento con el mozo de cuadra.

—No, gracias, señor. —El mayordomo levantó la cabeza, haciendo ver que aquella posición estaría por debajo de su dignidad.

Timothy lo vio alejarse y, tras comprobar que Justina seguía ocupada, dijo en voz baja:

—Me pregunto si la señora Haverhill será la… de Carville… Bueno, si será la mujer con quien se habría casado si no tuviera que vivir en Brockwell Court. O quizá es una relación de necesidad y ella vive de su caridad; y de la nuestra, al parecer. Porque cuando revisé las cuentas con más detalle, comprobé que no solo habíamos pagado los impuestos, sino también el carbón y las velas durante años.

Rachel llegó a una conclusión diferente, pero se la guardó para ella. Al ver la tensión del rostro de Timothy, con la mandíbula apretada, pensó que aún no estaba preparado para oírla.