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CAPÍTULO

23

Rachel volvió a Bell Inn el lunes por la tarde, el día que la señora Haverhill había planeado regresar a Bramble Cottage. Aunque la mujer estaba prácticamente recuperada, aún se sentía un poco débil y Jane había insistido en que volviera a casa en la carreta de la posada. Condujo su amiga y Rachel se apretujó a su lado. Una cesta repleta de platos procedentes de la cocina de la posada iba en la parte trasera.

Dejaron atrás rápidamente las calles adoquinadas del pueblo, cruzaron el arroyo de Pudding y ascendieron por el camino lleno de baches que conducía a Ebsbury Hill. Cuando llegaron a Bramble Cottage, Jane detuvo el caballo, bajó ágilmente y ató al viejo animal a un poste de la valla.

La señora Haverhill ahogó un grito y Rachel, alarmada, volvió la mirada hacia la casa, temiendo ver signos de un nuevo robo. Aunque la puerta estaba cerrada, los muros de la casa estaban salpicados de yemas de huevo, de pieles y pulpa de naranja y de tomates podridos, y había manchas rosáceas que descendían hasta el suelo.

—¡No! —gimió la señora Haverhill—. Otra vez no.

—¿Qué demonios…? —murmuró Jane.

Rachel ayudó a la mujer a bajar.

—¿Esto ha ocurrido antes?

—Sí, aunque nunca tanto. —La señora Haverhill se dirigió al gallinero, cuya puerta se tambaleaba en la bisagra. En su rostro se dibujó un gesto de desolación—. Henrietta se ha ido.

Jane puso los brazos en jarras.

—Señora Haverhill, quiero que me prometa que no intentará limpiar esto usted sola. ¿Me oye? No queremos que se desmaye otra vez. Haré venir a alguien de la posada para que la ayude…, aunque tendrá que ser mañana. Hoy es uno de los días más concurridos y, con Patrick en cama por su resfriado, no podemos prescindir de nadie. Pero este desastre no se irá a ninguna parte. ¿Me promete que lo dejará estar?

Rachel reflexionó un instante.

—Tengo otra idea.

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Aquella noche, Rachel se sentó en la reunión de los lunes de la Sociedad de Damas Té y Labores con el corazón palpitando con intensidad y sudor en las palmas de las manos. Jane no había podido acudir, pero le prometió que rezaría por ella. Mercy se había excusado ante su invitado para acudir, lo que no le había gustado demasiado a la señora Grove, aunque su amiga agradecía que estuviera con ella. Aun así, sin la señora Bell a su lado, la confianza de la bibliotecaria flaqueaba. ¿Quién era ella para decirles nada a aquellas mujeres? Nunca había sido como su madre, solícita con sus vecinos menos afortunados, llevando cestas de comida y visitando a los enfermos, pero las personas podían cambiar, ¿no es así?

Antes de que pudiera encontrar el coraje para hablar, la carretera, la señora Burlingame, sacó el tema.

—He pasado por Bramble Cottage de camino al pueblo. ¡Qué espectáculo! Alguien, varias personas por lo que parecía, lanzaron huevos y verduras podridas otra vez.

—Se lo tiene merecido —gruñó la señora Barton.

Julia Featherstone hizo una mueca de desaprobación.

—Nadie se merece eso. Los huevos son imposibles de limpiar, por no mencionar lo caros que son. Qué desperdicio.

Mercy miró al resto.

—Algunas de ustedes saben que se desmayó hace poco en la calle High…

—¿En la calle High? ¿Qué estaba haciendo allí? Pensé que nunca venía al pueblo, a no ser que fuera de noche.

—Lo importante es que no está bien —dijo Mercy— y no debería limpiarlo ella.

La señora Barton resopló.

—Espero que no estés sugiriendo que lo hagamos nosotras.

—¿Por qué no? —la retó la señorita Cook—. Probablemente el responsable es el hijo de alguien de esta sala.

—¿Por qué me miras a mí? —exclamó la señora Barton—. Espero que no estés acusando a uno de mis chicos, Charlotte Cook.

Charlotte resopló y la lechera continuó:

—¿Por qué deberíamos ayudarla? Ha rechazado todo intento de amistad desde que se mudó aquí.

La señora Snyder levantó las manos.

—¡Eso fue hace treinta años!

—Una mujer como ella no puede esperar que la gente decente la ayude.

La mujer del vicario suspiró.

—Mis chicos y yo lo haremos.

«Pobre señora Paley». Sentía el deber de asumir todo lo que los demás no querían hacer. Por primera vez, la señorita Ashford vio lo cansada que estaba la mujer. Entonces se levantó.

—No, señora Paley, usted ya hace demasiado. —Recorrió con la vista la estancia, mirando al resto de mujeres, algunas sorprendidas y otras molestas porque fuera a hablar a pesar de ser nueva. Buscó las palabras adecuadas y comenzó—: No conozco la historia al completo, pero, aunque los rumores fueran ciertos, ¿no hemos cometido todas errores? Yo sí, por lo menos. Y todas saben que mi padre también. Sea como fuere, ella está sola ahora y debe valerse por sí misma, como muchas de nosotras. Saben que su criada y amiga falleció y, recientemente, la hija de esa mujer la dejó también. Y han vandalizado su casa. Hasta ahora vivía de las pocas verduras de su huerto y de los huevos de su última gallina, a la que han dejado escapar o han robado.

»Ni siquiera se atreve a vender su jabón en el mercado de Ivy Hill. Piensa que la evitarían o que le lanzarían huevos podridos otra vez. Y probablemente así sea si no hacemos algo, si no hacemos público que la apoyamos. Somos las mujeres de Ivy Hill y ejercemos cierta influencia en nuestra comunidad. ¿No podemos utilizar esa influencia para el bien?, para el bien de una mujer, de una vecina, de una de «nosotras».

Rachel se detuvo y exhaló una gran bocanada de aire. A su alrededor, las mujeres la miraban fijamente, con expresiones inescrutables. Sintiendo que le ardía el rostro, se sentó. ¿Se había puesto en ridículo? Probablemente.

El silencio se prolongó; incluso Mercy permaneció callada, también la señora Paley. ¿Se había sobrepasado?, ¿había empeorado las cosas al expresar su honesta indignación? Esperaba que no.

Tragó saliva, juntó las manos y esperó.

Por fin, la lechera dijo:

—¡Santo cielo, menudo discurso! A este ritmo, tendremos que traer más sillas.

¿Estaba criticándola o haciéndole un cumplido? No parecía un halago. Entonces la mujer concluyó:

—Bueno, puedo estar ahí a las ocho. Tengo que ordeñar a mis vacas antes, pero en la vaquería nos levantamos pronto.

—Yo te acompañaré —dijo la señora O’Brien.

—Yo también —asintió la señora Snyder.

—Llevaré baldes de agua y paños en mi carreta —se ofreció la señora Burlingame. Y miró a la joven pintora—. Becky, ¿podemos tomar prestada tu escalera?

—Por supuesto.

—Yo puedo prescindir de una gallina —propuso la señorita Featherstone.

—Y yo… —dijo la señora Klein, como una bendición— llevaré el té.

Rachel respiró aliviada. A su lado, Mercy la tomó de la mano y la apretó con cariño.

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El señor y la señora Grove insistieron en que su hija permaneciera en casa al día siguiente con el señor Hollander, por lo que Mercy se ofreció a vigilar la biblioteca mientras Rachel ayudaba en casa de la señora Haverhill.

Rachel, Matilda Grove y todas las alumnas se marcharon de Ivy Cottage a la mañana siguiente con viejos guantes y delantales de jardinería sobre sus vestidos. Matty llevó también un plato de galletas.

Aunque la maestra tuvo que quedarse, pensó que sería una buena lección para las niñas, no solo sobre ayudar a una vecina, sino para mostrarles que la señora Haverhill no era la bruja que algunas imaginaban que era.

Cuando las señoritas de Ivy Cottage alcanzaron la carretera de Ebsbury, se encontraron con Julia Featherstone, que sujetaba a una gallina clueca pero dócil bajo el brazo. La señora Burlingame pasó a su lado con la carreta. La señora Klein iba sentada en la parte trasera, sujetando las jarras de té mientras la señorita Morris, sentada a su lado, sujetaba una escalera.

Cuando llegaron a Bramble Cottage, descubrieron que la señora Snyder había llegado temprano y ya había lavado algunas de las prendas de la señora Haverhill y las había colgado en el tendedero.

También estaba allí la señora Barton, que frotaba los muros con sus cortos pero fuertes brazos. Uno de sus hijos adolescentes trabajaba junto a ella, mientras otro chico acarreaba los cubos que la señora Bushby llenaba en el pozo.

Todos pudieron contribuir, frotando, vertiendo agua, compartiendo la escalera o apilando cajas a las que subirse para alcanzar los lugares más altos y reuniendo los restos de las verduras, que podían alimentar al cerdo de los McFarland.

La señora Haverhill sirvió el té y la comida en una pequeña mesa que habían instalado con ese propósito. Tenían las galletas de Matty, las ciruelas de la señora Bushby y una cesta de tartaletas de pollo y puerro que Jane había enviado desde Bell Inn.

La señora Haverhill comenzó la mañana rígida y recelosa, temiendo comentarios crueles o que alguien hubiera acudido solamente para asomarse a la intimidad de Bramble Cottage por fin. Sin embargo, sus reticencias se fueron disipando a medida que la mañana avanzaba y todos fueron amables con ella, salvo algunos de los adolescentes enfurruñados. Pero incluso sus ceños fruncidos desaparecieron cuando llegaron las niñas de la escuela, y la mujer se relajó.

Proporcionó toallas y jabón para que se lavaran las manos antes de comer y los obsequió a todos con su gratitud y una pequeña barra de jabón de dulce aroma que había elaborado a partir de la receta de la señora Snyder. Más tarde, cuando el «equipo de limpieza» finalizó la tarea y la gente comenzó a marcharse, Matilda llevó aparte a Rachel.

—Bien hecho, mi niña. Tu madre habría estado orgullosa de ti. Yo lo estoy.

Los ojos de Rachel se llenaron de lágrimas ante aquel elogio tan cariñoso y apretó la mano de la mujer.

—Gracias.

Matilda y las alumnas se marcharon de vuelta a sus clases, pero Rachel permaneció en Bramble Cottage para ayudar a recoger. La señora Haverhill encendió el hervidor, pidiéndole que se quedara un poco más.

Cuando la señorita Ashford salió para recoger el resto de tazas y de utensilios, se sorprendió al ver a Timothy Brockwell subiendo por el camino y a su caballo negro amarrado a la verja.

—Señorita Ashford… —saludó con cortesía y se inclinó.

Rachel sintió la tensión entre ambos y permaneció en silencio, incómoda, sin saber qué decir o qué hacer.

Sir Timothy…

Él levantó la palma de la mano.

—No se preocupe, no he venido a continuar nuestra última conversación, que tanto la irritó. Solo he venido a visitar a la señora Haverhill para ver cómo está.

Rachel dejó caer una cuchara y se agachó con torpeza a recogerla.

—Está bien. Me marcharé en unos minutos.

Detrás de ella, la señora Haverhill dijo:

—Rachel, ¿te importaría quedarte?

La joven miró por encima del hombro hacia la puerta, donde la señora Haverhill esperaba su respuesta.

—Yo… no sé si sir Timothy desea que me quede…

—Bueno, yo sí —insistió la señora Haverhill.

—No me importa en absoluto que la señorita Ashford se quede —dijo Timothy.

La joven se presionó con una mano el estómago, afectado por los nervios.

—Está bien. —Lo siguió para entrar en la casa.

La señora Haverhill miró con recelo al recién llegado.

—Buenas tardes, sir Timothy.

—¿Qué tal avanza su recuperación, señora Haverhill? Espero que se encuentre mejor.

—Me siento mucho mejor, gracias. Debido en gran parte a la señorita Ashford y a la señora Bell.

—Excelentes amigas que mantener, lo reconozco. —Se aclaró la garganta, después de mirar a Rachel—. Me gustaría hacerle algunas preguntas, si es que me lo permite.

—Se lo permito, pero le advierto que es posible que no le gusten mis respuestas. —Sus ojos se tiñeron de tristeza.

Ella y Rachel se sentaron juntas en el sofá y Timothy eligió la butaca opuesta. La señora Haverhill apoyó las manos en su regazo.

—¿Qué desea saber?

Él le mantuvo la mirada.

—La verdad.

—Muy bien. Pregúnteme lo que quiera.

—Mencionó que ha vivido aquí durante treinta años —comenzó—. Vino aquí cuando era usted muy joven, entonces.

—Era joven, sí, no había cumplido los veinticuatro.

—Se mudó a Ivy Hill después… ¿de que el señor Haverhill falleciera?

Ella suspiró.

—Nunca hubo un señor Haverhill, nunca me he casado. Solo en mi corazón. Pensamos que llamarme «señora» me daría un aire de respeto.

Timothy contrajo la boca al oír la respuesta.

—¿Se conocían Carville y usted antes de que viniera a Ivy Hill?

—No. Espere, eso no es exactamente cierto. Creo que lo vi una o dos veces en Londres. Acompañó a su familia durante la temporada.

—Eran… amigos, según Carville.

—¿El señor Carville y yo? No, nunca le he gustado. En aquellos días no estaba acostumbrada a tratar con criados. Yo era una señorita, créame. No era rica, pero sí una señorita.

—Pero él me dijo que usted era una vieja amiga, que por eso no pagaba la renta aquí.

—Tim… —Sacudió la cabeza con un tono indulgente y maternal—. ¿De verdad no lo sabes aún? Nunca he pagado renta por este lugar, tampoco antes de que Carville heredara la propiedad de su padre. —Miró a Rachel, levantando las cejas con aire interrogativo.

La señorita Ashford abrió la boca para responder, pero la cerró de nuevo. ¿Qué podía decir? Dudaba que Timothy la hubiera creído, aunque hubiese tratado de decirle lo que sospechaba. La señora Haverhill suspiró con pesadumbre.

—Estoy cansada de tanto secreto. Creo que casi todos en Ivy Hill —y probablemente en Wishford— lo saben, excepto aquellos a quienes más les afecta la verdad. Los rumores se detuvieron en Thornvale, en Fairmont House y en Brockwell Court, al menos en el piso de arriba.

—¿Qué quiere decir? —Sir Timothy tensó la mandíbula y Rachel vio cómo una sombra de sospecha atravesaba sus ojos. Lo suponía o, al menos, lo temía más de lo que dejaba ver.

—Rachel, trae el té, por favor —pidió la señora Haverhill—. Estoy oyendo el hervidor. Tengo la sensación de que mi garganta estará seca antes de que termine de contar mi historia.

—Por supuesto. —Se levantó y entró en la cocina. Vertió agua en la tetera, que ya estaba colocada en una bandeja, añadió una tercera taza y volvió al salón.

La señora Haverhill la observó cruzar la habitación y su mirada se posó en el retrato en miniatura de la mesa auxiliar. Lo tomó entre sus manos y comenzó:

—Así era yo cuando conocí a sir Justin, aunque aún no era sir Justin, puesto que su padre aún vivía. Mi madre reunió todo el dinero que pudo darme para que fuera a la temporada de Londres, determinada a ayudarme a encontrar un marido apropiado antes de morir. Mi hermano, que era abogado, acudió como mi acompañante. Cuando conocí a Justin, pensé que nuestras necesidades económicas estaban resueltas. No me malinterpretéis, no solo me atraía su fortuna; yo le amaba y él se enamoró de mí y quería casarse conmigo. Nunca he sido tan feliz en mi vida.

»Él dijo que tenía que hablar antes con sus padres, antes de pedirle formalmente mi mano a mi hermano. Entendí que necesitaba convencerlos y que habría una discusión. Yo era la hija de un noble, pero tenía pocos contactos con la alta sociedad y poca dote. Él me aseguró que se harían a la idea después de un tiempo y mucha persuasión. Sin embargo, cuando la temporada terminó, sus padres insistieron en que Justin volviera a Ivy Hill con ellos, lejos de mí. Lo esperé, pero, siendo sincera, me armé de valor para aceptar la decepción, segura de que no volvería a verlo.

»Entonces, un día apareció inesperadamente en nuestra casa, pidiéndome que recogiera rápidamente mis cosas, pues tenía un carruaje esperando fuera. Pensé que quería fugarse conmigo, a pesar del escándalo que aquello supondría. ¡Oh! Ojalá lo hubiéramos hecho… En cambio, me dijo que me llevaba a Brockwell Court, donde conseguiría que sus padres entraran en razón. Cuando me conocieran mejor, dijo, no podrían negarse.

La señora Haverhill sacudió la cabeza con tristeza.

—Yo era joven y estúpida. Dejé la protección de mi hermano para viajar sin acompañante con un hombre que no era mi marido. Socialmente, me arruiné en cuanto el carruaje se alejó de nuestra casa. Sin embargo, creía firmemente que Justin se casaría conmigo y que, cuando lo hiciera, nadie recordaría una o dos noches de viaje solos.

Rachel miraba a la señora Haverhill, pero pudo ver por el rabillo del ojo cómo sir Timothy movía las manos nervioso.

—Cuando llegamos al condado de Wilts, pude ver cómo su valentía desaparecía. Nunca lo había visto tan preocupado. Al final, hizo que el conductor se desviara hacia Salisbury y me consiguió una habitación en la posada Red Lion. Decidió que hablaría primero a solas con sus padres.

Sacudió la cabeza de nuevo.

—Volvió a Brockwell Court para descubrir que le habían concertado un matrimonio mientras había estado fuera. Era con tu madre. La cuenta creció mucho en la Red Lion mientras él intentaba negociar con sus padres. Después, me anunció que había adquirido una casa de campo para mí cerca de Brockwell Court. Se la había comprado discretamente a una anciana viuda que se iba a vivir con su hijo. Prometió amueblarla y proporcionarme una criada. Dijo que solo sería temporal, hasta que consiguiera que sus padres no le forzaran a casarse con una extraña a la que no amaba.

»Finalmente, como sabéis, sucumbió a sus deseos y se casó con tu madre. Yo estaba devastada; una parte de mí siempre había sabido que aquello iba a ocurrir. Por supuesto, la decisión no fue tan difícil de tomar como podría parecer, puesto que él me convenció de que aquello no tenía que significar el final de lo nuestro.

Se encogió de hombros y continuó:

—Justin pensó que podría tenerlo todo: tomarse la tarta y guardarla también. El matrimonio que sus padres querían con una mujer apropiada y rica. El heredero que siguiera sus pasos. Y a mí, para cuando se aburriera o se sintiera solo. —La señora Haverhill miró a Timothy—. Estarás tentado de concluir que su intención era convertirme en su amante desde el principio, pero creo honestamente que nunca quiso engañarme, aunque quizá sí se engañó a sí mismo al pensar que podría ganarse la bendición de tus abuelos. Oh, las promesas tan convincentes que me hizo y las imágenes tan idílicas que pintó de nuestra vida secreta juntos. Yo renuncié a la razón y me dejé persuadir.

Las lágrimas inundaron sus ojos.

—Fui feliz por un tiempo o, al menos, estuve satisfecha viviendo con Bess y la pequeña Molly. Por supuesto, llegaría el momento en que la situación tan precaria en la que vivía erosionaría mi confianza… y mi conciencia, pero ¿qué podía hacer? No podía volver a casa de mi hermano sin un marido. Si hubiera dado cobijo a una mujer caída en desgracia, habría perdido a todos los clientes que tenía y cualquier amigo con valores morales lo habría abandonado. Además, estaba demasiado avergonzada para volver, así que me quedé.

Inhaló una bocanada de aire.

—Cuando sir Justin falleció, la renta mensual que mantenía nuestra casa murió con él. Los últimos años han sido difíciles, financiera y emocionalmente. Vestir de luto no ha sido un engaño, aunque supongo que pensaréis que he recibido lo que merecía. Siempre supe que sufriría las consecuencias.

Bebió otro sorbo de té y continuó:

—Durante meses, viví con miedo de que me quitaran la casa también y de terminar en la calle, sola, sin un penique y sin un lugar al que ir. En cambio, vino el señor Carville y me dijo con frialdad que me permitiría vivir aquí y me pagaría los impuestos y las velas, pero que debía arreglármelas para mantenerme. Supongo que sir Justin insistió en su lecho de muerte. De lo contrario, estoy segura de que el mayordomo habría disfrutado echándome. Tiene la determinación de proteger la reputación de sir Justin y del apellido Brockwell. Para él soy la bruja retorcida que condujo a su señor al pecado, y nunca cambiará de opinión. —Miró a Timothy con los ojos pensativos y cansados—. Supongo que tú también preferirás no creerme.

Sir Timothy se cruzó de brazos.

—No sé qué creer. Carville insiste en que usted es otra desafortunada mujer que mi padre conoció durante su época de magistrado, otra pobre viuda, como la señora Kurdle, por quien sintió lástima y a quien decidió ayudar por generosidad.

La señora Haverhill lo observó con la expresión llena de tristeza.

—Puedes creer lo que necesites creer, Tim, si eso te ayuda a dormir por las noches.

—¿Por qué me llama Tim? —protestó de mala gana—. Es muy atrevido por su parte.

—No era mi intención ofenderte. Es una vieja costumbre. Así es como tu padre se refería a ti.

Su mandíbula se tensó.

—Es un nombre familiar que no tiene derecho a usar.

Al detectar su tono severo, Rachel protestó:

—Timothy, por favor.

Con gesto nervioso se pasó una mano por el rostro.

—¿Puede probar algo de todo esto?

—Podría. Tengo las cartas que me escribió, aunque son personales y preferiría que no las leyeras. Te enseñaría el anillo que me dio y otros recuerdos que tenía de él, pero… han desaparecido.

Tomó el libro de poesía que Timothy había visto cuando él y Rachel fueron a dar de comer al gato, el mismo en el que la joven había leído la dedicatoria que le ocultó a él. La señora Haverhill lo abrió por la página firmada y lo dejó en la mesa.

La señorita Ashford contuvo el aliento. El hombre se quedó mirando la dedicatoria con el rostro pálido. Parecía… atónito.

—¿Timothy? —dijo Rachel, preocupada por él.

El hombre cerró el libro de golpe y ella lo sintió como una bofetada. Rachel no sabía qué hacer ni qué decir. Él la miró con la palabra «traición» escrita en sus facciones.

—Viste esto el otro día, ¿verdad?

—Lo vi, pero pensé… que «J» podría ser cualquiera.

Timothy sacudió la cabeza con un gesto de amargura en sus labios.

—Reconozco la letra de mi padre. La conozco casi mejor que la mía. —Timothy se volvió hacia la señora Haverhill—. Pudo haberle dado este libro antes de casarse con mi madre.

La señora Haverhill abrió el libro de nuevo y señaló la fecha de publicación.

—Eso sería imposible, ya que el libro se ha publicado más recientemente, hace quince años.

Las aletas nasales de Timothy se dilataron. Lanzó el libro lejos, se levantó y salió como una exhalación de la casa.

Rachel miró a la señora Haverhill.

—Lo lamento mucho, está enfadado.

—Por supuesto que lo está.

—Discúlpeme. —Tomó su chal del perchero y lo siguió, corriendo camino abajo para alcanzarlo.

Él la miró y después volvió la vista al frente.

—Lamento haberme ido sin despedirme. Si me hubiera quedado, habría dicho algo peor.

—Lo entiendo, y ella también.

Se detuvo en la verja, donde esperaba su caballo, y se sujetó al poste.

—Cuando la señora Haverhill comenzó a contar su historia, sugiriendo que mi padre la amaba, pensé que había sido una ingenua, que había confundido su lástima con admiración y afecto, pero ahora… —Sacudió la cabeza una y otra vez con los ojos centelleantes—. Soy un idiota. Y Carville también. Mintió para proteger el apellido Brockwell y yo le creí. He estado tan tozudamente ciego… Toda mi vida mi padre me educó sobre los principios del honor y el deber familiar. También a Richard y a Justina, pero sobre todo a mí, por ser el mayor y el heredero. Todo lo demás —deseos personales, sueños, amor— debía supeditarse a lo que fuera mejor para el futuro de los Brockwell.

»Y, sin embargo, todo aquel tiempo no honraba a su familia, a su mujer o a sus votos ante Dios. Todo aquel tiempo, mancilló el apellido Brockwell y su propia dignidad. Cuando pienso en cómo menospreciaron él y mi madre a tu padre cuando… cometió errores que no son, a mi parecer, nada comparado con esto… Qué hipócrita. Y en qué hipócritas tan orgullosos nos convirtió a todos.

Rachel no lo había visto nunca tan enfadado. La miró con cautela, con los ojos velados.

—Venga, esta es tu oportunidad. Búrlate de nosotros, rehúyenos. Lo merecemos, yo lo merezco.

La mujer vio su rostro consumido por la desolación y se compadeció. El recuerdo de su padre se había hecho añicos, mucho más de lo que el recuerdo del suyo podría mancillarse. Sacudió la cabeza.

—Jamás haría eso.

—¿Por qué no? Todos os dimos la espalda a ti y a tu familia, todos menos Justina. Como diría mi madre, demasiado joven para entender o para «ser más sensata».

Ella sacudió la cabeza de nuevo.

—No lo haré —repitió—. No es tu culpa. Ni siquiera lo sabías. ¿Crees que tu madre lo sabía?

—Si lo supo, lo escondió bien. —Se pasó una mano por el pelo—. Ya la oíste en la cena. Presumió de que mi padre estaba cortejando a otra mujer, pero que había recordado su deber con la familia y, finalmente, se había casado con ella. Estoy seguro de que creyó que aquella vieja relación terminó ahí. Confieso que nunca me planteé qué había ocurrido con la otra mujer.

Echó la cabeza para atrás y prosiguió:

—Ahora lo entiendo… Mi padre le legó la propiedad a Carville porque no quería incluir a su amante en el testamento para que no descubriéramos su existencia. No concibió un plan de gastos para cuando muriera. Probablemente, asumió que viviría muchos años. En cambio, dejó que ella viviera en una casa sin medios para alimentarse o vestirse.

Volvió la mirada hacia la casa por encima del hombro.

—Me siento tentado de sentir pena por ella, pero ¿cómo podría hacerlo cuando ella y mi padre traicionaron a mi madre? Nos traicionaron a todos.

—Sé que no es inocente, pero siento pena por ella igualmente. —Recordó lo devastada que estaba la señora Haverhill tras el robo. «Puedo entender el dinero, incluso el anillo, pero ¿la miniatura de ojo?, ¿el guardapelo de luto? ¿Sabiendo lo que significan para mí?»—. Aunque se equivocó, cuando vino a Ivy Hill creía realmente que él la amaba y que se casaría con ella.

También sintió pena por Timothy. Tenía remordimientos por haber encubierto todo aquello, intentando protegerlo en vez de ser completamente sincera con él. Desató las riendas del poste y se dirigió carretera abajo, guiando a su caballo. Rachel caminaba a su lado, alargando su zancada para seguirle el ritmo.

—El «abnegado» funcionario público —continuó Timothy, con un tono marcado por la ironía—, sirviendo al prójimo durante tantas horas, tantas noches y noches fuera de casa para cumplir con su pesado deber… ¡Ja! Madre despreciándome porque dedico menos tiempo y por trabajar desde casa cuando sir Justin se acercaba al pueblo. Si supiera dónde pasaba aquellas horas y ¡quién se beneficiaba de su atención! Toda mi vida está basada en mentiras. Cada una de mis decisiones sobre hacer o no hacer algo, todo lo que creía ser y todo lo que me representa es… una farsa.

—No, Timothy. —Trató de calmarlo—. No todo. Tú no eres tu padre.

Pero sus palabras no parecían derribar su barrera. La miró con intensidad, de pronto muy serio.

—Espero poder contar con que no difundirás esto.

—Por supuesto —respondió con indignación. ¡Como si fuera una chismosa del pueblo!—. Nunca he dicho una sola palabra sobre la conducta de los Brockwell con las mujeres, injusta o de cualquier otro tipo.

—¿Qué significa eso?

Ella levantó la barbilla, pero no dijo nada, temiendo echarse a llorar si hablaba. El hombre continuó:

—Discúlpame. —Nervioso, se pasó una mano por la cara—. Tú también has salido herida de todo esto. Tenías razón cuando dijiste que habías escapado de la trampa de un matrimonio con un Brockwell.

¡Oh, cómo se arrepentía de aquellas palabras!

—Timothy, yo…

—Tengo que irme. —Se montó en su caballo y se alejó al galope.

Rachel lo vio marcharse, con el estómago retorciéndose por la ansiedad. ¿Qué haría él respecto a la señora Haverhill? ¿Qué haría ahora que la verdad había salido a la luz?