CAPÍTULO
18
Las temperaturas subieron inesperadamente aquella tarde de finales de otoño, resultando casi incómodas. Jane se dispuso a abrir las puertas de Bell Inn con la esperanza de que la corriente de aire refrescara un poco el interior. Cuando abría la de la entrada principal, vio a Thora y a Talbot subiendo por la calle High en su carruaje. Saludó con la mano y sintió una gran alegría al verlos. Esperaba que tuvieran tiempo para conversar.
Talbot detuvo el caballo y aparcó el carruaje cerca.
—Hola, señor y señora Talbot —dijo Jane, con una sonrisa burlona—. ¿Cómo están los recién casados?
Thora se mordió un labio y sonrió también.
—Acostumbrándose aún a ese apellido, aunque admito que me gusta oírlo.
—Pensamos que podríamos hacerte una visita, si tienes tiempo. ¿Para tomar el té quizá? —preguntó Talbot.
—¡Por supuesto! Me encantaría.
—Perfecto. Llevaremos a Gert al patio y nos reuniremos contigo en un momento.
—Estupendo, le diré a Patrick que están aquí.
—Vamos —le dijo Walter Talbot a su viejo caballo. El vehículo avanzó, pasó bajo el túnel de carruajes y desapareció en dirección al patio.
Jane entró de nuevo en la posada y asomó la cabeza a la oficina para avisar a Patrick de que su madre y Talbot habían venido. Después, se acercó hasta la ventana lateral para ver cómo los mozos de cuadra, Tall Ted y el viejo Tuffy, se apresuraban sonrientes a dar la bienvenida a la pareja y a hacerse cargo del caballo y del coche.
Jane no pudo encontrar a Colin McFarland por ninguna parte, lo que le preocupó. Últimamente estaba desaparecido, abstraído. ¿Estaría escapándose para ayudar en la granja de sus padres o era otra cosa lo que le mantenía alejado de sus tareas? Tendría que abordar el asunto con él pronto, aunque no tenía ganas de crear un conflicto. Por ahora, disfrutaría de la visita de su suegra y su nuevo marido, el antiguo gerente de la posada, que ahora era un hacendado.
Poco después, los cuatro tomaban el té sentados en la salita de café junto a la ventana principal, en la mesa favorita de Jane.
—¿Cómo va por aquí? —comenzó Thora—. ¿Todo bien?
—Sí, eso creo. —Le dirigió una mirada a Patrick para que lo confirmara.
Él la complació asintiendo con la cabeza.
—Los ingresos han subido, lo que es claramente bueno. Y hemos contratado un nuevo herrador.
—¿Ah, sí? —Thora miró a Jane—. ¿No sabes nada del señor Locke?
Jane sacudió la cabeza. Gabriel Locke había vuelto a la granja de caballos de su tío y ella había abandonado toda esperanza de que volviera.
—Sabe que Jake Fuller lo había sustituido en algunas ocasiones —respondió Jane—. Su hijo mayor, Tom, se casó hace poco con una joven local y ha vuelto a Ivy Hill, así que lo hemos contratado.
—¿Y qué tal?
—Bien. Tom cae bien a todos.
«A todos menos a Athena», pensó Jane. Con suerte, su yegua llegaría a acostumbrarse al hombre en algún momento.
—Los Kingsley han terminado el trabajo en el comedor —continuó—. Tiene que echarle un vistazo antes de irse. Volverán, espero que pronto, para arreglar los establos. El señor Kingsley planea empezar cuando termine sus proyectos actuales en el Fairmont y en Ivy Cottage.
—¿En Ivy Cottage? ¿Qué está haciendo allí?
Jane le habló de la biblioteca circulante de Rachel y de las viejas estanterías del Fairmont que Kingsley había adaptado para ella. Se alegró al caer en la cuenta de que no sentía rencor alguno; más bien, estaba feliz de que les hubieran encontrado un uso tan bonito a los estantes de la biblioteca de su padre como acoger los libros de sir William. Los dos hombres habían sido amigos y ella creía que a su progenitor le habría gustado la idea.
—Sí, ya hemos oído hablar de la biblioteca. —Walter Talbot asintió con aprobación—. Me alegro mucho por ella.
—¿Cuánto más durará el trabajo en el Fairmont? —preguntó Thora—. Pensé que ya estaría terminado.
—También lo pensaba el señor Drake, pero todo está llevando un poco más de tiempo.
Patrick chasqueó la lengua.
—Una pena —dijo con ironía.
—Suele ser habitual —dijo Talbot—, sobre todo en grandes proyectos como ese y en un edificio tan antiguo.
Jane asintió.
—Nos ha contado que, cada vez que intenta mover un muro o añadir otro, encuentran problemas estructurales subyacentes, vigas podridas, daños causados por el agua o elementos que necesitan reparación para poder continuar.
—Malas noticias para él, pero buenas noticias para nosotros o, al menos, para ti —matizó Thora—. No te preocupes, soy consciente de que la posada ya no es asunto mío.
Jane mantuvo su mirada.
—Sé que siempre se preocupará por Bell Inn, Thora, y me alegro de que así sea.
—No he visto a Colin McFarland al llegar. ¿Alguna mejora en ese aspecto?
Jane intercambió una mirada rápida con Patrick e intentó cambiar de tema:
—Está haciendo un buen trabajo, Thora, gracias por preguntar. Pero no hablemos de negocios ahora; quiero saberlo todo sobre vuestro viaje de bodas.
La mujer levantó una mano con indiferencia.
—Oh, no fue nada extraordinario. Primero pasamos unos días con mi hermana y su marido en Bath. Talbot nunca había estado.
Jane cayó en la cuenta de que su suegra aún le llamaba Talbot, como casi todos los demás. Supuso que, después de trabajar juntos tanto tiempo, la costumbre estaría muy arraigada.
—Una ciudad muy bonita —corroboró él.
—Después, recorrimos la campiña de Somerset y llegamos hasta la costa. Siempre había querido ver la costa.
—Suena encantador —asintió Jane.
—Tampoco podíamos quedarnos mucho tiempo lejos de la granja —explicó Walter—, pero contratamos a algunos hombres que se han ocupado de las tareas mientras nosotros no estábamos. Sadie ha ido a cocinar para ellos y a ayudar en lo que necesitaran para que pudiéramos irnos.
—¿Y han disfrutado?
—Me ha gustado tener a Thora para mí, lejos de nuestras responsabilidades diarias. —Miró a su esposa—. Espero que tú también hayas disfrutado.
—Por supuesto, aunque me ha resultado extraño estar ociosa y fuera de Ivy Hill. Pero he disfrutado enseñándole a Talbot la ciudad de Bath y explorando la campiña y la costa juntos. ¡Oh! ¡Tenías que haber visto el estado de algunas posadas en las que nos quedamos! Podríamos haberles enseñado una cosa o dos.
Él le guiñó un ojo.
—Pero nos resistimos, ¿verdad?
—Con dificultad.
La mujer le sonrió y Jane se emocionó al ver el cariño y la complicidad que brillaba en sus ojos. Entonces Thora dijo:
—Sí, hemos pasado un viaje encantador juntos, pero yo me alegro de estar en casa, en mi nueva casa. —Agarró la mano de su marido, que descansaba sobre la mesa, y a Jane se llenaron los ojos de lágrimas con aquel despliegue de afecto tan poco común en su rígida suegra.
Patrick había estado extrañamente callado durante la comida y Jane se preguntaba por qué. ¿Estaría preocupado por algo relacionado con Hetty? ¿Tendría miedo de que Jane lo mencionara en presencia de su madre? Decidió no sacar el tema, al menos durante aquella primera visita a Bell Inn después de tantas semanas.
La nueva señora Talbot pareció percibir la cautela de Patrick también y le dirigió una mirada de curiosidad a su hijo.
—¿Y tú, Patrick? ¿Tienes algo nuevo que contarnos?
De reojo, Jane vio cómo una mujer pasaba por la ventana y titubeaba ante la puerta abierta de la posada. Se levantó y dijo:
—Disculpadme un momento, creo que ha venido alguien.
—Iré yo, Jane —se ofreció Patrick.
—No, quédate y cuéntale a tu madre todo lo que se ha perdido. No olvides aquella banda de música formada por un solo hombre y la familia de diez que insistió en compartir una habitación.
Mientras Patrick contaba el caso de los extraños clientes que se habían alojado recientemente, Jane se dirigió hacia el mostrador principal para dar la bienvenida a la posible huésped.
La mujer, que vestía un manto negro, se adentró en el vestíbulo de la entrada. Qué calor debía de tener así vestida en aquel día tan caluroso e impropio de la estación. Se quitó la capucha y Jane reconoció a la señora Haverhill, a la que no había visto desde que Rachel y ella visitaron Bramble Cottage. Aquel día, la mujer estaba consternada y agitada tras el robo, apresurándose a comprobar todas las pérdidas; en cambio, hoy parecía poseer una suave determinación. Su complexión era más pálida de lo que Jane recordaba; parecía triste y casi… desesperada cuando se acercó al mostrador de recepción.
—Hola, señora Haverhill —comenzó—. Hemos estado muy ocupados y no he tenido la oportunidad de visitarla de nuevo para hablar del jabón, así que gracias por acudir a la posada.
—No he venido por eso.
—Oh, ¿en qué puedo ayudarla?
La mujer hizo un gesto de dolor y se apretó la mano contra la sien.
—¿Se encuentra bien, señora Haverhill?
—Solo es un poco de dolor de cabeza. El sol…
—Sí, es un día muy caluroso para el otoño. —Fijó la mirada en las capas oscuras que la cubrían—. Está de duelo, ¿no es así? Espero que me disculpe por preguntar. Soy viuda también y estuve vistiendo mantos negros hasta hace poco, así que la comprendo.
—Sí, estoy de duelo —respondió con brusquedad—. Dígame, ¿cuál es la tarifa para Londres?
Jane adoptó una actitud profesional.
—Bueno… Tiene dos opciones: la diligencia o el correo. —Alargó la mano para tomar los horarios impresos y los dejó en el mostrador—. Aquí tiene los horarios y las tarifas correspondientes. Verá que el Correo Real es más rápido, pero también es más caro.
—Cielo santo… —suspiró la señora Haverhill—, no hay duda de que las tarifas han subido desde la última vez que viajé.
—Oh, ¿y cuándo fue eso?
—Hace treinta años.
—Entonces entiendo que los precios le hayan sorprendido, aunque le aseguro que las carreteras y las estaciones han mejorado mucho en los últimos treinta años.
La mujer dio un paso atrás.
—No pasa nada, probablemente era una idea estúpida.
—¿Necesita ir a Londres por alguna razón? —preguntó Jane—. Si se trata de una emergencia familiar o de una enfermedad, quizá podría… pagarme cuando pueda.
Sacudió la cabeza.
—No tengo familia. Al menos no una que me pueda recibir con alegría. Tengo un hermano que pensé que podría…, pero no. Probablemente era una idea poco realista. Alégrese de ser viuda, señora Bell.
La posadera la miró confusa.
—No la entiendo.
—Olvídelo. Gracias por su amable oferta, pero he cambiado de idea.
—¿Está segura? Hágamelo saber si decide viajar.
El semblante pálido de la mujer se tornó grisáceo y pareció que se tambaleaba. Jane salió de detrás del mostrador.
—Señora Haverhill, ¿se encuentra bien? ¿Por qué no se sienta un momento?
—Ya la he molestado suficiente. Que tenga buen día.
Dio media vuelta y caminó sin detenerse por el vestíbulo de entrada. En un instante salía por la puerta y segundos después se desplomó en el suelo.
—¡Señora Haverhill!
Al oír su grito, Thora, Talbot y Patrick se apresuraron a su encuentro desde la salita de café.
—¡Que alguien vaya a buscar al doctor Burton! —gritó Jane.
Su suegra se arrodilló junto a la mujer.
—Creo que solo se ha desmayado. Patrick, ve a buscar algunas sales a la tienda de Fothergill; será lo más rápido. Si el boticario piensa que necesita un doctor, puedes ir a buscarlo.
La mujer despertó. Tenía el rostro contraído y movía con agitación los párpados.
—No llamen al doctor —murmuró—, no tengo… No necesito uno.
—Sssh…, quédese quieta —la tranquilizó Thora—. Todo está bien.
Pocos minutos después, volvió Patrick con el boticario pisándole los talones. El señor Fothergill se arrodilló al otro lado de la mujer y colocó un bote bajo su nariz. El rostro de la mujer se contrajo aún más y lo apartó.
Thora puso los ojos en blanco.
—Ya ha vuelto en sí, señor Fothergill, pero gracias.
—Añada las sales a nuestra cuenta, por favor. Nos quedaremos con algunas, por si acaso —dijo Jane.
—Debería examinarla.
—Entonces, llevémosla a una estancia privada. Es mejor no causar más revuelo —propuso Thora.
Talbot y Patrick cargaron con la mujer, que protestó al ser levantada, y la recostaron en un banco acolchado del salón. El señor Fothergill le tomó el pulso, le miró los ojos y le hizo algunas preguntas sobre los síntomas que padecía. Después de unos minutos, decidió que no se encontraba en peligro inminente, pero dijo que no debía quedarse sola durante unos días, hasta que se sintiera completamente recuperada. Le prescribió descanso, líquidos y comidas saludables. Si después aún no se sentía bien, debía consultar al doctor Burton.
—Se quedará aquí —dijo Jane, recordando que la mujer vivía sola y no tenía familia cercana.
La señora Haverhill negó con la cabeza.
—No podría.
—Claro que puede. Ya ha oído al señor Fothergill: no debe quedarse sola. No se preocupe, tengo algunas habitaciones libres en este momento, así que puede quedarse sin cargo alguno.
—¿Por qué es tan amable conmigo? Dejará de serlo cuando sepa…
«¿Sepa el qué?», pensó, pero solamente dijo:
—Sssh, hablaremos más tarde.
Le dirigió a su suegra una mirada inquisitiva, pero la expresión de esta no transmitía nada.
Con ayuda, la señora Haverhill se puso en pie y Thora y Talbot la tomaron cada uno de un brazo y la acompañaron escaleras arriba. Jane los guio y abrió la puerta de la primera habitación libre. Walter se excusó y dijo que le pediría a la señora Rooke que subiera una bandeja para convalecientes.
—Primero la ayudaremos a quitarse esta ropa tan gruesa —dijo la señora Talbot—. Debe de estar asfixiada, normal que se haya desmayado. Y creo que lo mejor es que después se dé un baño templado.
—Buena idea. —Jane se había dado cuenta de que la señora Haverhill, aunque gentil en apariencia, tenía un olor que no era precisamente fresco—. Les pediré a Alwena y a Ned que traigan la tinaja.
Poco después, habían subido y llenado la bañera y la doncella y el mozo se habían marchado, no sin antes dirigir miradas de curiosidad a aquella invitada tan peculiar. Cuando volvieron a estar solas, Jane y Thora ayudaron a la señora Haverhill a desprenderse de su vestido y de su enagua. Cuando comenzaron a desatar las largas cintas, la señora Talbot titubeó y dirigió a su nuera una elocuente mirada de preocupación: la piel de la mujer estaba muy arrugada, se podía ver incluso a través de la fina tela de su atuendo.
—Señora Haverhill —preguntó—, ¿hace cuánto que viste esta enagua?
La mujer bajó la cabeza, claramente avergonzada.
—Desde que mi joven criada se marchó. No podía quitármela yo misma.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace ya algunas semanas.
—Pobre mujer —murmuró Jane.
Ayudaron a la mujer a bañarse, le lavaron el pelo y le pusieron un viejo camisón que alguien se había dejado olvidado hacía unas semanas.
—Esto valdrá por ahora —dijo Thora—. Al menos está limpio.
—Puedo llevarla a su casa más tarde, señora Haverhill, para que traiga su propia ropa, si lo desea —se ofreció Jane.
La mujer titubeó.
—Me temo que hace tiempo que no lavo mis cosas. Aún estoy aprendiendo a hacerlo por mí misma.
—La comprendo. La señora Snyder lava toda mi ropa; estaría perdida sin ella.
Llevaron a la mujer a la cama e insistieron en que bebiera el caldo y tomara la crema que Alwena había traído. Finalmente, la señora Haverhill se quedó dormida. La dejaron descansando y salieron de puntillas de la habitación. Se encontraron a Alwena rondando por el pasillo.
—¿Qué ocurre, Alwena?
La doncella tenía los ojos muy abiertos.
—La señora Rooke ha montado un escándalo. Dice que no quiere cocinar para alguien de «su clase». ¿Qué quiere decir? ¿Esa mujer es…? —Gesticuló con la boca, sin llegar pronunciar, la palabra «prostituta»—. ¡Podría perder la licencia!
Thora frunció el ceño.
—La señora Haverhill es nuestra invitada, Alwena, y eso es todo lo que tú o la señora Rooke necesitáis saber. Pero te diré ahora mismo que ella no es… eso… y que nunca lo ha sido. Le diré lo mismo a la señora Rooke antes de irme. Sé que hablo por la señora Bell también cuando digo que no admitiremos que se calumnie a nadie bajo este techo.
—Muy cierto —afirmó Jane, aunque interiormente sintió cierto temor. Si lord Winspear se enteraba de que una mujer de dudoso decoro se estaba alojando en Bell Inn, no dudaría en citarla alegando que mantenía una casa de mala reputación.
—Vamos, Alwena, vuelve al trabajo. El comedor no se barrerá solo. —Jane esperó hasta que la chica bajara las escaleras antes de volverse hacia su suegra con las cejas levantadas.
La mujer la tomó del brazo y la condujo hasta el final del pasillo, lejos de los oídos de su nueva huésped o de cualquiera que pudiera escuchar a escondidas al final de la escalera.
—Thora… —La ansiedad se había apoderado de Jane—. ¿Qué ocurre? ¿Sabe usted más de lo que ha dicho?, ¿la conocía?
—No demasiado, siempre ha sido muy reservada, pero no quiero mantenerte en la ignorancia.
—Ella no es… lo que ha dicho Alwena, ¿verdad?
—No, no hasta donde yo sé. Pero quizá tengas que defender tu decisión de invitarla a que se quede. Hubo rumores sobre ella cuando se mudó hace treinta años y la gente tiene buena memoria.
—¿Qué tipo de rumores?
—Oh, ya sabes cómo son los cotilleos: una mujer atractiva viviendo sola, joven por aquel entonces. ¿Cómo podía permitírselo? ¿Y por qué se veía a un cierto hombre de Brockwell Court subiendo por la carretera de Ebsbury más de lo habitual? Ella no ayudó a disipar los rumores, ya que rechazaba invitaciones y era distante con aquellos que la visitaban e intentaban llevarse bien con ella.
Jane deseaba preguntar quién era el hombre que la visitaba, pero no quería parecer una chismosa. En cambio, dijo:
—Eso no es un crimen.
—Sí lo es en Ivy Hill —replicó Thora—. Sabes que yo nunca he formado parte del gremio de la caridad o de la Sociedad de Damas Té y Labores, por lo que no estoy al tanto de todos los chismes, pero incluso «yo» he oído especulaciones sobre esa mujer… Bueno, solamente quería que estuvieras preparada. Creo que has hecho algo humano y cristiano al ofrecerle cuidar de ella durante unos días, pero no quiero que te pille por sorpresa si otros se quejan.
—Gracias, Thora. —De pronto, Jane recordó algo—. ¿Me harían Talbot y usted un favor?
—Por supuesto.
—¿Les importaría detenerse en Ivy Cottage de camino a casa y hacerle saber con discreción a Rachel que la señora Haverhill está aquí? La visitamos juntas y creo que querrá saberlo.
—Encantada. Ni siquiera supone un desvío de nuestra ruta. ¿Prefieres escribirle una nota o pienso en una excusa para hablar con ella en privado?
—Puedes visitarla para ver la nueva biblioteca y quizá suscribirte a ella, ya que estás allí.
—Sé que Talbot desea suscribirse. —Se puso en pie—. Nos marcharemos en cuanto haya hablado con la señora Rooke, si te parece bien.
—Sí, por favor.
—Manda a Colin o a uno de los mozos de cuadra a la granja si necesitas ayuda con la señora Haverhill o con cualquier otra cosa.
—Gracias, lo haré.
Jane esperaba no tener que arrepentirse de haberle pedido a la señora Haverhill que se quedara.