CAPÍTULO
29
A Mercy la inminente pérdida de la escuela le dolía en el pecho como una costilla rota. Se resistía a aceptar ese final. Tenía que haber algo que pudiera hacer. Quizá podría reubicarla en otro lugar, como la iglesia. Pero ¿qué ocurriría con sus alumnas internas? ¿Es que Dios quería que renunciara a su proyecto por alguna razón que ella no podía entender? ¿Debía aceptar aquello o luchar? Ojalá supiera qué hacer.
Anhelando consejo y consuelo, eligió un volumen de la biblioteca de Rachel, un libro de sermones. Su amiga lo anotó en registro y después le echó un vistazo al lomo de aquel ejemplar.
—Este fue uno de los libros que fueron donados anónimamente. Eres la primera en tomarlo prestado. —Le sonrió—. Espero que sea más interesante de lo que parece.
Mercy le dio las gracias y lo subió a su habitación.
Leer los sermones en la cama aquella noche hizo que se sintiera somnolienta, lo que le resultó un poco reconfortante. Se quedó dormida muy pronto con el libro sobre el pecho y solamente se despertó un instante para soplar la vela que estaba a la cabecera de su cama antes de cerrar los ojos de nuevo.
Por la mañana, se despertó y vio que el libro seguía a su lado en la cama. Esperando no haber doblado sus páginas, lo levantó con cuidado y lo cerró, pero pudo ver que algo sobresalía. «Oh, no». ¿Habría arrancado una página? Extrajo con cuidado el trozo de papel, doblado en tercios. Era una carta con el sello roto y la dirección manchada e ininteligible.
Con curiosidad, la abrió y leyó:
Querida abuela:
Por favor, no te preocupes. No puedo expresar lo feliz que me hace que todavía me quieras y que reces por mí. Sé que te aflige no poder venir aquí a ayudarme ni invitarme a vivir con vosotros, pero no es culpa tuya. El abuelo piensa que hacer algo así sería consentir mi pecado. Si fuera por mí, no me importaría tanto, pero sí me angustia la situación de mi hija, ya que mi salud empeora cada día. Mi mayor desvelo es qué pasará con ella si muero aquí, sola, donde nadie me conoce ni se preocupa por mí.
Por esta razón, necesito suplicarte un último favor y debo disculparme por pedirte de nuevo que mantengas al margen al abuelo. Es el último que te pido, lo prometo.
Solo hay una persona que pienso que podría ayudar a mi hija si no sobrevivo. Lo conocí hace años cuando trabajaba para lady Carlock. Hasta hace muy poco no tenía su dirección, pero entonces me encontré con lady Carlock en Bristol y ella me dijo que había visto al hombre de nuevo en uno de sus viajes recientes. De hecho, tenía su tarjeta en el bolso y me la dio. Puedes encontrarla junto a esta carta.
Recuerdo que era un hombre amable y generoso. Si lo peor ocurriera, por favor, envíale la carta que adjunto con esta a la dirección que está escrita en la tarjeta.
Todo mi amor y mi gratitud eterna:
M. A.
Mercy frunció el ceño mientras trataba de ordenar sus propios pensamientos. «M. A.»… ¿Podía ser una carta de Mary-Alicia escrita a su abuela antes de que falleciera? Mercy miró de nuevo el libro. Si así era, el señor Thomas podría haber donado el volumen tras la muerte de su esposa. ¿Y quién era el «hombre amable y generoso» que mencionaba la carta?
Pensó inmediatamente en James Drake, que conoció a Mary-Alicia en Brighton, pero la joven viajó con aquella dama durante casi dos años y seguramente había conocido a mucha gente. Se dijo a sí misma que era mejor no sacar conclusiones precipitadas.
Abrió el libro de nuevo y pasó las páginas. Nada. ¿Dónde estaría la segunda carta que mencionaba M. A.? No estaba adjunta, ni tampoco la tarjeta. ¿La habría enviado la señora Thomas, como le pedía su nieta? Podía ser. A no ser que… la anciana ya estuviera confusa cuando la carta llegó.
Alguien llamó a la puerta y Mercy dio un respingo. Deslizó la carta bajo el libro.
Su madre se asomó.
—¿Aún en la cama? Vamos, dormilona, es hora de vestirse para ir a la iglesia. Nos marchamos mañana, recuerda, por lo que quizá necesite ayuda para empaquetar mis cosas. —Se volvió de espaldas para que Mercy pudiera anudar las cintas del corsé que llevaba bajo el vestido desabrochado—. ¿Podrías ayudarme con esto? Después te ayudaré yo.
Saltó de la cama para complacerla.
—Por supuesto.
La carta y sus preguntas deberían esperar.
Después del oficio religioso, los padres de Mercy se quedaron hablando con lady Brockwell y otros pocos viejos amigos para despedirse. Murmuró que los vería en casa y siguió a su tía y a las niñas cuando salían de la iglesia. Vio que el señor Carville, el mayordomo de los Brockwell, había llevado a un lado a Rachel; se preguntó de qué tendrían que hablar.
La tía Matilda y la señora Shabner caminaban tomadas del brazo, como siempre, y bajaban por la calle Church. Alice y Phoebe, tras ellas, las imitaban. Las demás alumnas iban delante, hablando, riéndose y formando un corrillo.
Cuando pasaron junto a la taberna, vieron que el señor Drake subía por Potters Lane. Phoebe saludó enérgicamente, mientras que Alice lo hizo con una tímida sonrisa.
—Buenos días, Alice. Señorita Phoebe… —Se acercó a ellas y se situó junto a Mercy—. Buen día, señorita Grove.
—Hola, señor Drake. No le he visto en la iglesia.
—Me temo que no soy un feligrés asiduo.
«De hecho, hace tiempo que no le vemos en absoluto», pensó Mercy.
—Fui de viaje al sur, a Portsmouth.
—¿Ah, sí? ¿Por alguna razón en especial?
—Simple curiosidad. Su tía mencionó que el padre de Alice había fallecido en el Mesopotamia I, ¿no es así?
—Creo que eso es lo que le dijo la señora Thomas, aunque fue hace años. ¿Por qué?
—Después de que habláramos, consulté la colección completa de la Lista de la Marina de Steel —que incluye la Marina Real— esperando encontrar algo sobre el servicio del señor Smith y detalles sobre su muerte. ¿Y sabe lo que encontré?
Mercy sacudió la cabeza, sintiéndose cada vez más incómoda.
—Encontré que no había ningún lugarteniente de nombre Alexander Smith entre los fallecidos y los desaparecidos del Mesopotamia I y que nunca había servido a bordo del desafortunado navío.
—Puede que su rango cambiara o que mi tía no lo oyera bien o que no recordara correctamente su nombre. Smith es un apellido muy común, estará de acuerdo conmigo.
—Cierto. Sin embargo, sí encontré a un Alexander Smith, lugarteniente de la Marina, en las listas de antiguas ediciones, entre la tripulación de otro barco. —Observó la reacción de la mujer y prosiguió—: También encontré el nombre Alexander Smith subrayado en el ejemplar de la Lista de la Marina de Steel que fue donado anónimamente a la biblioteca de la señorita Ashford.
Mercy no estaba segura de querer preguntarle al señor Drake lo que estaba insinuando. Al llegar a Ivy Cottage, Matilda y las niñas entraron en la casa, mientras que ellos dos permanecieron junto a la verja.
—Entonces, indagué sobre el tal Alexander Smith y lo encontré viviendo con media paga en Portsmouth, muy vivo y sin haber conocido a una Mary-Alicia en su vida —continuó.
Mercy sintió que el estómago le daba un vuelco y estudió la cara del hombre. ¿Por qué dedicaría el señor Drake unos días, alejado de su hotel, para buscar al señor Smith? ¿Por qué estaba tan interesado? Pensó de nuevo en aquel «hombre amable y generoso» que se mencionaba en la carta y preguntó:
—¿Podría recordarme cómo conoció a la señorita Payne?
—La conocí en un hotel de Brighton mientras viajaba como acompañante de una mujer anciana.
A la maestra le latía débilmente el corazón.
—¿Cuánto tiempo hace de eso?
—Alrededor de nueve años.
—Tuvo que casarse poco después —repuso Mercy, pero notó que sus palabras sonaron poco convincentes.
—Creo que el señor Thomas tiene sus dudas al respecto. —El hombre cruzó los brazos—. Por eso se niega a hablar de su propia nieta o a reconocer a su bisnieta.
«Muy posiblemente», pensó la maestra al recordar la carta de M. A. Entonces, bajando la voz, respondió:
—Es mejor que se guarde esa teoría para usted, señor Drake. Un rumor así solo podría dañar a una niña tan pequeña como Alice.
—No estoy expandiendo rumores, señorita Grove. Estoy hablando con usted en confianza. Simplemente quiero que sepa la verdad.
—¿Aunque la verdad pueda herir a Alice?
—No tengo intención alguna de herirla.
—Eso espero. Sin Mary-Alicia y sin la abuela, en quien ella confiaba, dudo que podamos saber algún día toda la verdad. Y quizá sea lo mejor.
Los padres de Mercy subían desde la calle Church tomados del brazo. La joven no quería seguir la conversación con ellos delante.
—Discúlpeme, por favor, señor Drake.
—Como desee. —Él asintió. Se marchó inclinando el sombrero en dirección a la señora Grove cuando pasó junto a ella.
Sus padres la siguieron hasta Ivy Cottage y el rostro de su madre se encendió de interés.
—¿Quién era ese hombre, Mercy?
—Oh…, solo un amigo de Jane. Es el dueño de Fairmont House.
—¿Ah, sí? —Su madre la miró con detenimiento—. ¿Algo más que debamos saber de él?
—No. —Sacudió la cabeza—. Definitivamente no.
Cuando terminó el servicio aquel domingo, Rachel se sorprendió cuando el señor Carville fue a buscarla a la salida de la iglesia. La apartó un instante y le dijo:
—Estoy preocupado por sir Timothy. Se ha ido sin comunicarme sus planes. ¿Ha hablado con él?
—No, hace tiempo que no. —Rachel no lo había visto desde que se marchó a caballo disgustado de casa de la señora Haverhill.
—Parecía bastante nervioso. ¿Sabe dónde ha podido ir?
—No lo sé.
El mayordomo miró a su alrededor y bajó la voz:
—¿Se enteró de la verdad sobre aquella mujer?
Rachel le mantuvo la mirada y no fingió desconocer lo que le estaba preguntando.
—Sí.
—Y me culpa, supongo.
—No, culpa a su padre.
—¿A él? ¿Y qué hay de ella?
—Ella es parte de todo, claro, pero conocer el engaño de su padre le sorprendió y le decepcionó mucho.
—Pero él sabe que yo… le mentí. —Un destello de temor se dibujó en los ojos del anciano.
—Sí. —Ella suavizó el tono—. Pero también sabe que usted solo trataba de proteger a su familia.
Carville asintió.
—Eso intenté. No creerá que sir Timothy vaya a cometer alguna… imprudencia, ¿verdad?
—Claro que no —replicó, con más seguridad de la que sentía—. Puede contar con que sir Timothy actuará de forma responsable.
A pesar de todo, ¿una ausencia injustificada no era ya algo impropio de él?, se preguntó Rachel.
Cuando volvió a Ivy Cottage poco después, encontró a Mercy esperándola en el vestíbulo.
—Rachel, sé que es domingo, pero ¿podrías hacerme un favor?
—Claro, lo que necesites.
—¿Ha devuelto el señor Drake la edición de la Lista de la Marina de Steel?
—Aún no.
—Entonces me gustaría ver todo lo que fue entregado por la misma persona que donó el libro de sermones que tomé prestado ayer.
—Claro, dame unos minutos. —La miró de nuevo al percibir su expresión preocupada—. ¿Ocurre algo?
—No lo sé con certeza. Espero que no —vaciló, y se quedó mirando la puerta de la biblioteca—. ¿Te ayudo?
—No hace falta. —Señaló hacia la pequeña Alice, que esperaba junto a las escaleras con un libro en la mano—. Veo que está esperándote para leer con ella. Yo me ocupo de esto.
Mercy miró a la niña y su expresión se dulcificó al instante.
—Muy bien, muchas gracias.
Se marchó alargándole la mano a Alice y Rachel entró en la biblioteca. Abrió el libro de inventario, localizó la donación y comenzó a reunir los libros que habían llegado en la misma cesta que la Lista de la Marina de Steel y el libro de sermones: una novela romántica, unas revistas femeninas, algunos diarios de viajes y un libro de poesía. Abrió las cubiertas en busca de alguna inscripción, como había empezado a hacer antes de que Matilda le pidiera que aceptara donaciones sin buscar a quien conceder el crédito, pero no vio nada. ¿Qué quería encontrar Mercy?
Amontonó los libros sobre el escritorio para que Mercy pudiera verlos y cerró el registro. Algo llamó su atención al mirar la pila de volúmenes desde un lado. Podía ver un hueco entre las hojas de uno de los libros. ¿Se habrían doblado varias páginas o había algo dentro? Tomó la novela y la abrió por el espacio que se formaba en el canto.
Dentro, encontró un papel doblado en forma de rectángulo. ¿Debía abrirlo o esperar a Mercy? Esperando descubrir la identidad del donante, Rachel lo desdobló y empezó a leer.
Querido JD:
¿Te acuerdas de mí? Es probable que mi rostro sea una mancha en tu memoria, pero yo no te he olvidado. Aunque lo intentara, no podría, ya que tengo un recordatorio diario y muchas veces encuentro en su pequeño rostro y sus dulces ojos verdes alguno de tus rasgos. Por un momento, me dejo llevar y me aferro a mis pensamientos, permitiendo que mi mente viaje atrás y reviva aquellos días que probablemente son mucho más vívidos en mi memoria que en la tuya.
Habíamos planeado quedarnos una semana más en Brighton, igual que tú, o eso dijiste, pero lady Carlock es una mujer impetuosa y decidió aquella noche que debíamos marcharnos al día siguiente. No sé si se enteró de nuestra relación o si su deseo de ver Gales inmediatamente era real y sincero. Comoquiera que fuese, nos marchamos a la mañana siguiente temprano.
Escribí una nota que pretendía dejarte en la recepción. Imagina mi sorpresa cuando el recepcionista me dijo que ya habías dejado tu habitación y que te habías marchado. No, no dejaste dirección alguna ni una nota para mí.
¿Temiste esto y te marchaste antes de que pudiera pedirte nada? Eso es lo que siempre he imaginado, aunque, de vez en cuando, me permito a mí misma pensar si cambiaste de opinión e intentaste encontrarme. Pensé en escribirte, pero no tenía tu dirección en aquella época. Creí que habíamos compartido mucho juntos, aunque después me di cuenta de lo poco que me habías contado sobre tu vida.
Después de pasar algunas semanas en Gales dejé a lady Carlock y me alojé en Bristol, donde finalmente tuve un bebé en secreto. Escribí a mis abuelos inventando un breve romance y una huida con un lugarteniente de la Marina cuyo nombre elegí de una lista. Al principio no les dije dónde estaba viviendo por miedo a que vinieran a buscarme y supieran la verdad. Tenía un poco de dinero ahorrado y me mantuve lo mejor que pude cosiendo para un sombrerero.
Cuando mi hija tenía ya unos meses, pensé que ya era seguro dejar que mis abuelos supieran dónde estaba. Cuando leí en las noticias que un barco se había perdido en el mar, les escribí de nuevo para decirles que mi esposo estaba en aquel barco, que estaba desaparecido y que se creía que había fallecido. Pensé que me invitarían a vivir con ellos, pero no lo hicieron. Mi abuela lo habría hecho, lo sé, pero mi abuelo se lo prohibió. Al parecer, nunca creyó mi historia; él sabía o, por lo menos, sospechaba que yo había mentido y me despreciaba por ello.
Desde que di a luz, mi salud no ha sido buena. Contraje una fiebre de la que nunca me he recuperado por completo. Todos estos años de precariedad, viviendo en el húmedo Bristol, habrán tenido algo que ver. El boticario me ha ofrecido muchas medicinas, pero pocas esperanzas.
Mis abuelos son bastante mayores y no sé si serían capaces de criar a una niña, incluso aunque mi abuelo estuviera dispuesto a acogerla. Y por eso te escribo.
Por si ocurriera lo peor, como mucho me temo, he decidido que debía hacerte saber la verdad ahora que tengo tu dirección, pues me encontré con lady Carlock hace poco y me dio tu tarjeta. Le enviaré esta carta a mi abuela para que la custodie, así como instrucciones de que la envíe después de que yo me haya ido.
Este es mi último deseo y testamento. Tengo pocos bienes que legar, pero tengo una posesión muy preciada y haría lo que fuera por protegerla. Su nombre es Alice y es tu hija, aunque he mantenido esto último en secreto de cara a ella, que cree que es la hija de Alexander Smith, que murió en el mar. Tiene siete años ahora, y tiene tus ojos.
Al final de esta carta encontrarás la dirección de mi casera en Bristol y la de mis abuelos en Ivy Hill, condado de Wilts. Espero que puedas encontrar a Alice a través de alguno de ellos.
Que Dios te bendiga por todo lo que puedas hacer por ella.
Sinceramente:
Mary-Alicia (Payne) Smith
Rachel se llevó una mano al pecho al notar lo rápido y lo fuerte que le latía. Oyó cómo se acercaban unos pasos y se volvió instintivamente, escondiendo la carta en la espalda. Pudo escuchar voces alegres en el pasillo y miró al umbral a tiempo para ver aparecer a Mercy y a Alice de la mano, conversando alegremente.
—Pensamos que sería buena idea tomar té y galletas después de leer… —Al ver la expresión de Rachel, su sonrisa se borró—. ¿Rachel? ¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado?
—Si quieres que la queme, lo haré.
—¿Quemar el qué? ¿A qué te refieres?
La señorita Ashford vaciló con la mirada fija en Alice. La maestra se agachó y le dijo con cariño a la niña que subiera a jugar con Phoebe. Cuando se quedaron a solas, Mercy se acercó con cara de preocupación. Con una mano temblorosa, Rachel le entregó la carta.
Mientras leía las primeras líneas con el ceño fruncido, su amiga no se atrevió casi a respirar.
—Esta debe de ser la carta que Mary-Alicia adjuntó cuando escribió a la señora Thomas… —murmuró Mercy. Leyó un poco más, dio un respingo y se llevó la mano a la boca.
Rachel se acercó a ella y le pasó el brazo por los hombros, sintiendo cómo temblaba. Arrastró una silla por el suelo y la colocó detrás de la señorita Grove, que parecía inestable sobre sus propios pies.
—Ven, querida, siéntate. —La guio amablemente hasta la silla—. Eso es. ¿Quieres que te traiga algo que te alivie? ¿Té? ¿Una copa de jerez?
Negó con la cabeza y palideció. Rachel se arrodilló frente a ella, presionando sus rodillas con toda la seguridad que pudo aparentar.
—Mercy, esto no tiene que cambiar nada. O no todo, al menos. Nadie envió esta carta y nosotras tampoco tenemos por qué hacerlo. Ni siquiera sabemos quién es ese JD a quien se refiere, solo son unas iniciales. La tarjeta que dice adjuntar no está. ¡Oh, no! La tarjeta… —Se detuvo después de atar cabos.
Los ojos de Mercy se entristecieron.
—No hace falta que enviemos la carta, Rachel.
—Tienes razón, no hace falta —asintió su amiga.
—Está aquí mismo en Ivy Hill. Es James Drake.
La bibliotecaria se mordió el labio antes de admitir:
—Encontré una vieja tarjeta de visita del señor Drake en la cesta que contenía estos libros. En aquel momento, pensé que él era el donante, pero insistió en que no eran suyos.
—¿Lo ves? Ya entiendo por qué merodeaba tanto por aquí, haciendo preguntas sobre la señorita Payne, el señor Smith y Alice. Debe de saber que es el padre de la niña o, por lo menos, debe de sospecharlo.
—Aunque lo hiciera, no significa que desee responsabilizarse de ella. La carta solamente le pide que ayude a Alice de alguna manera, pero no dice nada sobre reconocerla como su hija o dejar que viva con él o…
Los ojos de Mercy se llenaron de lágrimas. Aquella imagen era tan poco común y tan desgarradora que Rachel también se emocionó.
Intentó consolarla.
—Si fracasó en sus obligaciones para con Mary-Alicia durante tantos años, ¿por qué iba ahora a hacer un esfuerzo, después de que ella haya fallecido? Por favor, no llores, no tenemos que hacer nada al respecto o… podríamos devolvérsela al señor Thomas. Sabes que sería la última persona en compartir esto con el señor Drake o con cualquier otro.
—Eso no es lo correcto.
—Lo sé, querida, lo sé. Pero Alice y tú ya sois madre e hija. Te has preocupado por ella y la has protegido todos estos meses y…
—No, quiero decir que no es correcto esconderle esto al señor Drake.
—Mercy, no le debes nada a ese hombre. No es más que un extraño para Alice.
—No estoy pensando solo en él. —Clavó su mirada en la de Rachel—. Tiene un padre.
—Pero ¿en qué crees que beneficiará a la niña el saber que su madre nunca estuvo casada?, ¿que su madre mintió acerca de quién era su padre?
—No lo sé. —Dejó caer la carta sobre su regazo y se llevó las manos a los ojos—. ¡Oh, Rachel! ¿Qué voy a hacer? Estoy perdiendo todo lo que amo.
El frío viento del otoño aullaba en las ventanas de Ivy Cottage mientras Mercy subía las escaleras con la carta en la mano. Con un destello de gratitud, vio que el señor Basu había encendido la chimenea en su dormitorio. Cerró la puerta tras de sí y se dejó caer en la butaca que se encontraba junto al hogar, donde solía leer las Escrituras por la mañana o alguno de sus libros favoritos por la noche, después de un largo día de docencia o de hacer campaña para conseguir fondos.
Se sentó mirando las llamas, que abrazaban y quemaban la leña para convertirla en brasas. Se tambaleó hasta ponerse en pie y acercó la carta al fuego, dispuesta a deshacerse de ella. El señor Drake no había pensado en la madre de Alice desde hacía nueve años, no se había ofrecido a casarse con ella y, al parecer, no había intentado encontrarla. ¿Por qué iba a hacer un gran gesto ahora? Jane le tenía en alta estima, es cierto, pues había sido generoso al ofrecerle consejo y apoyo cuando Bell Inn tenía problemas y también había ayudado a Rachel con la biblioteca, así que «podría» ofrecerse a ayudar a Alice también. Quizá le ofrecería protección económica o una renta para aliviar su conciencia, en un intento de cumplir con su deber demasiado tarde. ¿O querría hacer más?
Pero el señor Drake ni siquiera estaba casado. Era un hombre de negocios con un hotel en Southampton que trabajaba duro para abrir otro en Ivy Hill —y quién sabe dónde más—. ¿Querría la responsabilidad de una hija? Tal vez si Alice fuera un chico… Los hombres parecían disfrutar con la idea de legar a sus hijos varones sus habilidades y sus propiedades, pero —según su experiencia— no a sus hijas. Aunque no había duda de que su propio padre se había dejado la piel para educarla…
«Basta ya», pensó. Rachel tenía razón; estaba exagerando. Se sentó de nuevo y se recordó: «Esta carta no es mía, no puedo quemarla. Soy una persona honesta y sería injusto tanto para Alice como para el señor Drake».
Si Alice fuera mayor, intentaría hablar con ella primero, ver si tenía interés en relacionarse con su padre antes de ir a hablar con él, pero la niña era pequeña y posiblemente no lo entendiera. O peor, podía esperar que aquel hombre dejara de lado todos sus planes y preocupaciones para hacer de ella el centro de su universo y colmarla de afecto y de regalos. ¿Y si, por el contrario, la ignoraba o la rechazaba? Le dio un vuelco el corazón al pensarlo. Podía ser que ella, egoístamente, deseara que el señor Drake no quisiera tener nada que ver con Alice, pero no podía anhelar algo así por el bien de la niña.
No había más remedio: debía enseñarle la carta en privado, asegurarle que no pedía nada para Alice y decirle que estaba preparada y dispuesta a criarla ella misma. Aunque, teniendo en cuenta su situación en Ivy Cottage, no podría afirmar eso con tanta confianza como antes.