CAPÍTULO
14
Unos días después, Mercy bajó hacia la biblioteca después de las clases y se cruzó con Rachel, que subía.
—¿Has cerrado ya la biblioteca por hoy?
—Sí, tengo los pies cansados.
—Ya me imagino. ¿Te importa si busco algunos libros para usar mañana en la clase de literatura?
—Claro que no. No hace falta que me pidas permiso, ya lo sabes.
—Gracias.
—Por cierto, tu tía ha recibido a una visita en la sala de lectura.
—¿Ah, sí? ¿Quién?
—Mejor que lo veas por ti misma. —A Rachel le centellearon los ojos, rebosante de humor.
Unos instantes después, al entrar en la biblioteca, Mercy oyó la voz de un hombre proveniente de la sala de lectura y algunos comentarios de la tía Matilda, con tono alegre. Se asomó a la estancia. James Drake y su tía conversaban sentados en las confortables butacas. El hotelero sostenía una taza de té y aceptó una de las galletas de la anfitriona con una sonrisa y aire nervioso. Parecían dos viejos amigos.
Sin duda, Matilda disfrutaba de la conversación con tan apuesto caballero, y Mercy no deseaba interrumpirlos. Se internó en la sección de literatura y comenzó a ojear los estantes. Mientras tanto, pudo oír las palabras del señor Drake.
—Fui a ofrecer mis condolencias al señor Thomas —dijo—. O, al menos, lo intenté. Aceptó la cesta que le llevaba, pero volvió a cerrarme la puerta en las narices.
—Como ha podido comprobar, es muy reservado —apuntó Matilda—, pero yo solía tomar el té con la señora Thomas todas o cada dos semanas, por lo que los conocía mejor que la mayoría.
—¿Fue así como conoció a Mary-Alicia?
—Sí, hablé con ella durante algunas de mis visitas.
—¿Y qué opinión tenía de ella?
La mujer se detuvo a pensar.
—Parecía muy bien educada y talentosa, sobre todo teniendo en cuenta su humilde procedencia. Su madre vio que era educada y que sus modales eran refinados, pero cuando sus padres murieron… Bueno, ya no tuvo mucha supervisión, ya me entiende.
El señor Drake debió de notar la presencia de Mercy en la sala adyacente, pues se levantó y dijo:
—Buenas tardes, señorita Grove.
Ella miró por encima de su hombro y levantó una mano para saludarlo.
—Hola, solamente he venido a escoger unos libros para mi clase. No les interrumpiré.
—Muy bien, gracias. —Se sentó de nuevo.
—Únete a nosotros cuando termines, Mercy.
Asintió y continuó su búsqueda. Aunque pensaba que la conversación cambiaría de rumbo, el señor Drake, después de tomar un sorbo de su taza de té, le preguntó a Matilda:
—¿Por qué no se mudó la señorita Payne con sus abuelos tras el fallecimiento de sus padres?
—Los Thomas deseaban que lo hiciera, pero ella tenía… dieciséis o diecisiete años por aquel entonces y deseaba vivir su propia vida, como tantos a esa edad. Respondió al anuncio de un periódico y empezó a trabajar como doncella de una viuda a la que le gustaba viajar. Después de aquello, los abuelos apenas tuvieron noticias de Mary-Alicia durante dos años, aparte de algunas notas ocasionales desde destinos muy lejanos. Supongo que usted la conoció por entonces.
—Sí, la conocí en Brighton.
—Imagino que conoció al señor Smith en algún lugar de la costa también. Escribió a sus abuelos contando que se había casado con un oficial que había conocido en uno de sus viajes. Él debía embarcar, por lo que decidieron fugarse en vez de contraer matrimonio en la iglesia de Ivy Hill.
—Por supuesto que se casó. Era una joven muy hermosa.
Mercy dirigió la vista hacia ellos y vio que la tía Matty asentía.
—Por aquel entonces —continuó—, vivió sola en Bristol, anhelando los breves permisos de su esposo. Es probable que estuviera acostumbrada a aquella vida, pues su padre también era marino.
—¿Recuerda el nombre de pila del señor Smith?
La mujer entrecerró los ojos mientras reflexionaba.
—Marion me lo dijo en alguna ocasión… Creo que era algo con la letra «a», Adam o Alvin o… ah, ¡Alexander!
—Alexander Smith —repitió él pensativo.
—Exacto. Unos meses más tarde, Mary-Alicia escribió a sus abuelos para darles la noticia de que estaba esperando un hijo y, poco después, para hablarles de que había tenido una niña…
Mercy se preguntó si debía interrumpir la conversación como había hecho días antes en la calle, pero pensó que aparecer bruscamente en la estancia para hacerlo sería un gesto muy grosero. Además, tenía curiosidad por escuchar aquella parte del pasado de Alice.
—Marion esperaba que su marido recapacitara por fin y permitiera que su nieta los visitara tan pronto como la niña pudiera viajar. Sin embargo, Mary-Alicia escribió para contarles la terrible noticia de que el barco de su esposo se había perdido en alta mar. Creo que se trataba del Mesopotamia I. Tuvo que permanecer en Bristol a la espera de noticias de los supervivientes, pero nadie volvió. De nuevo, Marion quiso invitar a Mary-Alicia y a su hija a vivir con ellos en Ivy Hill, pero el señor Thomas se negó.
—¿Por qué? ¿Seguía enfadado porque se había fugado?
La tía Matty asintió de nuevo.
—Pensaba que los había traicionado al huir de aquella manera. Ese hombre puede guardar rencor como si de un tesoro se tratara. Bueno, el caso es que Mary-Alicia cayó muy enferma y Marion quedó devastada al enterarse de la noticia. Su mente ya fallaba por entonces, pero estaba muy consternada por no haber podido ayudarla, por no haber estado a su lado al final.
La voz del señor Drake tomó un cariz más sombrío de lo habitual.
—¿Falleció en Bristol?
—Sí, y allí fue enterrada también. —Matilda le apretó la mano—. De nuevo, siento mucho su pérdida. ¿Eran… buenos amigos?
—No. —Él sacudió la cabeza rápidamente—. Hacía años que no nos veíamos. Ni siquiera recordaba el nombre de Ivy Hill hasta que lo vi impreso hace un tiempo y despertó mi memoria. De todas formas, me apena que haya fallecido.
—Al parecer sufrió de fiebre puerperal y nunca se recuperó por completo.
—¿La niña sobrevivió?
Mercy aguantó el aliento. ¿Desvelaría su tía la conexión del señor Thomas con Alice?
—Oh, sí. —Matilda sonrió—. Está fuerte y sana.
—No parecía haber una niña en casa de los Thomas.
—¿Por qué iba a parecerlo? Ella… —Su tía le dirigió una mirada furtiva—. El señor Thomas es un hombre muy reservado, como ha podido comprobar.
Mercy soltó con alivio el aire retenido. El señor Drake estudió la expresión de Matilda con un gesto especulativo en el rostro.
—Ya… veo. —Dejó su taza en la mesa—. Bueno, señorita Grove, muchas gracias por contarme lo que me perdí de la vida de Mary-Alicia. Solamente me entristece que terminara tan trágicamente. —Se levantó y se inclinó con educación—. Gracias por el té y por la conversación. Ahora, si me disculpa, debo volver al Fairmont.
Matilda sonrió.
—Es usted más que bienvenido, señor Drake. Que tenga un buen día.
James se asomó a la biblioteca y saludó a Mercy con un gesto cordial.
—Vine con la intención de hablar con usted de la escuela de beneficencia, pero no sabía que estaría ocupada dando clase. Por tanto, su tía me invitó amablemente a tomar el té con ella.
—Podemos hablar ahora, si usted quiere.
—Mejor en otra ocasión, si no le importa. He estado fuera casi todo el día.
—Por supuesto, en otra ocasión.
El señor Drake se inclinó de nuevo y se fue. Mercy observó cómo salía, pensando en la relación del hombre con la difunta señorita Payne. Detrás de la pulcra expresión de aquel caballero había mucho más de lo que él mostraba.
Al finalizar la misa de vísperas, la gente del pueblo comenzó a levantarse de los bancos para saludarse o escabullirse. Mercy permaneció junto a sus alumnas, pero Matilda se acercó a hablar con los Brockwell. Rachel se acercó a Jane para hablar un instante y, después, a los Ashford. Aunque era difícil ser amable con la señora Ashford después de los comentarios que había hecho acerca de su biblioteca circulante, hizo un esfuerzo por Nicholas.
De reojo, pudo ver cómo sir Timothy se detenía en el pasillo contiguo, esperando con educación a que se produjera una pausa en su conversación. La señora Ashford percibió la presencia de sir Timothy e interrumpió la charla entre Rachel y Nicholas.
—Sir Timothy, ¿cómo se encuentra? Ha sido un bonito servicio, ¿no es así?
—Sin duda, señora.
Los dos jóvenes se volvieron también hacia él.
—Disculpen la intromisión, solamente quería tener unas palabras con la señorita Ashford, si tiene un momento, pero no tengo prisa.
Rachel se despidió, percibiendo un gesto titubeante en Nicholas o, quizá, un sentimiento cercano a la decepción. Seguramente esperaba haberla acompañado a casa. Sir Timothy se acercó a ella.
—Siento mucho haber interrumpido su conversación. La señorita Matilda me dijo que tenía algo que mostrarme, ¿es eso cierto?
—Ah, sí. El hijo pródigo ha vuelto.
Timothy frunció el ceño en un primer momento, pero después comprendió lo que quería decir.
—¿Se refiere al tomo perdido?
Ella asintió.
—¿Dónde lo ha encontrado?
—Alguien lo donó ayer.
Los ojos de él se abrieron con asombro.
—Está bromeando… ¿Puedo verlo?
—Por supuesto.
—¿La acompaño de vuelta a Ivy Cottage?
—Sí, si no le importa. —Se recordó a sí misma que aquello estaba sucediendo únicamente porque él quería ver el libro.
Sir Timothy le hizo un gesto para que lo precediera en el pasillo. Rachel buscó con la mirada a Matilda, que le indicó que volvería por su cuenta. Entretanto, él se detuvo para decir a su madre y a su hermana que tomaran el carruaje y que se reuniría con ellas en casa más tarde. Lady Brockwell miró a Rachel con un gesto de desprecio, pero no dijo nada.
Mientras bajaban los escalones de la iglesia juntos, Rachel vio a Nicholas y a su madre hablando con el señor y la señora Paley. El señor Ashford desvió la vista cuando ella y Timothy pasaron a su lado, pero volvió a mirarlos con un gesto de evidente preocupación. ¿Cómo podía explicárselo? Rachel le dirigió —o eso esperaba— una sonrisa tranquilizadora cuando pasó junto a él.
Unos minutos después, al llegar a Ivy Cottage, sir Timothy abrió la puerta principal para ella y la siguió. Rachel alcanzó una lámpara de mano que estaba en la mesa del vestíbulo y la llevó hasta la biblioteca, a aquella hora de la tarde, sumida en la oscuridad. Encendió una segunda vela, alcanzó dos libros de la colección de Milton y se los dio a Timothy.
Él examinó el primer volumen en el escritorio y dijo:
—Comparemos las ediciones. —Abrió el segundo volumen y deslizó el dedo por la página de créditos, deteniéndose en los números romanos inscritos—. Mire, ambas son una octava edición y se han publicado el mismo año. —Levantó la mirada hacia ella—. ¿Qué probabilidad hay de que sea una coincidencia?
Rachel compartió con él la teoría de Matilda Grove de que muchas personas habrían comprado el primer tomo y no el resto de la colección. Él asintió.
—Supongo que eso podría tener sentido. El paraíso perdido es más conocido, mientras que los siguientes volúmenes contienen poemas menos conocidos y El paraíso recobrado. Tampoco sé si esta edición en particular se publicó de manera serial o de una sola vez. ¿Sabe quién lo donó?
Ella sacudió la cabeza.
—Vi a una mujer cerca de Ivy Cottage con un paquete bajo el brazo, por lo que es probable que fuera ella. Sin embargo, llevaba un manto con capucha y no pude ver bien su rostro. Creo que vino por la carretera de Ebsbury, desde el norte. No conozco a nadie que viva ahí, ¿y usted?
Él negó lentamente.
—Conozco a la mayoría de la gente que vive en el pueblo, pero no más allá, especialmente si nunca han comparecido ante el Consejo de magistrados. Sí he coincidido con algunos propietarios de las granjas que se encuentran en esa dirección: los Miller, los Jones…
—¿Podría ser que su padre prestara el libro a alguno de ellos?
Sir Timothy dirigió la mirada de nuevo hacia el primer tomo.
—Mi padre nos animaba a mis hermanos y a mí a menudo a leer sus libros favoritos, por lo que es posible, supongo.
Rachel recordó el comentario de la señora Timmons sobre la bruja de Bramble Cottage, pero decidió no decir nada. En cambio, preguntó:
—¿Es un libro valioso?
—No es una primera edición, pero los libros como este son caros. —Sir Timothy frunció el ceño de nuevo.
—¿Qué ocurre?
—Hay algo sobre aquellas propiedades… No lo recuerdo. No se preocupe, le preguntaré a Carville.
—Por cierto, ¿le importaría hacerle saber a Carville que el libro ha aparecido? Me pidió que le informara.
—Por supuesto.
El hombre permaneció donde estaba y fijó la mirada en el rostro de Rachel a medida que se desvanecía el pensamiento anterior. La llama titilante de las velas se reflejaba en sus ojos marrones, volviéndolos de un cálido color caramelo. Luz y sombra se mezclaban en su hermoso rostro, acentuando sus facciones aguileñas.
Rachel fijó la mirada en su boca, tan masculina, y en su labio inferior. No era la primera vez que se preguntaba cómo sería besarlo. Dio gracias por que la oscuridad escondiera su rubor y él no pudiera leer sus pensamientos.
—Rachel —murmuró sir Timothy en voz baja—, ¿podría decirme si el señor Ashford y usted…? Bueno, si no, yo…
De pronto, se abrió la puerta principal en el vestíbulo, que después se cerró con un golpe seco entre un tenue parloteo. Las señoritas Grove y sus alumnas habían vuelto de las vísperas.
Él se aclaró la garganta y dio un paso hacia atrás.
—Bueno, no la entretengo más. Si descubre más detalles sobre la persona que devolvió el primer tomo, hágamelo saber, por favor. Tengo curiosidad.
Ella asintió, pero no confiaba en ser capaz de hablar. Su corazón se había encendido con aquel viejo destello de esperanza, el mismo que había sentido hace tiempo mientras esperaba su regreso a Thornvale para la prometida clase de equitación. Sin embargo, sería una estúpida si olvidara lo que había ocurrido entonces…
Rachel vestía el traje de montar de Ellen y un sombrero nuevo, aunque ahora se arrepentía de la compra, teniendo en cuenta los problemas financieros de su padre que había decidido compartir con ella hacía un instante. Aun así, estaba emocionaba ante la perspectiva de pasar tiempo con Timothy y de hacer algo que él adoraba. Esperaba aprender a disfrutar de los caballos y poder pasar un sinfín de horas de felicidad en su compañía en el futuro.
Salió a la hora indicada, esperando que apareciera a caballo; en cambio, Timothy llegó andando. El rostro de Rachel se iluminó al verlo.
—Buenos días, Timothy.
Él no le devolvió la sonrisa.
—Lo siento, señorita Ashford, dije que vendría a Thornvale esta mañana y aquí estoy, pero me temo que ha habido un cambio de planes.
—Oh, ¿está ocupado? No se preocupe. Podemos trasladar la lección de equitación a otro día. —Le sonrió de nuevo, aliviada en su interior de poder posponer un poco aquel momento tan aterrador.
Percibió rabia en su expresión, con los orificios nasales muy abiertos y la mandíbula palpitante. Un mozo de cuadra pasó a su lado y Timothy, al verlo, le hizo un gesto a Rachel para que lo precediera hacia el jardín, donde nadie pudiera oírlos. Una vez allí, le dijo:
—Me temo que tengo responsabilidades en casa que no me permiten cumplir el plan original. Debo limitar mis salidas a caballo; mi tiempo ya no es mío. Tenía muchas ganas de… —Se interrumpió, apretando los labios—. No soy yo quien debe enseñarle. Estoy seguro de que encontrará a alguien más que pueda hacerlo, alguien más adecuado.
Rachel lo miró fijamente, con la mente confusa intentando entender sus palabras, las que había dicho y las que no. «No, por favor…». Se le encogió el corazón. No solo le estaba diciendo que aquel era el final de sus clases de equitación antes de haber comenzado siquiera…, sino también el final de todo lo demás.
¿Qué había ocurrido? ¿Había hecho algo mal? ¿Es que sir Justin había oído la noticia de la quiebra económica de su padre en la sesión trimestral? De ser así, los Brockwell podían querer distanciarse antes del escándalo. No podía culparlos.
Pero ¿Timothy la rechazaría por ello…? Sintió como si un témpano de hielo perforara su pecho y la alegre firmeza que la embargaba unos minutos antes se esfumó. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero trató de hacerlas desaparecer pestañeando. Sin embargo, él percibió lo que ocurría y bajó la mirada.
—Señorita Ashford, Rachel. —Con expresión derrotada, quiso tomar la mano de la joven, pero se detuvo—. Lo lamento mucho. Esto no era lo que quería. Sin embargo… —Su nuez subió y bajó—. Mi padre no vivirá siempre. Ha decidido que ya es hora de que empiece a aprender todo lo necesario para gestionar la hacienda, sus obligaciones como magistrado y todo lo que conlleva mi condición de baronet. Insiste en que ahora debo centrarme en eso.
¿Ahora…? Rachel fijó la mirada en los ojos de Timothy intentando descifrar si había esperanza para el futuro, pero él bajó la cabeza antes de que ella pudiera intuir nada. Él hizo una leve inclinación.
—Le deseo toda la felicidad del mundo, señorita Ashford. Si hubiera algo en lo que pudiera ayudarla, por favor, no dude en pedírmelo.
A Rachel se le encogió el corazón de nuevo, pero se dejó llevar por el orgullo. No estaba dispuesta a pedirle ayuda a Timothy Brockwell, no después de hacerle creer que iba a pedir su mano.