CAPÍTULO
27
A la mañana siguiente, cuando Mercy bajó a desayunar, se sorprendió al ver al señor Hollander en el vestíbulo con una maleta en la mano. Le dio un vuelco el estómago.
—Señor Hollander, ¿se marcha? Pensé que había planeado quedarse más tiempo.
—Así es, pero he decidido volver antes yo solo. He ido a Bell Inn y he comprado un pasaje para Oxford.
Ella se acercó con el corazón latiendo débilmente. Su madre no estaría nada contenta.
—¿Lo saben mis padres?
—Se lo dije a su padre ayer por la noche, pero su madre ya se había ido a dormir. Le pedí que le trasladara mi gratitud por presentarnos.
—No era mi intención ofenderle, señor Hollander.
—No lo hizo. —Le acarició la mano y la miró con seriedad—. No me voy enfadado, señorita Grove, me voy… esperanzado. Usted conoce mi posición, pero no la presionaré. Dejaré que considere lo que desea para su futuro. Creo que usted y yo podríamos tener una buena vida juntos. Quizá no tendría todo lo que quiere, pero pienso que podríamos ser felices. He leído lo suficiente sobre el asunto como para deducir que el matrimonio requiere compromiso y sacrificios de índole personal, y estoy dispuesto a realizar uno en lo que respecta a Alice.
Aquello era un alivio, pero ¿era verdad? ¡Si estuviera dispuesto a comprometerse con su escuela también…!
—No seguiré insistiendo en mis encantos, pues sé que no son muchos. —Le entregó una tarjeta—. Por favor, escríbame si se le ocurre alguna pregunta más o si toma una decisión. Me mudaré después de Navidad, ¿cree que podrá darme una respuesta antes?
—Lo haré, gracias. Aprecio mucho su paciencia. —Aparentemente mantuvo la calma, pero no estaba tranquila. ¿Debía pedirle que se quedara más tiempo o darle una respuesta en aquel momento? Ojalá supiera qué quería responderle.
Después de desayunar con las niñas, Mercy volvió a su dormitorio. Su madre entró con los rulos aún en el pelo, con una bata sobre su camisón y con la expresión apenada.
—Tu padre acaba de contármelo. —Cerró la puerta—. ¿Ha vuelto el señor Hollander a Oxford?
—Sí.
—¿Por qué? No me digas que ya lo has rechazado.
—Quiere darme tiempo para decidir sin presionarme. Espero que tú sepas hacer lo mismo, mamá.
Catherine DeLong Grove emitió un suspiro.
—Mercy, sé que aquí has construido una vida muy cómoda. Te permitimos creer que tendrías Ivy Cottage para ti sin obligaciones hacia el resto de la familia, excepto tu tía, por supuesto, pero esa no fue nunca nuestra intención. Esta casa no debería ser una escuela de señoritas ni una biblioteca circulante ni cualquier otra cosa que se te ocurra, sino una casa familiar, pensada para una pareja casada y sus hijos. George y tú crecisteis aquí y, antes que vosotros, lo hicieron tu padre y Matilda.
»Esperaba que te casaras hace tiempo y he intentado, el cielo lo sabe, ayudarte durante estos años, mejorar tus posibilidades y presentarte a los hombres adecuados. No todos estaban interesados, pero sí algunos. Sin embargo, ninguno era suficiente para ti: uno no era lo suficientemente alto o su conversación no era inteligente. El otro era demasiado ruidoso y atlético.
—Nunca dije que no fueran suficiente para mí —respondió, a la defensiva.
—Pero no te casaste con ninguno, ¿no es así? ¿Sabes que Cyril Awdry está cortejando a la joven señorita Brockwell?
Sí, lo había oído.
—No eran los adecuados para mí, mamá.
—Y ahora te hemos traído al señor Hollander en bandeja de plata. Es más alto que tú, inteligente, educado… y es profesor, ¡cielo santo! Y lo has despreciado también.
—No lo he despreciado. No he pronunciado una sola crítica sobre él.
—Por supuesto que no. Todos saben que Mercy Grove es demasiado amable y gentil como para decir algo desagradable de alguien. Estoy muy cansada de oír ensalzar la santidad de mi única hija.
Mercy sintió un pinchazo de dolor ante aquellas palabras.
—No soy una santa, mamá, y no puedo asegurar no haber dicho nunca nada que no debiera.
—Sí, sobre tu madre, sin duda, ¡un ser tan horrible como para intentar verte bien casada y feliz!
—Soy feliz. O lo era.
Su madre se acercó a ella y la miró a los ojos. La ira había desaparecido y, en su lugar, un escrutinio directo parecía desnudar a Mercy. Su madre no siempre había sabido comprenderla, pero la conocía muy bien.
—Mírame a los ojos y dime la verdad. ¿Puedes jurar ante Dios que nunca te sientes sola?, ¿que nunca deseas tener un marido que te quiera, que te consuele o que sea cariñoso contigo?, ¿que nunca deseas tener hijos a los que querer, a los que enseñar y por los que rezar?
No vio beligerancia en la expresión de su madre, sino una pregunta muy seria. Con lágrimas de dolor en los ojos, repitió:
—¿Podrías jurarlo?
Mercy levantó la mirada. Ella no creía que todas las mujeres necesitaran un marido e hijos para sentirse realizadas, para estar completas, contentas y felices. Abrió la boca para decirlo, pero no consiguió pronunciar palabra. Tragó saliva y sacudió la cabeza, con un gesto de negación. Ojalá fuera una de esas mujeres.
Su madre la agarró de la mano.
—¿Ves, querida? Puede que no apruebes que hayamos traído al señor Hollander aquí, pero debes reconocer que solo intentamos ayudarte. No queremos que estés sola toda tu vida. Ahora, ¿te casarás con el hombre o no?
—Yo… no sé si puedo, mamá.
La señora Grove suspiró de nuevo.
—Entonces no me dejas alternativa, Mercy: George y su nueva esposa necesitarán un hogar. Como he dicho, Ivy Cottage es una casa familiar, una casa familiar de los Grove, pensada para una pareja casada. Si te niegas a casarte con el señor Hollander, le ofreceremos la vivienda a George y a su futura esposa.
Mercy tomó una bocanada de aire.
—Pero… George no ha mostrado interés alguno en Ivy Cottage, en Ivy Hill o, ya puestos, en Inglaterra desde hace dos décadas. Quizá nunca hayáis dicho que la casa sería mía y de la tía Matty para siempre, pero, puesto que papá y tú habéis vivido en Londres todos estos años… sí, he llegado a pensar en esta casa como mía. Y lo es. Es mi hogar. No es justo que se la des a otra persona simplemente porque yo elija no casarme con un hombre al que no amo.
—Por favor, Mercy, no seas melodramática. George tiene el mismo derecho que tú a vivir aquí. Más, de hecho, porque pronto tendrá una esposa a la que mantener y, un día, si Dios quiere… tendrá hijos.
A la joven se le aceleró el corazón.
—¿Y qué se supone que debemos hacer la tía Matilda y yo? ¿Qué pasa con Alice?
—Cálmate. Cielos, nunca te había visto tan disgustada. Nadie te va a echar a la calle. Matilda podrá vivir el resto de sus días aquí, con la familia de George. Si tú eliges el mismo destino para ti y tu protegida, adelante.
—¿Y qué pasa con mi escuela?, ¿con el resto de mis alumnas?
—Tendrán que irse. El aula volverá a su destino inicial como sala de estar. Y todas esas estanterías deberán desaparecer.
Esto no podía estar pasando.
—¿Y Rachel?
Catherine Grove suspiró de nuevo.
—Los Ashford eran viejos amigos. Si su hija necesita un lugar donde vivir y tú estás dispuesta a compartir tu dormitorio con ella, no pondré objeción, aunque no sé si nuestra futura nuera estará de acuerdo. También podrías vivir en Londres con nosotros, si lo prefieres.
Mercy sacudió la cabeza.
—No, mamá, Ivy Hill es mi hogar. No quiero marcharme.
—Entonces, cásate con el señor Hollander y cría a sus hijos aquí. La decisión es tuya. —La mujer apretó la mano de su hija y se marchó, dejando a Mercy sola, pensando en su futuro.
Aquella noche, Mercy soportó una cena silenciosa y tensa, todavía aturdida e incrédula. Su amiga, Rachel, y la tía Matilda la miraban constantemente con preocupación, pero ¿cómo podía tranquilizarlas diciendo que todo estaba bien cuando no era así?
Después de la cena, su padre le pidió que fuera al salón y cerró la puerta tras ellos.
—Si te sirve de consuelo, Mercy, lo lamento mucho, pero me temo que tengo que apoyar a tu madre en esto, aunque no me agrade en absoluto. —La condujo a una butaca y se sentó frente a ella—. Todavía espero que las cosas funcionen entre el señor Hollander y tú, porque no puedo negar que tu hermano y su esposa necesitarán un hogar donde comenzar su vida de casados. Si ambos os casarais, supongo que podríamos justificar el comprar una segunda casa para George, pero, si no es así, podríais vivir todos aquí.
La mujer se miró las manos con aire sombrío.
—Pero sin escuela.
—Entiendes por qué, ¿verdad? George y Helena necesitarán el espacio para sus hijos y para los padres de ella, cuando vengan de visita.
—¿Y cómo sabes que es su deseo vivir aquí?
—George lo dejó caer en su última carta.
Mercy hizo una mueca de dolor.
—Y madre está deseando complacerle.
—No digo que apruebe los métodos de tu madre de intentar forzarte a que te cases, pero intenta entenderlo, por favor. Estos últimos años han sido difíciles para ella, física y emocionalmente. Las mujeres de su edad sufren a menudo algunos… cambios, creo. Su doctor dice que es normal, aunque parece que es más intenso en su caso.
—¿Por qué?
—Porque la vida le ha decepcionado.
—Quieres decir que yo la he decepcionado —corrigió ella, abatida.
—Oh, Mercy, no estás sola en eso. Yo también la he decepcionado. Tenía tantas esperanzas puestas en mí… Se supone que yo tenía que haber destacado de algún modo: escribir un magnífico tratado o presentarme a algún cargo público. ¿Por qué crees que quería que viviéramos en Londres durante estos años? Para que pudiera codearme con las personas adecuadas. Nunca he sido lo suficientemente ambicioso para ella.
Se levantó y comenzó a pasear por la habitación.
—George también la ha decepcionado. Nos ha decepcionado a ambos, para ser sincero. Se obcecó en viajar a India contra nuestra voluntad, de lo que yo culpo a Winston Fairmont. ¿Cómo si no podía un joven criado en el interior del condado de Wilts haber desarrollado un deseo tan fuerte de cruzar el océano? Pero incluso esa aventura se convirtió en una decepción. Él nunca logró el éxito, financiero o de cualquier otro tipo, que habíamos deseado para él. De otro modo, quizá podría tener los medios necesarios para comprarse su propia residencia. Y, por supuesto, tu madre ha deseado desde hace tiempo que te cases y tengas hijos. Es natural que lo desee, no puedes culparla. Tampoco yo voy a negar que haber tenido nietos estos años habría sido una agradable diversión.
»Ahora, por fin, George se ha comprometido y ella tiene algo que esperar con ilusión, en lo que poner sus energías. Ahora puede planificar… y preparar la casa para la nueva pareja. Por fin ve posible su sueño de tener nietos. La señorita Maddox, sin embargo, proviene del norte, de cerca de York, y tu madre teme que, si no les proporcionamos un lugar agradable en el que vivir, ella recurra a su familia y les den una casa en la zona, donde no podríamos ver a menudo a nuestros futuros nietos. Con ellos aquí, en Ivy Cottage, estaríamos a una distancia relativamente corta para viajar y tendríamos habitaciones donde quedarnos siempre que quisiéramos. Puedes ver lo atractivo del plan.
Su padre se sentó de nuevo con un suspiro y prosiguió:
—Sé que tu madre puede ser… difícil, más durante estos últimos años. Espero que no sea desleal decirlo, pero quiero que lo entiendas, que encuentres en tu corazón más paciencia y amable contención.
—Lo intentaré, papá.
—Sé que lo harás, mi querida niña, tan sabiamente bautizada. ¿Recuerdas que fue mi idea llamarte Mercy?
Ella asintió. Había oído la historia antes.
—Tu madre quería llamarte Gertrude, Ophelia u otros sinsentidos, pero yo insistí. Y tenía razón… Siempre has cumplido con las expectativas de tu nombre.
—Gracias, papá.
Él la miró con cariño.
—¿No puede gustarte el señor Hollander o, al menos, respetarle lo suficiente como para poder considerarle un potencial marido? No digo que sea el hombre perfecto, pero debes admirar su educación y su amor por los libros, ¡al menos!
—Lo hago.
—Entonces dale una oportunidad. Pero tampoco olvides que siempre tendrás un hogar, aquí con George o con nosotros en Londres si lo prefieres.
—Pero, papá, mi escuela…
—Sé que echarás de menos tu escuela, pero podrías tener tus propios hijos. ¿Por qué no volcar tu talento en criarlos y educarlos? De cualquier forma, también podrías ayudar a educar a los hijos de George algún día. Necesitarán que su tía los guie. El cielo sabe que eso sobrepasará a tu hermano. —Le guiñó un ojo y ella logró ofrecer una leve sonrisa como respuesta.
—Me has dado mucho que pensar, papá. —Se levantó—. Si me disculpas…
—Por supuesto. —Él se levantó también y le dio un beso en la frente—. Todo irá bien, cielo, ya verás.
Mercy logró componer otra sonrisa insegura y se marchó de la estancia. Después, subió en dirección al aula, que estaba silenciosa a esas horas. Cerró la puerta y dejó que las lágrimas que con tanto esfuerzo había intentado contener le inundaran los ojos y resbalaran por las mejillas. Se apoyó en la pizarra sin importarle que la tiza pudiera manchar su vestido.
Cerró los ojos con fuerza, apretando cada músculo de la cara y el cuerpo, e intentó contener un fuerte sollozo.
Cerca de ella, oyó que alguien cerraba un libro; abrió los ojos sobresaltada. Ahí estaba Alice, sentada en el alféizar y medio escondida tras la cortina. La pequeña dejó el libro y caminó hacia ella con los ojos verdes clavados en el rostro de su maestra y con un gesto de confusión en el entrecejo.
—¿Está llorando, señorita?
Mercy se secó las lágrimas con la mano.
—Un poco.
—Nunca la he visto llorar antes.
—Todos lloramos de vez en cuando, incluso yo. —Algo le dijo a Mercy que sus días de llanto no habían hecho más que empezar.
Alice extendió la mano hacia ella con un gesto muy dulce, el mismo que Mercy había repetido con ella en muchas ocasiones. La mujer recibió la manita entre las suyas.
—Gracias.
—¿Le importa que me siente un rato con usted? Siempre me hace sentir mejor cuando usted se sienta conmigo.
—Sí —susurró Mercy con la garganta tensa—. Me gustaría mucho.