CAPÍTULO
41
En el salón de Ivy Cottage, Rachel levantó las manos y dio vueltas sobre sí misma, mostrándoles a las señoritas Grove el vestido color marfil y dorado de su madre con el nuevo escote y los bordados.
—¿Y bien? ¿Parece totalmente pasado de moda? La señora Shabner dice que sí.
Su amiga estaba emocionada.
—¡No! Rachel, mírate. Estás más guapa que nunca. De verdad.
—Gracias, Mercy.
—Cielo santo. Si no recibes una oferta de matrimonio esta noche, estaré muy sorprendida. —Matilda la miraba con ojos centelleantes.
—No te precipites. Es el baile de presentación de la señorita Bingley. Ella es quien debe ser el centro de atención hoy, no yo. ¿No creéis que voy demasiado ostentosa?
—En absoluto. No es culpa tuya si eclipsas a todas las mujeres del salón.
Matilda asintió, mostrando su conformidad.
—Mercy tiene razón, querida. Nunca has estado más hermosa, por dentro y fuera. Has florecido a pesar de todo lo que ha ocurrido. Tus padres estarían muy orgullosos de ti.
—Gracias, señorita Matty.
La mujer sonrió.
—Y si sir Timothy no entra en razón ahora, le daré una bofetada.
Rachel sonrió también, pero se le revolvía el estómago con los nervios por el baile. Se apretó las manos para tranquilizarse.
—Espero que el vestido merezca la pena. La señora Shabner dijo que rehacer esta antigualla ha sido la gota que ha colmado el vaso. Me aseguró que iba a cerrar la tienda.
—Quizá lo haga esta vez. Pero el vestido ha merecido la pena, te lo aseguro —repuso Matilda.
Mercy le preguntó con cautela:
—¿Asistirá el señor Ashford? Escuché decir a la señora Ashford al salir de la iglesia que habían sido invitados.
—No lo sé. Espero que no se quede en casa por mí. De hecho, rezo por que encuentre a alguien nuevo a quien cortejar, quizá esta noche incluso.
Las alumnas se quedaron bajo el cuidado de Agnes, Anna y la señora Timmons para que las señoritas Grove y Rachel pudieran acudir al baile juntas. Mercy intentó excusarse, pero su tía la convenció de que le vendría bien salir un poco. Al final, aceptó acudir, con la determinación de divertirse todo lo posible. La noche estaba fresca y se alegraron de que el atento señor Bingley les hubiera ofrecido su carruaje.
A medida que se acercaban a la casa de los Bingley, entre Wishford y Stapleford, la emoción de Rachel iba en aumento. El camino estaba iluminado por faroles y todas las ventanas brillaban con la luz de las velas. Cuando el carruaje se detuvo, unos criados se acercaron para ayudarlas a bajar. Al entrar, otros sirvientes tomaron sus capas y sus mantos. En el vestíbulo, les dieron la bienvenida sus anfitriones, el señor y la señora Bingley. Al continuar con los saludos, felicitaron a la señorita Bingley y prometieron a Horace Bingley que pasarían un rato «mayúsculo».
Mercy se unió rápidamente a su tía y a otras mujeres mayores que se habían reunido alrededor de la mesa del ponche, bebiendo vino caliente o ratafía y charlando animadamente, mientras que Rachel vigilaba secretamente el salón de baile buscando a sir Timothy. Vio a Justina Brockwell y se le aceleró el corazón, pero no vio a su hermano por ninguna parte.
Localizó también a la señora Ashford haciéndose un hueco entre la multitud y asegurándose de que Nicholas era presentado al mayor número posible de jóvenes adecuadas. Incluso fue el primero en bailar con la señorita Bingley.
La bibliotecaria saludó al arisco lord Winspear y a otros antiguos amigos de sus padres y bailó con el jovial señor Bingley. Cuando la acompañaba hacia un lado del salón, se sorprendió al encontrarse cara a cara con Nicholas Ashford.
—Señorita Ashford… Buenas noches. Yo… espero que no le importe. Mi madre insistió en que intentara, al menos, conocer a otras jóvenes.
—Tiene razón. Me alegro de que esté aquí y de que esté disfrutando. Me ha gustado verle bailar. Parece que es usted muy habilidoso.
—He tomado algunas lecciones de un profesor de baile y ha hecho maravillas con mi confianza.
—Bien hecho.
—Espero que sepa que no estoy intentando… que se sienta celosa o reemplazada ni nada por el estilo.
—Por supuesto que no.
—He aprendido que no es fácil reemplazar los afectos duraderos por unos nuevos.
Ella le dirigió una mirada de disculpa.
—Sé que le he decepcionado, pero espero que pueda encontrar a alguien a quien amar con todo su corazón, una mujer que le merezca.
Él logró forzar una sonrisa.
—Y que, idealmente, me corresponda.
—Sí, de todo corazón. —Le apretó el brazo—. Merece todo lo bueno que le ofrezca la vida, señor Ashford.
—Y usted también, señorita Ashford.
Lo dejó con una sonrisa y se acercó a la mesa del ponche para conseguir una copa pequeña de vino caliente. Vio que la señora Ashford estaba hablando con una reservada lady Brockwell. Cuando la madre de Nicholas volvió su sonrisa hacia lord Winspear, Rachel tomó aire y se acercó a lady Brockwell. Se recordó a sí misma que la mujer había sido engañada, lo supiera o no. Y, lo quisiera o no, era la madre del hombre al que amaba.
—Buenas noches, lady Brockwell. —Rachel se inclinó.
—Señorita Ashford… —La mirada de la mujer se deslizó a lo largo de su figura y Rachel contuvo el aliento—. Está muy hermosa, si me permite decírselo.
—Gracias. Usted también. Yo… quería disculparme por las desagradables maneras con que le hablé en la biblioteca. Sé que estaba preocupada por su hijo.
Lady Brockwell inclinó la cabeza con reconocimiento.
—También yo tengo algo que decir al respecto. —La joven se preparó para un buen golpe—. Timothy me dijo que estaba equivocada al hablarle del modo en que lo hice y él… tiene razón. —Rachel pestañeó, sorprendida—. Y también me ha dicho que no tolerará más críticas u objeciones sobre usted.
—¿Eso ha dicho? —«Ojalá me lo hubiera dicho a mí», pensó.
—Sí. Es difícil romper con la costumbre, pero he tomado la resolución de no entrometerme más en su vida.
Le dirigió a Rachel una sonrisa llena de humildad. Por primera vez, la señorita Ashford pudo apreciar un parecido entre aquella mujer y Justina, y sintió que su resentimiento hacia ella se diluyó.
—Él… ¿no vendrá esta noche?
—No me ha contado sus planes. Creí que usted lo sabría.
Negó con la cabeza. Algo al otro lado del salón llamó la atención de lady Brockwell.
—Bueno, si me disculpa, creo que debo recordarle a Justina que reserve un baile para sir Cyril, en caso de que venga.
Rachel asintió y la observó alejarse en dirección a su hija y susurrarle algo al oído. Al parecer, su resolución de dejar de entrometerse no incluía a la pequeña de la familia.
Se acercó a Mercy y la apartó un instante de su grupo.
—No va a venir. —Suspiró—. Me siento un poco estúpida ahora por haber albergado esperanzas. Bueno, pero espero que Matty y tú disfrutéis.
—Lo lamento mucho, Rachel. Quizá se ha retrasado y llegará más tarde. Te he visto hablando con lady Brockwell. ¿Te ha dicho algo?
—No le ha contado sus planes.
—Quizá su hermana lo sepa. —La maestra se volvió hacia Justina y la señorita Bingley, que estaban charlando y riéndose cerca de ellas.
—Justina…
Las dos jovencitas se acercaron con alegría.
—Buenas noches, señorita Grove. Señorita Ashford…
—Hola. ¿Estáis disfrutando?
—¡Sí! —asintió con entusiasmo la señorita Bingley—. Aunque nos gustaría que hubiera más caballeros, sobre todo caballeros apuestos y con grandes fortunas.
Con una sutil mirada en dirección a Rachel, Mercy le preguntó a la señorita Brockwell:
—¿Y vendrá alguno de tus hermanos a ayudar en este asunto?
—Richard definitivamente no. Casi nunca deja Londres. En cuanto a Timothy, no lo sé. Pensé que estaría aquí, pero no lo he visto.
Rachel bajó la mirada para esconder su decepción y percibió algo fuera de lugar: un trozo de cinta colgando de su cintura.
—Oh, no. El nuevo bordado se está despegando de la tela aquí. Que Dios me libre de intentar bailar en este viejo vestido. Se caería a pedazos.
La señorita Bingley se acercó a observar.
—No está tan mal, pero sería mejor que alguien lo viera antes de que se rompa más. ¡Ya sé! Ve a mi habitación. Mi doncella está ahí y puede coserlo en un momento.
—¿Estás segura?
—Por supuesto. Dile que vas de mi parte. No le importará, es un cielo. Subiendo las escaleras, la segunda puerta a la derecha.
—Gracias. —Rachel se excusó y subió a la planta de arriba.
Un cuarto de hora más tarde, con el vestido arreglado y tras intercambiar algunos cumplidos con la doncella de la señorita Bingley, Rachel bajó de nuevo las escaleras. Se preguntó cuánto querría quedarse Mercy y si el señor Bingley les ofrecería su carruaje para volver a casa. Esperaba que pudieran marcharse pronto.
Un caballero levantó la cabeza mientras bajaba y Rachel contuvo el aliento. Después de todo, sí que había acudido.
—Sir Timothy…
Estaba muy apuesto en su traje de noche, con levita y chaleco negros y corbata de color claro.
—Rachel… Señorita Ashford. Ahí estás. El Consejo del pueblo me ha retrasado un poco. Temía que ya te hubieras marchado.
—Aún no.
Rachel sintió su mirada penetrante mientras bajaba los peldaños que faltaban y su pulso se aceleró con cada paso que daba hacia él. Concentrada en no tropezarse, se agarró a la barandilla con una mano y sujetó su falda con la otra. Al llegar al descansillo, levantó la vista y se encontró con sus ojos y sus labios entreabiertos.
Se inclinó y ella imitó su gesto.
—Buenas noches.
La luz de una vela en un candelabro cercano se reflejó en sus ojos oscuros, y quizá también un destello de humor.
—Siento como si ya hubiera vivido este momento…
Ella soltó una risita.
—Yo también, aunque me sorprende que te acuerdes.
La mirada de Timothy se posó en ella.
—¿De verdad? —Sacudió la cabeza lentamente—. Me dejaste estupefacto entonces y me dejas estupefacto ahora.
Ella bajó la mirada, avergonzada, y jugueteó con su falda.
—Este vestido es viejo, pero siempre me ha gustado.
—Estás hermosa con él. Aunque siempre lo estás.
Rachel lo miró de nuevo y vio una calidez en sus ojos más brillante que la llama de cualquier vela.
—Gracias. Y gracias por el libro que me regalaste.
Sus ojos la atravesaron.
—¿Lo leíste?
—Cada palabra.
La miró con cautela, analizando su expresión.
—Señorita Ashford, ¿tiene la libertad de bailar conmigo? ¿O está usted… comprometida con otro?
—No estoy comprometida. Estoy libre.
—Me sorprende, pero me alivia oírlo. Yo… —De pronto fue consciente de la gente que deambulaba a su alrededor—. ¿Vendrías conmigo a la biblioteca para que podamos hablar en privado?
Ella asintió, sintiendo que su corazón latía muy rápido. Timothy le hizo un gesto para lo precediera a través del vestíbulo. Cuando estuvieron solos, rodeados por un sinfín de libros, le dijo muy serio:
—Me arrepiento muchísimo de la manera en que te hablé aquel día frente a Ivy Cottage. —Sacudió la cabeza—. ¿Es que no he aprendido nada en ocho años? De nuevo, expresé las preocupaciones de mis padres en vez de expresar mis sentimientos hacia ti, mi… amor hacia ti. Descubrir la hipocresía de mi padre me ha dejado algo claro: ya no voy a guiarme por un estúpido orgullo familiar. Espero que puedas perdonarme.
—Claro que sí.
Sus ojos se abrieron ante aquella respuesta tan rápida y se acercó a ella. Qué alto era. Qué anchos eran sus hombros. Qué atractivas eran las definidas líneas de su hermoso rostro.
—Cuando oí que ibas a sacar los libros de tu padre de Ivy Cottage, creí que ibas a casarte y a volver a Thornvale. Fue un tormento. Por supuesto que el señor Ashford es un buen hombre y que será un buen marido para alguna mujer. Pero no para ti, Rachel. No puedo soportar la idea de que alguien aparte de mí tenga ese honor.
—Tienes razón, es un buen hombre, pero le dije que no podía casarme con él.
Él asintió con expresión grave.
—Rachel, si tus sentimientos siguen siendo los mismos que aquella noche, dímelo sin tapujos. Quiero casarme contigo, ahora más que nunca.
Rachel se sintió tímida y valiente a la vez.
—Mis sentimientos son… los mismos de siempre, de verdad. No pensaba todo aquello que dije la noche que discutimos. Siempre te he amado, Timothy Brockwell, y siempre lo haré.
Una hermosa sonrisa transformó su seria expresión. Extendió las manos hacia ella y Rachel puso las suyas enguantadas entre las del hombre.
—Si tu padre estuviera aquí, le pediría su bendición.
Ella sonrió con tristeza.
—Siempre la tuviste.
—Ahora solo me arrepiento de haber perdido todo este tiempo.
—No lo hagamos más, entonces. A cambio, convirtamos los próximos ocho años en los mejores de nuestras vidas.
Él le sostuvo la mirada.
—Con todo mi corazón.
Se acercó aún más a ella, envolviéndola con el aroma de su jabón de afeitar. Ella se dejó llevar por el calor que transmitía aquella mirada profunda, a sabiendas de que iba a besarla por fin. Él bajó la cabeza con una lentitud seductora. Su boca cada vez estaba más cerca. Rachel pestañeó nerviosa con la respiración entrecortada. Los labios de Timothy tocaron los suyos suave y deliciosamente.
Escucharon unos pasos y Timothy se alejó antes de que ella pudiera responder al beso. Decepcionada, Rachel volvió la mirada: Justina estaba en el umbral.
—¡Timothy! —chilló, apresurándose hacia él—. Aquí estabas. Me prometiste un baile, ¿recuerdas? Oh… ¡Rachel! Bueno, no pasa nada. Debéis bailar vosotros dos. Yo encontraré otra pareja. Aunque sir Cyril está bailando esta canción con la señorita Bingley, pero no pasa nada. —Agarró las manos de Rachel y de Timothy y los arrastró al salón de baile, donde casi se chocan con Nicholas.
—Ah, señor Ashford, hola.
—Buenas noches de nuevo, señorita Brockwell.
Rachel intervino:
—Señor Ashford, quizá podría bailar con la señorita Brockwell. Necesita una pareja.
—Oh. Claro, será un placer.
Siguiendo a la joven pareja, Rachel y Timothy se colocaron en la fila. La música ya había comenzado sin ellos, pero aún había muchos pasos que marcar y muchos estribillos que bailar.
Sentada en su cabaña la noche del baile, Jane oía una música lejana proveniente del patio, donde los músicos de Bell Inn practicaban para entretener la velada. Se puso un chal, salió fuera y se sentó en los escalones de la entrada para oírlos mejor. Kipper se acercó a ella y retozó alrededor de su falda, como rogándole que lo mimara. Ella le complació, mientras seguía el ritmo de la música con un pie. A través del arco, podía ver a los hombres con sus instrumentos iluminados por las farolas. Ted tocaba el violín; Colin, la flauta, y Tuffy punteaba su vieja mandolina. Supuso que Hetty estaría ocupada acostando a la pequeña Betsey.
Gabriel salió de Bell Inn y, al verla, se acercó. Era extraño verle ir y venir como un huésped, pero también placentero.
—Hola, Jane. Es una bonita noche.
—Sí que lo es.
Señaló hacia la posada con un dedo.
—Su cuñado está exultante anunciando a todos que es un hombre comprometido. Son buenas noticias, ¿no es así?
—Sí que lo son.
Él observó su rostro y frunció el ceño.
—¿Qué ocurre? Parece triste. ¿Ha ocurrido algo?
—No, todo está bien.
El hombre no pareció convencerse.
—Antes he pasado por Wishford y había muchos carruajes en la carretera dirigiéndose hacia Stapleford. ¿Había algo esta noche?
—Los Bingley daban un baile.
Levantó una ceja.
—¿Y no quería ir?
Jane se encogió de hombros.
—No me invitaron.
—Lo lamento mucho. —Se sentó a su lado en los escalones y Kipper comenzó a lamerle el brazo, reclamando su atención—. Veo que aún sigue mimando a este gato de establo. —Acarició su pelaje y añadió—: ¿Está muy decepcionada?
—No, ni sorprendida. No es el tipo de evento al que se invita a la dueña de la posada. Solía estar en el círculo de los Bingley, pero eso fue cuando era la señorita Fairmont, una dama.
—Sigue siendo la misma persona, Jane. Tiene el mismo valor ante los ojos de Dios y ante cualquiera que merezca considerarse amigo suyo.
—Gracias. Sabía a lo que renunciaba cuando me casé con John, pero estoy sintiendo un poco de lástima por mí misma. Me habría gustado pasar la velada con mis amigas.
—¿A ellas las invitaron?
—Oh, claro. A Rachel y a Mercy. Y a sir Timothy, por supuesto.
—Por supuesto —murmuró.
—No se preocupe, estoy bien.
Gabriel simuló fastidio con un gesto irónico en la boca.
—A mí tampoco me han invitado, si eso hace que se sienta mejor. Y espero que me cuente entre sus… amigos.
—Por supuesto que sí.
—Y nuestra música es, sin duda, igual de buena. —Señaló hacia el trío de músicos aficionados—. Bueno… no está mal —corrigió.
Ella sonrió.
—Supongo que tendrán buena comida en esa fiesta… y bailes, ¿no es así?
—Supongo.
Sacó un pequeño paquete de su bolsillo.
—Nueces especiadas de Wishford. Cadi mencionó que le encantan.
«Pequeña maquinadora…».
—Gracias. —Alargó la mano para tomar una, pero él dejó el paquete en el escalón más alto y se levantó.
—Más tarde. —Extendió una mano hacia la mujer con un brillo en los ojos—. ¿Me concede este baile, señorita Fairmont? —le preguntó, utilizando su nombre de soltera con irónica formalidad.
Ella miró con reticencia al camino.
—¿Aquí?
—¿Por qué no?
Jane escuchó la música y distinguió un compás de tres por cuatro.
—No sé si es la mejor música para un baile. Es un vals vienés, creo.
—Entonces es un vals rotativo, a no ser… que lo consideres inapropiado.
—Creo que estaré bien. No hay nadie a quien escandalizar —respondió expectante.
Jane puso la mano en la de Gabriel, que tiró de ella dejando que el chal cayera en los escalones. El hombre se acercó más a ella y colocó con suavidad la otra mano en su espalda. Sintió su calor a través del vestido.
La mujer tomó aliento y puso el otro brazo sobre el hombro del señor Locke, sintiendo sus músculos bajo el abrigo. Cuando él le sujetó la mano derecha más fuerte, la joven rogó por que no se diera cuenta de que estaba húmeda por el sudor.
—Estoy terriblemente oxidada —confesó ella.
Él la miró intensamente a los ojos.
—Solo sígame.
A Jane le resultó difícil mantener su mirada tan próxima y agradeció que el parpadeo de la luz y las sombras escondieran su rubor. Se concentró en la mano que tenía en su hombro y él la guio en los pasos.
—Uno, dos, tres. Uno, dos, tres… Eso es. Ahora das un paso al frente, ahora yo… —Pronto estaban girando en gráciles círculos.
—Es usted una excelente bailarina, señorita Fairmont.
—Solo porque tengo una excelente pareja. —Le sonrió—. ¿Qué otros talentos escondidos posee mi antiguo herrador?
Él le devolvió la sonrisa llena de secretas promesas que hicieron que Jane tuviera dificultad para respirar.
Finalmente, la música se detuvo y, girando como estaba, la mujer se tambaleó ligeramente, aún mareada. Gabriel la sujetó más cerca de él.
—Bien hecho —murmuró con un dulce y cálido aliento en su sien y en su oreja. Sus rostros estaban muy cerca. Si levantaba la mirada, ¿la besaría? Se le alborotó el corazón con aquel pensamiento.
Miró hacia los músicos y se dio cuenta de que Colin los observaba. Avergonzada, dio un paso atrás.
—Gra-gracias por el baile, Gabriel.
—Ha sido un placer.
—Ahora, es mejor que me despida. —Se retiró a su cabaña y cerró la puerta tras de sí.