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CAPÍTULO

2

A la mañana siguiente, Rachel se sentó a desayunar con las señoritas Grove y le preguntó a Mercy qué tal avanzaba su campaña. Su amiga deseaba abrir una escuela de la beneficencia para educar a muchos —si no a todos— los niños y las niñas del condado, pudieran o no pagar los estudios. Por el momento, Ivy Cottage solamente podía hospedar alrededor de ocho alumnas.

—No demasiado bien —explicó Mercy, mientras extendía mantequilla en su tostada—. El magistrado lord Winspear no ha respondido aún a mi solicitud de una reunión y ayer llegó a mis oídos que lady Brockwell está en contra de educar a los pobres. Sir Timothy dijo que quizá daría apoyo al proyecto en el futuro, pero que ahora tiene otras obligaciones que atender. Al parecer, el asilo necesita un nuevo tejado y la iglesia tiene una lista de reparaciones pendientes. Por su parte, el señor Bingley dijo que, si los Brockwell y los Winspear aceptan poner dinero para la causa, él lo hará también, pero no antes —terminó con un suspiro.

—Lo siento mucho.

—No te preocupes, Rachel. —Matilda acarició la mano de su sobrina—. Mercy no se dará por vencida y logrará lo que se proponga.

—Que Dios te oiga, tía Matty.

Más tarde, cuando acababan ya de desayunar, el criado de las Grove trajo el correo y le alargó una carta a Rachel. Ella le dio las gracias y el señor Basu abandonó la habitación tan silencioso como había venido.

Reconoció la letra de su hermana y se excusó para leer la carta en privado.

Querida Rachel:

Te mando saludos, hermana pequeña. Espero que, cuando recibas esta carta, estés feliz en tu nueva casa. ¿Recuerdas cuánto admirábamos el encantador Ivy Cottage cuando éramos niñas? Admito que siempre me imaginé viviendo allí cuando era joven y estaba secretamente enamorada de George Grove. Afortunadamente, no perdí mi corazón por él, aunque estuve a punto, hasta que supe que planeaba seguir su carrera en India. Sí, creo que mi desilusión comenzó en aquel preciso instante.

Espero que las señoritas Grove te estén tratando bien. ¿Te han encerrado en el ático o te han obligado a realizar las labores como a Cenicienta, la pobre y huérfana hermanastra? ¿Compartes cama con cuatro alumnas que se retuercen y cuyos pies y aliento apestan? Espero que no. Quizá las niñas no produzcan olores y sonidos tan desagradables como los niños. Estoy segura de que no era nuestro caso. Mamá nos convirtió en unas señoritas. Hablando de asuntos fétidos, ¿alguna vez has visto a la dragona que vive ahora en nuestra antigua casa?

Rachel negó con la cabeza y continuó leyendo la carta de su hermana con un gesto irónico en los labios. Después, se instaló en el escritorio de la sala de estar y escribió su respuesta:

Querida Ellen:

Muchas gracias por tu carta. Quédate tranquila, estoy contenta aquí, en Ivy Cottage. Por supuesto que las señoritas Grove son todo lo amables que pueden ser, más de lo que merezco. Y no, no me han encerrado en el ático. Tengo mi propia habitación. No es muy grande, pero es cómoda. Creo que se trata de la habitación de George Grove antes de que partiera al extranjero.

Es muy amable por tu parte enviarme una moneda bajo el sello y ofrecerte a enviarme más, pero no es necesario. Aún tengo algo de dinero y he podido realizar pequeñas contribuciones como pago por mi mantenimiento, lo que alivia mi incomodidad por aceptar lo que, de otro modo, sería caridad.

Hablando de asuntos más alegres, te gustará saber que me he reconciliado con Jane Bell. Echaba de menos su amistad más de lo que puedas imaginar, y estoy muy agradecida por tenerla en mi vida de nuevo. Aunque está muy ocupada con la posada, encontramos un rato para hablar todas las semanas; ella se acerca a Ivy Cottage o yo doy un paseo hasta Bell Inn y nos tomamos un café juntas.

Preguntabas por los nuevos residentes de nuestro querido Thornvale. Solamente veo a la señora Ashford cuando paso de largo. Ella permanece distante, pero su hijo es muy amable y su calidez equilibra la frialdad de su madre. El pueblo ya tiene al señor Ashford en alta estima. Aunque algunos se burlan de sus extrañas maneras, no lo hacen con mala intención. La señora Ashford, sin embargo, no muestra interés alguno en entablar amistades, excepto con los Brockwell y los Bingley.

Estas son las noticias de Ivy Hill por ahora. Espero que mantengas tu buena salud, especialmente ahora que se acerca el nacimiento de tu nuevo hijo. Les envío todo mi amor a Walter y a William.

Con cariño:

Rachel

Dobló y selló la carta. Escribirla le había recordado que no había pagado aún por su habitación y su mantenimiento del mes. Subió al piso de arriba para solucionarlo.

En su habitación, alargó la mano hacia su bolso, que estaba en la mesilla, y volcó su contenido en la palma de su mano, pero solamente cayeron algunos peniques y un botón que se había caído de su chaleco azul en la iglesia y había olvidado coserlo.

No tenía suficiente con aquellos peniques, por lo que abrió el baúl que tenía a los pies de la cama y sacó su monedero. Tenía un poco de dinero ahorrado de una pequeña renta que había heredado de su madre. Pero los dividendos no durarían mucho más. Rescató una moneda y, después, devolvió su atención al botón descosido. Debería coserlo, hacer algo productivo. Al fin y al cabo, la costura era una de las cosas que se le daban bien.

Rebuscó más hondo en el baúl y revolvió la ropa de invierno que había guardado junto con el único vestido que conservaba de su madre. Cerca del fondo, levantó una tela y ahí estaba: el vestido que había llevado a su baile de presentación hacía ocho años. Al verlo, se olvidó del botón y el chaleco.

Extendió el elegante traje de color rosa en la cama y lo admiró de nuevo. Aunque sabía que era una estupidez, no podía soportar la idea de separarse de él.

Recordó cómo se había sentido vestida con él. Aquella noche, cuando se miró en el espejo, por primera vez le gustó lo que veía. Ya no era una adolescente sin gracia. Favorecía su figura y resaltaba el tono de su piel. En él, se sintió femenina, adulta y atractiva. Y, basándose en la reacción de Timothy Brockwell, supo que él lo había pensado también. Aún podía recordarlo, inmóvil al final de las escaleras, con los ojos muy abiertos mientras ella bajaba. Aún podía oírle murmurar:

—Estás… increíble. Quiero decir que estás muy guapa, increíblemente guapa.

Se le contrajo el pecho con ese recuerdo. Aquella noche había sido casi perfecta y, aun así…

Alguien llamó a la puerta y se sobresaltó.

—¿Sí?

Anna Kingsley asomó la cabeza.

—Disculpe, señorita Ashford. Alice y Phoebe no están aquí, ¿verdad? Estábamos jugando al escondite y no consigo encontrarlas.

—No. ¿Has mirado en el armario de la ropa? Se escondieron ahí la última vez.

—Buena idea. —El vestido rosa llamó la atención de Anna—. Oh… qué bonito —murmuró.

Rachel miró por encima de su hombro.

—Gracias. Siempre me ha gustado.

Entonces Anna salió de la habitación.

—Iré a buscarlas en el armario. Gracias por la pista.

A solas de nuevo, ordenó y guardó su baúl. Su mirada se topó con la Biblia de su madre, que descansaba sobre la mesilla de noche, pero no la abrió. En cambio, salió en busca de Mercy y, resignada, le confesó su situación.

—Me temo que mis escasos fondos no van a durar mucho más y no puedo vender lo poco que me queda de valor, algunos recuerdos de mi madre y los libros de mi padre. Tampoco tengo vocación de profesora, una conclusión a la que estoy segura de que has llegado también, aunque estoy dispuesta a ayudar en otras tareas. Puedo coser, pero ya he terminado con todos los remiendos. Debo encontrar otra manera de contribuir.

Esperaba que su amiga negara su incapacidad para dar clase o que insistiera en que no se preocupara. En cambio, asintió mientras reflexionaba:

—Tienes razón. Tiene que haber algo más que puedas hacer. Yo en tu lugar no querría sentirme poco útil. Dios nos ha proporcionado todos nuestros dones para servir a los demás, Rachel. Debemos esforzarnos por encontrar los tuyos.

—¿Y cómo hacemos eso?

—Rezando y pidiendo sabiduría y orientación, por supuesto.

—Mmm… —murmuró, evasiva. No se sentía cómoda pidiéndole a Dios, o a cualquiera, que la ayudara.

La señorita Grove añadió:

—Aparte de eso, pedir consejo a los amigos es una buena manera de empezar.

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—¿Estás segura de que debo estar aquí? —le susurró Rachel a Mercy, nerviosa ante la perspectiva de asistir a la reunión vespertina de la Sociedad de Damas Té y Labores.

—Por supuesto —la tranquilizó. Cualquier mujer es bienvenida.

Habían llegado pronto al salón municipal y la señorita Ashford había ayudado a colocar las sillas mientras su amiga calentaba el agua para el té en la cocina que se encontraba en el rincón de la habitación.

Pronto empezaron a llegar otras mujeres, saludándose y hablando entre ellas a medida que se incorporaban. Muchas la miraban con curiosidad. Rachel conocía a la modista, la señora Shabner; a la afinadora de pianos, la señora Klein; y a la señora Burlingame, que la había ayudado a trasladar sus pertenencias de Thornvale a Ivy Cottage dos meses antes. También reconoció a las encajeras, las señoritas Cook; la lavandera, la señora Snyder, y a algunas otras. ¿Sabrían quién era y la mirarían con desdén por el fracaso de su padre, como tantos otros?

Una mujer de cabello castaño rojizo y ojos claros se presentó como la señora O’Brien, la candelera. Rachel sonrió y se presentó a su vez mientras, en silencio, se imaginaba lo que estarían pensando: «La señorita Ashford, la… ¿qué?».

Entonces apareció Jane Bell y se alegró al verla.

—¡Rachel! Bienvenida. —Jane la abrazó—. Qué bien verte aquí.

—¿Sí? Gracias. —Soltó un poco de aire, aliviada—. Me siento tan fuera de lugar… Aunque me ocurre en cualquier sitio desde que dejé Thornvale.

—Lo entiendo. Yo me sentí fuera de lugar en mi primera reunión también. Ven, siéntate a mi lado.

Mercy ocupó el asiento que quedaba libre al otro lado. Flanqueada por sus dos amigas de la infancia, se sintió un poco mejor.

Una mujer achaparrada, de complexión robusta, se acercó rápidamente al ver a Rachel.

—Cielo santo, ¿otra más?

—Señora Barton —dijo Jane—, esta es la señorita Ashford, que nos visita hoy por primera vez.

—Ya sé quién es. ¿Quién vendrá después?, ¿sus altezas reales las princesas?

Judith Cook suspiró con melancolía.

—Oooh, las princesas. ¿No sería maravilloso?

La señora Barton puso los ojos en blanco y se volvió hacia Mercy.

—He oído que la señorita Ashford está ayudando en su escuela, pero ¿ahora se cree una mujer de negocios?

Rachel intervino:

—Para ser sincera, no sé lo que soy. Todo lo que sé es que necesito encontrar la manera de ganarme la vida.

Mercy rectificó:

—La señorita Ashford nos ayuda en Ivy Cottage de muchas maneras distintas, pero le gustaría garantizar su propio sustento, ahora que su hogar familiar es propiedad del heredero de su padre. Se me ocurrió que podríamos ayudarla a pensar en algo que sea adecuado para sus capacidades.

—¿Es que su padre no les dejó nada a su hermana y a usted? —preguntó Charlotte Cook—. ¿El joven Ashford recibió todo?

Rachel se sonrojó.

—Mi hermana heredó algunas cosas de mi madre y yo heredé la colección de libros de mi padre.

Una joven silbó, impresionada.

—Bueno, eso es algo.

—¿Sí? —Rachel no estaba muy convencida.

La señora Snyder asintió.

—Los libros son preciados, por supuesto. Imagino que valen una buena suma de dinero.

Rachel negó con la cabeza y respondió:

—No, en su testamento insistió en que no podía venderlos, en que debería mantener la colección intacta.

Judith Cook repitió su suspiro melancólico y murmuró:

—Una colección de libros para usted sola… Nunca terminaría los encajes si fueran míos.

La señora Klein añadió:

—Yo suelo visitar la biblioteca circulante de Salisbury cuando voy allí, pero está demasiado lejos para ir a devolver un libro.

—Pueden leer los libros de mi padre, si lo desean —propuso Rachel. Me temo que yo misma no soy muy aficionada a la lectura, por lo que reciben poca atención de mi parte.

—¿Cuántos tiene? —se interesó la señora Burlingame.

—No lo sé, cientos. El heredero de mi padre me permitió dejarlos en Thornvale por el momento, pues no caben en mi habitación de Ivy Cottage.

—La señora Klein me ha dado una idea —comenzó la candelera—. ¿Y si crea usted una biblioteca circulante aquí en Ivy Hill? ¿Hay alguna condición en el testamento de su padre que lo prohíba?

La señorita Ashford, estupefacta, fijó la mirada en la señora O’Brien. ¡Menuda idea! Intentó rememorar las palabras del abogado.

—No, nada que yo recuerde.

—Perfecto, quedamos así entonces. Asunto zanjado. —La señora Barton se recostó en su silla con gran satisfacción—. Ahora, me gustaría hablarles de mis vacas.

—Pero… —vaciló Rachel—. No hay nada zanjado. Ni nada que se acerque siquiera a algo zanjado. Aunque aprecio su sugerencia, es una idea totalmente inconsistente. No puedo asumir que podré abrir una biblioteca circulante en Thornvale, que ya no es mi casa.

—¿Por qué no? He visto cómo la mira ese joven —dijo la señora Burlingame—. Apuesto a que haría cualquier cosa que usted le pidiera.

—Aunque hay que admitir que su madre no lo haría —agregó la señora Klein—. Ni siquiera tiene intención de contratarme para afinar ese viejo pianoforte.

Rachel no podía estar más de acuerdo.

—Aunque la señora Ashford me lo permitiera, no sería apropiado que me aprovechara de su generosidad.

—Podrías usar la biblioteca de Ivy Cottage —dijo Mercy—. La mayoría de los libros que usamos habitualmente se guardan en el aula. Creo que tenemos más ornamentos que libros en las estanterías de la biblioteca. Tendré que hablar con la tía Matty antes, pero raramente utilizamos el salón de invitados y podríamos ceder parte de ese espacio también, si fuera necesario.

—Oh, Mercy, no podría. Es demasiado pedir.

—En absoluto. Sería una bendición tener todos esos libros bajo nuestro techo, un beneficio para la escuela, siempre que las alumnas puedan tomarlos prestados, claro.

—Por supuesto. Y tú también, claro. No pensé que pudieras estar interesada.

—Oh, sí. Hace tiempo que admiro, e incluso codicio, la biblioteca de tu padre.

Rachel levantó los brazos con un gesto de nerviosismo.

—Ni siquiera sé cómo funciona una biblioteca circulante.

La señora Klein intervino entonces:

—La de Salisbury cobra una tarifa de suscripción anual y, después, se deben pagar dos centavos adicionales por cada volumen que se tome prestado.

Mercy asintió.

—Recuerdo que la que se encontraba cerca de la casa de mis padres en Londres tenía un funcionamiento similar.

—Yo puedo ayudarla a llevar los libros hasta Ivy Cottage —se ofreció la señora Burlingame.

Jane asintió con aprobación.

—Y yo podría promocionar la biblioteca en Bell Inn. Estoy segura de que algunos clientes habituales estarían encantados de tomar prestados libros populares y entretenidos para matar el tiempo mientras viajan.

—No sé si los libros de mi padre podrían describirse como populares o entretenidos. La mayor parte son de naturaleza académica, creo recordar: acontecimientos históricos, biografías, obras de filosofía…

—Entonces —sugirió Mercy—, quizá podrías aceptar donaciones externas de libros populares y novelas. Nosotras tenemos muchos.

—Nosotras tenemos unos cuantos también —añadió Charlotte Cook.

Rachel levantó la palma de la mano e insistió:

—No quiero obras de caridad.

—Tal vez, podrías… reducir la tarifa de suscripción para aquellos que donen libros o concederles crédito para tomar prestados otros. Ambas opciones convertirían la donación en un intercambio justo —reflexionó Jane.

—Esperemos que otros paguen por la suscripción completa —dijo la señora Klein—. No podrá ganarse la vida si solamente intercambia libros.

—Estoy segura de que mucha gente estará dispuesta a pagar por una suscripción. Yo misma la pagaría —repuso la señora O’Brien.

—Yo también —corroboró la señora Barton—, si el precio no es excesivo.

Rachel sacudió la cabeza.

—Cielos, no sabría cuánto cobrar. Pero no nos adelantemos a los hechos. Me han dado mucho que pensar y tengo que hablar con las señoritas Grove. Muchas gracias. Además, ya he ocupado demasiado su tiempo. ¿Quién es la siguiente? La señora Barton y sus vacas, ¿no es así?

—Exacto —afirmó la lechera—. Tengo demasiada leche. Mis vacas están produciendo mucho ahora mismo y ya tengo más queso del que podría vender este mes.

—He estado pensando, señora Barton —intervino Jane—. ¿Cabría la posibilidad de que hiciera queso con forma de campana? Quizá podría venderlo en la posada.

—¿Igual que el queso Stilton que venden en otras posadas?

—Exactamente.

La señora Barton meditó un instante, apretando los labios.

—Con forma de campana, ¿no es así? Una idea interesante…

La reunión siguió su curso y Rachel respiró aliviada cuando dejó de ser el centro de atención. Permaneció sentada en silencio, pero su mente siguió ocupada, dándole vueltas a la idea de la biblioteca circulante. ¿Podría tener éxito aquel negocio? ¿O terminaría con un estrepitoso fracaso? Esta última opción parecía más probable.