CAPÍTULO
25
Cuando cruzaba el vestíbulo de Bell Inn a la mañana siguiente, Jane se detuvo al ver a Thora y a Talbot en la sala de café. Dirigió la mirada hacia el alto reloj de pie y sintió un pinchazo en el estómago. Normalmente se alegraría de ver a su suegra, pero Hetty Piper estaba a punto de llegar.
La relación de Jane y Thora, antes tensa, había adquirido un vínculo de respeto y cariño. Aun así, Jane no había reunido todavía el valor de hablarle de la llegada inminente de la antigua criada. Thora Bell Talbot era aún una figura intimidante, una mujer de arraigadas convicciones, difíciles de cambiar. Ella había despedido a Hetty porque no aprobaba su conducta. ¿Cómo reaccionaría al saber que Jane la había contratado otra vez en la posada que ella había dirigido durante un tiempo como un monarca absoluto?
Inhaló una bocanada de aire y se obligó a sonreír.
—Thora, Talbot, buenos días.
El bueno de Walter Talbot se levantó y le preparó una silla.
—¿Puedes unirte a nosotros o estás demasiado ocupada?
Jane vaciló.
—Gracias, me encantaría. Tengo libres… unos minutos.
—¿Ah, sí? ¿Qué ocurre en unos minutos?
Alwena se acercó para servirle una taza de té y Jane agradeció la interrupción.
—Gracias, Alwena. Tomaré unas tostadas esta mañana, cuando tengas un momento.
Jane dio un sorbo a su té, esperando que los nervios de su estómago se calmaran. Pensó si habría alguna manera educada de hacer que su suegra saliera de la posada antes de que llegara la diligencia que traía a Hetty.
—No hace falta que esperen por mí si ya han desayunado. Seguro que la granja os mantiene muy ocupados, Talbot.
—Sí, ese suele ser el caso, pero hemos contratado una mano extra para ayudarnos con los animales y eso nos libera un poco.
Era el momento. Jane posó la taza de té.
—Hablando de manos extra, yo he contratado a una nueva criada de cámara. Hay más ocupación que antes, afortunadamente, así que me pareció una buena solución.
—¿Y a quién has contratado? —preguntó su suegra—. ¿Tiene experiencia?
Jane se mojó los labios secos, desesperada por otro sorbo de té.
—Sí. De hecho, ya trabajó aquí antes.
—¿A quién te refieres?
—Hetty Piper. —Los ojos de Thora centellearon de ira y Jane se apresuró a continuar—: Thora, sé que puede que no lo apruebe, pero tengo una buena razón.
—Esa chica tiene experiencia, pero no del tipo que se busca en Bell Inn.
Talbot posó una mano sobre la de su esposa, aunque su mirada seguía fija en Jane.
—Recuerdo a Hetty. Era una chica muy dulce y trabajadora.
—Atraía las miradas de todos los hombres, incluido Patrick, ¿o lo has olvidado?
—Eso no era culpa suya.
—¿No lo fue? Ella tampoco desdeñaba la atención que recibía. Fue por eso por lo que la despedí. ¿Por qué demonios le has ofrecido un puesto ahora, después de tanto tiempo?
—¿Recuerda que le conté lo que descubrí en Epsom?
Thora permaneció inmóvil, haciendo memoria.
—Es cierto. Me dijiste que John había ido a ayudarla, por alguna razón.
Jane asintió.
—Fue una de las causas de su viaje a Epsom. —«Aunque las carreras de caballos fueron probablemente la principal», añadió para sí misma—. Hetty tuvo mucha dificultad para encontrar un puesto respetable después de marcharse de aquí. —No mencionó que Thora se había negado a escribirle una carta de recomendación.
La señora Talbot se movió incómoda en su silla.
—¿Debería preguntar por qué John sintió el deber de ayudar a esta chica y por qué ahora tú sientes lo mismo? Me dijiste que no había nada indecente entre John y ella, ¿no es así?
—Así es. Y no, no lo había. No entre John y ella…
Dejó que las palabras se desvanecieran en el aire y surtieran su efecto. Talbot y Thora intercambiaron una mirada y se recostaron de nuevo en las sillas.
—Ah —respondió él por ambos.
Con una mueca, ella preguntó:
—¿Patrick sabe que viene?
—Sí, aunque no sabe que llega hoy.
—¿Hubo un niño? —preguntó en voz baja.
—Pero lo dio en adopción —respondió Jane, asintiendo.
La mujer ahogó un grito.
—¿Dónde está Patrick ahora, por cierto? No lo he visto en la oficina al entrar. Dime que no ha vuelto a marcharse del país.
—No, le he pedido que fuera a Wishford a hacer algunos recados. Podría haber enviado a Colin, pero creí que sería mejor que Hetty se instalara antes.
—Muy considerado por tu parte, Jane —corroboró Talbot.
Su suegra torció el gesto.
—Y por eso intentabas deshacerte de nosotros.
—No intentaba deshacerme de ustedes, pero… Hetty tiene razones para sentirse incómoda en su presencia, no puede negarlo.
Talbot sonrió.
—Solía llamarte leona, ahora lo recuerdo. —Soltó una risotada—. Muy apropiado.
No le devolvió la sonrisa, pero le apretó el brazo.
—Tienes que vivir con esta leona, así que ten cuidado.
—Cuidado, que muerdes. Lo sé. —Le acarició la mano y la miró con cariño—. Tendré que pasar el resto de mis días intentando domesticarte. ¿Crees que lo conseguiré?
Jane esperaba una respuesta cortante, pero los ojos de su suegra expresaban ternura.
—Has empezado bien.
«Cielo santo», pensó, sintiéndose de pronto tan incómoda como una carabina en un viaje de novios.
Alwena llevó a la mesa el desayuno de Jane, que por segunda vez aquella mañana se alegró de que apareciera en un momento tan oportuno. Solo había dado algunos bocados a su tostada cuando un carruaje apareció en el camino en dirección al sur y el guarda pregonó su llegada con una bocina aguda cuando este dio la vuelta a la esquina.
Dobló su servilleta y se levantó.
—Si me disculpan, voy a darle yo misma la bienvenida a Hetty, suponiendo que no haya cambiado de opinión.
Talbot asintió de nuevo y, para alivio de Jane, Thora no hizo ademán alguno de acompañarla. Salió al patio cuando los mozos de cuadra, Ted y Tuffy, se apresuraban hacia el carro y se hacían cargo de los caballos. El cochero los saludó y les pidió que comprobaran los cascos del caballo principal.
Jane esperó, preguntándose cómo habría tratado el resto de pasajeros a una pobre y toscamente vestida criada. Esperaba que nadie la hubiera hecho sentir incómoda.
El guardia devolvió la bocina a su sitio y saltó al suelo desde la parte trasera. Abrió la puerta del carruaje y bajó el escalón. Dentro, dos caballeros se empujaron para ayudar a una dama, peleando por ver quién cargaría con su maleta. Uno descendió el primero y le ofreció la mano a la mujer, que en ese momento aparecía por la puerta abierta.
Hetty Piper.
La recién llegada sacudió la cabeza ante la actitud de los hombres. Sonriendo con dulzura todo el tiempo, extendió una mano enguantada y permitió que el primero la ayudara a bajar. Estaba más hermosa que la última vez que Jane la había visto. No llevaba el sencillo vestido de criada, el delantal y la cofia, sino un jubón verde sobre un vestido de viaje de rayas de color dorado y marfil. Un sombrero de ala alta descansaba sobre la cabeza como una aureola de paja, con cintas atadas bajo la barbilla, y el cabello pelirrojo oscuro enmarcaba su rostro de querubín en bonitos bucles.
Hetty vio a Jane y su sonrisa se apagó.
—Hola, señora Bell.
—Hetty… —¿Tendría que haberla llamado señorita Piper? En aquel momento, sin duda, podía pasar por una joven elegante y de buena familia—. Bienvenida —añadió.
Se oyó una voz aguda y Hetty se volvió hacia la puerta del vehículo. Unos brazos se estiraron desde dentro y envolvieron el cuello de la mujer, que sacó a una niña de uno o dos años y la colocó en su cadera.
Jane se quedó paralizada. ¿Quién…? ¿Era la niña de otro pasajero? Pero los bucles despeinados de la pequeña eran casi tan pelirrojos como los de la criada.
El segundo caballero le dio la maleta de la mujer a Colin, que había acudido a ayudar; no había duda de que todos los hombres creían que Hetty era una huésped adinerada y no una criada. Jane sintió alivio al comprobar que Colin no miraba a Hetty o a su pecho generoso como el resto de hombres.
El rostro de la sirvienta se torció en una sonrisa lastimosa a medida que avanzaba hacia la señora Bell. Cuando estuvo más cerca, quedó claro que su vestido era viejo, seguramente de segunda mano, aunque de buena tela.
—Lamento mucho no haberle hablado de mi… compañera de viaje —se disculpó—. Temía que cambiara de opinión sobre dejarme venir.
—¿Es esta tu hija? —susurró.
—Así es. —Volvió la mirada hacia los hombres, que ya se marchaban—. Pensaron que yo era una joven viuda y me trataron como a una princesa.
—Pero me dijiste que no tenías a tu hija, que habías tenido que darla en adopción.
Hizo un gesto de tristeza y bajó la cabeza.
—No dije que estuviera… muerta ni nada. Dije que se había ido, y así fue; tuve que dejarla con una nodriza que tenía otros dos bebés más a su cargo para poder trabajar. Goldie fue la única que me contrató y ni siquiera nos permitía hablar de bebés, imagínese que alguien que trabajara para ella admitiera tener uno… Era malo para el negocio. Cuando usted vino al Gilded Lily, me pilló desprevenida y las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera pensarlas mejor. Guardar el secreto se había convertido en parte de mí. No pretendía mentirle, le hice creer que había dado a mi hija de forma permanente. Lo lamento mucho.
—Tampoco la mencionaste en tus últimas cartas.
—Lo sé, lo siento. ¿Me habría dejado venir igualmente?
Jane titubeó. ¿Lo habría hecho? ¿Cómo podría Hetty trabajar con una criatura a su cargo? ¿Era hija de Patrick? De ser así, él debería ofrecerle un matrimonio, no un trabajo. La niña se quedó mirando a Jane con dos dedos en la boca y sus redondos ojos azules clavados en su rostro.
—¿Es…? —comenzó Jane, pero entonces se detuvo. Probablemente no debería preguntar por el padre delante de la niña. Aunque ella era demasiado pequeña para comprenderlo, aquel patio público y atestado no era el mejor lugar para esa conversación.
Sin embargo, Hetty adivinó lo que quería preguntarle y desvió la mirada. Después, dijo con calma:
—No he venido aquí con la intención de culpar a nadie ni de pedir nada más que un trabajo.
—Pero ¿tienes a…?
—Betsey.
—A Betsey. Tienes que cuidarla.
—Lo sé, pero ya pensaré en algo, igual que antes. Tiene que haber alguien en el pueblo que esté dispuesto a cuidar de ella a cambio de parte de mi sueldo. Ya come de todo, aunque no demasiado, a decir verdad.
Jane suspiró.
—No sé cómo podríamos hacer que esto funcionara, Hetty.
—Pero usted dijo que me ayudaría.
La joven dejó ver el miedo en su mirada y Jane se apresuró a tranquilizarla.
—Y lo haré. Pero déjame pensar en la mejor manera para hacerlo.
Hetty miró por encima del hombro de Jane y se puso rígida. La posadera tuvo un presentimiento y supuso quién estaba detrás de ella. Al darse la vuelta, como había adivinado, vio a Thora. Talbot se encontraba unos pasos más atrás con un gesto de disculpa.
—Intenté detenerla.
Hetty inhaló temblorosa un poco de aire.
—Hola, señora Bell. Señor Talbot…
Thora solamente se quedó mirándola, su marido la saludó:
—Hetty, es estupendo verte de nuevo.
Jane forzó una sonrisa.
—No creo habértelo mencionado en mis cartas, Hetty, pero Thora y Talbot se han casado recientemente, por lo que es la señora Talbot ahora.
—Oh… —murmuró.
Su antigua jefa le dirigió una mirada incisiva.
—Pero aún soy una leona.
La mueca de Walter se torció aún más. Hetty miró a Jane con un reproche en el semblante, pero el hombre levantó una mano.
—No culpes a Jane, Hetty. Me temo que fui yo quien dejó escapar el mote. En aquel momento pensé que era bastante adecuado.
Thora le dirigió a su marido una mirada ácida antes de volverse de nuevo hacia la criada.
—¿Y quién es esta? —Señaló hacia la pequeña.
—Mi hija, Betsey. —Puso una mano sobre el hombro de la niña.
La señora Talbot abrió la boca para… ¿para qué?, ¿para preguntarle quién era el padre?, ¿para sentenciarla?, ¿para preguntarle cómo pensaba trabajar con una criatura en brazos? Pero pasaron unos segundos y no dijo nada.
—Por supuesto que lo es. —Walter se rio con una ligera incomodidad—. Con ese cabello pelirrojo y esos ojos azules, ¿de quién más podría ser hija?
—Me pregunto… —murmuró Thora—. ¿Cuántos años tiene?, ¿un año y medio?
—Más o menos.
La señora Talbot levantó la cabeza y su mirada se perdió en sus pensamientos, quizá haciendo cálculos.
—Ah.
—No es lo que piensa, señora Bell… quiero decir, señora Talbot. Solo he venido para trabajar en un lugar respetable. No podía dejar que Betsey creciera con una madre que trabajara en… un lugar como el que estaba, como criada, me refiero. Solo como criada.
—Olvidaste mencionar esa parte —le reprochó a Jane, mirándola bruscamente.
—No es culpa suya. Usted fue quien… —Hetty se interrumpió, pensándose mejor la acusación a la leona.
—Fui yo quien no quiso darte una carta de recomendación —completó ella—. Lo recuerdo. En aquel momento, no pensé que la merecieras, pero quizá estaba equivocada. En ese caso, me disculpo.
La joven la miró como si le hubieran brotado dos alas y lo mismo hizo Jane, aunque tenía una corazonada de por qué se había disculpado. En ese momento llegó aquella razón caminando a largas zancadas a través del arco y atravesando el patio. Levantó una mano para saludar.
—Hola, madre. Talbot… No esperaba veros esta… ¡Oh! —Se detuvo en seco y Colin, que cargaba con el baúl de un huésped que se marchaba, se chocó con él.
—Hetty. —La expresión de Patrick se descompuso—. Así que hoy era el día de tu llegada. —Le dirigió a su cuñada una mirada que recordaba mucho a las de Thora—. No hay duda de que esa ha sido la razón de que Jane me enviara a Wishford esta mañana.
—Has vuelto antes de lo que esperaba.
—Eso es porque me enviaste en una misión imposible; no había nadie vendiendo jabones en el mercado.
Jane frunció el ceño.
—Lo siento, pensé que la señora Haverhill ya habría vuelto.
El señor Bell volvió la mirada a la recién llegada y, de esta, a la niña que llevaba en brazos. Frunció el ceño. La mujer tomó una bocanada de aire y levantó la cabeza.
—Hola, Patrick.
De mala gana, preguntó:
—¿Y esta es tu…?
—Mi hija, Betsey.
Él abrió la boca para preguntar… algo, y la cerró de nuevo, quizá decidiendo si quería o no oír la respuesta. Observó el rostro de la niña. Era igual que Hetty, hasta donde podía adivinar Jane, que no pudo distinguir ningún parecido obvio con el apuesto Patrick, de cabello oscuro, aunque el color de sus ojos era similar. Sin embargo, la madre también tenía los ojos azules.
No había conocido a su cuñado de niño, por lo que volvió la vista hacia su suegra, preguntándose lo que vería al mirar a la pequeña. No sabía qué hacer. ¿Debía darle a la criada un delantal y una cofia y ponerla a trabajar o debía darle una habitación de huéspedes hasta que tomaran una decisión?
La recién llegada miraba tímidamente de una expresión a la otra, a la posada y al arco.
—Si finalmente puedo quedarme, será mejor que me ponga a buscar a alguien que cuide de Betsey.
—Yo la cuidaré —dijo Thora, con brusquedad—. Por supuesto, si no es una molestia para ti, Talbot. —Miró a su marido y, de nuevo, a la madre de la niña—. Y si tú puedes aceptar que una leona cuide de tu cachorro.
La mujer tartamudeó, inmóvil.
—Señora, no es necesario. Es demasiado pedir. No hay razón para… No tiene obligación de ayudarnos, de ayudarla. Sé que no tendría que haber aparecido con ella de esta manera, pero, por favor, créame, no pretendía insinuar que usted… En ningún momento asumí… Se lo aseguro.
—Cuidé de dos chicos, como sabes. No soy una incompetente, te lo aseguro.
—Pero tiene su propio trabajo.
La mujer sacudió una mano con indiferencia.
—Oh, ayudo a Sadie con la casa y a Talbot con las cuentas o con lo que pueda encontrar en la granja que me mantenga ocupada, pero muchos días me aburro sin remedio, a decir verdad.
—Creía que eras feliz —repuso Walter, visiblemente preocupado.
—Y soy feliz. Contigo. Pero echo de menos… estar ocupada. Me gusta tener mis responsabilidades, enfrentarme a nuevos retos. Estaré encantada de cuidar de Betsey mientras trabajas, Hetty, si te parece bien.
—No es que me parezca mal, señora… Talbot, pero no quiero que crea algo que no es o que piense que insinúo que Betsey es su… responsabilidad.
La aludida frunció el ceño.
—Basta de excusas. Sé que no soy tu persona favorita y que no sería tu primera opción para cuidar de la pequeña. —Miró a Jane—. ¿Quién podría ocuparse? No podrá pagar demasiado.
—Quizá a la señora McFarland le venga bien un dinero extra.
—¡Eileen McFarland ya tiene suficiente! Y, aunque he llegado a tomarle cariño a Colin, ¿de verdad quieres dejar a esta niña bajo el mismo techo que su padre?
—Supongo que no —respondió con un suspiro. Podría preguntar en la Sociedad de Damas Té y Labores y ver si alguna estaría dispuesta. Aunque no nos reuniremos hasta dentro de unos días.
Thora le dirigió una mirada incisiva a su hijo.
—¿Tienes tú una opción mejor?
—Yo… No, no la tengo.
—De acuerdo entonces. No nos quedemos aquí todo el día. —Volvió a adoptar su antigua posición de autoridad—. Las lenguas no dejarán de moverse.
Talbot sonrió a Hetty.
—Y estoy seguro de que querrás descansar después del viaje.
La joven sacudió la cabeza.
—Estoy bien, de verdad. He venido a trabajar, no a descansar. No quiero que la señora Rooke me tire de las orejas el primer día.
—Déjame a mí a Bertha Rooke. —Thora miró a su nuera—. Si no te importa que hable yo con ella, Jane.
—Toda suya. —Había temido el momento de explicar al personal la vuelta de Hetty, pero ¿con una niña además?
—Señora Talbot… —comenzó a decir Hetty, con timidez— le estaría muy agradecida si pudiera cuidar de Betsey unos días hasta que encuentre una situación a largo plazo. Le pagaría…
—No, no lo harás.
La criada pestañeó y Jane distinguió lágrimas en sus ojos. Su voz se quebró.
—¿Podría…, por favor?
Por un momento, ambas mujeres se sostuvieron la mirada, la señora Talbot claramente sorprendida ante el miedo suplicante de su interlocutora. Jane también se sorprendió.
—No te preocupes, Hetty, encontraremos alguna forma de que esta situación sea cómoda para todos, ¿de acuerdo? —medió Walter.
La criada asintió, aunque todavía podía verse la ansiedad en sus ojos.