CAPÍTULO
4
La tarde siguiente, Rachel se puso su vestido azul, el más bonito de sus trajes de paseo, y se acercó al espejo para peinarse. Había tenido que aprender a arreglarse el pelo desde que habían prescindido de su doncella, Jemima, que ahora trabajaba en Brockwell Court. No se le daba especialmente bien, pero iba mejorando poco a poco. Las señoritas de Ivy Cottage se ayudaban las unas a las otras por la mañana y por la noche con los broches y los lazos. Las alumnas internas hacían lo propio entre ellas.
Las señoritas Grove habían contratado a una sola criada, así como a la cocinera y un criado. Agnes Woodbead limpiaba la casa y encendía las chimeneas de las habitaciones, mientras que el señor Basu cuidaba del jardín, traía el carbón y la leña y ayudaba a la señora Timmons con el duro trabajo de la cocina. En resumen, todos estaban demasiado ocupados como para perder el tiempo en algo tan frívolo como arreglarse el pelo.
Contempló su reflejo y colocó una última horquilla, con la esperanza de que el mechón sujeto en la parte de atrás se mantuviera en su sitio. Quería aparentar calma y entereza en la reunión a la que estaba a punto de asistir.
Poco después, dejaba atrás Ivy Cottage para cruzar el prado y seguir por la calle High más allá de las tiendas y de la posada. Al pasar junto a Bell Inn, recordó la oferta de Jane de hablar con sir Timothy en su nombre; ahora se arrepentía de haber decidido hacerlo ella misma. Sintió un cosquilleo de nervios en el estómago y un sudor que nada tenía que ver con el esfuerzo de la caminata, sino con la ansiedad.
Las chimeneas de ladrillo de Brockwell Court aparecieron entre las copas de los árboles. Se dirigió hacia allí, tomando el largo camino que subía hasta la casa —la más admirable del condado—, que apareció en el horizonte.
Brockwell Court era un señorío del periodo isabelino de tres y, en algunas partes, cuatro pisos. A ambos lados del camino, se erguían árboles moldeados con formas artísticas, y una fuente ornamental cercana arrojaba el agua formando un grácil arco.
Cuando Rachel era más joven, había visitado Brockwell Court con frecuencia junto a sus padres y su hermana —en fiestas, celebraciones de Navidad o conciertos ocasionales—, pero hacía años que no acudía a la mansión y que no recibía invitación alguna. No había sido invitada ese día tampoco y se preguntaba cómo la recibirían.
Un joven criado al que no reconoció respondió a su llamada diciendo que no estaba seguro de dónde se encontraba sir Timothy en aquel momento, pero que intentaría encontrarlo. Ella asintió y traspasó el umbral, pensando que el riguroso mayordomo de los Brockwell, Carville, jamás admitiría no saber el paradero de uno de los miembros de la familia y le habría solicitado con formalidad que esperara mientras comprobaba si sir Timothy «recibía visitas».
Mientras permanecía en el vestíbulo pensando en lo que diría, lady Brockwell comenzó a descender por las escaleras —alta, de cabello negro y majestuosa en un vestido de tarde de color verde intenso—. Aquellos ojos negros y su larga nariz hacían que pareciese una donna italiana.
Al verla, la ansiedad se apoderó de ella.
Lady Brockwell levantó la mirada y se detuvo al final de la escalinata. Expresó alguna emoción en el rostro, pero no fue de alegría.
—Señorita Ashford, qué sorpresa verla aquí. ¿La estábamos esperando?
—No, yo…
—Supongo que Justina la invitó. Esa niña siempre está invitando a gente a venir.
—No, no lo hizo. Esperaba poder hablar con sir Timothy.
La mujer lanzó una mirada centelleante y amenazadora.
—Mi hijo está muy ocupado, señorita Ashford. De hecho, creo que se encuentra reunido con el administrador de la hacienda en este momento.
—No se preocupe, señora, no se trata de una reunión social. Esperaba poder conversar con él acerca de… un asunto de negocios del pueblo. Pero puedo volver en otro momento.
Justina apareció en la puerta de la sala de estar.
—Madre, el té se está quedando frío. Oh, ¡Rachel! No te había visto. —La jovencita de cabello castaño dorado, ojos oscuros y delicadas facciones cruzó el vestíbulo con una sonrisa sincera—. Qué sorpresa tan agradable. Espero que puedas quedarte a tomar el té.
—Gracias, Justina, pero solamente he venido a hablar con tu hermano sobre un asunto de negocios.
Justina arqueó una ceja.
—¿Negocios?
Rachel dudó si explicar la empresa que tenía entre manos delante de lady Brockwell.
Al detectar su incomodidad, la chica dijo:
—Entonces iré a buscarle. Está en la sala de billar, pero estoy segura de que vendrá directamente cuando sepa que estás aquí.
«Reunido con el administrador de la hacienda, por supuesto», pensó Rachel.
—No me gustaría interrumpirle. Puedo hablar con él en otro momento. ¿Tiene quizá un horario de oficina o…?
La joven se encogió de hombros.
—Por las mañanas, normalmente, pero no le importará tratándose de ti.
Lady Brockwell intervino:
—Justina, si ha terminado con sus responsabilidades diarias, es mejor que le dejemos descansar.
—Madre, la señorita Ashford es una vieja amiga; se disgustará si se entera de que le hemos pedido que se marche.
El mismo criado cruzó el vestíbulo de nuevo, aparentemente buscando a su amo.
—Andrew, sir Timothy se encuentra en la sala de billar. Por favor, hágale saber que la señorita Ashford está aquí y que le gustaría comentar con él un asunto de negocios del pueblo —le pidió la muchacha.
—Ahora mismo, señorita.
La joven se volvió hacia la visitante.
—Me alegro mucho de verte, Rachel. No habíamos coincidido desde la fiesta de despedida de Thornvale. —Mudó de semblante, con un gesto serio—. Discúlpame, supongo que es un asunto triste para ti.
—De ningún modo —la tranquilizó—. Fue una velada maravillosa.
«Hasta que Nicholas y su madre llegaron», añadió para sus adentros.
Justina se volvió hacia lady Brockwell.
—Es una pena que te lo perdieras, madre. Te quedaste en casa con un resfriado, ¿lo recuerdas?
—Un breve resfriado. Rara vez enfermo. —Se volvió hacia Rachel como si pudiera leer sus pensamientos—. Por cierto, he podido conocer a la señora Ashford y a su hijo en la iglesia. Parece una mujer muy decente y decorosa.
—Me alegra que piense eso —respondió, con tono neutro.
—Hay rumores de que el amable señor Ashford ha dejado claro su interés por una cierta prima lejana… —bromeó la señorita Brockwell, sonriendo con los ojos encendidos.
—Es curioso cómo se expanden los rumores. —Rachel se movió algo incómoda por la insinuación—. El señor Ashford y yo no somos… Por tanto, no hay… —A punto estuvo de decir que no había acuerdo alguno entre ellos, pero eso no era totalmente cierto—. No sé quién te ha dicho eso, pero no hay nada resuelto entre nosotros.
La chica se encogió de hombros.
—Yo misma os he visto juntos, hablando en la iglesia o paseando de vuelta a casa después del oficio. Y, no lo olvides, tu Jemima es mi doncella personal ahora.
Ah, eso podía explicarlo todo. «¿Habría escuchado la doncella la proposición del señor Ashford?». Seguramente.
Lady Brockwell intervino:
—Fue una sugerencia suya, según me dijo Justina, que contratara a su doncella para ella.
Rachel asintió.
—Sí, le estoy muy agradecida. Jemima es una doncella excelente. —«Y una perfecta chismosa», se dijo.
—Estaba segura de que madre insistiría en que no necesitaba una doncella, pero, en cambio, accedió rápidamente.
Rachel sonrió a lady Brockwell con educación.
—Fue muy amable por su parte encontrarle un sitio.
—Ya era hora de que mi hija tuviera una doncella personal. Ya está en edad de casamiento.
—Madre, otra vez no —se quejó la joven—. Tal y como dice Rachel, no hay nada resuelto. Ah, aquí llega Timothy.
Rachel se volvió para verlo llegar y sintió la mirada inquisitiva de lady Brockwell, pero fingió no notarla. Cerró las manos sobre el estómago, invadido por los nervios, y dibujó en su rostro una expresión perfectamente serena.
—Buenas tardes, señorita Ashford. —Sir Timothy cruzó el vestíbulo a grandes zancadas—. Es un placer verla. Espero que no haya ocurrido nada malo.
—No, nada… en concreto.
—El criado me ha mencionado que deseaba comentar conmigo un asunto del pueblo.
Rachel echó un último vistazo a la madre, que no parecía tener intención alguna de excusarse. Entonces, tragando saliva, dijo:
—Sí, pero puedo volver en otro momento. No sabía que su horario de trabajo era por la mañana.
Él agitó la mano, quitándole importancia.
—En general, cuando puedo. No es ninguna inconveniencia reunirme ahora con usted. —Señaló hacia su derecha—. Mi oficina está justo ahí, por si prefiere hablar en privado.
—Sí, muchas gracias. No le quitaré mucho tiempo.
—Discúlpanos, madre.
—Pero ¿y el té, Timothy?
—Empezad sin mí, me uniré más tarde.
—Muy bien. —Lady Brockwell sonrió con frialdad y salió a grandes pasos con Justina tras ella.
El hombre hizo un gesto para que Rachel lo precediera. En la oficina, titubeó un instante antes de cerrar la puerta.
—Disculpe a mi madre, siempre ha sido muy protectora con mi tiempo.
«Sí, lo recuerdo», pensó Rachel.
No recordaba haber estado en su oficina antes. Debía de ser territorio de sir Justin, el lugar en el que se ocupaba de sus asuntos de magistrado, como bien sabría su hijo.
Estando tan cerca de sir Timothy, pudo ver cómo sus oscuras patillas estaban salpicadas de tonos plateados, aunque solamente tenía treinta años. Su padre había encanecido muy joven también. Aun así, estaba más apuesto que nunca, con sus facciones marcadas y rectas, sus pronunciados pómulos y una hendidura en la barbilla. Era un hombre alto y había heredado de su madre el pelo oscuro y el porte majestuoso. Rachel siempre lo había mirado elevando la vista, literal y figuradamente.
Timothy retiró un libro de una de las sillas que estaban frente al escritorio.
—Por favor, siéntese.
Así lo hizo, y él ocupó su propia silla, entrelazando los dedos sobre la mesa.
—Bueno, ¿qué puedo hacer por usted?
—Me preguntaba si podría responderme a una pregunta. Verá, mi padre me legó su colección de libros, aunque su testamento estipulaba que no podía venderlos.
Sir Timothy asentía a medida que ella hablaba, pero Rachel dedujo de su expresión tensa que aún estaba receloso.
—Doy por hecho que le legó también una fuente de ingresos, ¿no es así?
—No pudo. Tengo un poco de dinero de mi madre, lo que me permite contribuir con algo a los gastos de Ivy Cottage. Las señoritas Grove no lo piden, pero yo insisto.
El hombre frunció el ceño.
—Señorita Ashford, como le he dicho en otras ocasiones, si en algún momento necesita algo, yo…
—Por favor, escúcheme —le interrumpió—. No estoy aquí para pedir ayuda económica. —Tomó aire y continuó—: Algunas de las mujeres del pueblo me sugirieron que abriera una especie de biblioteca circulante con los libros de mi padre como forma de ganarme la vida. Mercy me ha ofrecido la biblioteca de Ivy Cottage para ello. Estoy aquí para preguntarle si es necesaria una licencia o una ordenanza.
Él negó con la cabeza lentamente.
—Primero Mercy, después Jane y ahora usted. Cómo ha cambiado el mundo. —Levantó la palma de la mano—. Lo digo sin desaprobación, solamente estoy sorprendido. Y, honestamente, no sé qué pensar. Tres mujeres de negocios…
—Solamente intentamos sacar el máximo partido a los recursos de los que disponemos.
Él asintió y bajó la mirada mientras pensaba.
—No hay duda de que la colección de su padre puede ser muy útil para las alumnas de la señorita Grove, pero ¿qué hay del señor Ashford?
Ella levantó la barbilla.
—¿Qué ocurre con él?
—Disculpe mi atrevimiento, pero he oído que podría estar manteniendo una relación con él. Y los vi juntos el otro día.
—Solamente estábamos paseando.
—Entonces…, ¿no existe tal relación?
¿Era esperanza lo que brilló en sus ojos? No, probablemente sería su imaginación.
Él continuó:
—Debo asumir que no. Si la hubiera, no tendría la necesidad ni, supongo, el deseo de perseguir tal empresa.
—Me ha pedido que me case con él.
Timothy se recostó, con la mirada sombría.
—¿Ah, sí? ¿No es algunos años más joven que usted?
Rachel asintió.
—Pero no lo ve como un impedimento y supongo que yo tampoco.
¿Por qué le estaba contando aquello? ¿Deseaba que se arrepintiera de haberla dejado marchar?, ¿que se sintiera celoso?, ¿que sintiera… algo?
—Me lo pidió antes de que dejara Thornvale. No se sentía a gusto siendo la causa de que tuviera que abandonar mi casa. Dijo que se sentía responsable.
—Eso le honra.
—Yo también lo pensé.
—Pero ¿no aceptó?
—No… inicialmente.
—Mmm… —Alzó las pestañas—. ¿Está diciéndome que desea ver si la biblioteca tiene éxito antes de decidir si desea o no comprometerse?
—No. ¡Qué insensible hace que parezca! ¿Es incorrecto querer conocer al hombre con el que puede que me case algún día? ¿Para estar segura de que me importa y de que yo le importo a él? Quién sabe cuánto tiempo me llevará eso. ¿Unos pocos meses? ¿Un año? Mientras tanto, no puedo vivir a costa de la generosidad de las señoritas Grove; debo ganarme la vida. La biblioteca circulante es la única idea que tengo por el momento. Debo intentar algo. —Se detuvo para aspirar, sintiendo que se ruborizaba y que le faltaba el aire.
—No es inmoral, ni siquiera inusual, casarse por seguridad, señorita Ashford.
¿Por qué habría dicho eso? ¿Estaba animándola a que se casara con el señor Ashford?
—Si solo quisiera seguridad —repuso Rachel—, supongo que habría aceptado desde el primer momento. Pero eso no es todo lo que quiero. No ahora, no cuando… —se detuvo, e irguió los hombros—. Sea como fuere, esa no es la razón de mi visita. Ayudó a Jane a obtener la licencia necesaria para Bell Inn y ella me sugirió preguntarle si es necesaria una licencia para abrir una biblioteca.
—¿Eso hizo? Entiendo que Jane y usted han recuperado su relación de amistad.
—Sí, así es.
—Me alegro. Siempre he lamentado cómo terminó todo entre ustedes dos, entre… nosotros.
Rachel se pasó la lengua por los labios secos. ¿Se refería a cómo había terminado todo entre él y Jane o entre él y ella misma? Antes de que pudiera preguntar, Timothy se aclaró la garganta y continuó:
—De cualquier modo, como posadera, Jane necesitaba una licencia de avituallamiento, pero ese permiso no se requiere en el caso de una biblioteca. Déjeme consultar con los magistrados y con el Consejo del pueblo otras posibles ordenanzas o trámites necesarios.
—Muchas gracias. —Se levantó—. Me gustaría conocer todos los requisitos antes de empezar.
Él asintió.
—Le informaré de todo tan pronto como lo sepa. —Cruzó la habitación y le abrió la puerta—. ¿Y me hará saber su decisión?
Rachel dudó sobre la pregunta que acababa de hacerle.
—¿Lo que decida sobre la biblioteca o… sobre el señor Ashford?
—Sí. —Sus miradas se encontraron, pero no completó aquella respuesta tan ambigua.
Mientras volvía hacia Ivy Cottage, rememoró la conversación en su mente. Sir Timothy había sido perfectamente educado, pero terriblemente formal. Qué diferente a cómo había llegado a tratarla en su momento, aunque fuera durante poco tiempo. Al pensarlo, se permitió a sí misma recordar su primera visita a Thornvale, alrededor de una semana después de su baile de presentación…
Rachel y su padre estaban sentados en la sala de estar, ella inclinada sobre su bordado y sir William concentrado en la lectura de una carta.
—¿Malas noticias, papá?
Él levantó la mirada.
—Parece que es lo único que recibo últimamente, pero no debes preocuparte. —Dobló la carta y la metió en su bolsillo. Después, agarró un volumen de cuero de la mesilla—. ¿Por qué permanecer en asuntos infelices cuando se tiene un libro a mano?
—Si tú lo dices…
Rachel volvió a su bordado, pero, cuando levantó la vista unos minutos después, la desconcertó verlo mirando a la nada, por encima del libro, sin haber pasado una sola página.
—Papá, ¿te encuentras bien?
—¿Eh? Oh, claro, por supuesto. Y tú también deberías.
—¿A qué te refieres?
En aquel instante, Jemima apareció en el umbral y anunció con un susurro de excitación:
—Señorita, el señor Brockwell está aquí para verla. Ha traído flores. ¿Está en casa?
—Por supuesto. —El corazón de Rachel se desbocó. La tradición dictaba que un caballero que hubiera sido acompañante de una dama en un acto social debería visitarla al día siguiente, y ya había pasado una semana entera. Esperaba que no hubiera venido solo por obligación.
Sir William dejó su libro a un lado y Rachel se levantó cuando Timothy entró en la habitación y se inclinó para saludarlos.
—Señorita Ashford, sir William… Espero no interrumpir. He venido a felicitar a su hija por el gran éxito de la semana pasada.
Ella se inclinó y respondió:
—Muchas gracias.
—Qué bien que nos hayas visitado, Brockwell —dijo sir William—. Siempre eres bienvenido, ya lo sabes. —Se volvió hacia su hija—. ¿Estás contenta con tu baile de presentación, querida?
—Claro, papá. Fue casi perfecto.
Su padre arqueó una ceja.
—¿Casi?
—Si mi querida madre hubiera estado con nosotros…
—Ah, claro. Aunque sí lo estaba, en cierto modo, pues te pareces cada vez más a ella.
—Gracias, papá. —Se volvió de nuevo hacia su invitado.
—Estas son para usted. —Timothy Brockwell dio un paso adelante y le ofreció un pequeño ramo de rosas color melocotón que parecían delicadas y fuera de lugar en aquella mano tan masculina.
—Son preciosas. —Se llevó el ramillete a la nariz—. Oh, ¡tienen un aroma maravilloso! Igual que las de mi madre.
—Le pedí a la señora Bushby que encargara estas especialmente. Sé que son sus favoritas.
Rachel sintió un cosquilleo de felicidad.
—Gracias. ¿Desea sentarse?
Timothy se sentó y recorrió con sus oscuros ojos el rostro de Rachel, sus pómulos, su boca. Entonces se volvió abruptamente hacia sir William.
—¿Y cómo se encuentra usted, señor?
—Mejor ahora que estás aquí, Brockwell. Pero… —Sir William se levantó—. Dejando a un lado el decoro, os conocéis desde que sois pequeños y confío sin reservas en ambos. Además, hay un vaso de vino de Burdeos esperándome en mi estudio. Si me disculpáis…
—Claro, señor. Tampoco yo puedo quedarme mucho tiempo. Viajaré con mi padre a la reunión del Consejo del condado en una quincena y tengo mucho que preparar.
—Ah, sí. No hay duda de que ahí se intercambia un buen número de noticias entre los hombres del condado.
—Así lo tengo entendido.
—Bueno, no creas todo lo que oigas.
Algo inquieta, Rachel vio cómo su padre salía de la habitación. Cuando se volvió de nuevo hacia Timothy encontró su mirada de admiración puesta en ella, y su preocupación desapareció.
—Disfruté mucho del baile —dijo él, esbozando una leve sonrisa—. Por lo que veo, aquella noche no fue un sueño, está igual de encantadora a la luz del sol.
Rachel notó cómo sus mejillas se sonrojaban y el pulso se le aceleraba.
—Gracias.
Él recuperó la seriedad.
—Pero… discúlpeme. Sé que esperaba que la visitara antes, pero quería ser considerado con los sentimientos de… otros. Lo comprende, ¿verdad?
—Por supuesto.
—¿Puedo visitarla de nuevo?
—Claro, eso me haría muy feliz.
—Quizá podría venir a Brockwell Court. Estoy seguro de que Justina se alegrará de verla. —Levantó la mirada, pensando—. Podríamos… recolectar fresas juntos o pasear por los jardines.
Ella lo miró con ironía.
—No creo que sea el tipo de hombre que pasea y recolecta fresas, señor Brockwell. Tengo entendido que prefiere el tiro con arco y montar a caballo.
—No puedo negarlo, pero deseo que usted se divierta también.
—Nunca he montado a caballo.
—Lo sé, no hay ningún problema. No necesita…
—Pero me gustaría aprender —le interrumpió Rachel—. ¿Me enseñaría?
Timothy observó fijamente el rostro de la joven.
—¿De verdad le gustaría?
—Me gustaría, sí. Aunque confieso que me asusta un poco.
—Yo estaré cerca y la mantendré a salvo —susurró con calidez, mientras se inclinaba hacia delante.
Rachel sintió un nudo en el estómago.
—Eso ayudará, por supuesto.
—Merecerá la pena si logra amar a los caballos tanto como yo.
«O tanto como los ama Jane», pensó. Pero aquello no tenía nada que ver con Jane, sino con ella y con Timothy. En el baile, había asumido que no podría tener interés en ella —no cuando todos creían que se casaría con Jane—, pero no fue lo que leyó en su semblante en aquel momento. Al darse cuenta, florecieron sus sueños románticos.
Timothy se marchó poco después. Mientras observaba el ramillete de nuevo, Rachel descubrió una pequeña tarjeta plegada bajo la cinta.
Para la encantadora señorita Ashford. Enhorabuena,
le deseo todo lo mejor para el futuro.
—T. B.
Un futuro que parecía no ser como ella lo había soñado.