CAPÍTULO
44
Mercy se sentó en su escritorio de la sala de estar, que pronto dejaría de ser suyo. Diciembre estaba al caer. El señor Hollander le había pedido que tomara una decisión antes de Navidad; aún faltaban algunas semanas, pero no tenía sentido posponerlo. Sabía cuál sería su respuesta y su juicio le dictaba que debía darla cuanto antes, para tener tiempo de encontrar otro lugar en el que vivir. Entretanto, estaba resignada a seguir en Ivy Cottage como el ama de llaves no remunerada de su hermano y, seguramente, como su futura niñera e institutriz.
Tomó con resolución un trozo de pergamino, mojó la pluma y comenzó a escribir. Cuando terminó unas pocas líneas, dobló la carta y la selló, sellando también su destino.
Más tarde, estaba lavando la pizarra del aula cuando la tía Matilda entró a buscarla con una expresión inusualmente sombría.
—Ha venido el señor Drake a verte —anunció, mirándola con preocupación.
Mercy notó los nervios en el estómago. ¿Tan pronto? Pensaba que preparar una habitación para Alice en el Fairmont le habría llevado más tiempo.
Asintió con valentía y comenzó a bajar las escaleras. Mientras descendía, recordó aquella escena tan desagradable del día en que le había llevado la carta, sus observaciones tan cortantes, sus propias e injustas presunciones y sus argumentos desesperados. El sufrimiento y la indignación la embargaron de nuevo.
Murmuró una simple oración:
—Ayúdame. —Y entró en el salón.
El hotelero se volvió hacia ella cuando entró.
—Gracias por acceder a verme, señorita Grove.
Ella permaneció inmóvil, con las manos entrelazadas y el cuerpo tenso, preparada para otro golpe.
—Ya vino el señor Coine y me contó los planes que tiene usted.
—Lo sé. Pero no he venido por eso. —Se aclaró la garganta—. He venido a disculparme. Mi actitud fue abominable. Cuando pienso en cómo le hablé… Estoy tremendamente avergonzado de mí mismo. Nunca, en ninguno de mis asuntos personales o de negocios me había comportado con tanta rudeza. Me gustaría poder intentar… no justificar mis acciones, sino explicarme.
Demasiado sorprendida para hablar, Mercy asintió y señaló hacia una silla.
—Prefiero quedarme de pie si no le importa. Por favor, siéntese usted, señorita Grove. Está un poco pálida.
Mercy se sentó en la butaca favorita de su tía, esperando que su abrazo le diera tranquilidad. La expresión del señor Drake le sorprendió, tan resuelto, con los orificios nasales muy abiertos y la mandíbula tensa. Se recompuso y comenzó:
—Sé que ha cuidado de Alice todos estos meses, pero he pasado los últimos nueve años arrepintiéndome de cómo traté a su madre y cómo dejé que se escapara de mi vida. Cuando la conocí, no estaba buscando ningún vínculo, sino comprar un hotel, comenzar mis negocios y mi futuro. Sin embargo, a medida que pasaban los días con aquella luminosa y dulce niña, tan sorprendentemente diferente al resto de mujeres que conocía… Me encandiló. Y creí que el sentimiento era mutuo. Sabía que Mary-Alicia era inocente y que nunca tendría que haber utilizado mi ventaja, pero el romántico paisaje costero, la buena comida y el vino, la negligente viuda… Fue culpa mía, por supuesto. No me paré a pensar en las consecuencias. Tendría que haberme declarado en aquel momento, pero no lo hice. Pensé que tendría más tiempo.
»Cuando volví del lecho de muerte de mi madre y me dijeron que Mary-Alicia se había ido, intenté convencerme de que lo mejor para mí sería dejarla marchar. Era demasiado joven para atarme. Había disfrutado unas pocas y bonitas semanas con una joven muy hermosa y se había ido sin pedirme nada a cambio. Tendría que estar aliviado, pero no lo estaba. Me arrepentía constantemente de mi despreocupado comportamiento. La dejé en una situación vulnerable y con la posibilidad de sufrir unas consecuencias inimaginables para un joven privilegiado pero temidas por las jóvenes desprotegidas y sus padres.
Hizo una mueca y continuó:
—Intenté encontrar a Mary-Alicia y a la mujer para la que trabajaba, pero no lo logré. Lady Carlock se pasaba la mayor parte del tiempo viajando hacia donde la llevara su caprichosa naturaleza. Escribí a la dirección que me había dado en Bath; y cuando la viuda volvió en invierno y me respondió, solo fue para decirme que la señorita Payne había dejado su empleo sin dar explicaciones. Busqué a Mary-Alicia de nuevo, incluso en Bristol, pero no sabía que se había cambiado el nombre a Smith, por lo que no tenía muchas posibilidades. Me había dicho que sus padres habían fallecido y también mencionó a sus abuelos, pero, para mi mala suerte, no podía recordar dónde vivían. Al final, tuve que renunciar a la búsqueda, pero su recuerdo y el pesar por mi comportamiento, tan impropio de un caballero, me han acompañado siempre.
»Cuando vi el nombre de Ivy Hill en el mapa de un peaje, me resultó familiar por alguna razón. Entonces recordé que era el lugar mencionado por Mary-Alicia, donde vivían sus abuelos. Vine aquí para aprovechar la oportunidad y abrir otro hotel, sí, pero también para ver si podía descubrir qué había sido de ella, para saber si estaba bien y, si no, ayudarla.
»Pero no conocí a ningún Payne y solo recientemente descubrí que los Thomas eran sus abuelos maternos. Usted estaba presente cuando me enteré del final de Mary-Alicia… —Sacudió la cabeza con un gesto de amargura en el semblante—. ¡Ojalá hubiera podido encontrarla! Qué desesperación sentí al saber que murió desamparada y sola en una habitación sobre la tienda de un sombrerero, una tienda por la que pasé no una sino dos veces durante mi búsqueda, años atrás…
»El arrepentimiento y la culpa me corroían y decidí que debía compensar mi responsabilidad por su muerte de alguna forma, pero parecía que nada podía redimirme, ayudarme a expiar mis pecados.
—Nadie tiene el poder de redimirse, señor Drake —alegó Mercy con amabilidad—. Solo Cristo puede hacerlo.
Él se pasó la mano por el rostro, compungido.
—Lo sé. Aquí. —Se tocó la sien—. Pero ¿y aquí? —Se dio un golpe en el pecho—. Tenía que hacer algo, intentar compensarlo. Pero ¿cómo? El abuelo de Mary-Alicia no quería tener nada que ver conmigo, pero podía ayudar a su hija, decidí. Entonces conocí a Alice y todo cambió. Su edad, la historia de que su madre se había fugado con un oficial tan rápido después de nuestra relación, el hecho de no traer aquí nunca a la niña a ver a sus abuelos, la carrera del hombre y su sospechosa muerte, tan similar a la de su padre… Por eso busqué entre los registros y fui a Portsmouth, donde supe lo que había ocurrido.
La miró y prosiguió:
—Aunque no hubiera encontrado usted la carta de Mary-Alicia, lo sabía en el fondo de mi corazón cuando miraba a Alice. Veía a su madre, sí, pero también me veía a mí, su padre, señorita Grove.
Mercy logró asentir ligeramente. No tenía sentido negarlo. Los ojos de James se abrieron más buscando una respuesta.
—¿No lo ve? Estaba desesperado por redimirme de mis errores de alguna forma y ¡descubrí que tenía una hija, la hija de Mary-Alicia! No soy un hombre particularmente religioso, pero sí creo en los desvelos de Dios por su creación. Nunca había creído tanto como cuando vi que me había dado una segunda oportunidad para hacer las cosas bien, para cumplir con mi deber. Mary-Alicia merecía ser reconocida y protegida y yo le fallé, pero podía reconocer y proteger a su hija, a nuestra hija.
»Pero entonces usted se interpuso en el camino de lo que yo veía como mi responsabilidad legítima y ante Dios. No digo que lo hiciera con motivos innobles, sé que no intentaba aprovecharse de mí o intentar chantajearme, aunque la acusé de ello a causa de la indignación. Estaba disgustado, y no es normal en mí. Pero después del enfado del momento he oído lo suficiente sobre su reputación y carácter como para saber que sus motivos tenían que ser honorables. Solo entonces me paré a considerar sus sentimientos, lo que podía perder usted.
»De nuevo, le ruego que me perdone por todo lo que dije y por la manera injustificada en la que le hablé. Espero que entienda que fue una reacción poco común en mi comportamiento habitual. En general, soy un hombre amable, aunque no tengo tanto autocontrol como pensaba.
Mercy tragó saliva. Nada de lo que él había dicho cambiaba el hecho de que se llevaría a Alice y, con ella, una parte de su corazón, pero no podía pasar por alto que había tenido la decencia de admitir que estaba equivocado y de disculparse.
—Gracias por explicarme todo esto, por absolverme de razones egoístas, aunque quiero a Alice con egoísmo y no quiero perderla. Comprendo su actitud, al menos hasta cierto punto, ya que yo también haría lo que fuera por protegerla, si pudiera. Usted es su padre y es su derecho, no el mío, aunque yo desee todo lo contrario. Sé que debería estar feliz de que desee responsabilizarse, que sería mucho más difícil dejar que se fuera con un padre desinteresado que no le prestara la atención que necesita; sé que usted no hará eso.
—No. Nunca.
James dejó escapar un hondo suspiro y se acercó a su silla.
—El señor Coine me ha dicho que está dispuesta a cuidar de Alice aquí hasta que todo esté preparado para ella en el Fairmont.
—Sí.
—Se lo agradezco mucho. Tengo que ver al abogado de mi padre por otros asuntos, lo que me alejará de la ciudad durante alrededor de una semana. A mi vuelta debería estar preparado para que Alice se mude al Fairmont.
Mercy se mordió el labio.
—Ya veo.
Él se removió, inquieto.
—Señorita Grove, sé que mucho de lo que he dicho hoy no aumentará su estima hacia mí, pero, igualmente, espero que usted y yo podamos pasar más tiempo juntos. Y también con Alice, por supuesto. Creo que le sería de ayuda ver que usted y yo no somos enemigos, sino amigos. Jane y usted son buenas amigas, como ella y yo lo somos. ¿Es mucho esperar que usted y yo podamos serlo también?
Entre atónita y educada, titubeó:
—Yo… No…
—Bien. Gracias por atenderme. ¿Puedo visitarla otra vez a mi vuelta? —Sintiéndose mareada, Mercy asintió y se levantó. Él se acercó a ella, vaciló un instante y tomó su larga mano entre las suyas—. Hasta entonces.
Le estrechó más la mano, después la soltó y salió apresuradamente de la habitación. La mujer permaneció inmóvil hasta que oyó la puerta de la calle cerrarse. Entonces se dejó caer con pesadumbre sobre la butaca. ¿Qué acababa de aceptar?
Al día siguiente, Gabriel llamó a la puerta de la cabaña, lo que sorprendió a Jane. No había entrado desde hacía meses, cuando la había ayudado a cazar un ratón. Él sostuvo su mirada.
—¿Puedo pasar?
—Sí. Yo… supongo que sí.
Al verla titubear, Gabriel dijo:
—Podemos dejar la puerta abierta, si lo prefieres, aunque esperaba poder hablar contigo en privado.
—Está bien.
Él entró, cerró la puerta y se volvió hacia ella.
—Debo tomar una decisión respecto a la granja Lane. Es obvio que mis planes de comprarla te hacen sentir incómoda…
Ella bajó la cabeza, pero él tomó su mejilla entre las manos y la miró a los ojos.
—Jane, te amo. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. No hay garantía de que cualquier otra mujer con la que me case pueda tener hijos y, aunque la hubiera, no quiero a otra mujer, te quiero a ti. ¿Cómo puedo lograr que me creas? ¿Necesitas que retire mi oferta por la granja?, ¿que continúe siendo el socio de mi tío?
—No.
—No puedo volver a ser tu herrador. —Sacudió la cabeza—. Sabes lo que pienso de los caballos de los carruajes y de los de tiro, que están maltratados. No tengo interés en convertirme en el herrador de una posada de paso nunca más. Al menos sabía que los caballos que yo cuidaba estaban mejor atendidos porque yo estaba ahí, pero ¿y a largo plazo? No es así como quiero pasar mi vida.
—Lo entiendo. —Jane se cruzó de brazos—. Pero yo tengo una posada.
—Sé que la tienes. Y también tienes un herrador que logrará tener más experiencia y habilidad con el tiempo. Estaré encantado de ayudarle, de ayudarte, como pueda, pero no un día sí y otro también. Me he alejado de las carreras de caballos, pero quiero criarlos y entrenarlos, que puedan ganar premios y que estén bien cuidados. Es lo que me gusta hacer y es lo que mejor se me da.
—Lo sé.
—Jane, Bell Inn es importante para ti y has trabajado mucho para salvarla, pero ¿crees que algún día podrías estar preparada para pasarle las riendas a otra persona?, ¿para dejar tu pequeña cabaña y vivir en otro lugar… conmigo?
¿Dejar su casa? Al ver su expresión, él continuó:
—Por favor, no te ofendas, pero John construyó este lugar para vosotros. Era vuestro hogar compartido, no el nuestro, y no querría comenzar nuestra vida como matrimonio aquí. ¿No hay demasiados recuerdos, buenos y malos?
No podía negarlo. Había muchos buenos recuerdos de John en aquel lugar, pero también de sus tristes abortos, que por fin estaba preparada para dejar atrás. La mujer extendió las manos.
—Pero no puedo marcharme ahora. Tenemos todo un plan de mejora y nuevos servicios para los próximos meses. Si Patrick se quedara, podría pensar que Colin y él gestionarían la posada bastante bien sin mí, pero mi cuñado y Hetty van a comprar un hostal. Colin está más seguro en el trabajo de oficina ahora que ha mejorado su habilidad con los números, pero aún es joven e inexperto y no es… de la familia. Tendría que cederle las riendas a alguien que tuviera un interés personal en este lugar.
—¿No has pensado en vender la posada?
—¡Y esto lo dice el hombre que me convenció hace pocos meses de no venderla!
—Lo sé, pero las cosas han cambiado en Bell Inn y en Ivy Hill. Las cosas han mejorado.
—Aún hay muchos obstáculos. Los retrasos del Fairmont nos han ayudado, pero en algún momento sufriremos el golpe de su competencia y… —Desvió la mirada y cerró los ojos con fuerza para retener las lágrimas. Sabía que Gabriel era un buen hombre y que podía confiar en él, pero aún sentía muchas emociones que la carcomían y confundían. Sin embargo, tuvo claro algo de repente: debía entender aquellos sentimientos antes de hacer ninguna promesa de por vida.
Aún estaba recobrando la compostura cuando volvió el rostro amablemente hacia él. Supo que Gabriel había visto sus lágrimas. El hombre, que dejaba ver en sus ojos la compasión, le tomó la mano.
—Sé que tienes miedo, Jane, pero no dejes que te afecte, por favor.
—Por supuesto que tengo miedo, estoy aterrorizada. —Alejó la mano de las suyas—. Lo siento, Gabriel. Pensé que podría, pero no puedo. No puedo perder otro hijo y decepcionar a otro hombre.